Lula pretende hacer campaña desde prisión
El expresidente brasileño, condenado por corrupción, discute en su celda con su equipo las estrategias políticas
Talita Bedinelli
Curitiba, El País
“¡Buenos días, presidente Lula!”. Son las nueve de la mañana y el saludo anuncia el comienzo del día en la puerta del edificio de la Policía Federal en Curitiba, donde el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva está encarcelado desde el 7 de abril. Condenado por el caso Petrobras, su pena es de 12 años y un mes de prisión, en el supuesto de que los tribunales superiores no acepten sus recursos.
Hace un mes, un grupo de seguidores del expresidente se turnaba delante del edificio para saludar a Lula y mantener una vigilia con actividades políticas que, según prometen, no acabará hasta que el líder del Partido de los Trabajadores (PT) sea liberado. Pero es difícil que Lula logre oírlos. Su celda, en la cuarta planta, está en la parte trasera y la única ventana da a un patio interno, lejos de donde está el pueblo.
El edificio de la Policía Federal se erigió en destino final de una procesión a la que diariamente llegan militantes de izquierdas de todo Brasil. “Pretendo quedarme aquí hasta que salga. Lula sacó a millones de niños de la pobreza; fue fundamental para el país”, afirma el carioca Richard Faullaber, de 63 años, afiliado al PT desde 1981 y profesor voluntario en una favela. También hicieron acto de presencia los primeros días del encarcelamiento el Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, el teólogo Leonardo Boff y la expresidenta Dilma Rousseff. A todos ellos la justicia les prohibió entrar, argumentando que podía dificultar el funcionamiento del edificio. Las visitas de amigos no se autorizaron hasta un mes después de su ingreso en prisión.
Para acoger a los militantes, el PT alquiló un terreno situado a aproximadamente un kilómetro. Son decenas de tiendas de campaña y dos carpas de lona, aseos con ducha y una cocina. La madrugada del 28 de abril, alguien disparó contra las personas que se encontraban allí, dejando dos heridos. Una semana después, un comisario de la Policía Federal atacó al grupo, destruyendo los equipos de sonido empleados para saludar al expresidente.
En una celda de 15 metros cuadrados, la figura política más popular de Brasil cumple su pena aislado en una sala especial, un privilegio concedido en virtud de su condición de expresidente. El espacio, un antiguo albergue de policías, se remodeló para recibirlo. Dispone de una cama, un baño individual y una puerta normal, en lugar de las rejas típicas de una cárcel. Su rutina también difiere de la de los restantes 21 reclusos —en su mayoría condenados por el caso Petrobras, como él—, que se encuentran una planta más abajo. Una vez al día, Lula tiene derecho a dos horas de sol en una terraza.
Prácticamente a diario recibe a sus abogados. Y, los jueves, sus hijos, nuera y nieto se reparten el día de visita con algunos amigos y nombres importantes del partido, con quienes discute estrategias políticas. Aun estando preso —y sin fecha cercana para salir de la cárcel— el expresidente se prepara para disputar las elecciones. Será el primer candidato a la presidencia preso desde el regreso de la democracia. “Lula es nuestro Pelé. Nosotros no dejamos al mejor del equipo en el banquillo”, afirmó recientemente a EL PAÍS la presidenta del PT, Gleisi Hoffmann, que lo visita frecuentemente. El plan del partido es que, durante la campaña, otros miembros del PT lo sustituyan en las entrevistas. Asimismo, la formación quiere que la Justicia lo autorice a salir de la cárcel para participar en los debates televisados, que en Brasil tienen una enorme importancia.
Con todo, Lula se muestra optimista ante sus interlocutores. “Él sabe que es difícil, pero espera que lo liberen antes de que empiece la campaña”, afirma el diputado petista Wadih Damous, que también es uno de sus letrados. Lula sigue liderando las encuestas y ni siquiera su entrada en prisión le ha hecho perder intención de voto. Es más: los últimos meses el PT está fortaleciéndose y creciendo en un país dividido y con pocas opciones viables de izquierdas. En el último sondeo, el expresidente obtuvo un 31% de intención de voto, más del doble que el segundo clasificado, el exmilitar de extrema derecha Jair Bolsonaro.
Pero difícilmente podrá llegar a la recta final. La legislación brasileña impide que los condenados en segunda instancia, como es su caso, puedan ser candidatos y, tras registrar su candidatura, esta podrá ser impugnada por el tribunal electoral. La única posibilidad de que pueda disputar las elecciones es que los tribunales supremos acepten la tesis de que aún tiene posibilidades de ser absuelto en última instancia.
Es su última esperanza y la del partido que ayudó a crear el 10 de febrero de 1980, cuando era un obrero que había liderado las principales huelgas de Brasil. Fuera del edificio, otros obreros gritan, al unísono: “Buenas noches, presidente Lula”. Mañana empezará todo de nuevo.
Talita Bedinelli
Curitiba, El País
“¡Buenos días, presidente Lula!”. Son las nueve de la mañana y el saludo anuncia el comienzo del día en la puerta del edificio de la Policía Federal en Curitiba, donde el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva está encarcelado desde el 7 de abril. Condenado por el caso Petrobras, su pena es de 12 años y un mes de prisión, en el supuesto de que los tribunales superiores no acepten sus recursos.
Hace un mes, un grupo de seguidores del expresidente se turnaba delante del edificio para saludar a Lula y mantener una vigilia con actividades políticas que, según prometen, no acabará hasta que el líder del Partido de los Trabajadores (PT) sea liberado. Pero es difícil que Lula logre oírlos. Su celda, en la cuarta planta, está en la parte trasera y la única ventana da a un patio interno, lejos de donde está el pueblo.
El edificio de la Policía Federal se erigió en destino final de una procesión a la que diariamente llegan militantes de izquierdas de todo Brasil. “Pretendo quedarme aquí hasta que salga. Lula sacó a millones de niños de la pobreza; fue fundamental para el país”, afirma el carioca Richard Faullaber, de 63 años, afiliado al PT desde 1981 y profesor voluntario en una favela. También hicieron acto de presencia los primeros días del encarcelamiento el Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, el teólogo Leonardo Boff y la expresidenta Dilma Rousseff. A todos ellos la justicia les prohibió entrar, argumentando que podía dificultar el funcionamiento del edificio. Las visitas de amigos no se autorizaron hasta un mes después de su ingreso en prisión.
Para acoger a los militantes, el PT alquiló un terreno situado a aproximadamente un kilómetro. Son decenas de tiendas de campaña y dos carpas de lona, aseos con ducha y una cocina. La madrugada del 28 de abril, alguien disparó contra las personas que se encontraban allí, dejando dos heridos. Una semana después, un comisario de la Policía Federal atacó al grupo, destruyendo los equipos de sonido empleados para saludar al expresidente.
En una celda de 15 metros cuadrados, la figura política más popular de Brasil cumple su pena aislado en una sala especial, un privilegio concedido en virtud de su condición de expresidente. El espacio, un antiguo albergue de policías, se remodeló para recibirlo. Dispone de una cama, un baño individual y una puerta normal, en lugar de las rejas típicas de una cárcel. Su rutina también difiere de la de los restantes 21 reclusos —en su mayoría condenados por el caso Petrobras, como él—, que se encuentran una planta más abajo. Una vez al día, Lula tiene derecho a dos horas de sol en una terraza.
Prácticamente a diario recibe a sus abogados. Y, los jueves, sus hijos, nuera y nieto se reparten el día de visita con algunos amigos y nombres importantes del partido, con quienes discute estrategias políticas. Aun estando preso —y sin fecha cercana para salir de la cárcel— el expresidente se prepara para disputar las elecciones. Será el primer candidato a la presidencia preso desde el regreso de la democracia. “Lula es nuestro Pelé. Nosotros no dejamos al mejor del equipo en el banquillo”, afirmó recientemente a EL PAÍS la presidenta del PT, Gleisi Hoffmann, que lo visita frecuentemente. El plan del partido es que, durante la campaña, otros miembros del PT lo sustituyan en las entrevistas. Asimismo, la formación quiere que la Justicia lo autorice a salir de la cárcel para participar en los debates televisados, que en Brasil tienen una enorme importancia.
Con todo, Lula se muestra optimista ante sus interlocutores. “Él sabe que es difícil, pero espera que lo liberen antes de que empiece la campaña”, afirma el diputado petista Wadih Damous, que también es uno de sus letrados. Lula sigue liderando las encuestas y ni siquiera su entrada en prisión le ha hecho perder intención de voto. Es más: los últimos meses el PT está fortaleciéndose y creciendo en un país dividido y con pocas opciones viables de izquierdas. En el último sondeo, el expresidente obtuvo un 31% de intención de voto, más del doble que el segundo clasificado, el exmilitar de extrema derecha Jair Bolsonaro.
Pero difícilmente podrá llegar a la recta final. La legislación brasileña impide que los condenados en segunda instancia, como es su caso, puedan ser candidatos y, tras registrar su candidatura, esta podrá ser impugnada por el tribunal electoral. La única posibilidad de que pueda disputar las elecciones es que los tribunales supremos acepten la tesis de que aún tiene posibilidades de ser absuelto en última instancia.
Es su última esperanza y la del partido que ayudó a crear el 10 de febrero de 1980, cuando era un obrero que había liderado las principales huelgas de Brasil. Fuera del edificio, otros obreros gritan, al unísono: “Buenas noches, presidente Lula”. Mañana empezará todo de nuevo.