“Weah nunca nos ha olvidado”
El nuevo presidente es venerado en el barrio de chabolas de Monrovia en el que creció. "Es uno de los nuestros", dicen sus vecinos
Gemma Parellada
Monrovia, El País
Dos bicis fugaces, un altavoz saturado y ese golpe seco de las botas golpeando al balón. El espacio de tierra donde el nuevo presidente de Liberia, George Weah, empezó su carrera se abre como una bocanada de aire entre el laberinto de chabolas de Claratown. Hay partido amistoso, puestos de buñuelos y la juventud de medio barrio hormigueando en micro actividades. “Weah, desde joven, siempre ha sido un gentleman” asegura contundente y orgulloso Myer Beteah, ex presidente del Young Survivors, mientras camina despacio por la larga plataforma de cemento que llega al campo de fútbol, en su acceso más firme; el resto son finas tablas de madera que ejercen de puente sobre la fosa de porquería que sella el terreno. Como si fuera una fortaleza. El Survivors -como todos le llaman aquí- fue el equipo en el que Weah empezó a despuntar. “Aquí, en este mismo campo, jugaba nuestro presidente, aquí le conocimos, y aquí descubrimos su enorme determinación, que ha demostrado en toda su vida, no solo en el fútbol”, desgrana Myer, paseando entre balones perdidos.
El orgullo no cabe en Claratown. Entre el enjambre de seguidores que corretean por los caminos serpenteantes de arena negra, piedras y plásticos, repitiendo que “él nunca nos ha olvidado”, Myer, que le conoce personalmente, explica que si los liberianos confían tanto en el ex futbolista es porque siempre se ha preocupado de su pueblo, también y sobre todo durante el conflicto (1898-2003). “¿Imagináis lo que significó para nosotros que, en plena guerra, mantuviera viva la selección nacional? Era nuestra esperanza”.
“Quizás no es el más educado, o el más carismático, pero Weah es verdadero”, sentencia levantando el índice Haji Masaquoi, exportero del Survivors.“¿Qué han hecho para Liberia los políticos hasta ahora? Fomentar la guerra y robar. ¿Por qué debemos confiar más en ellos que en un hombre honesto y comprometido?” sigue Haji, zanjando así los miedos y críticas que circulan por su limitado bagaje político. “¡Weah es uno de nosotros! Ha comido arroz seco, era pobre, ha sido criado por su abuela en esta comunidad sin higiene ni educación, yo soy él y él es yo”. La fe en Weah brota a borbotones y la ilusión desborda los límites de la comunidad, rocía las calles y los transportes públicos —hasta 10 personas en un cinco plazas—. Hablan del nuevo presidente como si fuera un hermano de la familia.
“No sabemos cómo lo va hacer, pero necesitamos desarrollo y sabemos de cierto que está determinado a conseguirlo”, susurra Aloysaous Foday Lamin, alias FT, levantando las cejas. Muchos están vinculados al fútbol en Claratown, como si fuera el corazón de la comunidad, la manera de aparcar las dificultades del día a día. “FT”, también: fue sponsor de otro equipo en el que Weah jugó. Tenía su empresa de construcción y ayudaba al club a sobrevivir.
Unos cuantos senderos y obstáculos hediondos más lejos, a la sombra del sol espeluznante, media docena de hombres charlan sentados en un porche, mientras una mujer corta hojas y la otra hierve pasta de maíz. Es la casa en la Weah creció, cuidado por su abuela. Tiene nueve habitaciones y acoge a una treintena de “primos” —ni ellos se saben contar—. Odalfus Wesseh es uno de ellos, que se reclama primo lejano de un hombre, George Weah, “que no se avergüenza de dónde viene”. “Estuvo aquí mismo hace un año, sentado en la piedra, comiendo con las manos, con nosotros. Es un hombre sencillo y noble”, dice Osalfus.
Para muchos, la más ferviente prueba del amor de Geroge Weah por sus conciudadanos fue su compromiso durante la brutal guerra, el conflicto que azotó la pequeña nación de 4.3 millones de personas durante 14 años, dejando 250.000 muertos. 40.000 niños se enrolaron como soldados. Coincidió con la época dorada de su carrera, cuando estaba triunfando en Europa y erigiéndose como el mejor jugador africano de todos los tiempos. Pero lejos de desconectarse, Weah se propuso mantener a flote la selección nacional, los Lone stars. “Él localizaba a los jugadores aquí, entre la guerra, a los que estaban fuera en los países vecinos y a los que jugaban en Europa, estableció la base en Ghana, ya que en Liberia no se podía jugar, y les entrenó”, cuenta Myer. Llegó a clasificarla a la Copa Africa de Naciones. “Además, visitaba los campos de refugiados y trató de acompañar, como pudo, a un pueblo que estaba sufriendo mucho”.
Las expectativas tocan el cielo incandescente de Liberia. Y el hecho que Weah haya elegido como su mano derecha a Jewel Howard Taylor —la ex esposa de Charles Taylor— no les asusta. Al revés, ha conseguido reforzar su figura. La nueva vicepresidenta del país goza también de un enorme armazón popular, tanto por su propia personalidad, como por la veneración heredada de Charles Taylor, a quienes muchos liberianos, reconocen, volverían a votar.
Gemma Parellada
Monrovia, El País
Dos bicis fugaces, un altavoz saturado y ese golpe seco de las botas golpeando al balón. El espacio de tierra donde el nuevo presidente de Liberia, George Weah, empezó su carrera se abre como una bocanada de aire entre el laberinto de chabolas de Claratown. Hay partido amistoso, puestos de buñuelos y la juventud de medio barrio hormigueando en micro actividades. “Weah, desde joven, siempre ha sido un gentleman” asegura contundente y orgulloso Myer Beteah, ex presidente del Young Survivors, mientras camina despacio por la larga plataforma de cemento que llega al campo de fútbol, en su acceso más firme; el resto son finas tablas de madera que ejercen de puente sobre la fosa de porquería que sella el terreno. Como si fuera una fortaleza. El Survivors -como todos le llaman aquí- fue el equipo en el que Weah empezó a despuntar. “Aquí, en este mismo campo, jugaba nuestro presidente, aquí le conocimos, y aquí descubrimos su enorme determinación, que ha demostrado en toda su vida, no solo en el fútbol”, desgrana Myer, paseando entre balones perdidos.
El orgullo no cabe en Claratown. Entre el enjambre de seguidores que corretean por los caminos serpenteantes de arena negra, piedras y plásticos, repitiendo que “él nunca nos ha olvidado”, Myer, que le conoce personalmente, explica que si los liberianos confían tanto en el ex futbolista es porque siempre se ha preocupado de su pueblo, también y sobre todo durante el conflicto (1898-2003). “¿Imagináis lo que significó para nosotros que, en plena guerra, mantuviera viva la selección nacional? Era nuestra esperanza”.
“Quizás no es el más educado, o el más carismático, pero Weah es verdadero”, sentencia levantando el índice Haji Masaquoi, exportero del Survivors.“¿Qué han hecho para Liberia los políticos hasta ahora? Fomentar la guerra y robar. ¿Por qué debemos confiar más en ellos que en un hombre honesto y comprometido?” sigue Haji, zanjando así los miedos y críticas que circulan por su limitado bagaje político. “¡Weah es uno de nosotros! Ha comido arroz seco, era pobre, ha sido criado por su abuela en esta comunidad sin higiene ni educación, yo soy él y él es yo”. La fe en Weah brota a borbotones y la ilusión desborda los límites de la comunidad, rocía las calles y los transportes públicos —hasta 10 personas en un cinco plazas—. Hablan del nuevo presidente como si fuera un hermano de la familia.
“No sabemos cómo lo va hacer, pero necesitamos desarrollo y sabemos de cierto que está determinado a conseguirlo”, susurra Aloysaous Foday Lamin, alias FT, levantando las cejas. Muchos están vinculados al fútbol en Claratown, como si fuera el corazón de la comunidad, la manera de aparcar las dificultades del día a día. “FT”, también: fue sponsor de otro equipo en el que Weah jugó. Tenía su empresa de construcción y ayudaba al club a sobrevivir.
Unos cuantos senderos y obstáculos hediondos más lejos, a la sombra del sol espeluznante, media docena de hombres charlan sentados en un porche, mientras una mujer corta hojas y la otra hierve pasta de maíz. Es la casa en la Weah creció, cuidado por su abuela. Tiene nueve habitaciones y acoge a una treintena de “primos” —ni ellos se saben contar—. Odalfus Wesseh es uno de ellos, que se reclama primo lejano de un hombre, George Weah, “que no se avergüenza de dónde viene”. “Estuvo aquí mismo hace un año, sentado en la piedra, comiendo con las manos, con nosotros. Es un hombre sencillo y noble”, dice Osalfus.
Para muchos, la más ferviente prueba del amor de Geroge Weah por sus conciudadanos fue su compromiso durante la brutal guerra, el conflicto que azotó la pequeña nación de 4.3 millones de personas durante 14 años, dejando 250.000 muertos. 40.000 niños se enrolaron como soldados. Coincidió con la época dorada de su carrera, cuando estaba triunfando en Europa y erigiéndose como el mejor jugador africano de todos los tiempos. Pero lejos de desconectarse, Weah se propuso mantener a flote la selección nacional, los Lone stars. “Él localizaba a los jugadores aquí, entre la guerra, a los que estaban fuera en los países vecinos y a los que jugaban en Europa, estableció la base en Ghana, ya que en Liberia no se podía jugar, y les entrenó”, cuenta Myer. Llegó a clasificarla a la Copa Africa de Naciones. “Además, visitaba los campos de refugiados y trató de acompañar, como pudo, a un pueblo que estaba sufriendo mucho”.
Las expectativas tocan el cielo incandescente de Liberia. Y el hecho que Weah haya elegido como su mano derecha a Jewel Howard Taylor —la ex esposa de Charles Taylor— no les asusta. Al revés, ha conseguido reforzar su figura. La nueva vicepresidenta del país goza también de un enorme armazón popular, tanto por su propia personalidad, como por la veneración heredada de Charles Taylor, a quienes muchos liberianos, reconocen, volverían a votar.