Matrimonio de conveniencia en Siria
Rusia e Irán se imponen como vencedores en la contienda del país árabe, donde su alianza político-militar alterna con la competición económica
Natalia Sancha
Beirut, El País
Aliados de los Asad desde hace más de tres décadas, Irán y Rusia se imponen como vencedores en la contienda siria frente a sus respectivos enemigos. Ambos actores desempeñan un rol complementario en su apoyo a Bachar El Asad basado en objetivos comunes, pero con metodologías divergentes. Irán salvó al régimen en 2012 poniendo las botas en el terreno. Rusia lo hizo en 2015 extendiendo sus alas. El presidente sirio es hoy deudor de ambos valedores. A corto plazo, preservar sus respectivos intereses pasa por proteger la unidad territorial en Siria y por ende al régimen. Es en la estrategia a largo plazo y en el plano económico donde Moscú y Teherán pueden pasar de aliados a competidores.
Unidos por Damasco, la alianza ruso-iraní ha sido crucial para la supervivencia del régimen sirio tras siete largos años de guerra. Los cárteles en las autopistas que van hacia las regiones hoy bajo control del Ejército sirio dan fe de ello. Los pósteres que en la Siria de preguerra presidían los rostros de Bachar el Asad junto a los del líder de la milicia chií libanesa Hezbolá, Hasán Nasralá, y del líder supremo iraní, Alí Jamenei, han sido agrandados para hacer hueco a los del presidente ruso, Vladimir Putin, y los de generales de la Guardia Revolucionaria Iraní (GRI) como Qasem Soleimani.
“Todos sabemos quienes estarían gobernando hoy Damasco [en alusión a los grupos yihadistas e islamistas armados] si Irán no hubiera intervenido en Siria”, dice en una conversación telefónica el profesor Mohammad Marandi, de la Universidad de Teherán. La GRI fue la primera en acudir al rescate de Damasco en 2012, cuando los insurrectos acechaban el corazón del país. Los milicianos de Hezbolá llegaron como refuerzo en 2013, y ellos también se suman a la lista de adeudados de El Asad. “Siria respaldó a Irán cuando Sadam Husein gaseó a iraníes con armas provistas por Occidente. Es natural que hoy les devolvamos el apoyo en su lucha contra los extremistas”, acota Marandi.
Invisibles en el terreno y herméticos en sus comunicaciones incluso con los generales sirios, Irán ha sabido colocar a sus peones durante la guerra. “Teherán es mucho más ambiciosa en Siria que Moscú por su afán de expansionismo”, valora al teléfono el experto sirio Hassan Hassan del centro de Estudios Tahrir para Oriente Medio. Irán se anota en Siria un tanto contra Arabia Saudí, su archienemigo suní en la región. Y contra EE UU, enemigo que comparte con Rusia. Éxito que hay que sumar a los logrados en Yemen y, más recientemente en Líbano, donde la coalición liderada por Hezbolá ha salido reforzada por las urnas.
Expansión militar y competición por los recursos de hidrocarburos
“Irán ha pasado de tener cero bases militares en Siria antes de la guerra a establecer 10 propias, otras nueve afiliadas y 13 para Hezbolá”, es el balance que hace el experto Nawar Oliver del Centro de estudios Omran de Estambul. El reparto de zonas ha quedado patente conforme los oficiales de la GRI a cargo de entre 30.000 a 50.000 milicianos (paquistaníes, iraquíes, afganos y libaneses) han afianzado sus posiciones en el corredor que se extiende desde la frontera occidental con Líbano, en Quseir, a la oriental con Irak, en Abu Kamal, pasando por el centro en Palmira. Una ruta que se solapa con la proyectada por el gasoducto chií propuesto por Irán para contrarrestar una iniciativa catarí, y que Damasco firmó pocas semanas antes de que estallaran las revueltas populares sirias en marzo de 2011. Esta ruta también permite mantener la continuidad territorial de Irán a Líbano para seguir aprovisionando a Hezbolá con armas, sueldos y un campo de entrenamiento.
La invisibilidad de los iraníes contrasta con la visible presencia de uniformados rusos quienes pululan abiertamente en Alepo, Palmira o Abu Kamal. En Damasco se les puede ver reunidos con los Cazadores del ISIS, un grupo paramilitar sirio que cuenta con unos 300 efectivos entrenados por las fuerzas especiales rusas y estratégicamente apostado para defender las zonas petrolíferas. El pasado mes de enero, Rusia y Siria firmaron un acuerdo por el que Damasco cedía a Moscú derechos exclusivos para la producción de gas y petróleo en el país. Es en la competición por la futura explotación y transporte de los recursos de hidrocarburos (Siria disponía en 2011 de unas reservas de 2.500 millones de barriles de crudo y de 0,3 trillones de metros cúbicos de gas ) donde los expertos prevén se acentúen las divergencias ruso-iraníes en la era post-ISIS.
El segundo salvavidas de Damasco lo lanzó Rusia en septiembre de 2015 ampliando las alas del Ejército sirio, y con ello revirtiendo la balanza a favor de El Asad en el terreno. “Proteger nuestro único acceso al Mediterráneo [en referencia a la base marítima de Tartús], la integridad territorial del país y prevenir la expansión del yihadismo antes de que pueda reverberar en territorio ruso”. Así resume los intereses moscovitas en Siria una fuente cercana a la Embajada rusa en Beirut. “Especialmente después de ver lo que el derrocamiento de Sadam [Husein en 2003] y [Muamar] Gadafi [en 2011] ha traído en Irak y Libia”, se apresura a apostillar. Putin ha refrendado cuatro décadas de luna de miel con los Asad y regresado a la palestra internacional como actor de peso frente a EE UU.
Moscú asegura que hasta 48.000 soldados rusos han rotado por sus bases militares en Siria, que, al igual que las iraníes, se han visto ampliadas con la construcción de una nueva base naval y varias aéreas como la de Jmeimim (cerca de la costera ciudad de Latakia) batida como centro de operaciones. El reparto de roles se produce con Irán a cargo del sistema de milicias que ha exportado a Siria como punta de lanza en las ofensivas terrestres y Rusia a cargo de los bombardeos internos y del sistema defensivo externo, sin que se haya producido una transferencia de las modernas baterías de defensa antiaéreas S-400 que manejan exclusivamente soldados rusos.
Connivencia política, divergencia estratégico-ideológica
Tras la internacionalización de la contienda siria con la entrada de las tropas estadounidenses (2014), rusas (2015) y turcas (2016), Putin ha sabido aprovechar la errante estrategia de Trump para presentarse como mediador imprescindible. De esta forma, ha competido con el proceso de negociaciones de paz auspiciado por la ONU en Ginebra con el de Astaná y revalorizando los intereses de Irán en un acercamiento con Turquía. Moscú ha instalado cuatro teléfonos rojos en su base de Jmeimim con línea directa a la Coalición internacional, Turquía, Irán e Israel. Autoproclamado árbitro del concurrido cielo sirio, todos los caminos en Siria llevan a Moscú. Rusia media hoy entre Ankara y Damasco, Irán e Israel, oposición/kurdos y régimen, restando con ello peso a la influencia política iraní en Siria y rebajando, conforme se apaciguan los frentes, su dependencia militar hacia los combatientes proiraníes en el terreno. Combatientes de los que podría prescindir una vez reforzado el Ejército regular sirio con la absorción de parte de los milicianos locales.
El frente Damasco-Teherán-Moscú ha reiterado su alianza una vez proclamada la derrota del ISIS, unión que no ha estado exenta de escollos. “Los iraníes son herméticos, testarudos y desconfían de los rusos. Poniendo los muertos en el terreno han tenido que ceder a los acuerdos con los armados dictados por Putin en clave internacional y aceptar que Moscú haga la vista gorda o les frene ante los repetidos ataques israelíes”, admite un alto cargo del Ejército sirio en Damasco. Previendo una futura fase de reconstrucción, Irán ya se ha posicionado con ONG como Yihad el Binaa para empezar a construir mezquitas, hospitales y universidades en la provincia de Alepo. Tanto Rusia como Irán han distribuido alimentos y ayuda humanitaria en Siria.
Militares rusos distribuyen comida a un grupo de sirios en el oeste del país. ampliar foto
Militares rusos distribuyen comida a un grupo de sirios en el oeste del país. GEORGE OURFALIAN AFP
Varios oficiales sirios señalan que, a diferencia de la relativa laxitud rusa, Irán actúa movida por un fuerte componente ideológico-religioso chií. Uno que, según estos militares y a pesar de la tendencia a confundir ambas confesiones en una sola, choca con el marcado secularismo alauí (12% de la población siria) aprensivo ante una posible chiización de Siria. En las barracas militares de la retaguardia, los soldados alauíes ocultan las botellas de arak (una suerte de anís) cuando los “camaradas chiíes” les visitan. En Damasco, los más pragmáticos generales rusos han sabido ganarse a gran parte de la inteligencia militar siria, en cuyas oficinas resuena cada más el ruso frente al ancestral persa. Compartir un mismo aliado en Siria y enemigo en Washington alimenta el matrimonio de conveniencia, uno que habrá de ser renegociado en la fase de reconstrucción de Siria.
Natalia Sancha
Beirut, El País
Aliados de los Asad desde hace más de tres décadas, Irán y Rusia se imponen como vencedores en la contienda siria frente a sus respectivos enemigos. Ambos actores desempeñan un rol complementario en su apoyo a Bachar El Asad basado en objetivos comunes, pero con metodologías divergentes. Irán salvó al régimen en 2012 poniendo las botas en el terreno. Rusia lo hizo en 2015 extendiendo sus alas. El presidente sirio es hoy deudor de ambos valedores. A corto plazo, preservar sus respectivos intereses pasa por proteger la unidad territorial en Siria y por ende al régimen. Es en la estrategia a largo plazo y en el plano económico donde Moscú y Teherán pueden pasar de aliados a competidores.
Unidos por Damasco, la alianza ruso-iraní ha sido crucial para la supervivencia del régimen sirio tras siete largos años de guerra. Los cárteles en las autopistas que van hacia las regiones hoy bajo control del Ejército sirio dan fe de ello. Los pósteres que en la Siria de preguerra presidían los rostros de Bachar el Asad junto a los del líder de la milicia chií libanesa Hezbolá, Hasán Nasralá, y del líder supremo iraní, Alí Jamenei, han sido agrandados para hacer hueco a los del presidente ruso, Vladimir Putin, y los de generales de la Guardia Revolucionaria Iraní (GRI) como Qasem Soleimani.
“Todos sabemos quienes estarían gobernando hoy Damasco [en alusión a los grupos yihadistas e islamistas armados] si Irán no hubiera intervenido en Siria”, dice en una conversación telefónica el profesor Mohammad Marandi, de la Universidad de Teherán. La GRI fue la primera en acudir al rescate de Damasco en 2012, cuando los insurrectos acechaban el corazón del país. Los milicianos de Hezbolá llegaron como refuerzo en 2013, y ellos también se suman a la lista de adeudados de El Asad. “Siria respaldó a Irán cuando Sadam Husein gaseó a iraníes con armas provistas por Occidente. Es natural que hoy les devolvamos el apoyo en su lucha contra los extremistas”, acota Marandi.
Invisibles en el terreno y herméticos en sus comunicaciones incluso con los generales sirios, Irán ha sabido colocar a sus peones durante la guerra. “Teherán es mucho más ambiciosa en Siria que Moscú por su afán de expansionismo”, valora al teléfono el experto sirio Hassan Hassan del centro de Estudios Tahrir para Oriente Medio. Irán se anota en Siria un tanto contra Arabia Saudí, su archienemigo suní en la región. Y contra EE UU, enemigo que comparte con Rusia. Éxito que hay que sumar a los logrados en Yemen y, más recientemente en Líbano, donde la coalición liderada por Hezbolá ha salido reforzada por las urnas.
Expansión militar y competición por los recursos de hidrocarburos
“Irán ha pasado de tener cero bases militares en Siria antes de la guerra a establecer 10 propias, otras nueve afiliadas y 13 para Hezbolá”, es el balance que hace el experto Nawar Oliver del Centro de estudios Omran de Estambul. El reparto de zonas ha quedado patente conforme los oficiales de la GRI a cargo de entre 30.000 a 50.000 milicianos (paquistaníes, iraquíes, afganos y libaneses) han afianzado sus posiciones en el corredor que se extiende desde la frontera occidental con Líbano, en Quseir, a la oriental con Irak, en Abu Kamal, pasando por el centro en Palmira. Una ruta que se solapa con la proyectada por el gasoducto chií propuesto por Irán para contrarrestar una iniciativa catarí, y que Damasco firmó pocas semanas antes de que estallaran las revueltas populares sirias en marzo de 2011. Esta ruta también permite mantener la continuidad territorial de Irán a Líbano para seguir aprovisionando a Hezbolá con armas, sueldos y un campo de entrenamiento.
La invisibilidad de los iraníes contrasta con la visible presencia de uniformados rusos quienes pululan abiertamente en Alepo, Palmira o Abu Kamal. En Damasco se les puede ver reunidos con los Cazadores del ISIS, un grupo paramilitar sirio que cuenta con unos 300 efectivos entrenados por las fuerzas especiales rusas y estratégicamente apostado para defender las zonas petrolíferas. El pasado mes de enero, Rusia y Siria firmaron un acuerdo por el que Damasco cedía a Moscú derechos exclusivos para la producción de gas y petróleo en el país. Es en la competición por la futura explotación y transporte de los recursos de hidrocarburos (Siria disponía en 2011 de unas reservas de 2.500 millones de barriles de crudo y de 0,3 trillones de metros cúbicos de gas ) donde los expertos prevén se acentúen las divergencias ruso-iraníes en la era post-ISIS.
El segundo salvavidas de Damasco lo lanzó Rusia en septiembre de 2015 ampliando las alas del Ejército sirio, y con ello revirtiendo la balanza a favor de El Asad en el terreno. “Proteger nuestro único acceso al Mediterráneo [en referencia a la base marítima de Tartús], la integridad territorial del país y prevenir la expansión del yihadismo antes de que pueda reverberar en territorio ruso”. Así resume los intereses moscovitas en Siria una fuente cercana a la Embajada rusa en Beirut. “Especialmente después de ver lo que el derrocamiento de Sadam [Husein en 2003] y [Muamar] Gadafi [en 2011] ha traído en Irak y Libia”, se apresura a apostillar. Putin ha refrendado cuatro décadas de luna de miel con los Asad y regresado a la palestra internacional como actor de peso frente a EE UU.
Moscú asegura que hasta 48.000 soldados rusos han rotado por sus bases militares en Siria, que, al igual que las iraníes, se han visto ampliadas con la construcción de una nueva base naval y varias aéreas como la de Jmeimim (cerca de la costera ciudad de Latakia) batida como centro de operaciones. El reparto de roles se produce con Irán a cargo del sistema de milicias que ha exportado a Siria como punta de lanza en las ofensivas terrestres y Rusia a cargo de los bombardeos internos y del sistema defensivo externo, sin que se haya producido una transferencia de las modernas baterías de defensa antiaéreas S-400 que manejan exclusivamente soldados rusos.
Connivencia política, divergencia estratégico-ideológica
Tras la internacionalización de la contienda siria con la entrada de las tropas estadounidenses (2014), rusas (2015) y turcas (2016), Putin ha sabido aprovechar la errante estrategia de Trump para presentarse como mediador imprescindible. De esta forma, ha competido con el proceso de negociaciones de paz auspiciado por la ONU en Ginebra con el de Astaná y revalorizando los intereses de Irán en un acercamiento con Turquía. Moscú ha instalado cuatro teléfonos rojos en su base de Jmeimim con línea directa a la Coalición internacional, Turquía, Irán e Israel. Autoproclamado árbitro del concurrido cielo sirio, todos los caminos en Siria llevan a Moscú. Rusia media hoy entre Ankara y Damasco, Irán e Israel, oposición/kurdos y régimen, restando con ello peso a la influencia política iraní en Siria y rebajando, conforme se apaciguan los frentes, su dependencia militar hacia los combatientes proiraníes en el terreno. Combatientes de los que podría prescindir una vez reforzado el Ejército regular sirio con la absorción de parte de los milicianos locales.
El frente Damasco-Teherán-Moscú ha reiterado su alianza una vez proclamada la derrota del ISIS, unión que no ha estado exenta de escollos. “Los iraníes son herméticos, testarudos y desconfían de los rusos. Poniendo los muertos en el terreno han tenido que ceder a los acuerdos con los armados dictados por Putin en clave internacional y aceptar que Moscú haga la vista gorda o les frene ante los repetidos ataques israelíes”, admite un alto cargo del Ejército sirio en Damasco. Previendo una futura fase de reconstrucción, Irán ya se ha posicionado con ONG como Yihad el Binaa para empezar a construir mezquitas, hospitales y universidades en la provincia de Alepo. Tanto Rusia como Irán han distribuido alimentos y ayuda humanitaria en Siria.
Militares rusos distribuyen comida a un grupo de sirios en el oeste del país. ampliar foto
Militares rusos distribuyen comida a un grupo de sirios en el oeste del país. GEORGE OURFALIAN AFP
Varios oficiales sirios señalan que, a diferencia de la relativa laxitud rusa, Irán actúa movida por un fuerte componente ideológico-religioso chií. Uno que, según estos militares y a pesar de la tendencia a confundir ambas confesiones en una sola, choca con el marcado secularismo alauí (12% de la población siria) aprensivo ante una posible chiización de Siria. En las barracas militares de la retaguardia, los soldados alauíes ocultan las botellas de arak (una suerte de anís) cuando los “camaradas chiíes” les visitan. En Damasco, los más pragmáticos generales rusos han sabido ganarse a gran parte de la inteligencia militar siria, en cuyas oficinas resuena cada más el ruso frente al ancestral persa. Compartir un mismo aliado en Siria y enemigo en Washington alimenta el matrimonio de conveniencia, uno que habrá de ser renegociado en la fase de reconstrucción de Siria.