Gaza, de la bancarrota a la desesperación suicida
El colapso económico de la Franja tras una década de bloqueo moviliza a una población sin futuro contra la frontera israelí
Juan Carlos Sanz
Gaza, El País
Los jóvenes de Jan Yunis acarrean neumáticos viejos, espejos metálicos y cubos de plástico hasta la frontera del sureste de Gaza. Han levantado un campamento en el pago de Jusaa, a 400 metros de las mirillas de precisión de los francotiradores del Ejército de Israel. La llegada de cada cargamento es celebrada con gritos de júbilo por centenares de veinteañeros en paro. Se preparan para volver a movilizarse esta semana en un nuevo viernes de la ira tras las multitudinarias manifestaciones del 30 de marzo.
“Los neumáticos arderán para crear una cortina de humo, los espejos servirán para deslumbrar a los soldados y los cubos capturarán las grandes bombas lacrimógenas”, detalla el jeque tribal Zaqi Derdessi, de 60 años, ante la atenta mirada de los muchachos en una de las tres decenas de tiendas erigidas. “Los mayores somos la cadena que une a estos chicos con el pasado”, predica el venerado jeque del este de la Franja, tocado con una kufiya roja sobre la túnica negra que denota su rango.
En las protestas se han contabilizado en Jusaa tres de las 19 muertes registradas hasta ahora —la última se produjo ayer en Al Bureij, en el centro del enclave palestino— y 350 de los 1.400 manifestantes heridos. “No tenemos miedo de que nos disparen”, corean los jóvenes arrobados en derredor suyo con un fervor casi suicida.
Después de más de una década de bloqueo terrestre y marítimo desde Israel, al que se ha sumado Egipto en el último lustro, y de tres guerras consecutivas con el Ejército hebreo, la economía del enclave presenta un encefalograma plano. Con una tasa de desempleo del 44% —la más elevada del planeta, según el Banco Mundial—, que se eleva al 62% en el caso de los menores de 30 años, dos terceras partes de los dos millones de habitantes de la franja palestina viven por debajo del umbral de la pobreza y precisan de la ayuda internacional para subsistir.
“La guerra de 50 días del verano de 2014 supuso una catástrofe: las bombas arrasaron 900 fábricas y 5.000 locales de negocio”, constata el presidente de la Asociación de Empresarios de Gaza, Alí Hayek. “El prolongado bloqueo y los recortes de transferencias y de electricidad impuestos el año pasado por el Gobierno de la Autoridad Palestina han acabado por rematar la agonizante economía, y el poder adquisitivo de las familias se ha desplomado hasta un 80%”, asevera el dirigente patronal.
“Israel no permite la importación de camiones ni de otros equipos industriales porque tienen doble uso, civil y militar. Muchos ya habrían emigrado, si pudieran, pero estamos aislados”, sostiene Hayek.
Más de 60.000 funcionarios dependientes de la Autoridad Palestina han visto reducidos sus salarios en un 30% a causa de la disputa entre el Gobierno del presidente Mahmud Abbas con los líderes de Hamás, el movimiento islamista que gobierna de facto en el enclave mediterráneo tras hacerse con el poder por las armas en 2007.
El efecto dominó no se hizo esperar: la mayoría de los gazatíes ya solo consumen productos básicos. Hasta el Ejército israelí ha verificado que el tráfico de camiones a través del paso de Kerem Shalom, el único que opera para mercancías en la frontera, se redujo en más de un tercio durante 2017.
Marchas del Retorno
El profesor de inglés Ahmed Alí, de 65 años, con kufiya negra, también apela a los jóvenes de Jusaa a una ceremonia de recuerdo del pasado. Las Marchas del Retorno convocadas por los partidos palestinos intentan precisamente defender el derecho de los refugiados a regresar a sus lugares de origen.
Las movilizaciones se prolongarán hasta mediados de mayo, coincidiendo con el 70º aniversario de la creación del Estado de Israel, que los palestinos conmemoran bajo el nombre de Naqba (desastre, en árabe). “Tal vez yo no pueda volver nunca a Ashdod [ciudad portuaria situada al sur de Tel Aviv], pero mis hijos o mis nietos lo lograrán algún día”, aventura el profesor Alí.
El ministro de Defensa de Israel, Avigdor Lieberman, inspeccionó ayer la zona fronteriza con Gaza. “Todos aquellos que se acerquen a la valla pondrán su vida en peligro”, advirtió. “Conocemos bien a la mayoría de los muertos [en las protestas], son activistas de las alas militares de Hamás y de la Yihad Islámica”.
Human Rights Watch (HRW), ONG con sede en Estados Unidos, considera que el “uso de munición real contra manifestantes desarmados que no suponían una amenaza inminente” fue ordenada “ilegalmente por altos mandos israelíes”.
Prisión por deudas a causa de la crisis
“El hambre produce violencia, por eso no van a faltar jóvenes desesperados que se acerquen más de lo debido a la valla fronteriza con Israel”, sentencia Alí Hayek, presidente de la patronal local, quien revela que Gaza se ha convertido “en uno de los pocos lugares del mundo en los que un millonario puede levantarse un día convertido en mendigo”.
Este es el caso de Ziad Bahor, de 38 años, un mayorista de confección textil que facturaba 100.000 euros al mes hasta hace un año. “Importaba de China, de Turquía, de Israel”, recuerda, “y tenía más de una docena de empleados; ahora he cumplido ocho meses de cárcel por no poder pagar a mis acreedores”. A él le adeudan los detallistas, a los que suministraba prendas de marcas como Diesel o Puma, cerca de medio millón de euros.
El negocio de la moda se ha hundido en el enclave palestino. Bahor tiene pendiente con los fabricantes del sector el pago de una cantidad similar. Gaza es también uno de los pocos lugares del globo donde subsiste la prisión por deudas. De los 42.000 empresarios declarados en quiebra, 600 se encuentran en prisión. “Ya no duermo en casa”, revela el mayorista moroso a la fuerza, “si me sorprende un acreedor acabo entre rejas”.
Juan Carlos Sanz
Gaza, El País
Los jóvenes de Jan Yunis acarrean neumáticos viejos, espejos metálicos y cubos de plástico hasta la frontera del sureste de Gaza. Han levantado un campamento en el pago de Jusaa, a 400 metros de las mirillas de precisión de los francotiradores del Ejército de Israel. La llegada de cada cargamento es celebrada con gritos de júbilo por centenares de veinteañeros en paro. Se preparan para volver a movilizarse esta semana en un nuevo viernes de la ira tras las multitudinarias manifestaciones del 30 de marzo.
“Los neumáticos arderán para crear una cortina de humo, los espejos servirán para deslumbrar a los soldados y los cubos capturarán las grandes bombas lacrimógenas”, detalla el jeque tribal Zaqi Derdessi, de 60 años, ante la atenta mirada de los muchachos en una de las tres decenas de tiendas erigidas. “Los mayores somos la cadena que une a estos chicos con el pasado”, predica el venerado jeque del este de la Franja, tocado con una kufiya roja sobre la túnica negra que denota su rango.
En las protestas se han contabilizado en Jusaa tres de las 19 muertes registradas hasta ahora —la última se produjo ayer en Al Bureij, en el centro del enclave palestino— y 350 de los 1.400 manifestantes heridos. “No tenemos miedo de que nos disparen”, corean los jóvenes arrobados en derredor suyo con un fervor casi suicida.
Después de más de una década de bloqueo terrestre y marítimo desde Israel, al que se ha sumado Egipto en el último lustro, y de tres guerras consecutivas con el Ejército hebreo, la economía del enclave presenta un encefalograma plano. Con una tasa de desempleo del 44% —la más elevada del planeta, según el Banco Mundial—, que se eleva al 62% en el caso de los menores de 30 años, dos terceras partes de los dos millones de habitantes de la franja palestina viven por debajo del umbral de la pobreza y precisan de la ayuda internacional para subsistir.
“La guerra de 50 días del verano de 2014 supuso una catástrofe: las bombas arrasaron 900 fábricas y 5.000 locales de negocio”, constata el presidente de la Asociación de Empresarios de Gaza, Alí Hayek. “El prolongado bloqueo y los recortes de transferencias y de electricidad impuestos el año pasado por el Gobierno de la Autoridad Palestina han acabado por rematar la agonizante economía, y el poder adquisitivo de las familias se ha desplomado hasta un 80%”, asevera el dirigente patronal.
“Israel no permite la importación de camiones ni de otros equipos industriales porque tienen doble uso, civil y militar. Muchos ya habrían emigrado, si pudieran, pero estamos aislados”, sostiene Hayek.
Más de 60.000 funcionarios dependientes de la Autoridad Palestina han visto reducidos sus salarios en un 30% a causa de la disputa entre el Gobierno del presidente Mahmud Abbas con los líderes de Hamás, el movimiento islamista que gobierna de facto en el enclave mediterráneo tras hacerse con el poder por las armas en 2007.
El efecto dominó no se hizo esperar: la mayoría de los gazatíes ya solo consumen productos básicos. Hasta el Ejército israelí ha verificado que el tráfico de camiones a través del paso de Kerem Shalom, el único que opera para mercancías en la frontera, se redujo en más de un tercio durante 2017.
Marchas del Retorno
El profesor de inglés Ahmed Alí, de 65 años, con kufiya negra, también apela a los jóvenes de Jusaa a una ceremonia de recuerdo del pasado. Las Marchas del Retorno convocadas por los partidos palestinos intentan precisamente defender el derecho de los refugiados a regresar a sus lugares de origen.
Las movilizaciones se prolongarán hasta mediados de mayo, coincidiendo con el 70º aniversario de la creación del Estado de Israel, que los palestinos conmemoran bajo el nombre de Naqba (desastre, en árabe). “Tal vez yo no pueda volver nunca a Ashdod [ciudad portuaria situada al sur de Tel Aviv], pero mis hijos o mis nietos lo lograrán algún día”, aventura el profesor Alí.
El ministro de Defensa de Israel, Avigdor Lieberman, inspeccionó ayer la zona fronteriza con Gaza. “Todos aquellos que se acerquen a la valla pondrán su vida en peligro”, advirtió. “Conocemos bien a la mayoría de los muertos [en las protestas], son activistas de las alas militares de Hamás y de la Yihad Islámica”.
Human Rights Watch (HRW), ONG con sede en Estados Unidos, considera que el “uso de munición real contra manifestantes desarmados que no suponían una amenaza inminente” fue ordenada “ilegalmente por altos mandos israelíes”.
Prisión por deudas a causa de la crisis
“El hambre produce violencia, por eso no van a faltar jóvenes desesperados que se acerquen más de lo debido a la valla fronteriza con Israel”, sentencia Alí Hayek, presidente de la patronal local, quien revela que Gaza se ha convertido “en uno de los pocos lugares del mundo en los que un millonario puede levantarse un día convertido en mendigo”.
Este es el caso de Ziad Bahor, de 38 años, un mayorista de confección textil que facturaba 100.000 euros al mes hasta hace un año. “Importaba de China, de Turquía, de Israel”, recuerda, “y tenía más de una docena de empleados; ahora he cumplido ocho meses de cárcel por no poder pagar a mis acreedores”. A él le adeudan los detallistas, a los que suministraba prendas de marcas como Diesel o Puma, cerca de medio millón de euros.
El negocio de la moda se ha hundido en el enclave palestino. Bahor tiene pendiente con los fabricantes del sector el pago de una cantidad similar. Gaza es también uno de los pocos lugares del globo donde subsiste la prisión por deudas. De los 42.000 empresarios declarados en quiebra, 600 se encuentran en prisión. “Ya no duermo en casa”, revela el mayorista moroso a la fuerza, “si me sorprende un acreedor acabo entre rejas”.