El diálogo comercial entre Washington y Bruselas abre fisuras en la UE
Alemania celebra el diálogo con el Gobierno de Trump, mientras Francia expresa sus reservas
Lucía Abellán
Corresponsal en Bruselas
Bruselas, Wl País
Europa sortea la gran guerra comercial con EE UU a cambio de un vago compromiso de negociación. Pero ese inesperado entendimiento entre el presidente estadounidense, Donald Trump, y el de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, no ha sentado igual en todos los puntos de Europa. Alemania, el país más afectado por contienda arancelaria, celebró el intento de distensión. Francia, más reacia a la liberalización comercial, expresó sus reservas. Bruselas deberá ahora recabar el mandato de los Estados para empezar a discutir con Washington.
La reacción que se produjo en Francia y en Alemania a este ensayo de entendimiento revela la disparidad de intereses entre los dos grandes socios de la UE. Alemania, verdadera diana de las trabas comerciales al acero y de la amenaza de encarecer los coches europeos en EE UU, lo celebró. “Estupendo para la economía global”, valoró el ministro de Economía, Peter Altmaier. En cambio, el responsable francés de Finanzas, Bruno Le Maire, se apartó del triunfalismo. “Europeos y estadounidenses deben obtener algo en estas discusiones. Cualquier acuerdo comercial debe basarse en la reciprocidad”, advirtió, recordando que ya con Obama resultó imposible un pacto comercial.
Pese a esos primeros recelos, el entendimiento supone un alivio, al menos temporal, para Europa. Solo la química personal —y probablemente la presión interna que recibe el líder estadounidense de sectores afectados por el litigio comercial con Europa— explican el repentino cambio de actitud en Washington respecto a quien hace solo dos semanas era “el enemigo” europeo, en palabras de Trump. El encuentro que mantuvieron ambos presidentes en la Casa Blanca transcurrió entre sonrisas y buenas palabras, según las imágenes divulgadas y las fuentes comunitarias consultadas. Incluso hubo lugar para los conocidos besos con que saluda Juncker a otros mandatarios, una imagen que Donald Trump recogió en un tuit.
“Vine buscando un acuerdo y hemos logrado un acuerdo”, sintetizó Juncker. “Es un gran día para el comercio libre y justo”, celebró Trump. El breve comunicado que pactaron compromete a ambos bloques a “trabajar juntos” en la eliminación de aranceles y de subsidios en bienes industriales, con la sonora excepción de los coches, que eran precisamente el elemento que obsesionaba a Trump. El líder norteamericano reprochaba sin matices que Europa gravase los vehículos estadounidenses con un 10% de su valor, mientras Estados Unidos limitaba ese recargo por importación al 2,5%. Un análisis más exhaustivo del sector debe haber convencido a Trump de que los riesgos de entrar en esa espiral superaban las ganancias.
A cambio, la UE asume dos compromisos concretos en la relación comercial: aumentar las importaciones de soja —el único elemento agrícola presente en este marco— y de gas natural licuado, que Estados Unidos explota y exporta gracias a la técnica del fracking. En realidad ninguno de esos dos logros está en manos de Bruselas, ni siquiera de los Estados miembros. La compra de productos extranjeros depende esencialmente del mercado y de los aranceles. Estados Unidos es uno de los principales productores mundiales de soja, que Europa importa en buena medida para alimentación del ganado. La estadounidense, que no está gravada, resulta ahora más atractiva porque ha bajado de precio. Así que esa condición resulta sencilla de cumplir.
Comprar más gas
No lo será tanto la promesa de importar más gas estadounidense. La UE sostiene esa estrategia desde la invasión rusa de Crimea, que la llevó a desconfiar de Moscú y a querer diversificar el suministro de energía. Pero para comprar gas estadounidense, que primero tiene que licuarse y después viajar por mar, hace falta inversión en infraestructuras. Y las licencias de exportación, además, son lentas.
Bruselas y Washington constituirán ahora un grupo de trabajo para dar forma a los compromisos. “En cierta medida, ha sido una cuestión de química. Trump respeta a Juncker. Y han podido presentar una agenda positiva. Pero nada está escrito en piedra; pueden pasar muchas cosas aún”, avisa una fuente comunitaria conocedora de esa cita en la Casa Blanca.
Lucía Abellán
Corresponsal en Bruselas
Bruselas, Wl País
Europa sortea la gran guerra comercial con EE UU a cambio de un vago compromiso de negociación. Pero ese inesperado entendimiento entre el presidente estadounidense, Donald Trump, y el de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, no ha sentado igual en todos los puntos de Europa. Alemania, el país más afectado por contienda arancelaria, celebró el intento de distensión. Francia, más reacia a la liberalización comercial, expresó sus reservas. Bruselas deberá ahora recabar el mandato de los Estados para empezar a discutir con Washington.
La reacción que se produjo en Francia y en Alemania a este ensayo de entendimiento revela la disparidad de intereses entre los dos grandes socios de la UE. Alemania, verdadera diana de las trabas comerciales al acero y de la amenaza de encarecer los coches europeos en EE UU, lo celebró. “Estupendo para la economía global”, valoró el ministro de Economía, Peter Altmaier. En cambio, el responsable francés de Finanzas, Bruno Le Maire, se apartó del triunfalismo. “Europeos y estadounidenses deben obtener algo en estas discusiones. Cualquier acuerdo comercial debe basarse en la reciprocidad”, advirtió, recordando que ya con Obama resultó imposible un pacto comercial.
Pese a esos primeros recelos, el entendimiento supone un alivio, al menos temporal, para Europa. Solo la química personal —y probablemente la presión interna que recibe el líder estadounidense de sectores afectados por el litigio comercial con Europa— explican el repentino cambio de actitud en Washington respecto a quien hace solo dos semanas era “el enemigo” europeo, en palabras de Trump. El encuentro que mantuvieron ambos presidentes en la Casa Blanca transcurrió entre sonrisas y buenas palabras, según las imágenes divulgadas y las fuentes comunitarias consultadas. Incluso hubo lugar para los conocidos besos con que saluda Juncker a otros mandatarios, una imagen que Donald Trump recogió en un tuit.
“Vine buscando un acuerdo y hemos logrado un acuerdo”, sintetizó Juncker. “Es un gran día para el comercio libre y justo”, celebró Trump. El breve comunicado que pactaron compromete a ambos bloques a “trabajar juntos” en la eliminación de aranceles y de subsidios en bienes industriales, con la sonora excepción de los coches, que eran precisamente el elemento que obsesionaba a Trump. El líder norteamericano reprochaba sin matices que Europa gravase los vehículos estadounidenses con un 10% de su valor, mientras Estados Unidos limitaba ese recargo por importación al 2,5%. Un análisis más exhaustivo del sector debe haber convencido a Trump de que los riesgos de entrar en esa espiral superaban las ganancias.
A cambio, la UE asume dos compromisos concretos en la relación comercial: aumentar las importaciones de soja —el único elemento agrícola presente en este marco— y de gas natural licuado, que Estados Unidos explota y exporta gracias a la técnica del fracking. En realidad ninguno de esos dos logros está en manos de Bruselas, ni siquiera de los Estados miembros. La compra de productos extranjeros depende esencialmente del mercado y de los aranceles. Estados Unidos es uno de los principales productores mundiales de soja, que Europa importa en buena medida para alimentación del ganado. La estadounidense, que no está gravada, resulta ahora más atractiva porque ha bajado de precio. Así que esa condición resulta sencilla de cumplir.
Comprar más gas
No lo será tanto la promesa de importar más gas estadounidense. La UE sostiene esa estrategia desde la invasión rusa de Crimea, que la llevó a desconfiar de Moscú y a querer diversificar el suministro de energía. Pero para comprar gas estadounidense, que primero tiene que licuarse y después viajar por mar, hace falta inversión en infraestructuras. Y las licencias de exportación, además, son lentas.
Bruselas y Washington constituirán ahora un grupo de trabajo para dar forma a los compromisos. “En cierta medida, ha sido una cuestión de química. Trump respeta a Juncker. Y han podido presentar una agenda positiva. Pero nada está escrito en piedra; pueden pasar muchas cosas aún”, avisa una fuente comunitaria conocedora de esa cita en la Casa Blanca.