¿Roba el mundo a Estados Unidos?
Trump esgrime que los aranceles defienden el empleo frente a prácticas anticompetitivas, pero sus medidas pueden empeorar la economía local
Sandro Pozzi
Nueva York, El País
La ruta hacia la Casa Blanca tuvo una parada obligada en la feria agrícola de Iowa. Donald Trump pegó allí en campaña un bocado a una jugosa chuleta de cerdo. Tres años después, Kevin Rasmussen, de KLR Pork, se muestra preocupado por las restricciones comerciales impuestas por México en respuesta a los aranceles del acero decretados por Trump. “Nos queda confiar en lo que dicen los que saben”, afirma resignado.
Trump está convirtiendo su retórica proteccionista en hechos. Sostiene que con los aranceles protege la industria y el empleo frente a prácticas injustas. Y por eso ha impuesto mayores tasas a las importaciones de madera, lavadoras, paneles solares, acero, aluminio y tecnología china. Amenaza también a los coches. Su nacionalismo económico se basa en una cifra: 800.000 millones de dólares, el déficit en mercancías. Pero con los servicios baja a 566.000 millones. Igual lectura se hace con la UE y Canadá. El déficit supera los 150.000 millones sobre un total de intercambios de 1,1 billones. Con su vecino del norte, la cifra se sitúa en 17.500 millones. Al incorporar el superávit en servicios, baja a la mitad.
El acero y aluminio, donde se concentra la pelea, supone una parte pequeña de los productos importados, señala Max Bouchet, de Brookings. Con 48.000 millones, los aranceles solo cubren el 2% de las importaciones. Se eleva a 60.000 millones si se incluyen las lavadoras y paneles. Pero con un volumen tan bajo, ve poco probable que se reduzca el déficit.
El mensaje de Trump contradice, además, el análisis de la propia Casa Blanca, que en un informe celebra que el país sea cada vez menos dependiente de las manufacturas: “Centrarse solo en el comercio de bienes ignora la ventaja competitiva en los servicios”, afirma. Y los aranceles no corrigen el motivo por el que el mercado está inundado de metal barato: el dumping chino. El presidente habla de un déficit con el país asiático de medio billón. Incluso si se refiere solo a los bienes, son 125.000 millones más que el publicado por su Gobierno. Con México utiliza el término “masivo” para referirse a una brecha de 71.100 millones, que baja a 64.100 al incluir los servicios.
Trump proclama que proteger la industria siderúrgica es crítico para la seguridad nacional. En su lógica, elevando los precios consigue que la demanda se desvíe hacia productores locales. David Burritt, principal ejecutivo de US Steel, ve el arancel como un “buen primer paso”. El pasado lunes reabrió en Illinois una fábrica en la que habrá 800 empleos este año.
“Al votante le parece que gana porque ve hechos”, valora Dana Peterson, economista de Citigroup. Por eso no le sorprende la dureza de Trump. Pero le preocupa la deriva. Los aranceles, explica Sean Doherty, responsable de comercio internacional del World Economic Forum, son impuestos que se imponen a los importadores. Los acuerdos comerciales, añade, ayudan a rebajarlos. El arancel medio global ronda el 2,9%. “El objetivo final debería ser que no hubiera barreras pero tampoco subsidios”, dice Trump. El FMI cree que, de todas formas, las importaciones seguirán creciendo porque la economía también lo hace y la demanda.
La principal queja de Trump es que sus socios le “roban la hucha”, sostiene. El arancel medio que aplica Estados Unidos es de solo el 1,6%, según el Banco Mundial. Pero el de la UE y Canadá son similares. El presidente centra el ataque en cosas concretas, como la tasa del 10% que los europeos imponen a los automóviles foráneos. Para los que importa EE UU de Europa es del 2,5%. Sin embargo, Trump pierde la razón al afirmar que los coches americanos son “imposibles” de vender en la UE. Los fabricantes estadounidenses exportaron vehículos a Europa por valor de 11.800 millones. La UE, por su parte, puede quejarse por el 55% que se impone a la ropa y el calzado o el 350% que se aplica al tabaco y el 165% a los cacahuetes.
La agricultura, muy subsidiada, es la única excepción en la tendencia global de rebaja de tasas. En este sector se mantienen altas como medida de protección. Trump carga con dureza contra el arancel del 270% que Canadá exige a los productos lácteos. Es un tema en principio menor frente al acero, ya que solo afecta a 600 millones en intercambios, una cantidad anecdótica. Sin embargo, a Trump le enfurece.
Las vacas en Canadá son sagradas, y es un asunto sensible también en regiones como Nueva York. “Los canadienses actúan como China”, afirma el senador Charles Schumer. Pero los datos vuelven a contradecir a Trump. Estados Unidos exporta a Canadá cinco veces más producto lácteo de lo que importa. Aun con las restricciones, los lácteos estadounidenses cubren el 10% del consumo en Canadá. Los negociadores de acuerdos comerciales consideran que poner el foco en un sector o en pequeñas diferencias exagera el problema. Primero, porque el desequilibrio en la balanza comercial solo supone un 2,9% del PIB. Y la respuesta a China apenas tiene un impacto del 0,1%. Segundo, porque hay otro tipo de barreras burocráticas y reglamentarias que crean incluso más dificultades para comerciar.
Los aranceles, además, hacen daño por dos vías. Elevan los costes de producción para empresas como General Motors, Boeing o Anheuser-Busch, que necesitan la materia prima. Y como pasa con el cerdo, las réplicas de otros países afectan a las motocicletas Harley-Davidson o al bourbon de Jack-Daniels. La consultora The Trade Partnership calcula que se pueden perder cinco empleos por cada uno que se pretende crear.
Por eso, se cuestiona que sea la receta adecuada para la economía. Benn Steil, del Council on Foreign Relations, cree que es falso decir que habrá más crecimiento limitando las importaciones. “Es más probable que lo frenen por la importancia que tiene la cadena de suministros”, asegura.
Sandro Pozzi
Nueva York, El País
La ruta hacia la Casa Blanca tuvo una parada obligada en la feria agrícola de Iowa. Donald Trump pegó allí en campaña un bocado a una jugosa chuleta de cerdo. Tres años después, Kevin Rasmussen, de KLR Pork, se muestra preocupado por las restricciones comerciales impuestas por México en respuesta a los aranceles del acero decretados por Trump. “Nos queda confiar en lo que dicen los que saben”, afirma resignado.
Trump está convirtiendo su retórica proteccionista en hechos. Sostiene que con los aranceles protege la industria y el empleo frente a prácticas injustas. Y por eso ha impuesto mayores tasas a las importaciones de madera, lavadoras, paneles solares, acero, aluminio y tecnología china. Amenaza también a los coches. Su nacionalismo económico se basa en una cifra: 800.000 millones de dólares, el déficit en mercancías. Pero con los servicios baja a 566.000 millones. Igual lectura se hace con la UE y Canadá. El déficit supera los 150.000 millones sobre un total de intercambios de 1,1 billones. Con su vecino del norte, la cifra se sitúa en 17.500 millones. Al incorporar el superávit en servicios, baja a la mitad.
El acero y aluminio, donde se concentra la pelea, supone una parte pequeña de los productos importados, señala Max Bouchet, de Brookings. Con 48.000 millones, los aranceles solo cubren el 2% de las importaciones. Se eleva a 60.000 millones si se incluyen las lavadoras y paneles. Pero con un volumen tan bajo, ve poco probable que se reduzca el déficit.
El mensaje de Trump contradice, además, el análisis de la propia Casa Blanca, que en un informe celebra que el país sea cada vez menos dependiente de las manufacturas: “Centrarse solo en el comercio de bienes ignora la ventaja competitiva en los servicios”, afirma. Y los aranceles no corrigen el motivo por el que el mercado está inundado de metal barato: el dumping chino. El presidente habla de un déficit con el país asiático de medio billón. Incluso si se refiere solo a los bienes, son 125.000 millones más que el publicado por su Gobierno. Con México utiliza el término “masivo” para referirse a una brecha de 71.100 millones, que baja a 64.100 al incluir los servicios.
Trump proclama que proteger la industria siderúrgica es crítico para la seguridad nacional. En su lógica, elevando los precios consigue que la demanda se desvíe hacia productores locales. David Burritt, principal ejecutivo de US Steel, ve el arancel como un “buen primer paso”. El pasado lunes reabrió en Illinois una fábrica en la que habrá 800 empleos este año.
“Al votante le parece que gana porque ve hechos”, valora Dana Peterson, economista de Citigroup. Por eso no le sorprende la dureza de Trump. Pero le preocupa la deriva. Los aranceles, explica Sean Doherty, responsable de comercio internacional del World Economic Forum, son impuestos que se imponen a los importadores. Los acuerdos comerciales, añade, ayudan a rebajarlos. El arancel medio global ronda el 2,9%. “El objetivo final debería ser que no hubiera barreras pero tampoco subsidios”, dice Trump. El FMI cree que, de todas formas, las importaciones seguirán creciendo porque la economía también lo hace y la demanda.
La principal queja de Trump es que sus socios le “roban la hucha”, sostiene. El arancel medio que aplica Estados Unidos es de solo el 1,6%, según el Banco Mundial. Pero el de la UE y Canadá son similares. El presidente centra el ataque en cosas concretas, como la tasa del 10% que los europeos imponen a los automóviles foráneos. Para los que importa EE UU de Europa es del 2,5%. Sin embargo, Trump pierde la razón al afirmar que los coches americanos son “imposibles” de vender en la UE. Los fabricantes estadounidenses exportaron vehículos a Europa por valor de 11.800 millones. La UE, por su parte, puede quejarse por el 55% que se impone a la ropa y el calzado o el 350% que se aplica al tabaco y el 165% a los cacahuetes.
La agricultura, muy subsidiada, es la única excepción en la tendencia global de rebaja de tasas. En este sector se mantienen altas como medida de protección. Trump carga con dureza contra el arancel del 270% que Canadá exige a los productos lácteos. Es un tema en principio menor frente al acero, ya que solo afecta a 600 millones en intercambios, una cantidad anecdótica. Sin embargo, a Trump le enfurece.
Las vacas en Canadá son sagradas, y es un asunto sensible también en regiones como Nueva York. “Los canadienses actúan como China”, afirma el senador Charles Schumer. Pero los datos vuelven a contradecir a Trump. Estados Unidos exporta a Canadá cinco veces más producto lácteo de lo que importa. Aun con las restricciones, los lácteos estadounidenses cubren el 10% del consumo en Canadá. Los negociadores de acuerdos comerciales consideran que poner el foco en un sector o en pequeñas diferencias exagera el problema. Primero, porque el desequilibrio en la balanza comercial solo supone un 2,9% del PIB. Y la respuesta a China apenas tiene un impacto del 0,1%. Segundo, porque hay otro tipo de barreras burocráticas y reglamentarias que crean incluso más dificultades para comerciar.
Los aranceles, además, hacen daño por dos vías. Elevan los costes de producción para empresas como General Motors, Boeing o Anheuser-Busch, que necesitan la materia prima. Y como pasa con el cerdo, las réplicas de otros países afectan a las motocicletas Harley-Davidson o al bourbon de Jack-Daniels. La consultora The Trade Partnership calcula que se pueden perder cinco empleos por cada uno que se pretende crear.
Por eso, se cuestiona que sea la receta adecuada para la economía. Benn Steil, del Council on Foreign Relations, cree que es falso decir que habrá más crecimiento limitando las importaciones. “Es más probable que lo frenen por la importancia que tiene la cadena de suministros”, asegura.