Los secretos de John F. Kennedy, Gianni Agnelli y Frank Sinatra según Madame Claude, la proxeneta de la élite
Un libro sobre los ricos, las estrellas, los políticos y los mafiosos que usaron los servicios de la creadora del concepto de call girl, cuyo nombre real era Fernande Grudel, en Francia y en los Estados Unidos
Infobae
"Probablemente fue la mujer artífice de su éxito más notable de Francia desde Coco Chanel", la describió William Stadiem, autor de su biografía. "Salió de la nada y creó un negocio. Básicamente, inventó la call girl. Fue la Steve Jobs del sexo". Había crecido en la ciudad de Anger, hija de un pequeño comerciante de la estación de trenes; había llegado a París en la década de 1950 y ejercido la prostitución.
Hasta que, en 1957, con el seudónimo de Madame Claude, comenzó a administrar el trabajo de otras prostitutas en el que sería el burdel de lujo más exclusivo del mundo.
"Madame Claude pensó: '¿Por qué saldría alguien a la calle a buscar chicas si puede llamarme simplemente?'", dijo a Fox News el autor de Madame Claude: Her Secret World of Pleasure, Privilege & Power (Madame Claude: su mundo secreto de placer, privilegio y poder).
"Fue la pionera del concepto de call girl y se volvió muy, muy rica en el proceso", sintetizó el periodista de Vanity Fair, autor también de Marilyn Monroe Confidential, Mister S, una reconstrucción de los días de gloria de Frank Sinatra, y Moneywood, una crónica sobre el dinero en Hollywood en la década de 1980.
"Si un poderoso empresario llegaba a la ciudad y se sentía solo en su hotel, podía llamar al concierge, y esa persona llamaría a Madame Claude. Entonces ella organizaría un encuentro", relató. Fue el caso del presidente John Fitzerald Kennedy, quien según la proxeneta quería estar con una prostituta muy parecida a su esposa, pero con una dimensión sexual más evidente.
"Rothschild, Mountbatten, Agnelli, Ford, Onassis, Pahlavi, Salud, Sinatra, Brando": esos apellidos, enumeró en su libro, se destacaron entre la clientela de su biografiada. "También enviaba por avión, a todo el mundo, a sus chicas, para que se vieran con los ricos y famosos. Se volvió conocida como la experiencia francesa definitiva en romance de lujo", agregó el autor.
En sus años de estudiante en París, Stadiem había escuchado hablar de ella. "Era tan francesa como la Torre Eiffel. Una cita con una 'chica de Claude', como se las conocía, era uno de los pináculos de la experiencia parisina, como quedarse en el Ritz o comer en Maxim's o usar un traje de Lanvin", escribió.
Los cisnes —como las llamaba la mujer, cuyo nombre verdadero era Fernande Grudet— eran muy distintas de otras prostitutas de su lugar y su época. Eran muy altas, muy delgadas y muy glamorosas, como supermodelos; tenían una educación que les permitía pasar por hijas de la clase alta. Los dientes, la piel y el pelo debían ser perfectos; se dice que en algunas ocasiones exigió que sus empleadas —llegaron a ser 400— se sometieran a cirugías plásticas. Eran sus objetos: sus mercancías.
"¿Empoderamiento o explotación? Esa es la cuestión", escribió Stadiem. "Ninguna de las mujeres con las cuales hablé para este libro entre las que trabajaron para Madame Claude manifestó que hubiera sido explotada". Citó entonces un diálogo que tuvo con su cardiólogo sobre la "paradoja francesa": por qué los franceses comen grasas, harinas y azúcares y no engordan como los estadounidenses. "No ves a los que murieron", le dijo el médico.
Ninguna se expresó contra ella, ninguna tampoco fue a su funeral. Cuando Madame Claude murió, la despidieron cinco peluqueros. Tampoco asistió su hija.
"Si la medida del poder de una persona es la magnitud y la amplitud de los secretos que guarda, entonces Madame Claude era sin dudas una de las personas más poderosas del mundo en 1981, cuando la conocí en Los Angeles", narró Stadiem.
"Entre 1957 y 1977 Madame Claude había sido la oficiosa Dama de la República de los regímenes de la vieja guardia, los gobiernos de Charles de Gaulle y su sucesor, Georges Pompidou; la encargada de satisfacer los caprichos sexuales de mandatarios, miembros de la realeza, magnates y estrellas del mundo. Su conexión con Hollywood y su colección de clientes célebres habían hecho que se mudara a la Costa Oeste. A pesar del lisonjeo de Beverly Hills, del sol y de las estrellas, sus leales estrellas, cuando conocí a la elegante Reina del Sexo francesa, parecía desanimada por su exilio como Napoleón en Santa Helena".
Grudet había dejado Francia en 1977 acusada de haber evadido impuestos por millones de dólares de ingresos no declarados. En plena campaña contra la prostitución de Giscard d'Estaing, denunció una caza de brujas política e hizo las maletas. Era ya una leyenda: una película de Just Jaeckin, The French Woman, reconstruyó su historia ese año.
"Claude detestaba la palabra con p", apuntó el biógrafo. "Sostenía con vehemencia que que su famosa clientela no pagaba por sexo: pagaba por una experiencia, un espectáculo. Claude no participaba del negocio sórdido de poner cuerpos en camas. El suyo era el negocio exclusivo de volver realidad los sueños de los soñadores más grandes del mundo".
En Beverly Hills, cerca de la fábrica de sueños de Hollywood, recibió al periodista durante meses y le fue contando algunos secretos de sus clientes, es decir de los grandes nombres del mundo. Stadiem quiso convencerla de que hiciera un libro "sobre esos nombres y sobre esas vidas, y también sobre las vidas de las Cenicientas para las cuales ella representó el papel del Hada Madrina más extravagante que haya existido jamás".
Luego de varios meses de hablar con ella, de sentirla casi su amiga, Stadiem se encontró con una sorpresa: "Sin advertencia previa, Madame Claude hizo lo que se conoce como una salida a la francesa: desapareció sin dejar rastros y sin despedirse".
El perfil alto de Grudet en Hollywood había llamado la atención de las autoridades impositivas de Francia y las inmigratorias de los Estados Unidos. Se retiró a un rancho ganadero en el sur del Pacífico. Y en 1985, con François Mitterrand en el poder, regresó a Francia, a su granja ovina. Fue un error: la detuvieron y la llevaron a prisión, no una sino dos veces. Por fin se retiró en la riviera. "Nunca pude volver a conectarme con ella —escribió el biógrafo—. "Murió en Niza en 2015. Tenía 92 años. Lo había visto todo, lo había hecho todo".
Se quedó, no obstante, con una enorme cantidad de historias, que volcó en esta publicación reciente. A Kennedy "le encantaban las mujeres, le costaba mucho que no le encantaran", le dijo Madame Claude, por ejemplo. Y Sinatra no era un seductor, no jugaba al romance: "La mayoría de los hombres querían una relación con las chicas, y las tenían. Frank tenía trabajo, él cantaba y eso siempre llegaba primero".
El cliente más difícil que tuvo, según la biografía, fue Marlon Brando. "Siempre le gustaron las mujeres muy exóticas. Por eso se mudó a Tahiti", dijo Stadiem a Fox. "Y el sexo no le interesaba demasiado. Le gustaba hablarles a las chicas sobre las desigualdades del mundo. Esa era su idea de seducción: convencerlas de todas las cosas del mundo que estaban mal y que había que arreglar. Tenían que estar abiertas al cambio y ser muy liberales".
Madame Claude fue una persona temeraria, según su biógrafo. "Combinaba la cortesía de una dama de la avenida Foch con la sangre fría de un capo de la Mafia. Claude conocía exactamente la debilidad de la carne masculina. Había satisfecho la carne de gobernantes, déspotas, dictadores, traficantes de armas, dueños de un poder inmenso y letal".
Y, sobre todo, fue una contradicción andante. "La atraía la aristocracia del viejo mundo y a la vez la enganchaba la mafia", cerró Stadiem su epílogo. "Su genio fue la capacidad de jugar en ambos escenarios. Podía ser una snob tremenda, una elitista insufrible, pero esos son rasgos de carácter típicamente franceses, una herencia de los tiempos de María Antonieta. Los defectos de Madame Claude se pueden rastrear en el hecho de que haya sido una niña pobre en una aristocracia que luchaba por convertirse en una democracia".
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"Probablemente fue la mujer artífice de su éxito más notable de Francia desde Coco Chanel", la describió William Stadiem, autor de su biografía. "Salió de la nada y creó un negocio. Básicamente, inventó la call girl. Fue la Steve Jobs del sexo". Había crecido en la ciudad de Anger, hija de un pequeño comerciante de la estación de trenes; había llegado a París en la década de 1950 y ejercido la prostitución.
Hasta que, en 1957, con el seudónimo de Madame Claude, comenzó a administrar el trabajo de otras prostitutas en el que sería el burdel de lujo más exclusivo del mundo.
"Madame Claude pensó: '¿Por qué saldría alguien a la calle a buscar chicas si puede llamarme simplemente?'", dijo a Fox News el autor de Madame Claude: Her Secret World of Pleasure, Privilege & Power (Madame Claude: su mundo secreto de placer, privilegio y poder).
"Fue la pionera del concepto de call girl y se volvió muy, muy rica en el proceso", sintetizó el periodista de Vanity Fair, autor también de Marilyn Monroe Confidential, Mister S, una reconstrucción de los días de gloria de Frank Sinatra, y Moneywood, una crónica sobre el dinero en Hollywood en la década de 1980.
"Si un poderoso empresario llegaba a la ciudad y se sentía solo en su hotel, podía llamar al concierge, y esa persona llamaría a Madame Claude. Entonces ella organizaría un encuentro", relató. Fue el caso del presidente John Fitzerald Kennedy, quien según la proxeneta quería estar con una prostituta muy parecida a su esposa, pero con una dimensión sexual más evidente.
"Rothschild, Mountbatten, Agnelli, Ford, Onassis, Pahlavi, Salud, Sinatra, Brando": esos apellidos, enumeró en su libro, se destacaron entre la clientela de su biografiada. "También enviaba por avión, a todo el mundo, a sus chicas, para que se vieran con los ricos y famosos. Se volvió conocida como la experiencia francesa definitiva en romance de lujo", agregó el autor.
En sus años de estudiante en París, Stadiem había escuchado hablar de ella. "Era tan francesa como la Torre Eiffel. Una cita con una 'chica de Claude', como se las conocía, era uno de los pináculos de la experiencia parisina, como quedarse en el Ritz o comer en Maxim's o usar un traje de Lanvin", escribió.
Los cisnes —como las llamaba la mujer, cuyo nombre verdadero era Fernande Grudet— eran muy distintas de otras prostitutas de su lugar y su época. Eran muy altas, muy delgadas y muy glamorosas, como supermodelos; tenían una educación que les permitía pasar por hijas de la clase alta. Los dientes, la piel y el pelo debían ser perfectos; se dice que en algunas ocasiones exigió que sus empleadas —llegaron a ser 400— se sometieran a cirugías plásticas. Eran sus objetos: sus mercancías.
"¿Empoderamiento o explotación? Esa es la cuestión", escribió Stadiem. "Ninguna de las mujeres con las cuales hablé para este libro entre las que trabajaron para Madame Claude manifestó que hubiera sido explotada". Citó entonces un diálogo que tuvo con su cardiólogo sobre la "paradoja francesa": por qué los franceses comen grasas, harinas y azúcares y no engordan como los estadounidenses. "No ves a los que murieron", le dijo el médico.
Ninguna se expresó contra ella, ninguna tampoco fue a su funeral. Cuando Madame Claude murió, la despidieron cinco peluqueros. Tampoco asistió su hija.
"Si la medida del poder de una persona es la magnitud y la amplitud de los secretos que guarda, entonces Madame Claude era sin dudas una de las personas más poderosas del mundo en 1981, cuando la conocí en Los Angeles", narró Stadiem.
"Entre 1957 y 1977 Madame Claude había sido la oficiosa Dama de la República de los regímenes de la vieja guardia, los gobiernos de Charles de Gaulle y su sucesor, Georges Pompidou; la encargada de satisfacer los caprichos sexuales de mandatarios, miembros de la realeza, magnates y estrellas del mundo. Su conexión con Hollywood y su colección de clientes célebres habían hecho que se mudara a la Costa Oeste. A pesar del lisonjeo de Beverly Hills, del sol y de las estrellas, sus leales estrellas, cuando conocí a la elegante Reina del Sexo francesa, parecía desanimada por su exilio como Napoleón en Santa Helena".
Grudet había dejado Francia en 1977 acusada de haber evadido impuestos por millones de dólares de ingresos no declarados. En plena campaña contra la prostitución de Giscard d'Estaing, denunció una caza de brujas política e hizo las maletas. Era ya una leyenda: una película de Just Jaeckin, The French Woman, reconstruyó su historia ese año.
"Claude detestaba la palabra con p", apuntó el biógrafo. "Sostenía con vehemencia que que su famosa clientela no pagaba por sexo: pagaba por una experiencia, un espectáculo. Claude no participaba del negocio sórdido de poner cuerpos en camas. El suyo era el negocio exclusivo de volver realidad los sueños de los soñadores más grandes del mundo".
En Beverly Hills, cerca de la fábrica de sueños de Hollywood, recibió al periodista durante meses y le fue contando algunos secretos de sus clientes, es decir de los grandes nombres del mundo. Stadiem quiso convencerla de que hiciera un libro "sobre esos nombres y sobre esas vidas, y también sobre las vidas de las Cenicientas para las cuales ella representó el papel del Hada Madrina más extravagante que haya existido jamás".
Luego de varios meses de hablar con ella, de sentirla casi su amiga, Stadiem se encontró con una sorpresa: "Sin advertencia previa, Madame Claude hizo lo que se conoce como una salida a la francesa: desapareció sin dejar rastros y sin despedirse".
El perfil alto de Grudet en Hollywood había llamado la atención de las autoridades impositivas de Francia y las inmigratorias de los Estados Unidos. Se retiró a un rancho ganadero en el sur del Pacífico. Y en 1985, con François Mitterrand en el poder, regresó a Francia, a su granja ovina. Fue un error: la detuvieron y la llevaron a prisión, no una sino dos veces. Por fin se retiró en la riviera. "Nunca pude volver a conectarme con ella —escribió el biógrafo—. "Murió en Niza en 2015. Tenía 92 años. Lo había visto todo, lo había hecho todo".
Se quedó, no obstante, con una enorme cantidad de historias, que volcó en esta publicación reciente. A Kennedy "le encantaban las mujeres, le costaba mucho que no le encantaran", le dijo Madame Claude, por ejemplo. Y Sinatra no era un seductor, no jugaba al romance: "La mayoría de los hombres querían una relación con las chicas, y las tenían. Frank tenía trabajo, él cantaba y eso siempre llegaba primero".
El cliente más difícil que tuvo, según la biografía, fue Marlon Brando. "Siempre le gustaron las mujeres muy exóticas. Por eso se mudó a Tahiti", dijo Stadiem a Fox. "Y el sexo no le interesaba demasiado. Le gustaba hablarles a las chicas sobre las desigualdades del mundo. Esa era su idea de seducción: convencerlas de todas las cosas del mundo que estaban mal y que había que arreglar. Tenían que estar abiertas al cambio y ser muy liberales".
Madame Claude fue una persona temeraria, según su biógrafo. "Combinaba la cortesía de una dama de la avenida Foch con la sangre fría de un capo de la Mafia. Claude conocía exactamente la debilidad de la carne masculina. Había satisfecho la carne de gobernantes, déspotas, dictadores, traficantes de armas, dueños de un poder inmenso y letal".
Y, sobre todo, fue una contradicción andante. "La atraía la aristocracia del viejo mundo y a la vez la enganchaba la mafia", cerró Stadiem su epílogo. "Su genio fue la capacidad de jugar en ambos escenarios. Podía ser una snob tremenda, una elitista insufrible, pero esos son rasgos de carácter típicamente franceses, una herencia de los tiempos de María Antonieta. Los defectos de Madame Claude se pueden rastrear en el hecho de que haya sido una niña pobre en una aristocracia que luchaba por convertirse en una democracia".