El desalojo de los beduinos en la tierra ocupada por Israel
Las autoridades israelíes demuelen inmuebles para expandir la colonización de Cisjordania
Lourdes Baeza
Abu Al-Nuwar, El País
En las últimas semanas decenas de representantes de todo tipo de organizaciones han pasado por la gran jaima (tienda) comunitaria erigida en el centro de Khan al Ahmar —un poblado beduino situado en Cisjordania en el Desierto de Judea, a medio camino entre Jerusalén y Jericó—. En ella, a diario, se celebran todo tipo de protestas y actos de solidaridad con el pueblo, pendiente de demolición por Israel.
Los líderes políticos palestinos, los representantes de las diferentes confesiones religiosas, y numerosos altos cargos internacionales —incluido el Cónsul General de España en Jerusalén, Rafael Matos— se han interesado por la situación de una comunidad a la que, además, el Estado hebreo pretende trasladar, sin su consentimiento, cerca del vertedero municipal de Jerusalén Este, junto a la ciudad de Abu Dis. Mientras la atención mundial se centra en Khan al Ahmar —sobre cuyo futuro tiene previsto pronunciarse la Corte Suprema israelí el próximo miércoles—, las demoliciones siguen su curso en otras comunidades beduinas ubicadas en la misma zona, desde las que se denuncia que Israel también quiere borrarlas del mapa.
Situada en un pedregoso cerro, apenas a dos kilómetros en línea recta de Jerusalén Este —pero separada de la Ciudad Santa por el muro construido por Israel— se encuentra Jabal al Baba, una aldea en la que viven unos 300 beduinos, la mayoría niños. El pasado miércoles, sin que apenas tuviese repercusión, las máquinas israelíes destruyeron un centro educativo infantil y las nuevas instalaciones de la asociación de mujeres del pueblo, que aún no había echado a andar. “No hubo aviso de ningún tipo. Sacaron las cosas del jardín de infancia y desmantelaron ambos”, asegura Atallah Mazara, portavoz de la comunidad. “Cuando ya se habían llevado las estructuras, volvieron a entregarnos las órdenes de demolición. También intentaron demoler la casa de mi hermano, Audi, pero como había 12 personas dentro, desistieron”, cuenta el líder del clan beduino.
Como prueba de su testimonio, fuera, a la intemperie, queda el material escolar apilado junto al lugar donde se encontraba la guardería. Estaba cerrada por vacaciones, pero durante el curso, ocho maestras y especialistas en traumas infantiles la utilizaban para dar clase y apoyo psicológico a los niños. Los beduinos se alegran de que esta vez no les hayan confiscado lo que había dentro. “Es la tercera vez que la destruyen y la primera estando situada en terreno del Vaticano”, explica Mazara. Y es que el poblado se asienta sobre unas tierras entregadas a la Santa Sede por Jordania en 1964, en agradecimiento por la histórica visita del Papa Pablo VI. De ahí el nombre de Jabal al Baba —la Montaña del Papa—.
No muy lejos de allí, en otro cerro pedregoso de difícil acceso, está Abu al-Nuwar, la comunidad beduina más grande de las 21 que se encuentran dentro de la llamada E-1. Así es como las autoridades israelíes denominan al terreno delimitado para la futura expansión de la colonia judía de Maaleh Adumin (40.000 habitantes). La Autoridad Nacional Palestina ha denunciado que, de ejecutarse el plan, la E1 conectaría el asentamiento con Jerusalén —distante unos 7 km—. Un primer paso para aislar la Ciudad Santa del resto de Cisjordania que, además, quedaría partida en dos.
Pero los poblados beduinos se interponen en el camino. Israel se escuda en la ilegalidad de las construcciones y los líderes de las aldeas en la imposibilidad de conseguir permisos para edificar legalmente en una zona de Cisjordania catalogada como área C y por tanto, bajo control militar y administrativo israelí. “Quieren echarnos para ampliar Maaleh Adumin y esos otros asentamientos y después anexionarlos a Jerusalén”, asegura Abu Imad, el representante de Abu al-Nuwar, señalando las colonias judías de Qedar 1 y 2, que bordean su pueblo por el sureste.
Los 700 vecinos de esta aldea (115 familias) también han sido testigos de varias demoliciones. La más sonada fue la de su escuela que, el pasado mes de febrero, se quedó sin las aulas de segundo y tercer grado, porque las excavadoras israelíes las arrasaron. 25 niños se quedaron sin clase.
Mientras Khan al Ahmar concentraba la atención de los medios, las máquinas arrasaron en Abu al-Nuwar nueve viviendas y cinco establos. “Casi 70 personas se quedaron en la calle, pero ya tienen otras casas aquí”, asegura Abu Imad. El líder beduino también denuncia que las fuerzas de seguridad israelíes las destruyeron sin mediar palabra, sin entregarles ningún papel.
Al igual que los beduinos de Khan al Ahmar, los clanes de Jabal al Baba y Abu al-Nuwar pertenecen a la familia de los Jahalin, una de las tribus beduinas más numerosas de la región. Se asentaron en el desierto de Judea en 1951, tras ser expulsados de Tel Arad, en el desierto del Negev, por las autoridades israelíes de la época. “Si en algo estamos todos de acuerdo es en que no viviremos otra Nakba (catástrofe). No nos iremos, por mucho que los israelíes se empeñen en hacernos la vida imposible aquí”, dice tajante.
Lourdes Baeza
Abu Al-Nuwar, El País
En las últimas semanas decenas de representantes de todo tipo de organizaciones han pasado por la gran jaima (tienda) comunitaria erigida en el centro de Khan al Ahmar —un poblado beduino situado en Cisjordania en el Desierto de Judea, a medio camino entre Jerusalén y Jericó—. En ella, a diario, se celebran todo tipo de protestas y actos de solidaridad con el pueblo, pendiente de demolición por Israel.
Los líderes políticos palestinos, los representantes de las diferentes confesiones religiosas, y numerosos altos cargos internacionales —incluido el Cónsul General de España en Jerusalén, Rafael Matos— se han interesado por la situación de una comunidad a la que, además, el Estado hebreo pretende trasladar, sin su consentimiento, cerca del vertedero municipal de Jerusalén Este, junto a la ciudad de Abu Dis. Mientras la atención mundial se centra en Khan al Ahmar —sobre cuyo futuro tiene previsto pronunciarse la Corte Suprema israelí el próximo miércoles—, las demoliciones siguen su curso en otras comunidades beduinas ubicadas en la misma zona, desde las que se denuncia que Israel también quiere borrarlas del mapa.
Situada en un pedregoso cerro, apenas a dos kilómetros en línea recta de Jerusalén Este —pero separada de la Ciudad Santa por el muro construido por Israel— se encuentra Jabal al Baba, una aldea en la que viven unos 300 beduinos, la mayoría niños. El pasado miércoles, sin que apenas tuviese repercusión, las máquinas israelíes destruyeron un centro educativo infantil y las nuevas instalaciones de la asociación de mujeres del pueblo, que aún no había echado a andar. “No hubo aviso de ningún tipo. Sacaron las cosas del jardín de infancia y desmantelaron ambos”, asegura Atallah Mazara, portavoz de la comunidad. “Cuando ya se habían llevado las estructuras, volvieron a entregarnos las órdenes de demolición. También intentaron demoler la casa de mi hermano, Audi, pero como había 12 personas dentro, desistieron”, cuenta el líder del clan beduino.
Como prueba de su testimonio, fuera, a la intemperie, queda el material escolar apilado junto al lugar donde se encontraba la guardería. Estaba cerrada por vacaciones, pero durante el curso, ocho maestras y especialistas en traumas infantiles la utilizaban para dar clase y apoyo psicológico a los niños. Los beduinos se alegran de que esta vez no les hayan confiscado lo que había dentro. “Es la tercera vez que la destruyen y la primera estando situada en terreno del Vaticano”, explica Mazara. Y es que el poblado se asienta sobre unas tierras entregadas a la Santa Sede por Jordania en 1964, en agradecimiento por la histórica visita del Papa Pablo VI. De ahí el nombre de Jabal al Baba —la Montaña del Papa—.
No muy lejos de allí, en otro cerro pedregoso de difícil acceso, está Abu al-Nuwar, la comunidad beduina más grande de las 21 que se encuentran dentro de la llamada E-1. Así es como las autoridades israelíes denominan al terreno delimitado para la futura expansión de la colonia judía de Maaleh Adumin (40.000 habitantes). La Autoridad Nacional Palestina ha denunciado que, de ejecutarse el plan, la E1 conectaría el asentamiento con Jerusalén —distante unos 7 km—. Un primer paso para aislar la Ciudad Santa del resto de Cisjordania que, además, quedaría partida en dos.
Pero los poblados beduinos se interponen en el camino. Israel se escuda en la ilegalidad de las construcciones y los líderes de las aldeas en la imposibilidad de conseguir permisos para edificar legalmente en una zona de Cisjordania catalogada como área C y por tanto, bajo control militar y administrativo israelí. “Quieren echarnos para ampliar Maaleh Adumin y esos otros asentamientos y después anexionarlos a Jerusalén”, asegura Abu Imad, el representante de Abu al-Nuwar, señalando las colonias judías de Qedar 1 y 2, que bordean su pueblo por el sureste.
Los 700 vecinos de esta aldea (115 familias) también han sido testigos de varias demoliciones. La más sonada fue la de su escuela que, el pasado mes de febrero, se quedó sin las aulas de segundo y tercer grado, porque las excavadoras israelíes las arrasaron. 25 niños se quedaron sin clase.
Mientras Khan al Ahmar concentraba la atención de los medios, las máquinas arrasaron en Abu al-Nuwar nueve viviendas y cinco establos. “Casi 70 personas se quedaron en la calle, pero ya tienen otras casas aquí”, asegura Abu Imad. El líder beduino también denuncia que las fuerzas de seguridad israelíes las destruyeron sin mediar palabra, sin entregarles ningún papel.
Al igual que los beduinos de Khan al Ahmar, los clanes de Jabal al Baba y Abu al-Nuwar pertenecen a la familia de los Jahalin, una de las tribus beduinas más numerosas de la región. Se asentaron en el desierto de Judea en 1951, tras ser expulsados de Tel Arad, en el desierto del Negev, por las autoridades israelíes de la época. “Si en algo estamos todos de acuerdo es en que no viviremos otra Nakba (catástrofe). No nos iremos, por mucho que los israelíes se empeñen en hacernos la vida imposible aquí”, dice tajante.