Dilma Rousseff: “El golpe ha alejado a Brasil de su rumbo”
Dos años después de su destitución, la expresidenta brasileña intenta regresar a la política con un puesto en el Senado y examina lo ocurrido desde que salió del Gobierno
Tom C. Avendaño
São Paulo, El País
La ciudad de Teófilo Otoni no está en mitad de la nada pero sí a 450 kilómetros de Belo Horizonte, capital de Minas Gerais, un Estado rural del sudeste de Brasil. Tiene 140.000 habitantes y el sábado 25 de agosto también dos veteranos políticos que llegaron y celebraron, a apenas ocho kilómetros de distancia, los primeros actos de sus campañas electorales. Eran una mujer, que quiere ser senadora, y un hombre que busca ser diputado. Resulta que son dos viejos conocidos. Que la última vez que estuvieron en una campaña fue juntos, uno contra otro en las presidenciales de 2014 que abrieron uno de los capítulos más negros de la historia brasileña reciente.
Muy pocos esperaban verlos en campaña de nuevo, tan juntos y tan cerca. Pero ahí estaban, el senador Aécio Neves y la expresidenta Dilma Rousseff, de pura casualidad buscando aferrarse a la vida política con diferentes puestos del Gobierno del mismo Estado. Y así, han convertido Minas Gerais en casi una máquina del tiempo que retorna al punto exacto en el que, según tantos, todo empezó a torcerse irremediablemente en Brasil.
“En realidad yo nunca dejé de hacer política”, alerta Rousseff, de 70 años, al otro lado del teléfono. Y vuelve a lo que ocurrió después de aque elección. Brasil quedó dividido prácticamente por la mitad. De 105 millones de votos, 51 fueron para Neves; ella, con 54, retuvo la presidencia con tantos apuros, y la economía en una recesión tan violenta, que al poco se encontró de pleno en un impeachment. La causa oficial —maquillar unas diminutas partidas de los presupuestos— era tan endeble que en un principio nadie pensaba que saliese adelante. Pero votación tras votación, los antiguos aliados de Dilma fueron apartándose de su lado hasta que, a la una y media del 31 de agosto de 2016, hace ahora dos años, lo imposible ya era un hecho consumado. Ella fue destituida, su vicepresidente Michel Temer se hizo con el Gobierno y Brasil apuntó otro día histórico más para el olvido.
“Desde ese golpe de Estado se instaló en el país un estado de excepción que amenaza la democracia y persigue a nuestro principal líder político, Luiz Inácio Lula da Silva [en la cárcel por corrupción y vetado como candidato a las elecciones presidenciales a pesar de liderar las encuestas de opinión], que está preso en un proceso viciado y sin pruebas”, insiste Rousseff hoy. La economía apenas se ha recuperado, el país se encuentra al borde de unas elecciones caóticas protagonizadas precisamente por su mentor, Lula da Silva, que desde abril es el primer expresidente en prisión de Brasil, y la división que se detectó en 2014 solo ha ido a más. “Brasil enfrenta un largo camino para reconstruir el Estado del bienestar que construimos nosotros”, remata.
Desde el 'impeachment'
Como expresidenta, Rousseff ha hecho suyo el discurso más victimista del Partido de los Trabajadores (PT): que sus muchas desgracias no son culpa de la formación y del desgaste de los 13 años en el poder que acabaron con el impeachment, sino que son tretas de sus muchos enemigos. “Desde el golpe de Estado, el país pasó a ser víctima de una conspiración, cuidadosamente planeada y ejecutada por el Partido de la Social Democracia Brasileña [el de rivales como Aécio Neves] y sus aliados del Partido del Movimiento Democrático Brasileño [la formación en el poder, de Michel Temer], así como los medios de comunicación de una élite financiera sin compromiso con el pueblo”, aduce.
En la lógica personalista de la política brasileña, tiene su sentido. Desde el punto de vista del votante del PT (o sea, la mayoría del electorado), presidentes que han maquillado las cuentas públicas ha habido muchos, casi todos, pero solo ella sufrió el impeachment. Y pesos pesados de la política condenados por las corruptelas del caso Petrobras son también casi todos, pero solo su presidente, Lula, está en la cárcel.
Y así también explica las serias turbulencias que ha enfrentado el primer país latinoamericano desde que se fue ella: “El golpe ha alejado a Brasil de su rumbo. Están vendiendo el patrimonio público [con privatizaciones], han decretado el fin de los derechos de los trabajadores [las reformas laborales y de pensiones de Temer] y han cortado las inversiones en salud y educación en los próximos 20 años [al reformar la Constitución para imponer un techo de gasto]. Todo eso de manera descarada. Para eliminar los efectos nefastos de este golpe, tenemos que ir a las urnas”.
Una nueva vida política
Rousseff, militante desde joven y política de carrera, justifica así su regreso a los asuntos públicos. Hasta estas elecciones, llevaba una vida tranquila. Mientras Fernando Collor, otro expresidente que también pasó por un impeachment, se refugió en Miami tras perder la presidencia en 1992, ella no ha desaparecido. Se quedó en su particular travesía por el desierto: dividió su vida entre Río de Janeiro, donde tiene su piso, y Porto Alegre, donde viven su hija y sus dos nietos. Paseaba en bici por la orilla del río Guiaba a diario y una vez al mes iba a ver a su madre, nonagenaria, en Belo Horizonte. Sufre demencia senil y Dilma no le ha contado nada de la destitución.
Trabajaba como consejera de una fundación ligada al PT (en Brasil los exmandatarios no cobran pensión pero sí tienen derecho a ocho asistentes y dos coches); daba pocas entrevistas, 40 en su primer año, ninguna de ellas en televisión; y viajaba al extranjero una y otra vez para insistir en las irregularidades de su destitución. La espera hasta que los comicios de 2018 le permitiesen volver.
La oportunidad ha resultado ser un puesto en el Senado por su Minas Gerais natal. “Aquí crecí y aquí tomé conciencia política y social aún en la juventud. Comencé la militancia contra la dictadura militar, a finales de los sesenta”, recuerda. Y aquí el destino ha mostrado su sentido del humor. Rousseff no solo se las tiene que ver de nuevo con Aécio Neves, hoy candidato a diputado. También está Antonio Anastasia, el instructor del impeachment en el Senado (ahora candidato a gobernador): los tres juntos y revueltos en un único Estado, en busca de una nueva vida política. Una que, al menos en su caso, empiece a borrar los traumas desde, precisamente, la última vez que se encontró con estas personas.
“Mi candidatura al Senado tiene como objetivo luchar contra ese golpe de Estado parlamentario, derogar el retroceso del Gobierno de Temer, luchar por la liberación de Lula y por su elección a la presidencia de la República”, promete. “Estoy en política por el derecho del pueblo brasileño a retomar su camino”.
Tom C. Avendaño
São Paulo, El País
La ciudad de Teófilo Otoni no está en mitad de la nada pero sí a 450 kilómetros de Belo Horizonte, capital de Minas Gerais, un Estado rural del sudeste de Brasil. Tiene 140.000 habitantes y el sábado 25 de agosto también dos veteranos políticos que llegaron y celebraron, a apenas ocho kilómetros de distancia, los primeros actos de sus campañas electorales. Eran una mujer, que quiere ser senadora, y un hombre que busca ser diputado. Resulta que son dos viejos conocidos. Que la última vez que estuvieron en una campaña fue juntos, uno contra otro en las presidenciales de 2014 que abrieron uno de los capítulos más negros de la historia brasileña reciente.
Muy pocos esperaban verlos en campaña de nuevo, tan juntos y tan cerca. Pero ahí estaban, el senador Aécio Neves y la expresidenta Dilma Rousseff, de pura casualidad buscando aferrarse a la vida política con diferentes puestos del Gobierno del mismo Estado. Y así, han convertido Minas Gerais en casi una máquina del tiempo que retorna al punto exacto en el que, según tantos, todo empezó a torcerse irremediablemente en Brasil.
“En realidad yo nunca dejé de hacer política”, alerta Rousseff, de 70 años, al otro lado del teléfono. Y vuelve a lo que ocurrió después de aque elección. Brasil quedó dividido prácticamente por la mitad. De 105 millones de votos, 51 fueron para Neves; ella, con 54, retuvo la presidencia con tantos apuros, y la economía en una recesión tan violenta, que al poco se encontró de pleno en un impeachment. La causa oficial —maquillar unas diminutas partidas de los presupuestos— era tan endeble que en un principio nadie pensaba que saliese adelante. Pero votación tras votación, los antiguos aliados de Dilma fueron apartándose de su lado hasta que, a la una y media del 31 de agosto de 2016, hace ahora dos años, lo imposible ya era un hecho consumado. Ella fue destituida, su vicepresidente Michel Temer se hizo con el Gobierno y Brasil apuntó otro día histórico más para el olvido.
“Desde ese golpe de Estado se instaló en el país un estado de excepción que amenaza la democracia y persigue a nuestro principal líder político, Luiz Inácio Lula da Silva [en la cárcel por corrupción y vetado como candidato a las elecciones presidenciales a pesar de liderar las encuestas de opinión], que está preso en un proceso viciado y sin pruebas”, insiste Rousseff hoy. La economía apenas se ha recuperado, el país se encuentra al borde de unas elecciones caóticas protagonizadas precisamente por su mentor, Lula da Silva, que desde abril es el primer expresidente en prisión de Brasil, y la división que se detectó en 2014 solo ha ido a más. “Brasil enfrenta un largo camino para reconstruir el Estado del bienestar que construimos nosotros”, remata.
Desde el 'impeachment'
Como expresidenta, Rousseff ha hecho suyo el discurso más victimista del Partido de los Trabajadores (PT): que sus muchas desgracias no son culpa de la formación y del desgaste de los 13 años en el poder que acabaron con el impeachment, sino que son tretas de sus muchos enemigos. “Desde el golpe de Estado, el país pasó a ser víctima de una conspiración, cuidadosamente planeada y ejecutada por el Partido de la Social Democracia Brasileña [el de rivales como Aécio Neves] y sus aliados del Partido del Movimiento Democrático Brasileño [la formación en el poder, de Michel Temer], así como los medios de comunicación de una élite financiera sin compromiso con el pueblo”, aduce.
En la lógica personalista de la política brasileña, tiene su sentido. Desde el punto de vista del votante del PT (o sea, la mayoría del electorado), presidentes que han maquillado las cuentas públicas ha habido muchos, casi todos, pero solo ella sufrió el impeachment. Y pesos pesados de la política condenados por las corruptelas del caso Petrobras son también casi todos, pero solo su presidente, Lula, está en la cárcel.
Y así también explica las serias turbulencias que ha enfrentado el primer país latinoamericano desde que se fue ella: “El golpe ha alejado a Brasil de su rumbo. Están vendiendo el patrimonio público [con privatizaciones], han decretado el fin de los derechos de los trabajadores [las reformas laborales y de pensiones de Temer] y han cortado las inversiones en salud y educación en los próximos 20 años [al reformar la Constitución para imponer un techo de gasto]. Todo eso de manera descarada. Para eliminar los efectos nefastos de este golpe, tenemos que ir a las urnas”.
Una nueva vida política
Rousseff, militante desde joven y política de carrera, justifica así su regreso a los asuntos públicos. Hasta estas elecciones, llevaba una vida tranquila. Mientras Fernando Collor, otro expresidente que también pasó por un impeachment, se refugió en Miami tras perder la presidencia en 1992, ella no ha desaparecido. Se quedó en su particular travesía por el desierto: dividió su vida entre Río de Janeiro, donde tiene su piso, y Porto Alegre, donde viven su hija y sus dos nietos. Paseaba en bici por la orilla del río Guiaba a diario y una vez al mes iba a ver a su madre, nonagenaria, en Belo Horizonte. Sufre demencia senil y Dilma no le ha contado nada de la destitución.
Trabajaba como consejera de una fundación ligada al PT (en Brasil los exmandatarios no cobran pensión pero sí tienen derecho a ocho asistentes y dos coches); daba pocas entrevistas, 40 en su primer año, ninguna de ellas en televisión; y viajaba al extranjero una y otra vez para insistir en las irregularidades de su destitución. La espera hasta que los comicios de 2018 le permitiesen volver.
La oportunidad ha resultado ser un puesto en el Senado por su Minas Gerais natal. “Aquí crecí y aquí tomé conciencia política y social aún en la juventud. Comencé la militancia contra la dictadura militar, a finales de los sesenta”, recuerda. Y aquí el destino ha mostrado su sentido del humor. Rousseff no solo se las tiene que ver de nuevo con Aécio Neves, hoy candidato a diputado. También está Antonio Anastasia, el instructor del impeachment en el Senado (ahora candidato a gobernador): los tres juntos y revueltos en un único Estado, en busca de una nueva vida política. Una que, al menos en su caso, empiece a borrar los traumas desde, precisamente, la última vez que se encontró con estas personas.
“Mi candidatura al Senado tiene como objetivo luchar contra ese golpe de Estado parlamentario, derogar el retroceso del Gobierno de Temer, luchar por la liberación de Lula y por su elección a la presidencia de la República”, promete. “Estoy en política por el derecho del pueblo brasileño a retomar su camino”.