No era la mayor atrocidad de El Asad

Barriles bomba, bombardeos en zonas civiles, ejecuciones sumarias e incluso ataques químicos más letales no motivaron en los últimos siete años la intervención directa contra el régimen sirio

ÓSCAR GUTIÉRREZ
Madrid, El País
El uso de sustancias químicas como arma de guerra está prohibido. Eso está claro. Así es desde hace casi un siglo, con la firma del protocolo de Ginebra de 1925 en el seno de la Sociedad de Naciones. El doctor Johnny Nehme, experto en la materia del Comité Internacional de la Cruz Roja, explicaba los motivos tras el último ataque en Duma (Guta Orienta, Siria): su naturaleza es indiscriminada, mata o desfigura a cualquiera, esté o no implicado en el conflicto, además de provocar heridas con efectos de por vida, posteriores incluso a la propia batalla. "Fabricar o usar un arma que impide a la gente utilizar el aire, respirar, se consideró demasiado horrible o dañino", señaló Nehme. Por eso Donald Trump, Theresa May o Emmanuel Macron situaron su uso como línea roja antes de bombardear. Pero siete años guerra han dejado en Siria ataques tan o más indiscriminados que el último en Duma (al menos 60 muertos). También con armas químicas. Como ejemplo, la cuenta que hizo el pasado 13 de abril Nikki Haley, embajadora de EE UU en la ONU: Washington estima que el régimen sirio ha atacado 50 veces con su arsenal químico. Pero hasta ahora, la aviación norteamericana solo atacó dos veces a sus instalaciones militares.


Haley culpó de ese medio centenar de ataques a Bachar el Asad, algo que, por ejemplo, no llega a hacer por falta de pruebas Naciones Unidas. Según la información recogida por la ONU a enero de 2018, en los últimos cinco años se perpetraron 34 ataques con armas químicas. En algunos casos, documenta que la munición cayó desde helicópteros, y eso solo pudo hacerlo el régimen sirio. Entre los ataques de este tipo está el que asoló Guta ya en agosto de 2013. Se usó gas sarín, un agente que ataca el sistema nervioso. Fue entonces, con una cifra de muertos en torno a los 1.500, cuando la Administración de Barack Obama puso sobre la mesa una posible intervención que golpearía precisamente el potencial militar de El Asad vinculado al uso de armas químicas. Esa operación no tuvo lugar. Moscú intervino en su contra y el ascenso imparable del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) disuadió finalmente de llevar a cabo cualquier operación contra el potencial de defensa sirio. Al menos Damasco llevó a cabo la eliminación de su arsenal —de forma parcial a tenor de los últimos ataques—, con la supervisión de la Organización de la ONU para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ).

Hay más cuentas: el ataque en Duma no es ni de cerca el más documentado. Hay más pruebas de los bombardeos efectuados con armas químicas que le precedieron solo en 2018. El proyecto de investigación periodística online Bellingcat documentó otros cuatro ataques con estos agentes en Duma o alrededores (11 de enero, 22 de enero, 1 de febrero y 25 de febrero). Con Bellingcat ha colaborado Syrian Archive, uno de los colectivos de activistas de derechos humanos que mejor ha recogido evidencias de las atrocidades del régimen de El Asad. Syrian Archive cuenta con una base de datos de 201 ataques químicos cometidos en el país árabe entre 2012 y 2018.

Como señalaba Nehme, la naturaleza indiscriminada de un arma es lo que lleva a que se prohíba su uso, como sucedió con las armas de racimo. El régimen de El Asad se ha cebado en la utilización de barriles bomba: bidones lanzados desde helicópteros, imprecisos y cargados de explosivos, combustible, clavos, tornillos y otros materiales que multipliquen el alcance y dolor. Las calles amontonadas de la ciudad de Alepo sufrieron el golpe de estos barriles durante los cinco años de asedio del régimen con cientos de civiles muertos a sus espaldas. La Syrian Network of Human Rights (Red Siria de Derechos Humanos) ha documentado que desde julio de 2012 y hasta diciembre de 2017, el Ejército sirio lanzó no menos de 68.334 barriles. Más de medio millar cayeron sobre zonas civiles vitales, como centros de salud, mezquitas, colegios y mercados. Según este colectivo, este arma mató en ese periodo a 10.763 civiles, entre ellos 1.734 niños y 1.689 mujeres.

Pero hay más pruebas del carácter indiscriminado del régimen en la guerra abierta hace siete años ante el que las potencias internacionales no han actuado, salvo en ocasiones contadas —al ataque comandado por EE UU este domingo le precede el del 7 de abril de 2017 en represalia por el uso de armas químicas en Jan Seijún—. Se desconoce la cifra exacta de presos ejecutados de forma sumaria en las cárceles del régimen, pero según el trabajo de organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, alrededor de 100.000 personas han desaparecido en los últimos siete años a manos de los militares sirios. Miles de esas personas acabaron en los ficheros de la inteligencia siria, que gracias a una filtración, ahora estudia la justicia alemana.

Todos estos supuestos crímenes, contrarios al derecho internacional como el uso de sustancias químicas en la guerra, no han sido sin embargo represaliados, como sí lo fue en la noche del viernes el último ataque en Duma, localidad a la que todavía no ha llegado la misión de la OPAQ para investigar el ataque con sustancias químicas.

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