May defiende su Brexit ante la rebelión interna y el escepticismo de la UE
Los euroescépticos preparan una campaña de presión para exigir que se cumpla el resultado del referéndum
Rafa de Miguel
El País
Theresa May, la hija de un vicario anglicano silenciosa, metódica, reservada y carente de imaginación, tiene dos meses por delante para pasar a la historia o para hundir del todo una carrera política por la que nadie, excepto ella misma y un puñado de fieles, apuesta ya. La primera ministra británica desveló en julio, tras dos años de dudas y secretismo, la propuesta de negociación para facilitar una salida ordenada de la Unión Europea, fijada ya la fecha para el próximo 29 de marzo. Apostaba por lograr la complicidad de Bruselas y la comprensión de los ingleses, y que su documento fuera aceptado como punto de partida para evitar una ruptura abrupta que según todas las previsiones iba a provocar el caos económico y administrativo.
El Gobierno del Reino Unido apenas tiene hasta finales de octubre para cerrar un acuerdo de transición que permita una salida ordenada de la UE, porque debe dejar margen al parlamento británico y al europeo para aprobarlo antes de que concluya marzo.
May ha perdido ya la ventaja de la sorpresa y debe hacer frente a la vez a tres batallas complicadas. El sector euroescéptico de su partido; el exlíder del partido nacionalista UKIP, Nigel Farage, y las asociaciones civiles más antieuropeas han desenterrado el hacha de guerra y se muestran dispuestas a movilizar a sus bases para boicotear el plan de May.
“Durante meses hemos escuchado que los votantes que respaldaron la salida del Reino Unido de la Unión Europea no sabían lo que habían votado. De ese modo sugerían que se trataba de votantes estúpidos y que debían aceptar el criterio de sus superiores”, escribía este sábado Farage en el conservador The Daily Telegraph. “Ya nos hemos cansado de sus engaños, mentiras y traiciones. Ha llegado el momento de darles una lección, una que no olviden jamás”. Farage, que se refiere en su artículo a May como “Theresa la Apaciguadora”, en un remedo del término que Churchill utilizó para referirse a Chamberlain cuando pretendió negociar la paz con Hitler, expresa su respaldo a la iniciativa puesta en marcha por el movimiento Leave Means Leave (Salir significa salir), impulsado por los empresarios Richard Tice y John Longworth. Son dos acérrimos antieuropeos que, con una retórica bélica —“Estamos luchando una nueva batalla en defensa de Gran Bretaña”— tienen intención de inundar de publicidad los medios del Reino Unido durante las próximas semanas en contra del plan de May y convocar actos de protesta. Todo bajo la tácita aprobación de los sectores más euroescépticos del Partido Conservador, que luchan su propia batalla por debilitar a la primera ministra y provocar su caída.
Desde que el rebelde Boris Johnson abandonó el Ministerio de Asuntos Exteriores en protesta por la aprobación del Gobierno May del plan de salida de la UE, junto al entonces ministro del Brexit, David Davis, no han hecho más que defender como la solución más honorable una ruptura drástica sin ningún tipo de negociación. Cualquier cesión es entendida por este sector como un acto de vasallaje, a pesar de los catastrofistas augurios que desde el sector empresarial, el mundo de las finanzas o el propio Banco de Inglaterra se han expresado en las últimas semanas ante la perspectiva de un abandono a las bravas de la UE. El actual titular de Exteriores, tras la renuncia de Johnson, Jeremy Hunt, se pronunciaba el pasado jueves en la cadena de televisión ITV en contra de la posibilidad de un Brexit no negociado: “Sería un error estratégico que lamentaríamos durante generaciones”, dijo Hunt. Inmediatamente le llovió una cascada de críticas del sector euroescéptico del partido, hasta el punto de que tuvo que matizar que, cuando hablaba de error, se refería a los negociadores de Bruselas. Así están las cosas.
La revuelta interna de su partido es un quebradero de cabeza para la primera ministra, pero no es el único. May dirige en estos momentos un circo de tres pistas. La opinión pública británica se mueve entre el hastío, la indiferencia o la indignación —esta última especialmente entre los que siguen defendiendo el Brexit a machamartillo— ante las componendas de última hora del Gobierno. Para intentar convencer a los ciudadanos de que cualquier negociación es buena frente a una salida caótica, se han preparado una serie de más de 80 “notas técnicas”, con la intención de ir publicándolas a plazos, en las que se detallan las consecuencias prácticas de un abandono no pactado de la UE. El medio digital Buzzfeed ha publicado la filtración de parte de su contenido y anticipa un caos con cierta sensación de globo sonda: los ingleses ya no podrán viajar con sus mascotas fuera de Reino Unido, sus carnés de conducir se volverán inútiles o las colas de los camiones en los puertos de entrada serán kilométricas, por ejemplo.
Revuelta en el partido, descontento en la calle y escepticismo de Bruselas, que sigue viendo en el plan propuesto por May un menú a la carta para favorecer competitivamente al Reino Unido, aunque las primeras señales ante la propuesta han sido contenidas. Nadie quiere ser el responsable de descarrilar un inicio de negociación que puede ser la única vía para evitar un caos mayor.
Rafa de Miguel
El País
Theresa May, la hija de un vicario anglicano silenciosa, metódica, reservada y carente de imaginación, tiene dos meses por delante para pasar a la historia o para hundir del todo una carrera política por la que nadie, excepto ella misma y un puñado de fieles, apuesta ya. La primera ministra británica desveló en julio, tras dos años de dudas y secretismo, la propuesta de negociación para facilitar una salida ordenada de la Unión Europea, fijada ya la fecha para el próximo 29 de marzo. Apostaba por lograr la complicidad de Bruselas y la comprensión de los ingleses, y que su documento fuera aceptado como punto de partida para evitar una ruptura abrupta que según todas las previsiones iba a provocar el caos económico y administrativo.
El Gobierno del Reino Unido apenas tiene hasta finales de octubre para cerrar un acuerdo de transición que permita una salida ordenada de la UE, porque debe dejar margen al parlamento británico y al europeo para aprobarlo antes de que concluya marzo.
May ha perdido ya la ventaja de la sorpresa y debe hacer frente a la vez a tres batallas complicadas. El sector euroescéptico de su partido; el exlíder del partido nacionalista UKIP, Nigel Farage, y las asociaciones civiles más antieuropeas han desenterrado el hacha de guerra y se muestran dispuestas a movilizar a sus bases para boicotear el plan de May.
“Durante meses hemos escuchado que los votantes que respaldaron la salida del Reino Unido de la Unión Europea no sabían lo que habían votado. De ese modo sugerían que se trataba de votantes estúpidos y que debían aceptar el criterio de sus superiores”, escribía este sábado Farage en el conservador The Daily Telegraph. “Ya nos hemos cansado de sus engaños, mentiras y traiciones. Ha llegado el momento de darles una lección, una que no olviden jamás”. Farage, que se refiere en su artículo a May como “Theresa la Apaciguadora”, en un remedo del término que Churchill utilizó para referirse a Chamberlain cuando pretendió negociar la paz con Hitler, expresa su respaldo a la iniciativa puesta en marcha por el movimiento Leave Means Leave (Salir significa salir), impulsado por los empresarios Richard Tice y John Longworth. Son dos acérrimos antieuropeos que, con una retórica bélica —“Estamos luchando una nueva batalla en defensa de Gran Bretaña”— tienen intención de inundar de publicidad los medios del Reino Unido durante las próximas semanas en contra del plan de May y convocar actos de protesta. Todo bajo la tácita aprobación de los sectores más euroescépticos del Partido Conservador, que luchan su propia batalla por debilitar a la primera ministra y provocar su caída.
Desde que el rebelde Boris Johnson abandonó el Ministerio de Asuntos Exteriores en protesta por la aprobación del Gobierno May del plan de salida de la UE, junto al entonces ministro del Brexit, David Davis, no han hecho más que defender como la solución más honorable una ruptura drástica sin ningún tipo de negociación. Cualquier cesión es entendida por este sector como un acto de vasallaje, a pesar de los catastrofistas augurios que desde el sector empresarial, el mundo de las finanzas o el propio Banco de Inglaterra se han expresado en las últimas semanas ante la perspectiva de un abandono a las bravas de la UE. El actual titular de Exteriores, tras la renuncia de Johnson, Jeremy Hunt, se pronunciaba el pasado jueves en la cadena de televisión ITV en contra de la posibilidad de un Brexit no negociado: “Sería un error estratégico que lamentaríamos durante generaciones”, dijo Hunt. Inmediatamente le llovió una cascada de críticas del sector euroescéptico del partido, hasta el punto de que tuvo que matizar que, cuando hablaba de error, se refería a los negociadores de Bruselas. Así están las cosas.
La revuelta interna de su partido es un quebradero de cabeza para la primera ministra, pero no es el único. May dirige en estos momentos un circo de tres pistas. La opinión pública británica se mueve entre el hastío, la indiferencia o la indignación —esta última especialmente entre los que siguen defendiendo el Brexit a machamartillo— ante las componendas de última hora del Gobierno. Para intentar convencer a los ciudadanos de que cualquier negociación es buena frente a una salida caótica, se han preparado una serie de más de 80 “notas técnicas”, con la intención de ir publicándolas a plazos, en las que se detallan las consecuencias prácticas de un abandono no pactado de la UE. El medio digital Buzzfeed ha publicado la filtración de parte de su contenido y anticipa un caos con cierta sensación de globo sonda: los ingleses ya no podrán viajar con sus mascotas fuera de Reino Unido, sus carnés de conducir se volverán inútiles o las colas de los camiones en los puertos de entrada serán kilométricas, por ejemplo.
Revuelta en el partido, descontento en la calle y escepticismo de Bruselas, que sigue viendo en el plan propuesto por May un menú a la carta para favorecer competitivamente al Reino Unido, aunque las primeras señales ante la propuesta han sido contenidas. Nadie quiere ser el responsable de descarrilar un inicio de negociación que puede ser la única vía para evitar un caos mayor.