La pesadilla de los ‘soñadores’ americanos

Donald Trump ha decidido poner al borde del abismo las vidas de casi 800.000 jóvenes inmigrantes irregulares a los que Obama protegió de las leyes de inmigración

Pablo Ximénez de Sandoval
Los Ángeles, El País
La bomba política del mes de septiembre en Estados Unidos lleva nombre de siglas: DACA. El presidente Donald Trump quiere cancelar dentro de seis meses la Acción Diferida para Llegadas Infantiles. Es el nombre de una orden ejecutiva del presidente Barack Obama, que en 2012 decidió proteger de la deportación y dar un permiso de trabajo a los llamados dreamers, inmigrantes irregulares que fueron traídos al país por sus padres siendo menores de 16 años, al entender que no tienen responsabilidad en su situación. Trump quiere que el Congreso encuentre una solución permanente para estos jóvenes, o que se acabe el programa.


La mayoría son jóvenes que han crecido como norteamericanos, no conocen otro país, no tienen dónde volver. Se calcula que había 1,1 millones de personas en esa situación. Hasta este año, se han acogido a DACA más de 780.000 (la población de Dakota del Norte). El caso DACA típico vino de México (el 79% de ellos), llegó al país con 6 años y vive en California (casi un tercio de ellos) o Texas. Estos son algunos de ellos, que muestran por qué el asunto es tóxico en Washington, donde ha empezado a correr el reloj para reconocerles como inmigrantes, o destruir sus vidas.

José López, gestor comercial, 27 años

“La gente tiene miedo. Le hemos dado toda nuestra información al Gobierno”. Así empieza la conversación José López sobre la situación que se les viene encima a los dreamers. Si el Gobierno decide deportarlos, no tienen escapatoria. Están perfectamente localizables y ese es el principal temor en esta situación. “Aunque yo creo que hay que hacer todas las entrevistas posibles”, añade. López tiene 27 años. Su madre lo trajo de Ciudad de México con un visado de turista a los cuatro años de edad. Se enteró de que era indocumentado cuando intentó sacarse el carné de conducir y su madre se lo tuvo que decir. “Durante años no se lo dije ni a mis mejores amigos”. Él quería ser médico, asegura, pero no lo buscó en serio porque sin papeles “no tenía sentido”. Hoy es activista del grupo de dreamers Dream Team LA y trabaja en la gestión de un sindicato, Food Chain Workers Alliance. No tuvo un contrato hasta que llegó DACA. “Ahora tengo tarjetas de crédito, me he comprado un coche”. El pasado martes, sobre las 2 de la tarde, después de que el fiscal general Jeff Sessions anunciara el plan para finalizar el programa, recibió la confirmación de que están revisando su renovación por dos años más. Había enviado su solicitud cuatro días antes, por si acaso. Ha olvidado sus planes de comprar una casa. Aunque no hay obligación de revelar tu situación y sería dudosamente legal un despido preventivo por el anuncio del Gobierno, López se lo dijo a su empleador, que se asombró de que estuviera con DACA y le ha prometido “hacer lo que sea”. Entretanto, su preocupación es utilizar ese tiempo para pagar el coche (“para que no me lo quiten”) y ahorrar dinero para vivir de él sin deudas hasta que vuelva a encontrar un trabajo bajo cuerda. “No me da miedo volver a ser indocumentado, me da miedo no estar preparado”. “Sé vivir como indocumentado. Me preocupan los chicos que obtuvieron DACA con 17 o 18 años y no saben buscarse la vida de otra forma”. Si el ultimátum de Trump funcionara y el Congreso encontrara una solución permanente, “le mandaría una carta personal de agradecimiento”, admite. “Pero la forma de hacerlo no es poner a la gente en peligro”.

Maribel Serrano, administrativa, 30 años

Maribel Serrano afirma que tiene recuerdos del viaje en coche en el que cruzó la frontera entre México y Estados Unidos, con cuatro años. Nunca les ha preguntado a sus padres los detalles. “Nunca nos dijeron que éramos indocumentados”. Un día le pidió a su madre la documentación para hacerse el carné de conducir, como sus amigos. “Me dieron un sobre con unos documentos falsos. Me di cuenta y se me cayó el mundo encima. Nunca los usé”. Asegura que nunca ha confrontado a sus padres sobre su situación. En su casa no se habla de eso. Con la vida adulta llegan los problemas prácticos. No podía tener la ayuda financiera que necesitaba para ir a la escuela de diseño, como quería. Tardó ocho años en licenciarse en Políticas y Periodismo, en 2013. Trabajó en restaurantes y hoteles. Dice que se sobrevive “sabiendo tratar con la gente”, que poco a poco “vas encontrando agujeros” en las leyes y en la economía. Cuando le dieron el DACA y vio que podía tener un número de Seguridad Social y un carné de conducir, “fue como soñar despierta”. Ahora, además de preparar un documental con su historia, es coordinadora de programas en la Latino Chamber of Commerce de Los Ángeles. Se ha acostumbrado a no hacer planes a largo plazo, como tener hijos. En octubre pasado, fue por primera vez a México. “Quería ir antes de las elecciones porque sabía que podía pasar cualquier cosa”. En efecto, ya no se puede viajar y no está claro que aquellos a los que la decisión ha pillado fuera del país tengan fácil volver. La victoria de Trump en noviembre le produjo ansiedad: “Estuve llorando meses”. “Creo que tenía más miedo al principio, creí que lo iban a quitar el primer día. Pero ahora estoy cansada de eso. Ahora estoy motivada para contar mi historia. Estoy viendo tanto apoyo. Una cosa que te hacía sentir tan solo y ahora es noticia nacional. Ahora tenemos voz”, afirma. El miedo se mezcla con cierto tono de desafío entre los jóvenes DACA desde el martes. “Es hora de saber cuáles son los valores de este país y qué queremos. Yo he llegado hasta aquí. Ahora le toca a este país y a sus representantes decidir qué país quieren ser”. En su caso, después de años indocumentada, “estoy preparada para cualquier cosa”, afirma.

Jeong Park, periodista, 23 años

Existe una percepción en el público general de Estados Unidos de que el problema de los indocumentados, y especialmente el caso DACA, es un problema latino. Aunque las cifras sean pequeñas al lado de los mexicanos, hay 7.250 coreanos (más que ecuatorianos, colombianos, argentinos o venezolanos) acogidos al programa, además de 4.600 filipinos, 3.400 jamaicanos y casi 3.200 indios. Jeong Park tiene 23 años y sus padres lo enviaron desde Seúl a vivir con sus tíos a Los Ángeles a los 11 años, con una visa de turista. “No había plan. Yo creo que ellos pensaban que habría alguna forma de regularizarse después”. Su vida como ilegal es distinta de la de los latinos, afirma. Por un lado, no sufre el prejuicio racial. “Tengo menos posibilidades de que me paren por la calle”. Por otro, dice que entre la comunidad asiática, “una minoría ideal que lo hace todo bien”, su situación es vista como “un fracaso” y tiene menos apoyo de su entorno. Fue justamente cuando empezaba a hablarse de DACA cuando se dio cuenta de que “tenía un pasaporte con un visado caducado hace muchos años”. Se acaba de licenciar en Políticas en UCLA y este verano ha hecho unas prácticas como periodista en el diario Orange County Register. El martes, su ambición de ser periodista quedó en suspenso. “Yo ya esperaba esto. Incluso es bueno tener cierta seguridad de que se acaba. Pero a la vez lo cambia todo”. Su prioridad ha cambiado de buscar un trabajo en el periodismo a cualquier otra cosa que le permita sobrevivir. “Volver a Corea no es una opción”.

Mario Pérez, activista, 29 años

Mario Pérez nació en Iztapalapa, un municipio cercano a Ciudad de México. Con un año cruzó la frontera con su madre. Ha crecido como angelino durante 28 años. Sus hermanos pequeños son ciudadanos norteamericanos. “Fuimos a los mismos colegios, todo igual”. Él es un sin papeles. Se enteró cuando quiso pedir un crédito para la universidad. Sabe lo que es una deportación. Cuando tenía 12 años deportaron a su padre. Una mañana, simplemente, no estaba en casa. Pérez estudió Políticas en la universidad pública y trabaja en la Coalición por los Derechos Humanos de los Inmigrantes de Los Ángeles (Chirla), la organización de defensa de los inmigrantes más potente de la ciudad. Ahora le acecha a él la posibilidad de vivir su vida adulta en esa situación, cuando ha tenido DACA tres años. “Te sientes liberado, te da seguridad, confianza en el futuro, puedes hacer lo que quieras. De la otra forma vivimos escondidos”. Desde el martes, “ya no tengo planes a largo plazo”, afirma. “Estaba pensando en comprar una casa y ya no. Quería estudiar Derecho, pero ahora tendrá que ser con un trabajo parcial para subsistir. Voy a empezar a ahorrar dinero”. Si volviera a ser ilegal, por ejemplo, irónicamente la organización de inmigrantes tendría que despedirlo para protegerse legalmente. “Lo entendería”. Sobre la negociación en el Congreso, afirma que quieren una ley sobre los dreamers sola, aislada, que no sea moneda de cambio para lograr la ambición de Trump de deportar a todos los indocumentados. “No quiero algo que me resuelva la vida a mi y deporte a mis padres”.

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