La inesperada resaca del desastre natural
Diversos estudios sugieren que las catástrofes pueden impulsar el PIB a medio o largo plazo, pero solo si no son muy severas y ocurren en países con capacidad de respuesta
Luis Doncel
Madrid, El País
Primero fue el huracán Harvey, que a finales de agosto dejó un sendero de destrucción por el Caribe oriental y el sureste de EE UU. Cientos de miles de casas resultaron inundadas y más de 30.000 personas tuvieron que ser evacuadas. Peor aún se presentaba el Irma, que a las pocas semanas embistió contra la costa de Florida. Pese a que los daños fueron menores de lo inicialmente previsto, siete millones de personas, un tercio de la población del Estado, se quedaron sin luz. El gasto total para paliar los efectos de los huracanes puede rondar los 175.000 millones de dólares, según calculó el antiguo jefe de la Agencia Federal de Emergencias de Estados Unidos. Prácticamente al mismo tiempo, el sureste de México temblaba con el mayor terremoto del país en un siglo, que dejó un centenar de muertos y un sinfín de ruinas.
Analistas y servicios de estudios se esfuerzan por cuantificar los daños de estas y otras catástrofes naturales. Pero, aunque el impacto a corto plazo sobre la actividad es sin duda negativo, el saldo final no está tan claro.
La recuperación es más difícil en los países pobres, que suelen sufrir daños mayores
Diversos economistas llevan años analizando qué ocurre cuando la naturaleza pierde el control; y estiman que, bajo determinadas circunstancias, las catástrofes pueden incluso servir como un estímulo en el PIB. Como sintetiza Mark Skidmore, uno de los expertos que más ha escrito sobre esto, “los desastres naturales juegan un papel importante en la actividad macroeconómica”. Pero, añade al otro lado del teléfono con un tono algo travieso, “no siempre en la forma en la que uno esperaría”.
Skidmore, profesor en el Departamento de Agricultura y Recursos Económicos de la Universidad de Michigan, insiste en diferenciar los efectos iniciales y los que tardan unos años en llegar. Nada más producirse una catástrofe, las consecuencias son sin duda negativas. Las inundaciones, terremotos o huracanes obligan a cerrar negocios y paralizan gran parte de la economía. “Pero en el medio y largo plazo hay factores que pueden resultar beneficiosos: la reconstrucción, los fondos que aportan las aseguradoras y las ayudas estatales pueden generar un efecto positivo”, sostiene Skidmore, coautor de artículos como Desarrollo económico y el impacto de desastres naturales.
Las investigaciones ofrecen resultados sorprendentes. Como que la confianza entre los miembros de una comunidad tiende a aumentar tras la experiencia traumática de un desastre natural: un reto de este calibre obliga a la gente a cooperar. O que los países con alta probabilidad de catástrofes tienden a invertir más en formación de capital humano y tecnología. Un ejemplo de éxito es Greensburg, un pequeño pueblo de Kansas que tras sufrir en 2007 un tornado que acabó con el 95% de sus edificios se ha reconvertido en líder en edificación verde.
Los condicionantes son muchos. Y los economistas que indagan en la conflictiva relación entre catástrofes y crecimiento establecen muchos requisitos para reconvertir un impacto negativo en positivo. El primero es la magnitud de lo ocurrido. Los expertos consultados coinciden en que los desastres extremadamente severos nunca generan suficientes estímulos como para que el saldo, aunque se refiera exclusivamente a la economía, sea beneficioso.
Tras ser destruido al 95%, un pueblo de Kansas es líder en construcción verde
También es determinante el desarrollo de la zona afectada. Los países más pobres tienen menos capacidad de movilizar recursos, por lo que la recuperación es mucho más difícil. Ilan Noy, jefe del departamento de Economía y Desastres en la Universidad neozelandesa de Victoria, asegura que en los lugares más vulnerables el nivel de destrucción suele ser mucho mayor en términos relativos. Y para ello compara los efectos del terremoto de Haití en 2010 y el tsunami de Fukushima de un año más tarde. “La catástrofe de Haití destruyó propiedades valoradas en el 120% de su PIB, mientras que en Japón quedó en el entorno del 4% o 5%”, explica. Siete años más tarde, Haití, uno de los países más pobres de América, aún no se ha recuperado.
Víctimas del monzón
Y todo ello sin olvidar las consecuencias más dramáticas del menor desarrollo: la pérdida de vidas humanas, que en los países más pobres se dispara. Como recuerda el profesor Noy, las inundaciones ligadas al monzón del sudeste asiático de este año multiplican por diez el número de víctimas mortales de Irma y Harvey, que tanta atención han acaparado en los medios, principalmente por afectar a un país rico. Por último, para valorar el efecto final hay que estudiar el tipo de respuesta gubernamental.
Es muy pronto para conocer el impacto final de Harvey e Irma. Eduardo Cavallo, economista del Banco Interamericano de Desarrollo, lideró una investigación que analizaba las consecuencias de catástrofes ocurridas en 196 países de 1970 a 2008. Su conclusión era que solo los eventos más severos provocaron retrocesos importantes del PIB. Preguntado sobre la clave para evitar que un accidente natural se traduzca en un retroceso económico permanente, Cavallo insiste en la importancia de la buena gestión gubernamental y de la previsión. Y pone como ejemplo a Chile. “Cuando en febrero de 2010 sufrió un fuerte terremoto y un maremoto, el país estaba preparado. Hubo más de 500 muertes y pérdidas de casi el 19% de su PIB. Pero gracias a que se había preparado, Chile consiguió recuperarse relativamente rápido”, concluye.
Luis Doncel
Madrid, El País
Primero fue el huracán Harvey, que a finales de agosto dejó un sendero de destrucción por el Caribe oriental y el sureste de EE UU. Cientos de miles de casas resultaron inundadas y más de 30.000 personas tuvieron que ser evacuadas. Peor aún se presentaba el Irma, que a las pocas semanas embistió contra la costa de Florida. Pese a que los daños fueron menores de lo inicialmente previsto, siete millones de personas, un tercio de la población del Estado, se quedaron sin luz. El gasto total para paliar los efectos de los huracanes puede rondar los 175.000 millones de dólares, según calculó el antiguo jefe de la Agencia Federal de Emergencias de Estados Unidos. Prácticamente al mismo tiempo, el sureste de México temblaba con el mayor terremoto del país en un siglo, que dejó un centenar de muertos y un sinfín de ruinas.
Analistas y servicios de estudios se esfuerzan por cuantificar los daños de estas y otras catástrofes naturales. Pero, aunque el impacto a corto plazo sobre la actividad es sin duda negativo, el saldo final no está tan claro.
La recuperación es más difícil en los países pobres, que suelen sufrir daños mayores
Diversos economistas llevan años analizando qué ocurre cuando la naturaleza pierde el control; y estiman que, bajo determinadas circunstancias, las catástrofes pueden incluso servir como un estímulo en el PIB. Como sintetiza Mark Skidmore, uno de los expertos que más ha escrito sobre esto, “los desastres naturales juegan un papel importante en la actividad macroeconómica”. Pero, añade al otro lado del teléfono con un tono algo travieso, “no siempre en la forma en la que uno esperaría”.
Skidmore, profesor en el Departamento de Agricultura y Recursos Económicos de la Universidad de Michigan, insiste en diferenciar los efectos iniciales y los que tardan unos años en llegar. Nada más producirse una catástrofe, las consecuencias son sin duda negativas. Las inundaciones, terremotos o huracanes obligan a cerrar negocios y paralizan gran parte de la economía. “Pero en el medio y largo plazo hay factores que pueden resultar beneficiosos: la reconstrucción, los fondos que aportan las aseguradoras y las ayudas estatales pueden generar un efecto positivo”, sostiene Skidmore, coautor de artículos como Desarrollo económico y el impacto de desastres naturales.
Las investigaciones ofrecen resultados sorprendentes. Como que la confianza entre los miembros de una comunidad tiende a aumentar tras la experiencia traumática de un desastre natural: un reto de este calibre obliga a la gente a cooperar. O que los países con alta probabilidad de catástrofes tienden a invertir más en formación de capital humano y tecnología. Un ejemplo de éxito es Greensburg, un pequeño pueblo de Kansas que tras sufrir en 2007 un tornado que acabó con el 95% de sus edificios se ha reconvertido en líder en edificación verde.
Los condicionantes son muchos. Y los economistas que indagan en la conflictiva relación entre catástrofes y crecimiento establecen muchos requisitos para reconvertir un impacto negativo en positivo. El primero es la magnitud de lo ocurrido. Los expertos consultados coinciden en que los desastres extremadamente severos nunca generan suficientes estímulos como para que el saldo, aunque se refiera exclusivamente a la economía, sea beneficioso.
Tras ser destruido al 95%, un pueblo de Kansas es líder en construcción verde
También es determinante el desarrollo de la zona afectada. Los países más pobres tienen menos capacidad de movilizar recursos, por lo que la recuperación es mucho más difícil. Ilan Noy, jefe del departamento de Economía y Desastres en la Universidad neozelandesa de Victoria, asegura que en los lugares más vulnerables el nivel de destrucción suele ser mucho mayor en términos relativos. Y para ello compara los efectos del terremoto de Haití en 2010 y el tsunami de Fukushima de un año más tarde. “La catástrofe de Haití destruyó propiedades valoradas en el 120% de su PIB, mientras que en Japón quedó en el entorno del 4% o 5%”, explica. Siete años más tarde, Haití, uno de los países más pobres de América, aún no se ha recuperado.
Víctimas del monzón
Y todo ello sin olvidar las consecuencias más dramáticas del menor desarrollo: la pérdida de vidas humanas, que en los países más pobres se dispara. Como recuerda el profesor Noy, las inundaciones ligadas al monzón del sudeste asiático de este año multiplican por diez el número de víctimas mortales de Irma y Harvey, que tanta atención han acaparado en los medios, principalmente por afectar a un país rico. Por último, para valorar el efecto final hay que estudiar el tipo de respuesta gubernamental.
Es muy pronto para conocer el impacto final de Harvey e Irma. Eduardo Cavallo, economista del Banco Interamericano de Desarrollo, lideró una investigación que analizaba las consecuencias de catástrofes ocurridas en 196 países de 1970 a 2008. Su conclusión era que solo los eventos más severos provocaron retrocesos importantes del PIB. Preguntado sobre la clave para evitar que un accidente natural se traduzca en un retroceso económico permanente, Cavallo insiste en la importancia de la buena gestión gubernamental y de la previsión. Y pone como ejemplo a Chile. “Cuando en febrero de 2010 sufrió un fuerte terremoto y un maremoto, el país estaba preparado. Hubo más de 500 muertes y pérdidas de casi el 19% de su PIB. Pero gracias a que se había preparado, Chile consiguió recuperarse relativamente rápido”, concluye.