EL PAÍS se despide de sus rotativas
Los trabajadores de la imprenta acompañaron al diario desde su fundación, en 1976, y forman parte de su historia. Desde hoy, el periódico se imprimirá en unos talleres externos
Andrea Nogueira Calvar
Madrid, El País
¡Qué paren las máquinas! La frase es una de las más legendarias del periodismo. Solo una noticia de última hora y de especial relevancia puede motivar que se pronuncie. Esta expresión confiere una idea de la importancia de este eslabón en la confección de un periódico. Un diario es mucho más que sus periodistas, es un compendio de departamentos, y las rotativas y todos los que trabajan en ellas hacen posible que las noticias lleguen en papel a las manos de los lectores.
Por eso, la edición que tiene hoy en sus manos es histórica: se trata de la última que se ha impreso en las rotativas del diario. A partir de la edición del lunes, el diario se imprimirá en unos talleres externos conjuntamente con otros medios.
El director de El PAÍS, Antonio Caño, explica así esta decisión: “Era evidente desde hace tiempo que la transformación digital iba a exigir un cambio del modelo industrial de producción de los periódicos. Hoy, cuando el mayor volumen de lectores de los periódicos proceden del ámbito digital y la caída de difusión de las ediciones de papel es constante en todas las cabeceras y en todos los países, ha dejado de tener sentido la existencia de una rotativa exclusiva para cada periódico. Es preciso buscar otras fórmulas que se ajusten mejor a la dimensión que hoy tienen las ediciones de papel, incluso para intentar prolongar la vida del papel. Y es preciso destinar esfuerzos y recursos a donde realmente están los lectores y el futuro, en las nuevas plataformas tecnológicas”.
“Es inevitable una mirada nostálgica hacia esos años de la tinta en los que la colaboración de periodistas y trabajadores de rotativas consiguió gestas memorables para la historia de EL PAÍS —¡quién puede olvidar aquella noche del 23 de febrero de 1981 en la que los trabajadores de las rotativas del periódico acudieron espontáneamente a su puesto de trabajo para facilitar la salida a la calle del histórico ejemplar de “EL PAÍS con la Constitución”—. Pero desde ese saludable recuerdo, tenemos que avanzar con optimismo en esta nueva era de periodismo masivo y accesible en la que EL PAÍS tiene el compromiso de mantener y defender con instrumentos nuevos los mismos valores de siempre”, añade Caño.
Cuando EL PAÍS cumplió su 40 aniversario, en mayo de 2016, organizó una gran exposición. En una de las instalaciones se hacía referencia al número de periódicos que hasta ese momento se habían impreso: 5.200 millones de ejemplares. Hoy, la transformación digital permite que los contenidos de EL PAÍS lleguen cada día a millones de personas en todos los formatos y narrativas existentes. El pasado noviembre el diario alcanzaba los 100 millones de navegadores únicos en Internet, cifra récord para un diario en español.
Los talleres nacieron de la mano del periódico en 1976. A los cinco años de su inauguración, participaron activamente en uno de los momentos más importantes no solo del diario, sino de España: el golpe de Estado del 23-F. Cuando el teniente coronel Antonio Tejero gritó en el Congreso aquello de “¡Quieto todo el mundo!”, los técnicos de las rotativas se encontraban descansando en sus casas tras una jornada de faena.
El año pasado EL PAÍS conmemoró los 40 años de aquella portada con un documental. En él, Carlos Montejo, por aquel entonces oficial de montaje, relata cómo se vivieron momentos cruciales en los que se valoró enviar a la mitad de la plantilla a casa porque estaban “en un riesgo físico evidente”. “No eran idiotas, pensaban que el periódico iba a combatir y que ellos tenían un papel en eso”, aseguraba. La inmensa mayoría de los empleados se quedó para ayudar a sacar la edición especial.
Cuando el intento de golpe de Estado paralizó España, el papel era el único soporte en el que se distribuía el periódico y, aunque las rotativas nacieron modestas, la creciente tirada impuso la necesidad de ampliarlas, tarea que se llevó a cabo entre los años 1989 y 1990. No fue la única adaptación, pues la llegada del color a las páginas también requirió de un nuevo sistema con el que la portada ganó calidez y texturas que después se extendieron a las páginas interiores. Pablo Cayado, director gerente de los talleres que hasta ayer imprimían EL PAÍS, recuerda que con las primeras portadas “había gente que decía que un periódico debía ser solo en blanco y negro”. La búsqueda de una mayor calidad en la imagen impuso el color y las rotativas multiplicaron por cuatro su tamaño, primero en el año 2002 y después en 2007, para poder acoger esta novedad técnica. Un año antes las máquinas ya habían alcanzado el máximo de su capacidad de trabajo con una impresión de 600.000 ejemplares al día. 60.000 cada hora.
El 23-F fue la experiencia más exigente que vivirían las rotativas por el riesgo real que sufrieron los empleados, pero ni mucho menos la última noche de tensión. Cada noticia acaecida a última hora del día retrasa el cierre del periódico y con ello todo el proceso de impresión y distribución. En las rotativas se recuerda con gran vivacidad la caída de las Torres Gemelas durante los atentados del 11-S, día en el que EL PAÍS llegó a los quioscos con una edición especial de tarde. Toda la plantilla acudió para poder contar a los lectores qué estaba sucediendo. Era una época en la que Internet todavía no había colonizado la sociedad. Las diferentes elecciones, atentados terroristas o la abdicación del rey Juan Carlos son otros de los hitos a los que estas rotativas se han tenido que enfrentar a lo largo de su historia.
Ahora, muchos trabajadores se han llevado a casa como recuerdo las planchas con las que se imprimieron estas y otras noticias. “Ellos también forman parte de la historia del periódico”, resalta Cayado. Además, muchos de los periodistas de EL PAÍS se han acercado en la última semana a despedirse de los compañeros y de las rotativas, que los han acompañado en su trayectoria en el diario.
El número de ejemplares que salían desde este taller ha disminuido paulatinamente debido a la aparición del soporte electrónico. El lector no solo ha cambiado el canal de acceso al periódico, sino que además ha modificado su perfil. La mitad de los usuarios lee ya las noticias desde fuera de España.
En un nuevo paso de adaptación hacia las últimas formas de producción y formato, EL PAÍS agradece a los trabajadores de sus rotativas y da la bienvenida a una etapa renovada, en la que suma nuevos lectores a través de múltiples plataformas como las redes sociales o la televisión, con el objetivo de consolidar su liderazgo informativo.
Andrea Nogueira Calvar
Madrid, El País
¡Qué paren las máquinas! La frase es una de las más legendarias del periodismo. Solo una noticia de última hora y de especial relevancia puede motivar que se pronuncie. Esta expresión confiere una idea de la importancia de este eslabón en la confección de un periódico. Un diario es mucho más que sus periodistas, es un compendio de departamentos, y las rotativas y todos los que trabajan en ellas hacen posible que las noticias lleguen en papel a las manos de los lectores.
Por eso, la edición que tiene hoy en sus manos es histórica: se trata de la última que se ha impreso en las rotativas del diario. A partir de la edición del lunes, el diario se imprimirá en unos talleres externos conjuntamente con otros medios.
El director de El PAÍS, Antonio Caño, explica así esta decisión: “Era evidente desde hace tiempo que la transformación digital iba a exigir un cambio del modelo industrial de producción de los periódicos. Hoy, cuando el mayor volumen de lectores de los periódicos proceden del ámbito digital y la caída de difusión de las ediciones de papel es constante en todas las cabeceras y en todos los países, ha dejado de tener sentido la existencia de una rotativa exclusiva para cada periódico. Es preciso buscar otras fórmulas que se ajusten mejor a la dimensión que hoy tienen las ediciones de papel, incluso para intentar prolongar la vida del papel. Y es preciso destinar esfuerzos y recursos a donde realmente están los lectores y el futuro, en las nuevas plataformas tecnológicas”.
“Es inevitable una mirada nostálgica hacia esos años de la tinta en los que la colaboración de periodistas y trabajadores de rotativas consiguió gestas memorables para la historia de EL PAÍS —¡quién puede olvidar aquella noche del 23 de febrero de 1981 en la que los trabajadores de las rotativas del periódico acudieron espontáneamente a su puesto de trabajo para facilitar la salida a la calle del histórico ejemplar de “EL PAÍS con la Constitución”—. Pero desde ese saludable recuerdo, tenemos que avanzar con optimismo en esta nueva era de periodismo masivo y accesible en la que EL PAÍS tiene el compromiso de mantener y defender con instrumentos nuevos los mismos valores de siempre”, añade Caño.
Cuando EL PAÍS cumplió su 40 aniversario, en mayo de 2016, organizó una gran exposición. En una de las instalaciones se hacía referencia al número de periódicos que hasta ese momento se habían impreso: 5.200 millones de ejemplares. Hoy, la transformación digital permite que los contenidos de EL PAÍS lleguen cada día a millones de personas en todos los formatos y narrativas existentes. El pasado noviembre el diario alcanzaba los 100 millones de navegadores únicos en Internet, cifra récord para un diario en español.
Los talleres nacieron de la mano del periódico en 1976. A los cinco años de su inauguración, participaron activamente en uno de los momentos más importantes no solo del diario, sino de España: el golpe de Estado del 23-F. Cuando el teniente coronel Antonio Tejero gritó en el Congreso aquello de “¡Quieto todo el mundo!”, los técnicos de las rotativas se encontraban descansando en sus casas tras una jornada de faena.
El año pasado EL PAÍS conmemoró los 40 años de aquella portada con un documental. En él, Carlos Montejo, por aquel entonces oficial de montaje, relata cómo se vivieron momentos cruciales en los que se valoró enviar a la mitad de la plantilla a casa porque estaban “en un riesgo físico evidente”. “No eran idiotas, pensaban que el periódico iba a combatir y que ellos tenían un papel en eso”, aseguraba. La inmensa mayoría de los empleados se quedó para ayudar a sacar la edición especial.
Cuando el intento de golpe de Estado paralizó España, el papel era el único soporte en el que se distribuía el periódico y, aunque las rotativas nacieron modestas, la creciente tirada impuso la necesidad de ampliarlas, tarea que se llevó a cabo entre los años 1989 y 1990. No fue la única adaptación, pues la llegada del color a las páginas también requirió de un nuevo sistema con el que la portada ganó calidez y texturas que después se extendieron a las páginas interiores. Pablo Cayado, director gerente de los talleres que hasta ayer imprimían EL PAÍS, recuerda que con las primeras portadas “había gente que decía que un periódico debía ser solo en blanco y negro”. La búsqueda de una mayor calidad en la imagen impuso el color y las rotativas multiplicaron por cuatro su tamaño, primero en el año 2002 y después en 2007, para poder acoger esta novedad técnica. Un año antes las máquinas ya habían alcanzado el máximo de su capacidad de trabajo con una impresión de 600.000 ejemplares al día. 60.000 cada hora.
El 23-F fue la experiencia más exigente que vivirían las rotativas por el riesgo real que sufrieron los empleados, pero ni mucho menos la última noche de tensión. Cada noticia acaecida a última hora del día retrasa el cierre del periódico y con ello todo el proceso de impresión y distribución. En las rotativas se recuerda con gran vivacidad la caída de las Torres Gemelas durante los atentados del 11-S, día en el que EL PAÍS llegó a los quioscos con una edición especial de tarde. Toda la plantilla acudió para poder contar a los lectores qué estaba sucediendo. Era una época en la que Internet todavía no había colonizado la sociedad. Las diferentes elecciones, atentados terroristas o la abdicación del rey Juan Carlos son otros de los hitos a los que estas rotativas se han tenido que enfrentar a lo largo de su historia.
Ahora, muchos trabajadores se han llevado a casa como recuerdo las planchas con las que se imprimieron estas y otras noticias. “Ellos también forman parte de la historia del periódico”, resalta Cayado. Además, muchos de los periodistas de EL PAÍS se han acercado en la última semana a despedirse de los compañeros y de las rotativas, que los han acompañado en su trayectoria en el diario.
El número de ejemplares que salían desde este taller ha disminuido paulatinamente debido a la aparición del soporte electrónico. El lector no solo ha cambiado el canal de acceso al periódico, sino que además ha modificado su perfil. La mitad de los usuarios lee ya las noticias desde fuera de España.
En un nuevo paso de adaptación hacia las últimas formas de producción y formato, EL PAÍS agradece a los trabajadores de sus rotativas y da la bienvenida a una etapa renovada, en la que suma nuevos lectores a través de múltiples plataformas como las redes sociales o la televisión, con el objetivo de consolidar su liderazgo informativo.