Los servicios de inteligencia obligan a Trump a desmarcarse de la versión de Putin sobre la trama rusa
El presidente de EEUU se desdice y acepta el informe de la CIA, el FBI y la NSA sobre la injerencia rusa en las elecciones de 2016
Jan Martínez Ahrens
Macarena Vidal Liy
Washington / Pekín, El País
Donald Trump cedió. Tras haber dado por buenos en Danang (Vietnam) los desmentidos de Vladímir Putin sobre la injerencia rusa durante las elecciones de 2016, el presidente de EEUU tuvo que desdecirse. La rápida y contundente reacción de los servicios de inteligencia y sus antiguos directivos, autores del crucial informe que acusa a Putin de haber ordenado la campaña de intoxicación contra Hillary Clinton, pudo más que las ganas de Trump de congraciarse con el presidente ruso. “Estoy con nuestras agencias… Creo lo que dicen”, rectificó el domingo en Hanoi.
Trump atacó la espina dorsal de la trama rusa. En una conversación informal con Putin, había acabado dándole crédito y abofeteado a sus propios servicios de inteligencia, a cuyos antiguos directivos llegó a llamar “mercenarios políticos”. El golpe ponía entredicho no sólo a las agencias secretas estadounidenses, sino también a la investigación que dirige ahora mismo el fiscal especial, Robert Mueller, y que ha cristalizado en tres acusaciones formales y cuyo fin último es dirimir la responsabilidad del propio presidente y su equipo en el entramado.
La explosiva reunión con Putin se celebró el sábado en la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC). En el encuentro, ambos mandatarios hablaron de Siria, pero pronto la charla derivó hacia la madre de todos los escándalos. “Me dijo que no había interferido. Le pregunté otra vez; me respondió que en absoluto. Él no hizo lo que dicen que hizo. Cada vez que me ve, me dice ‘yo no lo hice’, y yo realmente creo que lo dice de veras”, explicó Trump a los medios.
Sus palabras fueron inmediatamente respaldadas por Putin. Al tratar el encuentro con la prensa rusa, el antiguo coronel del KGB dijo: “Considero que todo lo que está relacionado con el llamado dossier ruso en EEUU es la manifestación de las luchas internas en ese país. Es charlatanería”.
La bomba había estallado. Trump había abrazado la versión rusa del escándalo y olvidado el trabajo de la CIA, el FBI y la NSA. Todos ellos, bajo los auspicios de la Dirección de Inteligencia Nacional, habían señalado en un excepcional informe hecho público en enero pasado que Putin había ordenado “la mayor operación conocida hasta la fecha para interferir en la vida política de EEUU”. Un gigantesco mecanismo de intoxicación y desinformación que incluyó el saqueo de los ordenadores del Comité Demócrata Nacional, así como de las cuentas de correo del propio jefe de campaña de Clinton. Las palabras del presidente obviaban estos hechos.
La proximidad de Trump con Putin no es nueva. La mostró como candidato repetidas veces y en la cumbre del G-20 celebrada en julio en Hamburgo, había dejado claro que prefería primar la “relación constructiva” con Rusia que mantener la tensión abierta. Pero en aquella ocasión había evitado darle la razón al Kremlin. Un paso que sí que dio en Danang.
La patada trumpiana desencadenó una formidable respuesta de la comunidad de inteligencia estadounidense. El antiguo director de Inteligencia Nacional James R. Clapper emitió un comunicado inequívoco: “Al presidente se le dio evidencia clara e indiscutible de que Rusia interfirió en las elecciones. Los actuales directores de la Inteligencia Nacional y de la CIA lo han confirmado. El que haya dado credibilidad a Putin antes que a su comunidad de inteligencia es antiético”.
El antiguo director de la CIA Michael Hayden calificó de “escandalosas” las palabras de Trump y defendió la profesionalidad de los servicios de inteligencia. Más allá fue el ex subdirector de la CIA Michael Morell, quien afirmó que el presidente “estaba mordiendo el anzuelo, el hilo y el plomo de un antiguo agente de inteligencia entrenado para mentir y manipular”.
Como remate, la propia CIA salió a la palestra y manifestó que el actual director, Mike Pompeo, mantenía las conclusiones del informe de enero. “La posición no ha cambiado”, remachó la agencia.
Trump no fue ajeno a esta contundente respuesta. Consciente de la crisis que él mismo había desencadenado, prefirió cambiar de tercio. Para ello aprovechó la conferencia de prensa con el presidente vietnamita, Tran Dai Quang, con quien se reunió el domingo en la quinta etapa de su gira asiática. “Si creo o no creo, estoy con nuestras agencias… Creo en lo que dicen nuestras agencias de inteligencia”, afirmó. Pese a esta marcha atrás, Trump no pudo evitar lanzar un guante a Putin: “Es muy obvio que él siente de verdad que no se inmiscuyó. Lo que él cree es lo que él cree”.
Su mensaje quedaba claro. Se desdecía por imperativo institucional pero no quería dar la batalla contra Rusia. “Tenemos que colaborar con ellos para hacer frente a situaciones como la de Siria, Corea del Norte o el terrorismo. Llevarse bien [con Moscú] es algo bueno”, sostuvo. Un gesto que evidencia sus deseos de borrar el pasado, pero que obvia que el principal beneficiado de la trama rusa fue él mismo.
Jan Martínez Ahrens
Macarena Vidal Liy
Washington / Pekín, El País
Donald Trump cedió. Tras haber dado por buenos en Danang (Vietnam) los desmentidos de Vladímir Putin sobre la injerencia rusa durante las elecciones de 2016, el presidente de EEUU tuvo que desdecirse. La rápida y contundente reacción de los servicios de inteligencia y sus antiguos directivos, autores del crucial informe que acusa a Putin de haber ordenado la campaña de intoxicación contra Hillary Clinton, pudo más que las ganas de Trump de congraciarse con el presidente ruso. “Estoy con nuestras agencias… Creo lo que dicen”, rectificó el domingo en Hanoi.
Trump atacó la espina dorsal de la trama rusa. En una conversación informal con Putin, había acabado dándole crédito y abofeteado a sus propios servicios de inteligencia, a cuyos antiguos directivos llegó a llamar “mercenarios políticos”. El golpe ponía entredicho no sólo a las agencias secretas estadounidenses, sino también a la investigación que dirige ahora mismo el fiscal especial, Robert Mueller, y que ha cristalizado en tres acusaciones formales y cuyo fin último es dirimir la responsabilidad del propio presidente y su equipo en el entramado.
La explosiva reunión con Putin se celebró el sábado en la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC). En el encuentro, ambos mandatarios hablaron de Siria, pero pronto la charla derivó hacia la madre de todos los escándalos. “Me dijo que no había interferido. Le pregunté otra vez; me respondió que en absoluto. Él no hizo lo que dicen que hizo. Cada vez que me ve, me dice ‘yo no lo hice’, y yo realmente creo que lo dice de veras”, explicó Trump a los medios.
Sus palabras fueron inmediatamente respaldadas por Putin. Al tratar el encuentro con la prensa rusa, el antiguo coronel del KGB dijo: “Considero que todo lo que está relacionado con el llamado dossier ruso en EEUU es la manifestación de las luchas internas en ese país. Es charlatanería”.
La bomba había estallado. Trump había abrazado la versión rusa del escándalo y olvidado el trabajo de la CIA, el FBI y la NSA. Todos ellos, bajo los auspicios de la Dirección de Inteligencia Nacional, habían señalado en un excepcional informe hecho público en enero pasado que Putin había ordenado “la mayor operación conocida hasta la fecha para interferir en la vida política de EEUU”. Un gigantesco mecanismo de intoxicación y desinformación que incluyó el saqueo de los ordenadores del Comité Demócrata Nacional, así como de las cuentas de correo del propio jefe de campaña de Clinton. Las palabras del presidente obviaban estos hechos.
La proximidad de Trump con Putin no es nueva. La mostró como candidato repetidas veces y en la cumbre del G-20 celebrada en julio en Hamburgo, había dejado claro que prefería primar la “relación constructiva” con Rusia que mantener la tensión abierta. Pero en aquella ocasión había evitado darle la razón al Kremlin. Un paso que sí que dio en Danang.
La patada trumpiana desencadenó una formidable respuesta de la comunidad de inteligencia estadounidense. El antiguo director de Inteligencia Nacional James R. Clapper emitió un comunicado inequívoco: “Al presidente se le dio evidencia clara e indiscutible de que Rusia interfirió en las elecciones. Los actuales directores de la Inteligencia Nacional y de la CIA lo han confirmado. El que haya dado credibilidad a Putin antes que a su comunidad de inteligencia es antiético”.
El antiguo director de la CIA Michael Hayden calificó de “escandalosas” las palabras de Trump y defendió la profesionalidad de los servicios de inteligencia. Más allá fue el ex subdirector de la CIA Michael Morell, quien afirmó que el presidente “estaba mordiendo el anzuelo, el hilo y el plomo de un antiguo agente de inteligencia entrenado para mentir y manipular”.
Como remate, la propia CIA salió a la palestra y manifestó que el actual director, Mike Pompeo, mantenía las conclusiones del informe de enero. “La posición no ha cambiado”, remachó la agencia.
Trump no fue ajeno a esta contundente respuesta. Consciente de la crisis que él mismo había desencadenado, prefirió cambiar de tercio. Para ello aprovechó la conferencia de prensa con el presidente vietnamita, Tran Dai Quang, con quien se reunió el domingo en la quinta etapa de su gira asiática. “Si creo o no creo, estoy con nuestras agencias… Creo en lo que dicen nuestras agencias de inteligencia”, afirmó. Pese a esta marcha atrás, Trump no pudo evitar lanzar un guante a Putin: “Es muy obvio que él siente de verdad que no se inmiscuyó. Lo que él cree es lo que él cree”.
Su mensaje quedaba claro. Se desdecía por imperativo institucional pero no quería dar la batalla contra Rusia. “Tenemos que colaborar con ellos para hacer frente a situaciones como la de Siria, Corea del Norte o el terrorismo. Llevarse bien [con Moscú] es algo bueno”, sostuvo. Un gesto que evidencia sus deseos de borrar el pasado, pero que obvia que el principal beneficiado de la trama rusa fue él mismo.