Los afectados por los incendios en Grecia: “Nadie nos avisó de nada”
Dos días después del incendio que ha dejado 81 muertos en Grecia, los damnificados denuncian la falta de previsión y respuesta de las autoridades
María Antonia Sánchez-Vallejo (Enviada Especial)
Mati, El País
Encontrar en la arena de la playa un manto de ascuas diminutas. Temer utilizar la manguera en un edificio calcinado para no diluir los restos humanos que puedan yacer bajo el amasijo de escombros. Tomar el sol en la piscina de un hotel de lujo, copa en mano, mientras alrededor ruge el rotor de los helicópteros y echan el bofe los bomberos, extenuados pero enteros. El panorama que este miércoles ofrecía Mati (Grecia), epicentro del trágico incendio que el pasado lunes segó decenas de vidas (81, según el último recuento oficial) era una mezcla de extrañas impresiones: ver el paisaje convertido en un apunte al carboncillo mientras la vida —el afán de supervivencia, la imperiosa vuelta a la rutina— prosigue. Un cielo plomizo y gris, a tono con la tragedia, se fundía con el asfalto casi líquido de algunas calles, como una orla de luto.
Los pocos hoteles abiertos en Mati, una localidad balnearia a una treintena de kilómetros al noroeste de Atenas que hasta el lunes era también un paraíso de colonias infantiles, sorteaban este miércoles los estragos del fuego con generadores y bombas de agua y acomodaban las reservas de turistas extranjeros y al tropel de periodistas llegados al lugar. En las casas engullidas por las llamas, en una ceremonia de duelo todo lo privada que permite la presencia de decenas de cámaras de televisión, los habitantes del lugar se enfrentaban a los daños. “Trabajé durante toda mi vida para construir esta casa para mi hija, y ahora ya no queda casa, y mi hija, de 55 años, y mi nieto de 18 están en el hospital con quemaduras”, explicaba a la puerta de su casa, o lo que queda de ella —el piso superior se desplomó sobre el bajo—, Vasilis Alexiu, un jubilado de banca que da gracias al cielo por contarlo. Su esposa lloraba inconsolablemente al lado.
Su queja era el miércoles un lamento generalizado entre los damnificados: “Nadie nos avisó de nada. Es verdad que el fuego lo devoró todo muy rápido, en apenas cinco minutos nos pasó por encima, por eso mi hija y mi nieto salieron de estampida en el coche. Llegaron a la playa, pero el fuego lo había hecho antes y se quemaron los pies al pisar la arena, que estaba llena de ascuas que caían de los árboles. Volvieron al coche y, tras muchos esfuerzos, los encontré aquí al lado y me los llevé al hospital”.
Como otros muchos vecinos, Alexiu deplora la aparente ausencia de un plan organizado de evacuación y cómo el sálvese quien pueda se impuso el lunes, con el trágico resultado conocido. Dos bomberos amparados en el anonimato abundan en esa queja. “Desviaron el tráfico rodado hacia el mar, cuando el frente de fuego se dirigía precisamente hacia allí desde la montaña, con vientos que alcanzaron ráfagas de entre 100 y 120 kilómetros por hora, así que los coches se vieron en un callejón sin salida. Algunas víctimas murieron encerradas en los vehículos”.
Sobre la búsqueda de desaparecidos, que continúa, los bomberos estiman que la mayoría, “sobre todo personas mayores, residentes permanentes [en la zona]”, estará dentro de las casas, “que alcanzaron una temperatura de 80-90 grados centígrados”. “Buscamos con mucho cuidado. No podemos utilizar las mangueras para sofocar posibles rescoldos porque la presión del agua diluiría cualquier resto humano carbonizado. Así que irán apareciendo en los próximos días”, asumen —o esperan— con resignación. Un equipo de buzos de la Guardia Costera griega rastreaba el fondo marino a una quincena de metros de la orilla, por si encontraban a alguno de los desaparecidos, “entre 37 y 40”, según los bomberos; casi un centenar para otras fuentes. Poco después de la charla, hallaban el cadáver de una anciana de 88 años, que se había refugiado en la bañera de su casa.
También los bomberos lamentaban que la respuesta de las autoridades se viera sobrepasada por la velocidad del fuego. “Nosotros dimos un primer aviso, pero correspondía al Ejército [hay varios acuartelamientos en la zona] o a la policía dirigir la evacuación. Cuando quisieron hacerlo ya era tarde”. Lo cierto es que el único mensaje de las autoridades en la noche del lunes —pocas horas después de que se declarara el incendio— fue precisamente ese, abandonar las casas con lo puesto. Pero la naturaleza llevaba la voz cantante. “¿Cree usted que rodarán cabezas? Como en su país, seguro que ninguna…”, se preguntaba retóricamente uno de los bomberos sobre la asunción de responsabilidades. La fiscal del Tribunal Supremo griego ha ordenado una investigación, ante los indicios de una inadecuada respuesta oficial, o incluso sobre la inexistencia de un plan actualizado de evacuación. La proliferación de construcciones ilegales, no censadas, sobre todo a la orilla del mar, se baraja como otro factor en detrimento de una intervención eficaz y ordenada.
A Klelia Avatangelou, periodista en la treintena, la policía la desalojó de su casa —un chalé polifamiliar, típico griego, de padres, hijos y hermanos— la tarde del lunes. Con su hija de dos años y medio, “enferma de los pulmones”, fue llevada a la playa, donde perdió de vista a su marido durante 40 agónicos minutos y la niña se vio obligada a tragar “un aire irrespirable, puro humo denso”. Al final, fueron evacuados por mar hasta el puerto de Rafina.
“La casa podremos recuperarla con esfuerzo y tiempo. Pero nadie podrá recuperar jamás tantas vidas perdidas por la falta de previsión. No entendemos cómo ha pasado esto: hay bases del Ejército a dos pasos y podrían haber dado la voz de aviso, una señal de alarma… Es verdad que el fuego se abatió como un tornado, y que no se puede culpar a nadie de ello, pero tal vez pudo haberse prevenido en parte, ya que los incendios son una realidad recurrente en este país en verano”. El impotente por qué de las desgracias resonaba este miércoles con más fuerza si cabe entre las ruinas de un pueblo que, como dijo su alcalde pedáneo, ya no existe.
María Antonia Sánchez-Vallejo (Enviada Especial)
Mati, El País
Encontrar en la arena de la playa un manto de ascuas diminutas. Temer utilizar la manguera en un edificio calcinado para no diluir los restos humanos que puedan yacer bajo el amasijo de escombros. Tomar el sol en la piscina de un hotel de lujo, copa en mano, mientras alrededor ruge el rotor de los helicópteros y echan el bofe los bomberos, extenuados pero enteros. El panorama que este miércoles ofrecía Mati (Grecia), epicentro del trágico incendio que el pasado lunes segó decenas de vidas (81, según el último recuento oficial) era una mezcla de extrañas impresiones: ver el paisaje convertido en un apunte al carboncillo mientras la vida —el afán de supervivencia, la imperiosa vuelta a la rutina— prosigue. Un cielo plomizo y gris, a tono con la tragedia, se fundía con el asfalto casi líquido de algunas calles, como una orla de luto.
Los pocos hoteles abiertos en Mati, una localidad balnearia a una treintena de kilómetros al noroeste de Atenas que hasta el lunes era también un paraíso de colonias infantiles, sorteaban este miércoles los estragos del fuego con generadores y bombas de agua y acomodaban las reservas de turistas extranjeros y al tropel de periodistas llegados al lugar. En las casas engullidas por las llamas, en una ceremonia de duelo todo lo privada que permite la presencia de decenas de cámaras de televisión, los habitantes del lugar se enfrentaban a los daños. “Trabajé durante toda mi vida para construir esta casa para mi hija, y ahora ya no queda casa, y mi hija, de 55 años, y mi nieto de 18 están en el hospital con quemaduras”, explicaba a la puerta de su casa, o lo que queda de ella —el piso superior se desplomó sobre el bajo—, Vasilis Alexiu, un jubilado de banca que da gracias al cielo por contarlo. Su esposa lloraba inconsolablemente al lado.
Su queja era el miércoles un lamento generalizado entre los damnificados: “Nadie nos avisó de nada. Es verdad que el fuego lo devoró todo muy rápido, en apenas cinco minutos nos pasó por encima, por eso mi hija y mi nieto salieron de estampida en el coche. Llegaron a la playa, pero el fuego lo había hecho antes y se quemaron los pies al pisar la arena, que estaba llena de ascuas que caían de los árboles. Volvieron al coche y, tras muchos esfuerzos, los encontré aquí al lado y me los llevé al hospital”.
Como otros muchos vecinos, Alexiu deplora la aparente ausencia de un plan organizado de evacuación y cómo el sálvese quien pueda se impuso el lunes, con el trágico resultado conocido. Dos bomberos amparados en el anonimato abundan en esa queja. “Desviaron el tráfico rodado hacia el mar, cuando el frente de fuego se dirigía precisamente hacia allí desde la montaña, con vientos que alcanzaron ráfagas de entre 100 y 120 kilómetros por hora, así que los coches se vieron en un callejón sin salida. Algunas víctimas murieron encerradas en los vehículos”.
Sobre la búsqueda de desaparecidos, que continúa, los bomberos estiman que la mayoría, “sobre todo personas mayores, residentes permanentes [en la zona]”, estará dentro de las casas, “que alcanzaron una temperatura de 80-90 grados centígrados”. “Buscamos con mucho cuidado. No podemos utilizar las mangueras para sofocar posibles rescoldos porque la presión del agua diluiría cualquier resto humano carbonizado. Así que irán apareciendo en los próximos días”, asumen —o esperan— con resignación. Un equipo de buzos de la Guardia Costera griega rastreaba el fondo marino a una quincena de metros de la orilla, por si encontraban a alguno de los desaparecidos, “entre 37 y 40”, según los bomberos; casi un centenar para otras fuentes. Poco después de la charla, hallaban el cadáver de una anciana de 88 años, que se había refugiado en la bañera de su casa.
También los bomberos lamentaban que la respuesta de las autoridades se viera sobrepasada por la velocidad del fuego. “Nosotros dimos un primer aviso, pero correspondía al Ejército [hay varios acuartelamientos en la zona] o a la policía dirigir la evacuación. Cuando quisieron hacerlo ya era tarde”. Lo cierto es que el único mensaje de las autoridades en la noche del lunes —pocas horas después de que se declarara el incendio— fue precisamente ese, abandonar las casas con lo puesto. Pero la naturaleza llevaba la voz cantante. “¿Cree usted que rodarán cabezas? Como en su país, seguro que ninguna…”, se preguntaba retóricamente uno de los bomberos sobre la asunción de responsabilidades. La fiscal del Tribunal Supremo griego ha ordenado una investigación, ante los indicios de una inadecuada respuesta oficial, o incluso sobre la inexistencia de un plan actualizado de evacuación. La proliferación de construcciones ilegales, no censadas, sobre todo a la orilla del mar, se baraja como otro factor en detrimento de una intervención eficaz y ordenada.
A Klelia Avatangelou, periodista en la treintena, la policía la desalojó de su casa —un chalé polifamiliar, típico griego, de padres, hijos y hermanos— la tarde del lunes. Con su hija de dos años y medio, “enferma de los pulmones”, fue llevada a la playa, donde perdió de vista a su marido durante 40 agónicos minutos y la niña se vio obligada a tragar “un aire irrespirable, puro humo denso”. Al final, fueron evacuados por mar hasta el puerto de Rafina.
“La casa podremos recuperarla con esfuerzo y tiempo. Pero nadie podrá recuperar jamás tantas vidas perdidas por la falta de previsión. No entendemos cómo ha pasado esto: hay bases del Ejército a dos pasos y podrían haber dado la voz de aviso, una señal de alarma… Es verdad que el fuego se abatió como un tornado, y que no se puede culpar a nadie de ello, pero tal vez pudo haberse prevenido en parte, ya que los incendios son una realidad recurrente en este país en verano”. El impotente por qué de las desgracias resonaba este miércoles con más fuerza si cabe entre las ruinas de un pueblo que, como dijo su alcalde pedáneo, ya no existe.