Robert F. Kennedy y la importancia de la valentía para los Derechos Humanos
Como fiscal general, senador y precandidato por el Partido Demócrata, el político luchó siempre para derribar las barreras y prejuicios que separaban a los pueblos
Angelita Baeyens
El País
Cuenta Kerry, la hija del senador estadounidense Robert Kennedy, que su madre Ethel organizó una fiesta para el cuarenta aniversario del político. Como sorpresa y empaquetado en papel regalo, le entregó al famoso torero español Manuel Benítez “El Cordobés”, quién de manera cómplice le sonreía bajo el envoltorio. Kennedy era un ferviente admirador del diestro porque personificaba la virtud que él más admiraba: la valentía.
El senador, de cuya muerte se cumple medio siglo, anhelaba ser recordado algún día por esa misma virtud y quizás no se hubiera imaginado nunca que al cabo de 50 años sus contemporáneos y las nuevas generaciones así lo harían. En un tiempo en que de manera abierta el mundo se dividía entre razas y clases sociales, él utilizó su posición privilegiada para escuchar y solidarizarse con los pueblos más oprimidos y discriminados. Kennedy venía de una familia acomodada, era hermano del presidente John F. Kennedy, había sido fiscal general y senador de Estados Unidos. En el momento de su muerte era precandidato por el Partido Demócrata a la presidencia de su país y se perfilaba fuertemente como ganador en la contienda electoral. Desde cada una de estas posiciones influyó de manera decisiva para derribar las barreras y prejuicios que separaban a los pueblos, tanto en Estados Unidos como en el extranjero.
Por ejemplo en 1966, Robert fue la primera voz internacional que denunció el régimen del apartheid en suelo sudafricano. En un famoso discurso que pronunció en la Universidad de Ciudad del Cabo, resaltó la desigualdad racial —tan vigente entonces como ahora— que todavía se les olvida a muchos gobiernos del mundo. “La humanidad esencial de las personas solo puede ser preservada cuando el Gobierno no sólo debe responder a los ricos, a aquellos de una religión en particular, o raza en particular, sino a todo su pueblo”, dijo el político.
En su propio país, Kennedy jugó un papel esencial en el movimiento por los derechos civiles. Como fiscal general ordenó, en 1963, que tropas de la Guardia Nacional asegurasen la inscripción de dos estudiantes negros en la Universidad de Alabama. En marzo de 1968, Kennedy se sentó con César Chávez y compartió con él un pedazo de pan, poniendo así fin al ayuno de 25 días que se había autoimpuesto Chávez para demostrar su compromiso con la no violencia en su lucha por condiciones de trabajo más dignas y justas para los trabajadores del campo en California. El 4 de abril de 1968, dos meses antes de su propia muerte, las palabras conciliadoras de Robert Kennedy lograron calmar, en Indianápolis, a las masas enardecidas por la noticia del asesinato de Martin Luther King Jr. Esa noche Indianápolis fue la única ciudad del país que no ardió en llamas.
El 6 de junio de 1968 perdimos a Robert Kennedy. Pero tras su muerte, su familia y amigos cercanos tomaron la determinación de crear un memorial viviente que continuara su lucha por la justicia social a nivel global. Y conscientes de la importancia que para Robert Kennedy tuvo siempre la valentía como una cualidad esencial en la lucha efectiva por la igualdad y los derechos humanos, desde 1984 la organización que lleva su nombre ha buscado reconocer a quienes la personifican: defensores de derechos humanos que literalmente exponen su pellejo por proteger los derechos de los pueblos más oprimidos y a veces, los más olvidados.
El premio anual de derechos humanos Robert F. Kennedy ha reconocido a activistas de más de 30 países, incluyendo a la defensora saharaui Aminatou Haidar (2008) y los latinoamericanos Amílcar Méndez Urízar, de Guatemala (1990), Sonia Pierre, de República Dominicana (2006) y Abel Barrera Hernández, de México (2010). En 2017, la valentía dentro de un país en pleno desmoronamiento le fue reconocida al abogado Alfredo Romero por su lucha contra la represión ejercida por el gobierno venezolano.
Kennedy tenía razón: la valentía es una cualidad esencial para la humanidad. Sin ella, el movimiento de derechos humanos no habría logrado ninguno de los avances que hoy nos permiten afirmar que todas las personas somos iguales. Y aunque los derechos humanos no terminan de hacerse realidad para todos los pueblos, esa valentía, perseverante y tozuda, de los activistas de todo el mundo, es la que mantiene viva nuestra esperanza.
Angelita Baeyens
El País
Cuenta Kerry, la hija del senador estadounidense Robert Kennedy, que su madre Ethel organizó una fiesta para el cuarenta aniversario del político. Como sorpresa y empaquetado en papel regalo, le entregó al famoso torero español Manuel Benítez “El Cordobés”, quién de manera cómplice le sonreía bajo el envoltorio. Kennedy era un ferviente admirador del diestro porque personificaba la virtud que él más admiraba: la valentía.
El senador, de cuya muerte se cumple medio siglo, anhelaba ser recordado algún día por esa misma virtud y quizás no se hubiera imaginado nunca que al cabo de 50 años sus contemporáneos y las nuevas generaciones así lo harían. En un tiempo en que de manera abierta el mundo se dividía entre razas y clases sociales, él utilizó su posición privilegiada para escuchar y solidarizarse con los pueblos más oprimidos y discriminados. Kennedy venía de una familia acomodada, era hermano del presidente John F. Kennedy, había sido fiscal general y senador de Estados Unidos. En el momento de su muerte era precandidato por el Partido Demócrata a la presidencia de su país y se perfilaba fuertemente como ganador en la contienda electoral. Desde cada una de estas posiciones influyó de manera decisiva para derribar las barreras y prejuicios que separaban a los pueblos, tanto en Estados Unidos como en el extranjero.
Por ejemplo en 1966, Robert fue la primera voz internacional que denunció el régimen del apartheid en suelo sudafricano. En un famoso discurso que pronunció en la Universidad de Ciudad del Cabo, resaltó la desigualdad racial —tan vigente entonces como ahora— que todavía se les olvida a muchos gobiernos del mundo. “La humanidad esencial de las personas solo puede ser preservada cuando el Gobierno no sólo debe responder a los ricos, a aquellos de una religión en particular, o raza en particular, sino a todo su pueblo”, dijo el político.
En su propio país, Kennedy jugó un papel esencial en el movimiento por los derechos civiles. Como fiscal general ordenó, en 1963, que tropas de la Guardia Nacional asegurasen la inscripción de dos estudiantes negros en la Universidad de Alabama. En marzo de 1968, Kennedy se sentó con César Chávez y compartió con él un pedazo de pan, poniendo así fin al ayuno de 25 días que se había autoimpuesto Chávez para demostrar su compromiso con la no violencia en su lucha por condiciones de trabajo más dignas y justas para los trabajadores del campo en California. El 4 de abril de 1968, dos meses antes de su propia muerte, las palabras conciliadoras de Robert Kennedy lograron calmar, en Indianápolis, a las masas enardecidas por la noticia del asesinato de Martin Luther King Jr. Esa noche Indianápolis fue la única ciudad del país que no ardió en llamas.
El 6 de junio de 1968 perdimos a Robert Kennedy. Pero tras su muerte, su familia y amigos cercanos tomaron la determinación de crear un memorial viviente que continuara su lucha por la justicia social a nivel global. Y conscientes de la importancia que para Robert Kennedy tuvo siempre la valentía como una cualidad esencial en la lucha efectiva por la igualdad y los derechos humanos, desde 1984 la organización que lleva su nombre ha buscado reconocer a quienes la personifican: defensores de derechos humanos que literalmente exponen su pellejo por proteger los derechos de los pueblos más oprimidos y a veces, los más olvidados.
El premio anual de derechos humanos Robert F. Kennedy ha reconocido a activistas de más de 30 países, incluyendo a la defensora saharaui Aminatou Haidar (2008) y los latinoamericanos Amílcar Méndez Urízar, de Guatemala (1990), Sonia Pierre, de República Dominicana (2006) y Abel Barrera Hernández, de México (2010). En 2017, la valentía dentro de un país en pleno desmoronamiento le fue reconocida al abogado Alfredo Romero por su lucha contra la represión ejercida por el gobierno venezolano.
Kennedy tenía razón: la valentía es una cualidad esencial para la humanidad. Sin ella, el movimiento de derechos humanos no habría logrado ninguno de los avances que hoy nos permiten afirmar que todas las personas somos iguales. Y aunque los derechos humanos no terminan de hacerse realidad para todos los pueblos, esa valentía, perseverante y tozuda, de los activistas de todo el mundo, es la que mantiene viva nuestra esperanza.