En el epicentro de la Irlanda más católica
La Irlanda rural, bastión del rechazo a la legalización del aborto que se vota este viernes en referéndum, asiste envejecida a la pérdida de influencia de la Iglesia
Pablo Guimón
Roscommon, El País
La misa de las 10.00 de la mañana, la última antes del referéndum sobre el aborto, está a punto de comenzar en Roscommon, apacible pueblo del oeste de Irlanda. Casi un centenar de feligreses, apenas media docena de los cuales cumplirá todavía los 70 años, ocupa las bancadas de la imponente iglesia neogótica del Sagrado Corazón, un templo en el que cabrían, apretujados, al menos la mitad de los 6.500 habitantes del pueblo. Una vez comulgados, el cura despide a los fieles con una advertencia: “Cuando votéis mañana, hacedlo en conciencia. Jesús espera de vosotros que hagáis lo correcto, y sabéis qué es lo correcto. Si no lo sabéis, leed la Biblia y os lo dirá”.
Los feligreses parecen tener claro qué es lo que Jesús espera que voten. “Los valores morales han desaparecido en estos tiempos. El otro día, en la tele, hablaron de una mujer que había abortado para poder irse de vacaciones”, asegura Martin, que exhibe una chapa por el no en su camisa. “Rezo para que gane el no, pero tengo entendido que muchos jóvenes votarán por el sí”, apunta Marjory.
Roscommon fue el condado que más apoyó, en la consulta de 1983, la enmienda a la Constitución que prohíbe el aborto. La misma que hoy, de nuevo en referéndum, los irlandeses pueden sustituir por otra que permitiría el aborto sin restricciones en las 12 primeras semanas de gestación y, hasta los seis meses, por prescripción médica en determinados casos extremos. La localidad, que cuenta con la población más envejecida de la isla, se hizo definitivamente con el título oficioso de El Rincón Más Reaccionario de Irlanda al convertirse en la única circunscripción del país en la que ganó el no en el referéndum sobre el matrimonio igualitario en 2015.
“Todo el mundo habló de ello, pero el no ganó por un margen muy escaso. De hecho, si mira las circunscripciones que nos rodean, verá que la diferencia no es tan grande”, advierte Eugene Murphy, el diputado que representa a Roscommon en el Parlamento irlandés. Murphy, del partido opositor Fianna Fáil, votará no porque considera que la propuesta “va demasiado lejos”.
Tras el referéndum de 2015, Roscommon fue víctima de una breve pero intensa campaña de acoso en redes sociales. “Fue muy injusto y desafortunado, somos uno de los lugares más acogedores de Irlanda”, lamenta Murphy. “Aunque sí somos una circunscripción peculiar”, admite.
Unas jóvenes ante la iglesia del Sagrado Corazón de Roscommon.
Unas jóvenes ante la iglesia del Sagrado Corazón de Roscommon. P. G.
Las peculiaridades de Roscommon sintetizan las de la Irlanda rural, tan diferente de la burbuja cosmopolita de la capital. “Representa a esa Irlanda conservadora y católica que desaparece”, explica Paul Healy, director del periódico local Roscommon People. “Aquí no hay mucho trabajo, y la mayoría de los jóvenes se va. La crisis económica golpeó fuerte. Muchos negocios cerraron y casi todos los que acababan el colegio emigraban. El oeste de Irlanda ha sido históricamente muy subdesarrollado. Hay infraestructuras muy pobres, pocos trenes y la peor banda ancha de Internet del país. Hasta principios de los noventa estábamos bajo el control de la Iglesia. Y para las personas mayores es difícil hacer esa travesía mental en un tema como el aborto”.
Damian Loscher, de la empresa de sondeos Ipsos en Irlanda, lo expone sin tapujos: “En estos asuntos la gente no cambia de opinión, sencillamente se muere”. “Son cuestiones muy emocionales. Si creen que la homosexualidad es el mal, no cambian de opinión: se mueren y son remplazados por otra generación”, defiende. “Irlanda ha vivido un cambio generacional. En 30 años la población de católicos practicantes ha pasado de dos tercios a un tercio del total. Irlanda es cada vez menos católica. En una generación más, será un lugar muy diferente”.
Los escándalos de abusos en la Iglesia golpearon más fuerte en Irlanda, porque la Iglesia era más importante socialmente que en otros países. Así lo cree Ben Ryan, del think tank británico Theos, que promueve el debate sobre el papel de la religión en la sociedad. “Pero, al margen de los escándalos, Irlanda ha experimentado un cambio en términos de religiosidad”, asegura. “Además, los números de ordenación de sacerdotes han caído fuertemente y los curas son muy mayores. En una Iglesia que depende tanto de sus clérigos, eso alimenta una tormenta perfecta de pérdida de influencia. En el aborto se enfrentan dos posturas irreconciliables. Y la Iglesia no ha logrado que el debate se produzca en sus términos”.
Que Roscommon sea conservador y católico no significa que sus vecinas no aborten. Entre 2012 y 2016, según datos del Gobierno británico, 127 mujeres abortaron en Reino Unido registrándose en las clínicas con un domicilio del condado de Roscommon. Sarah, que prefiere no dar su apellido, conoce esa realidad, ya que muchas mujeres acuden a pedir asesoramiento al centro comunitario que dirige. Ella votará sí. Su hija mayor, de 17 años, va a una escuela católica con una chapa del sí. “Algunos compañeros de clase se han metido con ella”, asegura Sarah. “Supongo que cuando acabe el colegio se irá de aquí, como todos. Espero que gane el sí. Pero, sobre todo, estaré contenta cuando todo esto termine. Ha sido un debate demasiado divisorio y complicado”.
Pablo Guimón
Roscommon, El País
La misa de las 10.00 de la mañana, la última antes del referéndum sobre el aborto, está a punto de comenzar en Roscommon, apacible pueblo del oeste de Irlanda. Casi un centenar de feligreses, apenas media docena de los cuales cumplirá todavía los 70 años, ocupa las bancadas de la imponente iglesia neogótica del Sagrado Corazón, un templo en el que cabrían, apretujados, al menos la mitad de los 6.500 habitantes del pueblo. Una vez comulgados, el cura despide a los fieles con una advertencia: “Cuando votéis mañana, hacedlo en conciencia. Jesús espera de vosotros que hagáis lo correcto, y sabéis qué es lo correcto. Si no lo sabéis, leed la Biblia y os lo dirá”.
Los feligreses parecen tener claro qué es lo que Jesús espera que voten. “Los valores morales han desaparecido en estos tiempos. El otro día, en la tele, hablaron de una mujer que había abortado para poder irse de vacaciones”, asegura Martin, que exhibe una chapa por el no en su camisa. “Rezo para que gane el no, pero tengo entendido que muchos jóvenes votarán por el sí”, apunta Marjory.
Roscommon fue el condado que más apoyó, en la consulta de 1983, la enmienda a la Constitución que prohíbe el aborto. La misma que hoy, de nuevo en referéndum, los irlandeses pueden sustituir por otra que permitiría el aborto sin restricciones en las 12 primeras semanas de gestación y, hasta los seis meses, por prescripción médica en determinados casos extremos. La localidad, que cuenta con la población más envejecida de la isla, se hizo definitivamente con el título oficioso de El Rincón Más Reaccionario de Irlanda al convertirse en la única circunscripción del país en la que ganó el no en el referéndum sobre el matrimonio igualitario en 2015.
“Todo el mundo habló de ello, pero el no ganó por un margen muy escaso. De hecho, si mira las circunscripciones que nos rodean, verá que la diferencia no es tan grande”, advierte Eugene Murphy, el diputado que representa a Roscommon en el Parlamento irlandés. Murphy, del partido opositor Fianna Fáil, votará no porque considera que la propuesta “va demasiado lejos”.
Tras el referéndum de 2015, Roscommon fue víctima de una breve pero intensa campaña de acoso en redes sociales. “Fue muy injusto y desafortunado, somos uno de los lugares más acogedores de Irlanda”, lamenta Murphy. “Aunque sí somos una circunscripción peculiar”, admite.
Unas jóvenes ante la iglesia del Sagrado Corazón de Roscommon.
Unas jóvenes ante la iglesia del Sagrado Corazón de Roscommon. P. G.
Las peculiaridades de Roscommon sintetizan las de la Irlanda rural, tan diferente de la burbuja cosmopolita de la capital. “Representa a esa Irlanda conservadora y católica que desaparece”, explica Paul Healy, director del periódico local Roscommon People. “Aquí no hay mucho trabajo, y la mayoría de los jóvenes se va. La crisis económica golpeó fuerte. Muchos negocios cerraron y casi todos los que acababan el colegio emigraban. El oeste de Irlanda ha sido históricamente muy subdesarrollado. Hay infraestructuras muy pobres, pocos trenes y la peor banda ancha de Internet del país. Hasta principios de los noventa estábamos bajo el control de la Iglesia. Y para las personas mayores es difícil hacer esa travesía mental en un tema como el aborto”.
Damian Loscher, de la empresa de sondeos Ipsos en Irlanda, lo expone sin tapujos: “En estos asuntos la gente no cambia de opinión, sencillamente se muere”. “Son cuestiones muy emocionales. Si creen que la homosexualidad es el mal, no cambian de opinión: se mueren y son remplazados por otra generación”, defiende. “Irlanda ha vivido un cambio generacional. En 30 años la población de católicos practicantes ha pasado de dos tercios a un tercio del total. Irlanda es cada vez menos católica. En una generación más, será un lugar muy diferente”.
Los escándalos de abusos en la Iglesia golpearon más fuerte en Irlanda, porque la Iglesia era más importante socialmente que en otros países. Así lo cree Ben Ryan, del think tank británico Theos, que promueve el debate sobre el papel de la religión en la sociedad. “Pero, al margen de los escándalos, Irlanda ha experimentado un cambio en términos de religiosidad”, asegura. “Además, los números de ordenación de sacerdotes han caído fuertemente y los curas son muy mayores. En una Iglesia que depende tanto de sus clérigos, eso alimenta una tormenta perfecta de pérdida de influencia. En el aborto se enfrentan dos posturas irreconciliables. Y la Iglesia no ha logrado que el debate se produzca en sus términos”.
Que Roscommon sea conservador y católico no significa que sus vecinas no aborten. Entre 2012 y 2016, según datos del Gobierno británico, 127 mujeres abortaron en Reino Unido registrándose en las clínicas con un domicilio del condado de Roscommon. Sarah, que prefiere no dar su apellido, conoce esa realidad, ya que muchas mujeres acuden a pedir asesoramiento al centro comunitario que dirige. Ella votará sí. Su hija mayor, de 17 años, va a una escuela católica con una chapa del sí. “Algunos compañeros de clase se han metido con ella”, asegura Sarah. “Supongo que cuando acabe el colegio se irá de aquí, como todos. Espero que gane el sí. Pero, sobre todo, estaré contenta cuando todo esto termine. Ha sido un debate demasiado divisorio y complicado”.