La primera línea de la desigual batalla de Gaza
Las protestas palestinas se han saldado con 128 muertos. Las tropas israelíes no han tenido bajas
Juan Carlos Sanz
Gaza, El País
Todo estaba dispuesto a las dos de la tarde del viernes en Beit Hanún, en el extremo norte de Gaza, para un nuevo baño de sangre, como el que el 14 de mayo se saldó en toda la Franja con 62 muertos y un millar de heridos por disparos de los soldados israelíes. Unos 4.000 palestinos se habían concentrado a 700 metros del sistema de alambradas, vallas y terraplenes que marcan la divisoria con Israel. Apenas un millar de jóvenes se acercaron a menos de 200 metros de las posiciones de los francotiradores, cuyo despliegue había sido reforzado la víspera por el Ejército ante el temor a un asalto masivo a la frontera. El resto eran adultos y familias con niños que se protegían bajo unos entoldados de la amenaza real de más de 30 grados a la sombra con un porcentaje de humedad el 70%.
Las humaredas causadas por decenas de neumáticos ardiendo y cometas con colas incendiarias enmarcaban el paisaje de una batalla que se repite desde hace diez semanas en distintos puntos de la línea fronteriza entre Gaza e Israel, y que ha arrojado el balance más sangriento desde la guerra que hace cuatro años devastó el enclave costero palestino. El pasado 30 de marzo estallaron las llamadas Marchas del Retorno: la reivindicación del derecho de los palestinos a regresar a las casas y tierras que tuvieron que abandonar tras el nacimiento del Estado de Israel, hace ahora 70 años. Al menos 128 manifestantes han muerto y otros tres millares han resultado heridos por munición real en la protesta.
“Venimos cada semana para hacer llegar al mundo nuestra voluntad de acabar con el bloqueo de Gaza y de que se reconozca el derecho al retorno de los palestinos”, explicaba Samir Abu Nasser, de 37 años, profesor de Física en un instituto. Rodeado de compañeros de claustro, observaba con preocupación desde una prudente distancia el lanzamiento de granadas de gases lacrimógenos contra la primera línea de manifestantes, que intentaba alcanzar la valla de separación. “La mayoría de nuestros alumnos están allí”, señalaba sombrío las humaredas.
La caída de la tarde, que marca el momento de romper el ayuno del Ramadán, pareció disipar sus temores. Pese a las proclamas de los líderes de Hamás —el movimiento islamista que gobierna de facto en Gaza desde hace 11 años— y las advertencias del Ejército israelí —que había arrojado la víspera octavillas advirtiendo del peligro de muerte que implicaba traspasar la frontera—, la protesta del último viernes del mes sagrado musulmán, en la que participaron unos 10.000 manifestantes, no figurará entre las más mortíferas de la reciente ola de marchas sobre la zona.
El Ministerio de Sanidad palestino contabilizó al menos cuatro muertos por disparos de los francotiradores, entre los que figuraba Haitham al Jamal, de 15 años, abatido cerca de Jan Yunis (sur de la Franja). También se registraron unos 600 heridos, de los que más de un centenar presentaban impacto de bala. Este fue el caso del fotógrafo de la agencia France Presse Mohamed Abed al Baba. Herido en una pierna cuando cubría la información de la protesta, iba vestido con un chaleco antibalas con la inscripción Prensa bien visible.
La enfermera Samahe Daher, de 28 años, y el técnico sanitario Mohamed Abu Kasher, de 25 años, se dirigían con sus batas blancas estampadas con la media luna roja al puesto de la ONG Sociedad Palestina de Asistencia Médica. Son los socorristas que atienden en primer lugar a los manifestantes heridos y los evacuan hasta las ambulancias. “No tenemos miedo, pero hace una semana murió de un disparo por la espalda nuestra compañera Razan Najar en la frontera de Jan Yunis”, respondían en plena concentración de Beit Hanún, al término del rezo del mediodía en las mezquitas.
La protesta recordaba la Naksa (derrota, en árabe), en el 51º aniversario de la guerra de los Seis Días que dio inicio a la ocupación de Gaza y Cisjordania, y el Día de Jerusalén, contra la anexión de Jerusalén Este aprobada por el Parlamento de Israel en 1980. Un portavoz del Ejército israelí acusó a manifestantes palestinos de haber abierto fuego contra sus tropas en el norte de la Franja de Gaza, así como del lanzamiento de granadas y artefactos explosivos contra la valla fronteriza, y de arrojar neumáticos ardiendo y cometas-bomba sobre sus posiciones. “Las tropas respondieron con medios antidisturbios y operaron de acuerdo con las reglas de enfrentamiento”, precisó el portavoz castrense, sin mencionar como en anteriores ocasiones el uso de fuego real.
La movilización continúa
En la jaima de los notables locales de Beit Hanún suscitó un cierto revuelo la presencia del diputado palestino por el distrito norte de Gaza Mushir al Masri, portavoz de Hamás en un Parlamento que lleva 12 años sin poder reunirse ante la división entre las facciones políticas. “Las protestas van a proseguir hasta que consigamos nuestros objetivos”, aseguró el parlamentario, pese a que las manifestaciones debían haber concluido el 15 de mayo y se prorrogaron hasta el último viernes de Ramadán.
Al Masri se mostró dispuesto a aceptar cualquier tipo de ayuda internacional para paliar la penuria económica del enclave, aunque se canalice sin la aprobación de la Autoridad Palestina. “Mahmud Abbas ya no nos ofrece confianza”, remachó el dirigente islamista. A su lado, el jeque y juez de paz Abu Jaled Hamdam, de 73 años, solo pensaba en regresar algún día a las tierras de Ashkelón (actual sur de Israel), de la que tuvo que salir con su familia siendo niño. “Si no vuelvo yo, lo harán mis hijos, mis nietos”.
Juan Carlos Sanz
Gaza, El País
Todo estaba dispuesto a las dos de la tarde del viernes en Beit Hanún, en el extremo norte de Gaza, para un nuevo baño de sangre, como el que el 14 de mayo se saldó en toda la Franja con 62 muertos y un millar de heridos por disparos de los soldados israelíes. Unos 4.000 palestinos se habían concentrado a 700 metros del sistema de alambradas, vallas y terraplenes que marcan la divisoria con Israel. Apenas un millar de jóvenes se acercaron a menos de 200 metros de las posiciones de los francotiradores, cuyo despliegue había sido reforzado la víspera por el Ejército ante el temor a un asalto masivo a la frontera. El resto eran adultos y familias con niños que se protegían bajo unos entoldados de la amenaza real de más de 30 grados a la sombra con un porcentaje de humedad el 70%.
Las humaredas causadas por decenas de neumáticos ardiendo y cometas con colas incendiarias enmarcaban el paisaje de una batalla que se repite desde hace diez semanas en distintos puntos de la línea fronteriza entre Gaza e Israel, y que ha arrojado el balance más sangriento desde la guerra que hace cuatro años devastó el enclave costero palestino. El pasado 30 de marzo estallaron las llamadas Marchas del Retorno: la reivindicación del derecho de los palestinos a regresar a las casas y tierras que tuvieron que abandonar tras el nacimiento del Estado de Israel, hace ahora 70 años. Al menos 128 manifestantes han muerto y otros tres millares han resultado heridos por munición real en la protesta.
“Venimos cada semana para hacer llegar al mundo nuestra voluntad de acabar con el bloqueo de Gaza y de que se reconozca el derecho al retorno de los palestinos”, explicaba Samir Abu Nasser, de 37 años, profesor de Física en un instituto. Rodeado de compañeros de claustro, observaba con preocupación desde una prudente distancia el lanzamiento de granadas de gases lacrimógenos contra la primera línea de manifestantes, que intentaba alcanzar la valla de separación. “La mayoría de nuestros alumnos están allí”, señalaba sombrío las humaredas.
La caída de la tarde, que marca el momento de romper el ayuno del Ramadán, pareció disipar sus temores. Pese a las proclamas de los líderes de Hamás —el movimiento islamista que gobierna de facto en Gaza desde hace 11 años— y las advertencias del Ejército israelí —que había arrojado la víspera octavillas advirtiendo del peligro de muerte que implicaba traspasar la frontera—, la protesta del último viernes del mes sagrado musulmán, en la que participaron unos 10.000 manifestantes, no figurará entre las más mortíferas de la reciente ola de marchas sobre la zona.
El Ministerio de Sanidad palestino contabilizó al menos cuatro muertos por disparos de los francotiradores, entre los que figuraba Haitham al Jamal, de 15 años, abatido cerca de Jan Yunis (sur de la Franja). También se registraron unos 600 heridos, de los que más de un centenar presentaban impacto de bala. Este fue el caso del fotógrafo de la agencia France Presse Mohamed Abed al Baba. Herido en una pierna cuando cubría la información de la protesta, iba vestido con un chaleco antibalas con la inscripción Prensa bien visible.
La enfermera Samahe Daher, de 28 años, y el técnico sanitario Mohamed Abu Kasher, de 25 años, se dirigían con sus batas blancas estampadas con la media luna roja al puesto de la ONG Sociedad Palestina de Asistencia Médica. Son los socorristas que atienden en primer lugar a los manifestantes heridos y los evacuan hasta las ambulancias. “No tenemos miedo, pero hace una semana murió de un disparo por la espalda nuestra compañera Razan Najar en la frontera de Jan Yunis”, respondían en plena concentración de Beit Hanún, al término del rezo del mediodía en las mezquitas.
La protesta recordaba la Naksa (derrota, en árabe), en el 51º aniversario de la guerra de los Seis Días que dio inicio a la ocupación de Gaza y Cisjordania, y el Día de Jerusalén, contra la anexión de Jerusalén Este aprobada por el Parlamento de Israel en 1980. Un portavoz del Ejército israelí acusó a manifestantes palestinos de haber abierto fuego contra sus tropas en el norte de la Franja de Gaza, así como del lanzamiento de granadas y artefactos explosivos contra la valla fronteriza, y de arrojar neumáticos ardiendo y cometas-bomba sobre sus posiciones. “Las tropas respondieron con medios antidisturbios y operaron de acuerdo con las reglas de enfrentamiento”, precisó el portavoz castrense, sin mencionar como en anteriores ocasiones el uso de fuego real.
La movilización continúa
En la jaima de los notables locales de Beit Hanún suscitó un cierto revuelo la presencia del diputado palestino por el distrito norte de Gaza Mushir al Masri, portavoz de Hamás en un Parlamento que lleva 12 años sin poder reunirse ante la división entre las facciones políticas. “Las protestas van a proseguir hasta que consigamos nuestros objetivos”, aseguró el parlamentario, pese a que las manifestaciones debían haber concluido el 15 de mayo y se prorrogaron hasta el último viernes de Ramadán.
Al Masri se mostró dispuesto a aceptar cualquier tipo de ayuda internacional para paliar la penuria económica del enclave, aunque se canalice sin la aprobación de la Autoridad Palestina. “Mahmud Abbas ya no nos ofrece confianza”, remachó el dirigente islamista. A su lado, el jeque y juez de paz Abu Jaled Hamdam, de 73 años, solo pensaba en regresar algún día a las tierras de Ashkelón (actual sur de Israel), de la que tuvo que salir con su familia siendo niño. “Si no vuelvo yo, lo harán mis hijos, mis nietos”.