Los partidos británicos se unen para atajar el escándalo de abusos sexuales
May y los otros responsables de partidos acuerdan un sistema para tramitar denuncias de trabajadores del Parlamento mientras diputados del Gobierno y oposición son investigados
Pablo Guimón
Londres, El País
La política británica se ha embarcado en una limpieza a fondo de la cultura sexual abusiva que ha ensuciado sus pasillos durante años. Una docena de diputados están siendo investigados tras un aluvión de acusaciones de acoso que ha costado ya el puesto a un ministro y ha asestado un nuevo golpe al Gobierno de May. La primera ministra se ha reunió este lunes por la tarde con los demás lideres de partidos para diseñar mecanismos de denuncia más eficaces y ha exigido “una nueva cultura del respeto”.
Un mundo dominado por hombres poderosos. Un fluir constante de jóvenes idealistas que sueñan con llegar alto. Largas jornadas que difuminan las fronteras entre la vida personal y la profesional. Relaciones laborales precarias, criterios de contratación nebulosos. Viajes, hoteles, secretos, fiestas, alcohol. ¿Hollywood? Sí, pero también Westminster. La onda expansiva del escándalo protagonizado por el productor cinematográfico Harvey Weinstein, que utilizó supuestamente su posición de poder para abusar sistemáticamente de actrices, ha sacudido el centro del poder político británico.
La semana pasada presentaba su dimisión el ministro de Defensa, Michael Fallon. Su comportamiento en el pasado, admitió, había estado “por debajo de los altos estándares requeridos”. Otros siete diputados conservadores están siendo investigados por el partido. Entre ellos, Damian Green, el número dos de facto de Theresa May y uno de sus aliados políticos más antiguos. El Partido Laborista también investiga acusaciones a cuatro de sus legisladores.
“Necesitamos establecer una nueva cultura del respeto en el centro de nuestra vida pública. Una en la que todos puedan confiar en que trabajan en un entorno seguro, donde las quejas puedan plantearse sin prejuicios y las víctimas sepan que estas serán investigas adecuadamente”, ha dicho este lunes la primera ministra, antes de reunirse a última hora de la tarde con los líderes de los demás partidos para diseñar una respuesta conjunta al problema.
Todo empezó con una lista con 40 nombres que circuló la semana pasada por los mentideros de Westminster, recopilada anónimamente y sin contrastar, que mezcla rumores de comportamiento inapropiado y acusaciones de agresiones sexuales graves. Aquello propició la apertura de un necesario debate sobre cómo se trata a las mujeres en la política británica. “El dique se ha roto”, ilustró Ruth Davidson, la joven líder del Partido Conservador escocés, y empiezan a emerger las ruinas de una cultura sexual abusiva que ha imperado durante décadas en los pasillos del poder.
Diputados investigados
En el Partido Conservador, además de Michael Fallon, ministro de Defensa dimitido, y Damian Green, número dos de May, están siendo investigados los diputados Stephen Crabb, Charlie Elphicke, Chris Pincher, Dan Poulter y Daniel Kawczynski. También el secretario de Estado Mark Garnier, que envió a una empleada, a quien apodaba “tetas de azúcar”, a comprarle juguetes sexuales. En las filas laboristas, se investiga a los diputados Kelvin Hopkins, Clive Lewis, Ivan Lewis y Jared O’Mara. Además, una joven activista reveló que fue violada en un acto del partido en 2011 y que un alto cargo del mismo le recomendó no hacerlo público.
Mujeres laboristas anónimas han puesto en marcha una web, llamada LabourToo, para que sus compañeras puedan “compartir confidencialmente sus quejas sobre abusos sexuales, acoso y discriminación en el partido”. El objetivo, explica a EL PAÍS una de sus responsables, “es construir un compendio de los tipos de abusos a los que se enfrentan las mujeres”. “Es algo que sucede en toda la sociedad”, añade. “Pero el problema aquí es que el mecanismo de denuncia falla. Se reporta a alguien en el propio partido, que no es independiente ni ha tenido un entrenamiento en este terreno”.
Los líderes de los partidos han acordado este lunes por la tarde la creación de un nuevo órgano de quejas independiente, desconectado de las maquinarias de los partidos. También contemplan que no sean los diputados quienes contraten directamente a su equipo, sino que se haga a través del Parlamento. El laborista Jeremy Corbyn, por su parte, ha propuesto también que se imparta formación a los diputados sobre como tratar a sus empleados y que se implique a los sindicatos en la lucha contra el acoso.
Hoy los legisladores tienen una enorme libertad para contratar y despedir a su equipo. Funcionan, legalmente, como trabajadores autónomos: si una asesora de un diputado se siente maltratada, no tiene en principio a quien quejarse más allá de su único superior jerárquico directo, es decir, el propio diputado. Si consigue llegar más lejos, es probable que se le trate de silenciar apelando a la lealtad tribal al partido. En Westminster, a diferencia de Hollywood, todos pertenece a un equipo o a otro. Y los escándalos silenciados son una preciada munición en manos de los jefes de disciplina de los partidos, para mantener a raya conatos de rebelión.
El escándalo tiene el potencial de minar aún más la reputación de los diputados, que tienen ya índices de confianza por debajo de los banqueros, los periodistas o los agentes inmobiliarios. Pero, al mismo tiempo, ha producido ya un saludable cambio cultural. Por cada veterano diputado que se inquieta preguntándose si en algún momento de su carrera se ha pasado de la raya, hay una trabajadora joven que comprueba que esos comportamientos no tienen por qué quedar impunes.
Pablo Guimón
Londres, El País
La política británica se ha embarcado en una limpieza a fondo de la cultura sexual abusiva que ha ensuciado sus pasillos durante años. Una docena de diputados están siendo investigados tras un aluvión de acusaciones de acoso que ha costado ya el puesto a un ministro y ha asestado un nuevo golpe al Gobierno de May. La primera ministra se ha reunió este lunes por la tarde con los demás lideres de partidos para diseñar mecanismos de denuncia más eficaces y ha exigido “una nueva cultura del respeto”.
Un mundo dominado por hombres poderosos. Un fluir constante de jóvenes idealistas que sueñan con llegar alto. Largas jornadas que difuminan las fronteras entre la vida personal y la profesional. Relaciones laborales precarias, criterios de contratación nebulosos. Viajes, hoteles, secretos, fiestas, alcohol. ¿Hollywood? Sí, pero también Westminster. La onda expansiva del escándalo protagonizado por el productor cinematográfico Harvey Weinstein, que utilizó supuestamente su posición de poder para abusar sistemáticamente de actrices, ha sacudido el centro del poder político británico.
La semana pasada presentaba su dimisión el ministro de Defensa, Michael Fallon. Su comportamiento en el pasado, admitió, había estado “por debajo de los altos estándares requeridos”. Otros siete diputados conservadores están siendo investigados por el partido. Entre ellos, Damian Green, el número dos de facto de Theresa May y uno de sus aliados políticos más antiguos. El Partido Laborista también investiga acusaciones a cuatro de sus legisladores.
“Necesitamos establecer una nueva cultura del respeto en el centro de nuestra vida pública. Una en la que todos puedan confiar en que trabajan en un entorno seguro, donde las quejas puedan plantearse sin prejuicios y las víctimas sepan que estas serán investigas adecuadamente”, ha dicho este lunes la primera ministra, antes de reunirse a última hora de la tarde con los líderes de los demás partidos para diseñar una respuesta conjunta al problema.
Todo empezó con una lista con 40 nombres que circuló la semana pasada por los mentideros de Westminster, recopilada anónimamente y sin contrastar, que mezcla rumores de comportamiento inapropiado y acusaciones de agresiones sexuales graves. Aquello propició la apertura de un necesario debate sobre cómo se trata a las mujeres en la política británica. “El dique se ha roto”, ilustró Ruth Davidson, la joven líder del Partido Conservador escocés, y empiezan a emerger las ruinas de una cultura sexual abusiva que ha imperado durante décadas en los pasillos del poder.
Diputados investigados
En el Partido Conservador, además de Michael Fallon, ministro de Defensa dimitido, y Damian Green, número dos de May, están siendo investigados los diputados Stephen Crabb, Charlie Elphicke, Chris Pincher, Dan Poulter y Daniel Kawczynski. También el secretario de Estado Mark Garnier, que envió a una empleada, a quien apodaba “tetas de azúcar”, a comprarle juguetes sexuales. En las filas laboristas, se investiga a los diputados Kelvin Hopkins, Clive Lewis, Ivan Lewis y Jared O’Mara. Además, una joven activista reveló que fue violada en un acto del partido en 2011 y que un alto cargo del mismo le recomendó no hacerlo público.
Mujeres laboristas anónimas han puesto en marcha una web, llamada LabourToo, para que sus compañeras puedan “compartir confidencialmente sus quejas sobre abusos sexuales, acoso y discriminación en el partido”. El objetivo, explica a EL PAÍS una de sus responsables, “es construir un compendio de los tipos de abusos a los que se enfrentan las mujeres”. “Es algo que sucede en toda la sociedad”, añade. “Pero el problema aquí es que el mecanismo de denuncia falla. Se reporta a alguien en el propio partido, que no es independiente ni ha tenido un entrenamiento en este terreno”.
Los líderes de los partidos han acordado este lunes por la tarde la creación de un nuevo órgano de quejas independiente, desconectado de las maquinarias de los partidos. También contemplan que no sean los diputados quienes contraten directamente a su equipo, sino que se haga a través del Parlamento. El laborista Jeremy Corbyn, por su parte, ha propuesto también que se imparta formación a los diputados sobre como tratar a sus empleados y que se implique a los sindicatos en la lucha contra el acoso.
Hoy los legisladores tienen una enorme libertad para contratar y despedir a su equipo. Funcionan, legalmente, como trabajadores autónomos: si una asesora de un diputado se siente maltratada, no tiene en principio a quien quejarse más allá de su único superior jerárquico directo, es decir, el propio diputado. Si consigue llegar más lejos, es probable que se le trate de silenciar apelando a la lealtad tribal al partido. En Westminster, a diferencia de Hollywood, todos pertenece a un equipo o a otro. Y los escándalos silenciados son una preciada munición en manos de los jefes de disciplina de los partidos, para mantener a raya conatos de rebelión.
El escándalo tiene el potencial de minar aún más la reputación de los diputados, que tienen ya índices de confianza por debajo de los banqueros, los periodistas o los agentes inmobiliarios. Pero, al mismo tiempo, ha producido ya un saludable cambio cultural. Por cada veterano diputado que se inquieta preguntándose si en algún momento de su carrera se ha pasado de la raya, hay una trabajadora joven que comprueba que esos comportamientos no tienen por qué quedar impunes.