Vladimir Putin y el Torneo de las Sombras de Siria
Rusia consolida su posición en la guerra civil siria, gana terreno para los contratos de la reconstrucción y establece allí dos bases militares con las que aumentará su influencia en Medio Oriente
Gustavo Sierra
Infobae
Rudyard Kipling, en su novela Kim, publicada en 1901, popularizó el término de El Gran Juego para describir la confrontación entre los imperios Británico y Ruso por el control de Asia Central y el Cáucaso, durante el siglo XIX.
En ese entonces, en Moscú le encontraron una denominación más poética: El Torneo de las Sombras. La actual intervención rusa en Siria y sus consecuencias para Medio Oriente aún no adquirió un nombre preciso pero promete tener fuertes repercusiones en el tiempo como la que tuvo esa antigua guerra fría que se dirimió en el desierto afgano.
Rusia está ayudando a Siria a ganar la guerra civil jugando en un complicado tablero con Irán de su lado y Estados Unidos, Arabia Saudita y Turquía del otro. La incógnita que queda por develar es si el régimen de Bashar al Assad finalmente consolida su poder en todo el territorio sirio: ¿Cómo y cuánto tendrá que pagar Siria por el apoyo trascendental de Vladimir Putin?
El ejército sirio recuperó en la última semana una importante porción de territorio en el sur de Siria que aún estaba bajo el control del ISIS y sus aliados. De esta manera, selló una victoria militar en las zonas estratégicas que se levantaron en 2011 contra Bashar al Assad y reestableció su control sobre la frontera con Israel en los Altos del Golán.
El Observatorio Sirio de Derechos Humanos, que monitorea los sucesos de la guerra, informó que las fuerzas leales al régimen sirio habían tomado el control de las últimas ciudades y aldeas en la provincia de Daraa que estaban bajo el control de la milicia de Jaysh Khalid ibn al-Waleed, un afiliado del ISIS apostado en el sector sirio de la cuenca del río Yarmouk, que corre a través de Siria, Jordania e Israel.
Los grupos rebeldes democráticos que iniciaron el levantamiento hace siete años y que controlaron desde entonces la mayor parte de las provincias de Daraa y Quneitra cedieron rápidamente al avance del gobierno después de que las fuerzas occidentales -incluido Estados Unidos, que los habían apoyado desde el comienzo- los abandonaran y no intervinieran para detener la ofensiva del régimen.
La mayoría de los pueblos y ciudades capitularon y aceptaron los llamados "acuerdos de reconciliación" que permiten a los combatientes y civiles rebeldes elegir entre el desplazamiento forzado a los territorios de la oposición en el norte de Siria o la reconciliación con el régimen de Al Assad. La mayoría eligió quedarse e incluso algunos grupos rebeldes se unieron a la ofensiva del régimen contra los extremistas islámicos.
Después de esta estratégica victoria, las fuerzas de Assad lanzaron un bombardeo masivo sobre la cuenca del río Yarmouk, el enclave del Jaysh Khalid ibn al-Waleed, que respondió con un atentado en la vecina provincia de Sweida, en el que murieron casi 250 personas.
Los milicianos del ISIS también secuestraron a veinte mujeres y niñas del área y amenazaron con ejecutarlas si el régimen continuaba con su asalto. Aún no se sabe qué sucedió con ellas.
Mientras avanzaban, las fuerzas de Al Assad se enfrentaron a un ya antiguo problema, el de los Altos del Golán, la meseta capturada y ocupada por Israel en 1967.
El ejército israelí advirtió a las tropas de Damasco que detengan el avance en la zona fronteriza. Y dejó muy en claro que no tolerará que las fuerzas iraníes se apuesten en ese territorio cuando la batalla concluya. Irán, aliado de Al Assad, mantiene tropas y moderno equipamiento militar en territorio sirio. Israel respondió en los últimos años con múltiples ataques aéreos a las bases donde el personal iraní está estacionado. Las tensiones entre Teherán y Tel Aviv alcanzaron su punto máximo en febrero cuando Israel informó que había derribado un avión teledirigido iraní que cruzó su espacio aéreo tras despegar de un aeropuerto sirio. Israel también acusa a Irán de disparar un aluvión de cohetes contra sus posiciones en el Golán.
La guerra civil en Siria
La guerra civil en Siria
Las tropas rusas se mantuvieron aparte de esta confrontación y desde el Kremlin aseguran que se respetarán los intereses israelíes en la región.
Después de la guerra, Teherán quiere institucionalizar su presencia sobre el terreno en Siria, tanto para influir en el futuro de ese país como para mantener un vínculo físico con su principal aliado regional, Hezbollah.
Rusia admite los intereses de Irán sin compartirlos, pero también entiende los de Israel, y busca lograr un equilibrio entre los dos. Moscú espera usar la diáspora rusa en Israel para obtener beneficios económicos, financieros y tecnológicos. Pero no puede ignorar a Irán, una potencia regional y un vecino que también ofrece oportunidades en varias áreas, desde la venta de armas a la energía nuclear. Por lo tanto, en Siria, Rusia buscará negociar un compromiso entre Irán e Israel basado en los intereses legítimos de cada uno. Los aliados chiítas iraníes podrían quedarse en Siria, pero tendrán que mantener su distancia de la frontera israelí.
Israel y Rusia tienen un enemigo en común, el extremismo islámico. Moscú considera que tiene que detener allí en Medio Oriente el avance de esas fuerzas antes de que ataquen en su vasto territorio. Rusia está en la mira de las redes terroristas desde hace mucho tiempo. El derribo del avión ruso en la Península del Sinaí, en territorio de Egipto, es un ejemplo. Pero el país vive bajo otra amenaza más latente, la del terrorismo checheno.
Putin presume de controlar con mano de hierro las avanzadas independentistas en las repúblicas del Caucaso. Pero nunca pudo derrotar definitivamente a los chechenos. Todavía están frescos en la memoria los atentados en el aeropuerto de Domodedovo en 2011 y en la estación de tren de Volgogrado en 2013. Buena parte de la población del Caucaso Norte ruso es musulmana y allí se mezclan las aspiraciones independentistas con una fuerte corriente yihadista. En 2007, los grupos terroristas se organizaron y proclamaron el Emirato del Cáucaso que cuatro años después envió en forma masiva combatientes a Siria. Moscú, así como Europa, teme ahora el retorno de esos milicianos chechenos que combatieron junto al ISIS y Al Qaeda.
La estrategia rusa en Siria es de largo plazo. Mantiene allí dos centros militares imprescindibles para su expansión global. La base aérea de Khmeimim, en la costa mediterránea, fue construida en 2015 por ingenieros rusos. Aunque comparte algunas instalaciones con la Fuerza Aérea de Siria, el acceso a la misma es exclusivo de personal ruso.
Hezbollah
Hezbollah
Moscú acaba de firmar un acuerdo de alquiler de ese enclave por 49 años, prorrogables 25 años más. Y está la antigua base naval de Tartus, una instalación para el mantenimiento de la flota rusa con acceso al Mediterráneo que fue remodelada en los últimos meses para funciones completas de reabastecimiento y mantenimiento, sin necesidad de que los barcos de guerra tengan que regresar a su base en el mar Negro, atravesando los estrechos de Turquía.
Rusia insiste en la unidad territorial de Siria. Moscú adoptó una actitud similar en Irak, donde se negó a apoyar la independencia del Kurdistán iraquí. Sin embargo, en Siria como en Irak, Rusia favorece la autonomía real de los kurdos. Moscú tiene una relación de larga data con las milicias kurdas a las que ayudó militarmente. También trabajó diplomáticamente para equilibrar las relaciones entre los kurdos y sus vecinos árabes, turcos e iraníes, y es el hogar de una pequeña diáspora kurda que facilita los contactos en Asia Central.
Pero Rusia tiene intereses más prosaicos en Siria. Se trata de un socio comercial importante. Al Assad es uno de los principales clientes de la industria rusa de armamento. En 2011, al comienzo del conflicto, Damasco pago 600 millones de dólares a Moscú por aviones cazas y misiles de medio y corto alcance. Las fuerzas armadas sirias dependen totalmente del equipamiento y los asesores rusos para su reestructuración una vez que termine la guerra.
También Siria recibe fuertes inversiones rusas. En el desierto sirio se encuentra una de las mayores reservas de gas del mundo y las empresas rusas ya se garantizaron su explotación a largo plazo. Los empresarios moscovitas también quieren participar de la reconstrucción siria tras la guerra. Saben que desembarcarán allí chinos, japoneses, estadounidenses y europeos para quedarse con los negocios más lucrativos. Por ahora, los rusos corren con una ventaja en esta confrontación por los contratos: tienen una influencia decisiva sobre los funcionarios de Damasco.
"La intervención en Siria hay que verla ahora bajo la lupa de la reciente cumbre Trump-Putin en Helsinki. No se sabe exactamente qué conversaron pero el líder ruso tuvo una gran victoria en lo gestual. Trump admitió, ante la media sonrisa socarrona de Putin, que sus servicios de seguridad eran impotentes y aseguró que no había habido injerencia de hackers rusos en su campaña para llegar a la Casa Blanca, explicó en la BBC Famil Isamilov, editor de noticias del Servicio Ruso de la cadena británica. "Con ese triunfo y la intervención en Siria, Putin abrió un espacio internacional de prestigio para él y para Rusia después de la debacle en la que había caído tras la invasión de Ucrania y la anexión de Crimea. Se plantó como el único líder global que combatió directamente el terrorismo islámico, más allá de que eso no sea del todo cierto".
Todo esto contribuyó a que otros países de Medio Oriente hayan recurriendo a Rusia para asesoría, apoyo y armas. Además de Irán, que es el más fuerte aliado de Putin en la región, altos funcionarios de Libia, Egipto y El Líbano viajaron recientemente a Moscú. También el rey de Jordania estuvo allí en enero para coordinar estrategias en el combate contra el terrorismo. Inclusive Arabia Saudita, el país más cercano a Occidente y enfrentado a Irán y al régimen de Al Assad, entró en conversaciones con Rusia por primera vez en varios años para buscar estabilizar el mercado del petróleo.
En el frente interno, Putin no ha sido tan exitoso. Al menos un 20% de la sociedad rusa se opone abiertamente a la intervención militar en Siria y a los gastos que esto implica. La carga financiera es particularmente onerosa porque la economía de Rusia sigue dependiendo fundamentalmente del petróleo. Y las protestas se profundizaron en las últimas semanas después de que el gobierno anunciara recortes en las pensiones y un aumento en la edad para jubilarse. El éxito del Mundial de Fútbol no logró acallar las quejas y las enormes manifestaciones que se vieron en los últimos días en las principales ciudades rusas.
Pero se sabe que Putin está cubierto de una capa de teflón para estos asuntos. Es el nuevo Zar del Kremlin con un amplio apoyo de los jóvenes, ex comunistas y nacionalistas. Y es improbable que las dificultades internas lo vayan a apartar de su objetivo de sellar su permanencia en Siria y convertir a ese país en el principal punto de apoyo geopolítico y militar de Rusia en Medio Oriente.
Gustavo Sierra
Infobae
Rudyard Kipling, en su novela Kim, publicada en 1901, popularizó el término de El Gran Juego para describir la confrontación entre los imperios Británico y Ruso por el control de Asia Central y el Cáucaso, durante el siglo XIX.
En ese entonces, en Moscú le encontraron una denominación más poética: El Torneo de las Sombras. La actual intervención rusa en Siria y sus consecuencias para Medio Oriente aún no adquirió un nombre preciso pero promete tener fuertes repercusiones en el tiempo como la que tuvo esa antigua guerra fría que se dirimió en el desierto afgano.
Rusia está ayudando a Siria a ganar la guerra civil jugando en un complicado tablero con Irán de su lado y Estados Unidos, Arabia Saudita y Turquía del otro. La incógnita que queda por develar es si el régimen de Bashar al Assad finalmente consolida su poder en todo el territorio sirio: ¿Cómo y cuánto tendrá que pagar Siria por el apoyo trascendental de Vladimir Putin?
El ejército sirio recuperó en la última semana una importante porción de territorio en el sur de Siria que aún estaba bajo el control del ISIS y sus aliados. De esta manera, selló una victoria militar en las zonas estratégicas que se levantaron en 2011 contra Bashar al Assad y reestableció su control sobre la frontera con Israel en los Altos del Golán.
El Observatorio Sirio de Derechos Humanos, que monitorea los sucesos de la guerra, informó que las fuerzas leales al régimen sirio habían tomado el control de las últimas ciudades y aldeas en la provincia de Daraa que estaban bajo el control de la milicia de Jaysh Khalid ibn al-Waleed, un afiliado del ISIS apostado en el sector sirio de la cuenca del río Yarmouk, que corre a través de Siria, Jordania e Israel.
Los grupos rebeldes democráticos que iniciaron el levantamiento hace siete años y que controlaron desde entonces la mayor parte de las provincias de Daraa y Quneitra cedieron rápidamente al avance del gobierno después de que las fuerzas occidentales -incluido Estados Unidos, que los habían apoyado desde el comienzo- los abandonaran y no intervinieran para detener la ofensiva del régimen.
La mayoría de los pueblos y ciudades capitularon y aceptaron los llamados "acuerdos de reconciliación" que permiten a los combatientes y civiles rebeldes elegir entre el desplazamiento forzado a los territorios de la oposición en el norte de Siria o la reconciliación con el régimen de Al Assad. La mayoría eligió quedarse e incluso algunos grupos rebeldes se unieron a la ofensiva del régimen contra los extremistas islámicos.
Después de esta estratégica victoria, las fuerzas de Assad lanzaron un bombardeo masivo sobre la cuenca del río Yarmouk, el enclave del Jaysh Khalid ibn al-Waleed, que respondió con un atentado en la vecina provincia de Sweida, en el que murieron casi 250 personas.
Los milicianos del ISIS también secuestraron a veinte mujeres y niñas del área y amenazaron con ejecutarlas si el régimen continuaba con su asalto. Aún no se sabe qué sucedió con ellas.
Mientras avanzaban, las fuerzas de Al Assad se enfrentaron a un ya antiguo problema, el de los Altos del Golán, la meseta capturada y ocupada por Israel en 1967.
El ejército israelí advirtió a las tropas de Damasco que detengan el avance en la zona fronteriza. Y dejó muy en claro que no tolerará que las fuerzas iraníes se apuesten en ese territorio cuando la batalla concluya. Irán, aliado de Al Assad, mantiene tropas y moderno equipamiento militar en territorio sirio. Israel respondió en los últimos años con múltiples ataques aéreos a las bases donde el personal iraní está estacionado. Las tensiones entre Teherán y Tel Aviv alcanzaron su punto máximo en febrero cuando Israel informó que había derribado un avión teledirigido iraní que cruzó su espacio aéreo tras despegar de un aeropuerto sirio. Israel también acusa a Irán de disparar un aluvión de cohetes contra sus posiciones en el Golán.
La guerra civil en Siria
La guerra civil en Siria
Las tropas rusas se mantuvieron aparte de esta confrontación y desde el Kremlin aseguran que se respetarán los intereses israelíes en la región.
Después de la guerra, Teherán quiere institucionalizar su presencia sobre el terreno en Siria, tanto para influir en el futuro de ese país como para mantener un vínculo físico con su principal aliado regional, Hezbollah.
Rusia admite los intereses de Irán sin compartirlos, pero también entiende los de Israel, y busca lograr un equilibrio entre los dos. Moscú espera usar la diáspora rusa en Israel para obtener beneficios económicos, financieros y tecnológicos. Pero no puede ignorar a Irán, una potencia regional y un vecino que también ofrece oportunidades en varias áreas, desde la venta de armas a la energía nuclear. Por lo tanto, en Siria, Rusia buscará negociar un compromiso entre Irán e Israel basado en los intereses legítimos de cada uno. Los aliados chiítas iraníes podrían quedarse en Siria, pero tendrán que mantener su distancia de la frontera israelí.
Israel y Rusia tienen un enemigo en común, el extremismo islámico. Moscú considera que tiene que detener allí en Medio Oriente el avance de esas fuerzas antes de que ataquen en su vasto territorio. Rusia está en la mira de las redes terroristas desde hace mucho tiempo. El derribo del avión ruso en la Península del Sinaí, en territorio de Egipto, es un ejemplo. Pero el país vive bajo otra amenaza más latente, la del terrorismo checheno.
Putin presume de controlar con mano de hierro las avanzadas independentistas en las repúblicas del Caucaso. Pero nunca pudo derrotar definitivamente a los chechenos. Todavía están frescos en la memoria los atentados en el aeropuerto de Domodedovo en 2011 y en la estación de tren de Volgogrado en 2013. Buena parte de la población del Caucaso Norte ruso es musulmana y allí se mezclan las aspiraciones independentistas con una fuerte corriente yihadista. En 2007, los grupos terroristas se organizaron y proclamaron el Emirato del Cáucaso que cuatro años después envió en forma masiva combatientes a Siria. Moscú, así como Europa, teme ahora el retorno de esos milicianos chechenos que combatieron junto al ISIS y Al Qaeda.
La estrategia rusa en Siria es de largo plazo. Mantiene allí dos centros militares imprescindibles para su expansión global. La base aérea de Khmeimim, en la costa mediterránea, fue construida en 2015 por ingenieros rusos. Aunque comparte algunas instalaciones con la Fuerza Aérea de Siria, el acceso a la misma es exclusivo de personal ruso.
Hezbollah
Hezbollah
Moscú acaba de firmar un acuerdo de alquiler de ese enclave por 49 años, prorrogables 25 años más. Y está la antigua base naval de Tartus, una instalación para el mantenimiento de la flota rusa con acceso al Mediterráneo que fue remodelada en los últimos meses para funciones completas de reabastecimiento y mantenimiento, sin necesidad de que los barcos de guerra tengan que regresar a su base en el mar Negro, atravesando los estrechos de Turquía.
Rusia insiste en la unidad territorial de Siria. Moscú adoptó una actitud similar en Irak, donde se negó a apoyar la independencia del Kurdistán iraquí. Sin embargo, en Siria como en Irak, Rusia favorece la autonomía real de los kurdos. Moscú tiene una relación de larga data con las milicias kurdas a las que ayudó militarmente. También trabajó diplomáticamente para equilibrar las relaciones entre los kurdos y sus vecinos árabes, turcos e iraníes, y es el hogar de una pequeña diáspora kurda que facilita los contactos en Asia Central.
Pero Rusia tiene intereses más prosaicos en Siria. Se trata de un socio comercial importante. Al Assad es uno de los principales clientes de la industria rusa de armamento. En 2011, al comienzo del conflicto, Damasco pago 600 millones de dólares a Moscú por aviones cazas y misiles de medio y corto alcance. Las fuerzas armadas sirias dependen totalmente del equipamiento y los asesores rusos para su reestructuración una vez que termine la guerra.
También Siria recibe fuertes inversiones rusas. En el desierto sirio se encuentra una de las mayores reservas de gas del mundo y las empresas rusas ya se garantizaron su explotación a largo plazo. Los empresarios moscovitas también quieren participar de la reconstrucción siria tras la guerra. Saben que desembarcarán allí chinos, japoneses, estadounidenses y europeos para quedarse con los negocios más lucrativos. Por ahora, los rusos corren con una ventaja en esta confrontación por los contratos: tienen una influencia decisiva sobre los funcionarios de Damasco.
"La intervención en Siria hay que verla ahora bajo la lupa de la reciente cumbre Trump-Putin en Helsinki. No se sabe exactamente qué conversaron pero el líder ruso tuvo una gran victoria en lo gestual. Trump admitió, ante la media sonrisa socarrona de Putin, que sus servicios de seguridad eran impotentes y aseguró que no había habido injerencia de hackers rusos en su campaña para llegar a la Casa Blanca, explicó en la BBC Famil Isamilov, editor de noticias del Servicio Ruso de la cadena británica. "Con ese triunfo y la intervención en Siria, Putin abrió un espacio internacional de prestigio para él y para Rusia después de la debacle en la que había caído tras la invasión de Ucrania y la anexión de Crimea. Se plantó como el único líder global que combatió directamente el terrorismo islámico, más allá de que eso no sea del todo cierto".
Todo esto contribuyó a que otros países de Medio Oriente hayan recurriendo a Rusia para asesoría, apoyo y armas. Además de Irán, que es el más fuerte aliado de Putin en la región, altos funcionarios de Libia, Egipto y El Líbano viajaron recientemente a Moscú. También el rey de Jordania estuvo allí en enero para coordinar estrategias en el combate contra el terrorismo. Inclusive Arabia Saudita, el país más cercano a Occidente y enfrentado a Irán y al régimen de Al Assad, entró en conversaciones con Rusia por primera vez en varios años para buscar estabilizar el mercado del petróleo.
En el frente interno, Putin no ha sido tan exitoso. Al menos un 20% de la sociedad rusa se opone abiertamente a la intervención militar en Siria y a los gastos que esto implica. La carga financiera es particularmente onerosa porque la economía de Rusia sigue dependiendo fundamentalmente del petróleo. Y las protestas se profundizaron en las últimas semanas después de que el gobierno anunciara recortes en las pensiones y un aumento en la edad para jubilarse. El éxito del Mundial de Fútbol no logró acallar las quejas y las enormes manifestaciones que se vieron en los últimos días en las principales ciudades rusas.
Pero se sabe que Putin está cubierto de una capa de teflón para estos asuntos. Es el nuevo Zar del Kremlin con un amplio apoyo de los jóvenes, ex comunistas y nacionalistas. Y es improbable que las dificultades internas lo vayan a apartar de su objetivo de sellar su permanencia en Siria y convertir a ese país en el principal punto de apoyo geopolítico y militar de Rusia en Medio Oriente.