El triunfo en Irak del clérigo nacionalista chií Al Sadr inquieta a Teherán
La victoria del bloque del religioso en los comicios parlamentarios complica la formación de Gobierno
Ángeles Espinosa
Dubái, El País
El éxito del bloque de Muqtada al Sadr en las elecciones de Irak del pasado día 12 sacude la política interna y añade un factor de riesgo a la delicada situación del país en la región. Por un lado, el sorprendente resultado, que deja en tercer lugar al primer ministro Haider al Abadi y en segundo a una alianza proiraní, complica la formación de Gobierno, ya que ninguno de los tres grupos tiene una mayoría suficiente. Por otro, se abre un interrogante sobre cómo va a reaccionar Irán ante el ascenso de un clérigo cuyo populismo nacionalista amenaza sus intereses.
Los datos confirman el descontento de los iraquíes con la vieja guardia sectaria, algo que los votantes ya señalaron en los comicios de 2010 cuando echaron del Parlamento a dos tercios de los diputados de la legislatura anterior. Pero las nuevas caras no trajeron mejores prácticas. La población ha seguido quejándose de la falta de servicios públicos básicos (sanidad, educación, electricidad) y, sobre todo, de la corrupción generalizada de sus políticos. De ahí que sólo haya votado un 44 % del censo (frente al 62 % en 2014) y el atractivo que ha tenido el mensaje de Sairun, la alianza de Revolucionarios por la Reforma de Al Sadr.
Aun así, sus 54 escaños, sobre un total de 329, son insuficientes para formar Gobierno. Lo mismo le sucede a la alianza de la Conquista de Hadi al Ameri (considerado el hombre de Teherán), con 47, o la alianza de La Victoria de Al Abadi, con 42. La ley establece que el presidente (que primero tiene que ser elegido por la nueva Asamblea Nacional) encargue esa tarea “al mayor bloque del Parlamento”, lo que se interpretaba como el más votado hasta que en 2010 una sentencia del Tribunal Supremo estableció que también podía ser una coalición formada tras los comicios si era mayor que aquel. Eso complica las posibilidades.
No obstante, los votos obtenidos convierten a Al Sadr, que no puede ser primer ministro porque no concurrió como candidato, en pieza clave. Así lo ha reconocido Al Abadi, cuyo equipo se ha reunido con representantes de Sairun “para formar un Ejecutivo tecnocrático fuerte” y, según el portavoz de La Victoria, ya han acordado una hoja de ruta. En paralelo, Al Sadr, chií como Al Abadi, Al Ameri y dos tercios de los iraquíes, mantiene reuniones con líderes árabes suníes y kurdos con el fin de que participen en la eventual coalición de Gobierno.
De la caridad al poder
Muqtada al Sadr, de 44 años, lidera el único movimiento genuinamente popular surgido tras el derribo de Sadam Husein. Hijo y sobrino de dos venerados ayatolás asesinados por éste, aprovechó el prestigio de su linaje y actuó con rapidez. Utilizó las redes de caridad establecidas por su padre para poner en pie un sistema de servicios sociales, al estilo del que Hezbolá gestiona en el sur de Líbano, en uno de los arrabales chiíes más pobres de Bagdad, Ciudad Sadam. Sus agradecidos habitantes lo rebautizaron Ciudad Sadr.
Pero fue sobre todo su rechazo a la ocupación estadounidense lo que marcó la diferencia entre él y el resto de los políticos iraquíes, recién regresados del exilio gracias a la intervención. Todos infravaloraron el tirón popular de aquel joven clérigo que se dirigía a sus seguidores en el árabe de la calle y no en el clásico de los ancianos ayatolás de Nayaf. Pero Muqtada, como le llaman sus seguidores, ha evolucionado y en los últimos años se ha reinventado como adalid en contra de la corrupción y la influencia extranjera.
De hecho, este clérigo y político populista con aspiraciones de hombre de Estado, cuya base electoral está en las barriadas pobres de Bagdad y Basora, ha logrado ampliar sus apoyos con un mensaje nacionalista y una alianza con los comunistas y varios partidos laicos. Además, se ha acercado a los suníes rezando en sus mezquitas y con un plan para la reconciliación entre las dos ramas del islam. En su intento por dejar atrás la política sectaria, incluso ha viajado a Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, que encabezan el frente antiiraní en la región.
Esta independencia de criterio no gusta en Irán, donde el clérigo pasó varios años bruñendo sus credenciales religiosas cuando era buscado por las tropas estadounidenses. Ya antes de las elecciones, Teherán dejó claro que no permitirían que gobernara el bloque de Al Sadr. De hecho, la prensa iraní ha interpretado su éxito como señal de “una mayor influencia de Arabia Saudí” en Irak, aunque reconoce que sus seguidores se oponen tanto a la injerencia iraní como a la estadounidense. Sin duda, en Teherán se preferiría una coalición de Al Ameri, el líder de la milicia Badr y tal vez el hombre más poderoso de Irak, y el ex primer ministro Nuri al Maliki, cuyo Estado de la Ley ha obtenido 25 escaños.
El temor de los analistas es que Irán, cuyo peso en el país vecino ha sido notable desde que EE. UU. derribó a Sadam Husein en 2003, sabotee los intentos de Al Sadr para formar una coalición. “Existe una ley no escrita según la cual nadie puede llegar al Gobierno con el veto de Irán, EE. UU. o la maryaiya”, explica un observador en referencia a la autoridad religiosa chií de Nayaf. De momento, esta no se ha pronunciado, pero los estadounidenses, a pesar de su vieja rivalidad, ya se han puesto en contacto con miembros de Sairun, según ha revelado un asistente de Al Sadr.
Los seguidores del clérigo combatieron violentamente la ocupación de EE. UU. con su ya desmantelada milicia, el Ejército del Mahdi. Sin embargo, coinciden en su oposición al gran ascendiente de Irán en Irak. Con Washington embarcado en una operación de acoso a Teherán tras haber abandonado el acuerdo nuclear que firmó con éste, el peligro es que ambos lleven su enemistad a Bagdad, donde hasta ahora habían colaborado tácitamente contra el Estado Islámico y en la estabilidad del país.
Ángeles Espinosa
Dubái, El País
El éxito del bloque de Muqtada al Sadr en las elecciones de Irak del pasado día 12 sacude la política interna y añade un factor de riesgo a la delicada situación del país en la región. Por un lado, el sorprendente resultado, que deja en tercer lugar al primer ministro Haider al Abadi y en segundo a una alianza proiraní, complica la formación de Gobierno, ya que ninguno de los tres grupos tiene una mayoría suficiente. Por otro, se abre un interrogante sobre cómo va a reaccionar Irán ante el ascenso de un clérigo cuyo populismo nacionalista amenaza sus intereses.
Los datos confirman el descontento de los iraquíes con la vieja guardia sectaria, algo que los votantes ya señalaron en los comicios de 2010 cuando echaron del Parlamento a dos tercios de los diputados de la legislatura anterior. Pero las nuevas caras no trajeron mejores prácticas. La población ha seguido quejándose de la falta de servicios públicos básicos (sanidad, educación, electricidad) y, sobre todo, de la corrupción generalizada de sus políticos. De ahí que sólo haya votado un 44 % del censo (frente al 62 % en 2014) y el atractivo que ha tenido el mensaje de Sairun, la alianza de Revolucionarios por la Reforma de Al Sadr.
Aun así, sus 54 escaños, sobre un total de 329, son insuficientes para formar Gobierno. Lo mismo le sucede a la alianza de la Conquista de Hadi al Ameri (considerado el hombre de Teherán), con 47, o la alianza de La Victoria de Al Abadi, con 42. La ley establece que el presidente (que primero tiene que ser elegido por la nueva Asamblea Nacional) encargue esa tarea “al mayor bloque del Parlamento”, lo que se interpretaba como el más votado hasta que en 2010 una sentencia del Tribunal Supremo estableció que también podía ser una coalición formada tras los comicios si era mayor que aquel. Eso complica las posibilidades.
No obstante, los votos obtenidos convierten a Al Sadr, que no puede ser primer ministro porque no concurrió como candidato, en pieza clave. Así lo ha reconocido Al Abadi, cuyo equipo se ha reunido con representantes de Sairun “para formar un Ejecutivo tecnocrático fuerte” y, según el portavoz de La Victoria, ya han acordado una hoja de ruta. En paralelo, Al Sadr, chií como Al Abadi, Al Ameri y dos tercios de los iraquíes, mantiene reuniones con líderes árabes suníes y kurdos con el fin de que participen en la eventual coalición de Gobierno.
De la caridad al poder
Muqtada al Sadr, de 44 años, lidera el único movimiento genuinamente popular surgido tras el derribo de Sadam Husein. Hijo y sobrino de dos venerados ayatolás asesinados por éste, aprovechó el prestigio de su linaje y actuó con rapidez. Utilizó las redes de caridad establecidas por su padre para poner en pie un sistema de servicios sociales, al estilo del que Hezbolá gestiona en el sur de Líbano, en uno de los arrabales chiíes más pobres de Bagdad, Ciudad Sadam. Sus agradecidos habitantes lo rebautizaron Ciudad Sadr.
Pero fue sobre todo su rechazo a la ocupación estadounidense lo que marcó la diferencia entre él y el resto de los políticos iraquíes, recién regresados del exilio gracias a la intervención. Todos infravaloraron el tirón popular de aquel joven clérigo que se dirigía a sus seguidores en el árabe de la calle y no en el clásico de los ancianos ayatolás de Nayaf. Pero Muqtada, como le llaman sus seguidores, ha evolucionado y en los últimos años se ha reinventado como adalid en contra de la corrupción y la influencia extranjera.
De hecho, este clérigo y político populista con aspiraciones de hombre de Estado, cuya base electoral está en las barriadas pobres de Bagdad y Basora, ha logrado ampliar sus apoyos con un mensaje nacionalista y una alianza con los comunistas y varios partidos laicos. Además, se ha acercado a los suníes rezando en sus mezquitas y con un plan para la reconciliación entre las dos ramas del islam. En su intento por dejar atrás la política sectaria, incluso ha viajado a Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, que encabezan el frente antiiraní en la región.
Esta independencia de criterio no gusta en Irán, donde el clérigo pasó varios años bruñendo sus credenciales religiosas cuando era buscado por las tropas estadounidenses. Ya antes de las elecciones, Teherán dejó claro que no permitirían que gobernara el bloque de Al Sadr. De hecho, la prensa iraní ha interpretado su éxito como señal de “una mayor influencia de Arabia Saudí” en Irak, aunque reconoce que sus seguidores se oponen tanto a la injerencia iraní como a la estadounidense. Sin duda, en Teherán se preferiría una coalición de Al Ameri, el líder de la milicia Badr y tal vez el hombre más poderoso de Irak, y el ex primer ministro Nuri al Maliki, cuyo Estado de la Ley ha obtenido 25 escaños.
El temor de los analistas es que Irán, cuyo peso en el país vecino ha sido notable desde que EE. UU. derribó a Sadam Husein en 2003, sabotee los intentos de Al Sadr para formar una coalición. “Existe una ley no escrita según la cual nadie puede llegar al Gobierno con el veto de Irán, EE. UU. o la maryaiya”, explica un observador en referencia a la autoridad religiosa chií de Nayaf. De momento, esta no se ha pronunciado, pero los estadounidenses, a pesar de su vieja rivalidad, ya se han puesto en contacto con miembros de Sairun, según ha revelado un asistente de Al Sadr.
Los seguidores del clérigo combatieron violentamente la ocupación de EE. UU. con su ya desmantelada milicia, el Ejército del Mahdi. Sin embargo, coinciden en su oposición al gran ascendiente de Irán en Irak. Con Washington embarcado en una operación de acoso a Teherán tras haber abandonado el acuerdo nuclear que firmó con éste, el peligro es que ambos lleven su enemistad a Bagdad, donde hasta ahora habían colaborado tácitamente contra el Estado Islámico y en la estabilidad del país.