El pulso con el Estado Mayor pone a prueba la autoridad de Macron
Partidos y medios se inclinan a favor del Ejército en la disputa por el presupuesto
Marc Bassets
París, El País
El primer desafío a la autoridad de Emmanuel Macron debía venir de los sindicatos y de la calle, pero acabó llegando desde otro estamento —y otro espacio urbano— tanto o más influyente en Francia: los militares y los cuarteles. El pulso entre el presidente de la República y su jefe del Estado Mayor, general Pierre de Villiers, y la dimisión el miércoles del general abren una grieta en una presidencia que había discurrido sin incidentes mayores.
Los ataques a Macron han sido transversales. De la izquierda radical a la ultraderecha, de los socialdemócratas a los conservadores moderados, de la prensa de derechas a la progresista, el tono general ha sido de simpatía con De Villiers y crítica a Macron. El editorialista de Libération habla de una “pequeña crisis de autoritarismo” y concluye que “ya va siendo hora de que [Macron] crezca un poco”. Le Monde describe la dimisión de De Villiers como una “crisis histórica”; su caricaturista de cabecera, Plantu, ilustra la portada con un retrato satírico en el que el sustituto de De Villiers, el general Lecointre, aparece como un perro con la boca tapada; y un artículo de portada lamenta su “autoritarismo juvenil” del presidente. "¿El fin del estado de gracia?”, se pregunta el conservador Le Figaro.
El error de De Villiers consistió en criticar en términos vulgares los planes de Macron, que contemplaba un recorte de 850 millones de euros en el presupuesto de las fuerzas armadas en 2017. “No me dejaré joder así”, dijo ante los miembros de la Comisión de Defensa de la Asamblea Nacional. "Yo soy vuestro jefe", respondió Macron.
Es difícil de imaginar en otro país un unanimismo parecido en favor del jefe militar y en contra de su jefe civil. En 2010, cuando el general estadounidense Stanley McChrystal, un militar respetado y valioso, habló con un periodista en términos despectivos hacia el presidente Barack Obama, este lo despidió.
Francia, como Estados Unidos, es un país militarista: el vínculo entre los uniformados y los ciudadanos —no siempre plácido y lleno de episodios turbulentos— se inscribe en los genes de la República. A veces es más militarista aún que Estados Unidos. No es extraño que a Donald Trump, invitado de Macron en la fiesta nacional del 14 de julio, le maravillase el desfile militar: en su país quienes desfilan son los civiles, y raramente los uniformados. Cuando hace unos años en Francia se planteó anular el desfile militar del 14 de julio y convertirlo en civil, en seguida se desechó como una ocurrencia antipatriótica y de mal gusto. Las fuerzas armadas son la segunda institución que goza de más respeto, según un sondeo del Instituto de Ciencias Políticas de París, ligeramente por detrás de los hospitales. También es un país que ha visto a sus militares sometidos a un esfuerzo inusual en los últimos años, primero en las misiones exteriores —Afganistán, Mali, Irak y Siria— y después en la misión antiterrorista en el interior, donde miles de soldados están desplegados en la Operación Centinela. Macron lo entendió bien en las primeras semanas de su mandato, cuando multiplicó los gestos de complicidad, como el ascenso de los Campos Elíseos, el día de su investidura, en un vehículo militar, o su primera salida al extranjero para visitar las tropas en Mali. El idilio se ha truncado.
Como explica la historiadora Bénédicte Chéron en Le Figaro, en Francia la relación entre el poder civil y el militar no es una relación sencilla —manda el civil, obedece el militar— sino que consiste en una danza sutil. Fue un militar, el general De Gaulle, quien fundó la V República después de que la IV República entrara en crisis por un golpe en Argelia y él mismo afrontó un golpe militar en 1961. “Víctima de su época, visiblemente Emmanuel Macron no se ha dado cuenta de la espesura histórica de un tema que ha querido tratar con el único sesgo de una comunicación binaria”, escribe Chéron.
Tras la dimisión del general De Villiers, Macron lanzó una operación de seducción a los militares, con una visita el jueves a la base aérea de Istres, clave para la fuerza de disuasión nuclear francesa. Prometió que, tras los recortes de 2017, el presupuesto aumentaría a partir de 2018. Mientras tanto, el portavoz del Gobierno, Christophe Castaner, criticaba de nuevo a De Villiers por “escenificar su dimisión” y reabría de nuevo la polémica. El apaciguamiento tardará.
Poco más de un mes después de llegar al poder, Macron intenta imponer un estilo vertical y monárquico para romper los bloqueos de la sociedad francesa. Quiere romper con las maneras de François Hollande, un presidente que quiso despojar el cargo de solemnidad y acabó teniendo problemas para imponerse. Los militares lo han puesto a prueba por primera vez. En septiembre, cuando se adopte la reforma laboral, le esperan la otra prueba: la de los sindicatos y la calle.
Marc Bassets
París, El País
El primer desafío a la autoridad de Emmanuel Macron debía venir de los sindicatos y de la calle, pero acabó llegando desde otro estamento —y otro espacio urbano— tanto o más influyente en Francia: los militares y los cuarteles. El pulso entre el presidente de la República y su jefe del Estado Mayor, general Pierre de Villiers, y la dimisión el miércoles del general abren una grieta en una presidencia que había discurrido sin incidentes mayores.
Los ataques a Macron han sido transversales. De la izquierda radical a la ultraderecha, de los socialdemócratas a los conservadores moderados, de la prensa de derechas a la progresista, el tono general ha sido de simpatía con De Villiers y crítica a Macron. El editorialista de Libération habla de una “pequeña crisis de autoritarismo” y concluye que “ya va siendo hora de que [Macron] crezca un poco”. Le Monde describe la dimisión de De Villiers como una “crisis histórica”; su caricaturista de cabecera, Plantu, ilustra la portada con un retrato satírico en el que el sustituto de De Villiers, el general Lecointre, aparece como un perro con la boca tapada; y un artículo de portada lamenta su “autoritarismo juvenil” del presidente. "¿El fin del estado de gracia?”, se pregunta el conservador Le Figaro.
El error de De Villiers consistió en criticar en términos vulgares los planes de Macron, que contemplaba un recorte de 850 millones de euros en el presupuesto de las fuerzas armadas en 2017. “No me dejaré joder así”, dijo ante los miembros de la Comisión de Defensa de la Asamblea Nacional. "Yo soy vuestro jefe", respondió Macron.
Es difícil de imaginar en otro país un unanimismo parecido en favor del jefe militar y en contra de su jefe civil. En 2010, cuando el general estadounidense Stanley McChrystal, un militar respetado y valioso, habló con un periodista en términos despectivos hacia el presidente Barack Obama, este lo despidió.
Francia, como Estados Unidos, es un país militarista: el vínculo entre los uniformados y los ciudadanos —no siempre plácido y lleno de episodios turbulentos— se inscribe en los genes de la República. A veces es más militarista aún que Estados Unidos. No es extraño que a Donald Trump, invitado de Macron en la fiesta nacional del 14 de julio, le maravillase el desfile militar: en su país quienes desfilan son los civiles, y raramente los uniformados. Cuando hace unos años en Francia se planteó anular el desfile militar del 14 de julio y convertirlo en civil, en seguida se desechó como una ocurrencia antipatriótica y de mal gusto. Las fuerzas armadas son la segunda institución que goza de más respeto, según un sondeo del Instituto de Ciencias Políticas de París, ligeramente por detrás de los hospitales. También es un país que ha visto a sus militares sometidos a un esfuerzo inusual en los últimos años, primero en las misiones exteriores —Afganistán, Mali, Irak y Siria— y después en la misión antiterrorista en el interior, donde miles de soldados están desplegados en la Operación Centinela. Macron lo entendió bien en las primeras semanas de su mandato, cuando multiplicó los gestos de complicidad, como el ascenso de los Campos Elíseos, el día de su investidura, en un vehículo militar, o su primera salida al extranjero para visitar las tropas en Mali. El idilio se ha truncado.
Como explica la historiadora Bénédicte Chéron en Le Figaro, en Francia la relación entre el poder civil y el militar no es una relación sencilla —manda el civil, obedece el militar— sino que consiste en una danza sutil. Fue un militar, el general De Gaulle, quien fundó la V República después de que la IV República entrara en crisis por un golpe en Argelia y él mismo afrontó un golpe militar en 1961. “Víctima de su época, visiblemente Emmanuel Macron no se ha dado cuenta de la espesura histórica de un tema que ha querido tratar con el único sesgo de una comunicación binaria”, escribe Chéron.
Tras la dimisión del general De Villiers, Macron lanzó una operación de seducción a los militares, con una visita el jueves a la base aérea de Istres, clave para la fuerza de disuasión nuclear francesa. Prometió que, tras los recortes de 2017, el presupuesto aumentaría a partir de 2018. Mientras tanto, el portavoz del Gobierno, Christophe Castaner, criticaba de nuevo a De Villiers por “escenificar su dimisión” y reabría de nuevo la polémica. El apaciguamiento tardará.
Poco más de un mes después de llegar al poder, Macron intenta imponer un estilo vertical y monárquico para romper los bloqueos de la sociedad francesa. Quiere romper con las maneras de François Hollande, un presidente que quiso despojar el cargo de solemnidad y acabó teniendo problemas para imponerse. Los militares lo han puesto a prueba por primera vez. En septiembre, cuando se adopte la reforma laboral, le esperan la otra prueba: la de los sindicatos y la calle.