Las víctimas cuentan la pesadilla del incendio de la torre de Londres
Los vecinos del edificio Grenfell relatan cómo escaparon y ayudaron a otros a salir. Residentes como Khadija, Anthony o Nura no lograron huir de las llamas
Patricia Tubella
Londres, El País
“Por favor, rezad por mí, hay un incendio en el bloque y no puedo salir del piso. Rezad por mí y por mi madre”, es el mensaje que Khadija Saye colgó en su cuenta de Facebook a las 3 horas de madrugada del miércoles, mientras las llamas seguían devorando la torre Grenfell de Londres. Nada se ha vuelto a saber de esta artista de 24 años, que residía en uno de los apartamentos del piso 20, desde que lanzara la desesperada misiva al saberse atrapada junto con su progenitora, Mary. Una espesa capa de humo les impedía salir del inmueble de 24 plantas, que acabó ardiendo como una tea.
El último balance del siniestro, de este mismo sábado, cifra en al menos 58 el número de muertos. Aunque la Policía Metropolitana teme que acabe siendo más elevada y avisa de que quizá nunca sea posible identificar a todos los fallecidos en el edificio, cuya normativa de seguridad ha sido gravemente cuestionada. A la espera de los muchos interrogantes a los que deberá responder la investigación oficial, los testimonios de varios supervivientes, de sus familiares y amigos, esbozan el relato de cómo los vecinos del inmueble vivieron aquella pesadilla.
Las autoridades no han aventurado ningún indicio sobre las causas del incendio, pero la hipótesis principal es que se originó en el apartamento de Behailu Kebede, en la cuarta planta. En la madrugada del miércoles, este taxista etíope, de 44 años y que lleva residiendo tres lustros en Reino Unido, llamó a la puerta de su vecino Abdul. “Nos dijo que teníamos que salir porque había fuego en su apartamento. Su amigo añadió que la nevera había explotado, pero los dos parecían tranquilos”, relata Abdul. Maryann Adam, otra residente, ha explicado a la prensa británica que fueron los vecinos quienes la despertaron, porque no sonó ninguna alarma contra incendios. Y ello a pesar de que ella misma pudo ver un fuego “pequeño” en el piso de Kebede. Cuando las llamas —que todavía no se sabe si procedieron de ese u otro punto— comenzaron a propagarse con rapidez, Paul Munark se precipitó escaleras abajo desde la séptima planta y logró escapar. "Las alarmas antiincendios no saltaron dentro del edificio”, ha corroborado también.
Miguel Alves y su joven vecino Khalid Ahmed seguramente salvaron varias vidas al golpear frenéticamente cuantas puertas pudieron para alertar sobre el fuego a los residentes que estaban durmiendo. El primero se encontró con el incendio al llegar muy tarde a su casa tras una cena familiar, mientras que el segundo seguía despierto a esas horas porque había estado esperando la caída del sol para comer algo, en cumplimiento del Ramadán. Muchas familias residentes en este bloque multicultural son musulmanas que, por el mismo motivo que Khalid, no se habían acostado todavía cuando el fuego comenzó a propagarse. El pánico y el caos se hicieron presa de los habitantes de la torre que albergaba 120 viviendas, pero también despuntó la solidaridad de muchísimos vecinos. Como Sidani Atmani, de 41 años, que no abandonó el piso 15 hasta localizar a un hombre discapacitado para ayudarle a bajar las escaleras. “Incluso hubo gente que volvió a subir hacia donde estaba el fuego para asistir a otros”, ha relatado.
La torre Grenfell, a pesar de estar ubicada en un barrio acomodado del oeste de la ciudad (Notting Hill, distrito de North Kensington), incluía pisos de protección oficial y el perfil de los vecinos era en su mayoría muy modesto. El sirio Mohammed Alhajali, de 23 años, residía en una de las viviendas de la planta 14 desde que fue acogido en el país como refugiado hace tres años. Su nombre fue el primero en divulgarse entre las víctimas mortales. Este estudiante de ingeniería intentó huir escaleras abajo junto a su hermano Omar pero el humo les separó e impidió a Mohammed seguir más allá del piso 13. Regresó entonces a su apartamento para hacer una llamada de despedida cuando las llamas ya le estaban alcanzando: “Por favor, ayúdame. Dí a mi familia que les quiero”, le dijo muy asustado a su interlocutor, un amigo que no ha facilitado su nombre. Omar, dos años mayor, está hospitalizado y se recupera bien de sus heridas.
Como este joven, que después de sobrevivir al régimen de Bachar el Asad y a la guerra siria, sucumbió al incendio, otros vecinos atrapados en sus pisos intentaron contactar desesperados con el exterior. Anthony Disson, de 65 años, llamó a unos amigos desde el baño de su piso de la planta 22. Le recomendaron que se envolviera en una sábana e intentará salir, pero dijo que el suelo estaba demasiado caliente. Al filo de las 4 de la madrugada habló con otro amigo: “Dí a mis hijos que les quiero”, le pidió. Su vecina Ranya Ibrahim envió a sus allegados un mensaje de Snapchat con la misiva “Perdonadme todos. Adiós”. Nura Jamal, madre de dos pequeños, gritaba en su última llamada: “El fuego está aquí, vamos a morir” .
Frente a ese espantoso relato, han ejercido de pequeño bálsamo para el público algunos episodios de supervivencia casi milagrosa. Como el de Elpidio Bonifacio, un abuelo casi ciego a quien la televisión filmó cuando pedía ayuda desde la ventana. Fue rescatado 12 horas después de que se declarara el incendio y cuando parecía asumido que ya no se podía localizar a nadie vivo. O como el del bebé lanzado por su madre desde una ventana del décimo piso y al que un hombre pudo atrapar —y salvar— en la caída.
Patricia Tubella
Londres, El País
“Por favor, rezad por mí, hay un incendio en el bloque y no puedo salir del piso. Rezad por mí y por mi madre”, es el mensaje que Khadija Saye colgó en su cuenta de Facebook a las 3 horas de madrugada del miércoles, mientras las llamas seguían devorando la torre Grenfell de Londres. Nada se ha vuelto a saber de esta artista de 24 años, que residía en uno de los apartamentos del piso 20, desde que lanzara la desesperada misiva al saberse atrapada junto con su progenitora, Mary. Una espesa capa de humo les impedía salir del inmueble de 24 plantas, que acabó ardiendo como una tea.
El último balance del siniestro, de este mismo sábado, cifra en al menos 58 el número de muertos. Aunque la Policía Metropolitana teme que acabe siendo más elevada y avisa de que quizá nunca sea posible identificar a todos los fallecidos en el edificio, cuya normativa de seguridad ha sido gravemente cuestionada. A la espera de los muchos interrogantes a los que deberá responder la investigación oficial, los testimonios de varios supervivientes, de sus familiares y amigos, esbozan el relato de cómo los vecinos del inmueble vivieron aquella pesadilla.
Las autoridades no han aventurado ningún indicio sobre las causas del incendio, pero la hipótesis principal es que se originó en el apartamento de Behailu Kebede, en la cuarta planta. En la madrugada del miércoles, este taxista etíope, de 44 años y que lleva residiendo tres lustros en Reino Unido, llamó a la puerta de su vecino Abdul. “Nos dijo que teníamos que salir porque había fuego en su apartamento. Su amigo añadió que la nevera había explotado, pero los dos parecían tranquilos”, relata Abdul. Maryann Adam, otra residente, ha explicado a la prensa británica que fueron los vecinos quienes la despertaron, porque no sonó ninguna alarma contra incendios. Y ello a pesar de que ella misma pudo ver un fuego “pequeño” en el piso de Kebede. Cuando las llamas —que todavía no se sabe si procedieron de ese u otro punto— comenzaron a propagarse con rapidez, Paul Munark se precipitó escaleras abajo desde la séptima planta y logró escapar. "Las alarmas antiincendios no saltaron dentro del edificio”, ha corroborado también.
Miguel Alves y su joven vecino Khalid Ahmed seguramente salvaron varias vidas al golpear frenéticamente cuantas puertas pudieron para alertar sobre el fuego a los residentes que estaban durmiendo. El primero se encontró con el incendio al llegar muy tarde a su casa tras una cena familiar, mientras que el segundo seguía despierto a esas horas porque había estado esperando la caída del sol para comer algo, en cumplimiento del Ramadán. Muchas familias residentes en este bloque multicultural son musulmanas que, por el mismo motivo que Khalid, no se habían acostado todavía cuando el fuego comenzó a propagarse. El pánico y el caos se hicieron presa de los habitantes de la torre que albergaba 120 viviendas, pero también despuntó la solidaridad de muchísimos vecinos. Como Sidani Atmani, de 41 años, que no abandonó el piso 15 hasta localizar a un hombre discapacitado para ayudarle a bajar las escaleras. “Incluso hubo gente que volvió a subir hacia donde estaba el fuego para asistir a otros”, ha relatado.
La torre Grenfell, a pesar de estar ubicada en un barrio acomodado del oeste de la ciudad (Notting Hill, distrito de North Kensington), incluía pisos de protección oficial y el perfil de los vecinos era en su mayoría muy modesto. El sirio Mohammed Alhajali, de 23 años, residía en una de las viviendas de la planta 14 desde que fue acogido en el país como refugiado hace tres años. Su nombre fue el primero en divulgarse entre las víctimas mortales. Este estudiante de ingeniería intentó huir escaleras abajo junto a su hermano Omar pero el humo les separó e impidió a Mohammed seguir más allá del piso 13. Regresó entonces a su apartamento para hacer una llamada de despedida cuando las llamas ya le estaban alcanzando: “Por favor, ayúdame. Dí a mi familia que les quiero”, le dijo muy asustado a su interlocutor, un amigo que no ha facilitado su nombre. Omar, dos años mayor, está hospitalizado y se recupera bien de sus heridas.
Como este joven, que después de sobrevivir al régimen de Bachar el Asad y a la guerra siria, sucumbió al incendio, otros vecinos atrapados en sus pisos intentaron contactar desesperados con el exterior. Anthony Disson, de 65 años, llamó a unos amigos desde el baño de su piso de la planta 22. Le recomendaron que se envolviera en una sábana e intentará salir, pero dijo que el suelo estaba demasiado caliente. Al filo de las 4 de la madrugada habló con otro amigo: “Dí a mis hijos que les quiero”, le pidió. Su vecina Ranya Ibrahim envió a sus allegados un mensaje de Snapchat con la misiva “Perdonadme todos. Adiós”. Nura Jamal, madre de dos pequeños, gritaba en su última llamada: “El fuego está aquí, vamos a morir” .
Frente a ese espantoso relato, han ejercido de pequeño bálsamo para el público algunos episodios de supervivencia casi milagrosa. Como el de Elpidio Bonifacio, un abuelo casi ciego a quien la televisión filmó cuando pedía ayuda desde la ventana. Fue rescatado 12 horas después de que se declarara el incendio y cuando parecía asumido que ya no se podía localizar a nadie vivo. O como el del bebé lanzado por su madre desde una ventana del décimo piso y al que un hombre pudo atrapar —y salvar— en la caída.