“La UE no aceptará retrasos en el Brexit porque provocan inestabilidad”
A una semana para la fecha teórica del inicio de las conversaciones con Reino Unido, nadie en Bruselas sabe a qué atenerse
Claudi Pérez
Bruselas, El País
El Brexit va camino de convertirse en un thriller existencial. Antes siquiera de empezar la negociación, el primer divorcio de la UE en seis décadas provocó una crisis de identidad a este lado del Canal, pero en la otra orilla se ha llevado por delante a un primer ministro británico, el conservador David Cameron, y va camino de dejar tocada de muerte a su sucesora, Theresa May.
Michel Barnier, negociador jefe de la Unión, recibe en su despacho a varios diarios europeos —entre ellos, EL PAÍS— en plena resaca de las elecciones británicas, que han generado una sacudida política formidable. May convocó elecciones con el objetivo de lograr un mandato rotundo para negociar el Brexit, pero lo único que ha conseguido es una dosis extra de incertidumbre. En su primera entrevista en el cargo, Barnier zarandea a los británicos con un discurso cargado de dureza que va soltando a ráfagas: “Estamos perdiendo el tiempo”, dice sobre la ausencia de un interlocutor al otro lado de la mesa tres meses después de haber activado la separación. “No vamos a conceder retrasos en las fechas para llegar al acuerdo de divorcio”.
El reloj está en marcha: los tratados fijan un máximo de dos años —que vencen en marzo de 2019— para establecer las condiciones de la separación. “Cualquier aplazamiento provocaría incertidumbre, es una fuente adicional de inestabilidad”, añade rebelándose contra un retraso que muchos dan por seguro. Antes de las elecciones parecía claro que Londres y Bruselas iban camino de un Brexit duro: Theresa May aseguró que no le importa perder el acceso al mercado único (“un no acuerdo es mejor que un mal acuerdo”, llegó a decir), y los Veintisiete han dado sobradas muestras de que no son partidarios de hacer concesiones, al menos inicialmente.
Barnier ha optado por un tono conciliador en las últimas semanas, y en medio de la charla se lanza a por una taza que lleva grabado el lema Mantén la calma y negocia. Pero sorprende la aspereza de su discurso, tanto en los tiempos como en el contenido de la futura negociación: “Reino Unido ha subestimado las consecuencias del Brexit. No ha explicado las consecuencias del divorcio. Fueron los británicos quienes decidieron irse de la UE: ahora tienen que asumir las consecuencias”. “El Brexit tendrá consecuencias jurídicas, técnicas y también económicas, sociales y humanas. Es hora de explicarlas”, remacha.
¿Duro, blando, sin acuerdo? Bruselas “se está preparando para todas las opciones, incluida la de un no acuerdo”, asegura. “No llegar a un acuerdo de divorcio sería particularmente grave para Reino Unido, pero también para la UE. Francamente, no es la opción que más nos conviene a ambos. Pero estamos preparados para todo”, avisa, consciente de que todo es posible a tenor del grado de incertidumbre política en Londres. Incluso el aplazamiento al que se opone tajante: queda una semana para la fecha teórica del inicio de las conversaciones y nadie en Bruselas sabe a qué atenerse. “No puedo negociar conmigo mismo”, ironiza el excomisario francés, que vuelve una y otra vez sobre ese asunto.
Barnier se reunió este lunes con dos técnicos del Ejecutivo británico para empezar a establecer las condiciones de la negociación. Pero dada la “gravedad” del Brexit y el “desafío” que supone por sus múltiples efectos potenciales, defiende que hay que empezar a negociar “lo antes posible”, y se queja de no tener todavía un interlocutor al otro lado, pero sobre todo de la falta de claridad de los británicos. “El Gobierno británico publicó un Libro Blanco y la carta del divorcio enviada al Consejo Europeo en marzo, pero carece de una delegación con un mandato que pueda detallar y especificar su posición”. “Necesitamos empezar a conversar cuanto antes, pero para ello necesitamos una delegación británica, con un jefe negociador estable, que pueda rendir cuentas y que disponga de un mandato para negociar. Esa es mi preocupación después de las elecciones”.
Fronteras irlandesas. Pero no hay nada de eso en el lado británico. Al contrario: May empieza a tener auténticos problemas con su propio partido, y ha tenido que echar mano del DUP, el partido unionista norirlandés, para tratar de formar gobierno. El DUP puede ser un socio de lo más incómodo para Londres, pero también para Bruselas: “La decisión de Reino Unido de abandonar la UE ha provocado enormes incertidumbres. Nuestras prioridades son los derechos de los ciudadanos —dar claridad a los más de cuatro millones de británicos que viven en la UE y de europeos que habitan en las islas—, y acordar los términos del acuerdo financiero, pero inmediatamente después está el asunto de las fronteras, y en particular la cuestión irlandesa. No vamos a hacer nada que afecte los Acuerdos del Viernes Santo, pero hay que buscar la manera de respetar las reglas del mercado único, de controlar la gente y los bienes y servicios que entran y salen de la UE”.
La clave de las recientes elecciones en las islas es cómo va a afectar al Brexit. Y ahí Barnier no da demasiadas pistas. “No sé qué significa eso de Brexit duro o blando. El Brexit es la salida de Reino Unido de la UE: hay que organizar ese divorcio sin espíritu de venganza, sin castigos y contando la verdad. Pero tampoco seamos naíf: el Brexit tendrá impacto. Ha sido decisión de los británicos, y ahora les toca asumir las consecuencias”.
El negociador jefe europeo se declara abierto a todas las opciones posibles, pero aclara que cada una de esas opciones “comporta derechos y obligaciones”: Londres reitera su voluntad de controlar la inmigración y no le importa abandonar el mercado único, pero no les ha contado a los británicos las consecuencias para sus exportaciones o el impacto del recorte migratorio sobre el sistema educativo o la sanidad pública. “Las cuatro libertades van juntas”, reitera Barnier. “Si Reino Unido decide seguir el modelo noruego, por ejemplo, eso supone estar dentro del mercado único y, por lo tanto, aceptar las cuatro libertades; supone acatar las reglas y, si hay salida de la UE, no poder vetarlas ni negociar”, afirma rotundo.
“Pero mi preocupación es que el tiempo vuela y seguimos sin poder negociar. Hacia octubre o noviembre de 2018 debemos tener listo el acuerdo de divorcio, porque necesitamos medio año para ratificarlo; y algunas de las condiciones de ese pacto serán desagradables, como lo son todos los divorcios. En ese momento habrá un periodo transitorio, cuya naturaleza depende de la futura relación UE-Reino Unido. Cuando conozcamos el marco de esa futura relación podremos discutir los detalles, en el otoño de 2018: para eso habrá más tiempo, pero antes hay que llegar a acuerdos sobre derechos ciudadanos, presupuestos y fronteras”.
Nada de dramas. “No va a haber ningún tipo de drama por mi parte. Reino Unido ha decidido marcharse: conozco la dimensión emocional y política de ese desafío, soy un político. Pero deberíamos gestionar esto de forma seria: los hechos, las cifras, los fundamentos jurídicos, y no perder más tiempo”, destaca. Eso sí, “la secuencia —acuerdo de divorcio sobre derechos de la ciudadanía y presupuesto, marco de la futura relación y acuerdo transitorio— no es negociable para nosotros”.
¿Generosidad de Londres? Londres anuncia que presentará una propuesta “generosa” relativa a los derechos de la ciudadanía, después de flirtear en varias ocasiones con lo contrario. Barnier se revuelve en la silla y da una última muestra de cuán enconadas empiezan las negociaciones: “Realmente no sé qué significa esa generosidad. Nuestro objetivo es preservar los derechos de los británicos en suelo europeo, y de los ciudadanos de los Veintisiete en suelo británico. Con el mismo marco que tenemos hoy. Veremos cuál es la propuesta definitiva, pero más que una oferta generosa espero una propuesta justa. Legal y humanamente”, cierra.
Gibraltar, cuestión bilateral
“Gibraltar dejará la Unión Europea al mismo tiempo que el Reino Unido; eso es todo lo que puedo decir”, afirma Michel Barnier al final de una entrevista en la que prefiere conducirse en un francés salpicado de tecnicismos en inglés. Barnier cierra filas con las directrices del Consejo Europeo sobre la negociación, que dan a España una suerte de derecho de veto —a pesar de la reacción iracunda en los medios e incluso de algún político británico— sobre el acuerdo de divorcio para blindar la cuestión gibraltareña. Y añade que “podrá haber discusiones bilaterales sobre España y Reino Unido” en torno al Peñón, justo antes de repetir el sonsonete que el Gobierno español quiere oír alto y claro, una y otra vez: “Gibraltar abandonará la Unión Europea al mismo tiempo que el Reino Unido”. La UE ha dejado de lado en ese asunto su tradicional equidistancia para abrazar las peticiones del país que se queda, España, en contra de los intereses del socio que se va, Reino Unido. Gibraltar, además, ha provocado una extraña unidad entre los Veintisiete, incluso con aliados tradicionales de Londres como los nórdicos. Esa misma unidad es la tónica en las primeras fases del divorcio, cuando aún no ha empezado la negociación, pero la UE quiere imponer sus líneas rojas. “La unidad no cae del cielo”, afirma Barnier, sabedor de que ese es uno de sus grandes activos, pero consciente de que más adelante saldrán a flote diferencias entre los europeos. “Llevamos seis meses construyendo esa unidad y no ha sido sencillo: mi misión es conservarla y buscar opciones justas para todos”, dice el negociador jefe de la Unión.
Claudi Pérez
Bruselas, El País
El Brexit va camino de convertirse en un thriller existencial. Antes siquiera de empezar la negociación, el primer divorcio de la UE en seis décadas provocó una crisis de identidad a este lado del Canal, pero en la otra orilla se ha llevado por delante a un primer ministro británico, el conservador David Cameron, y va camino de dejar tocada de muerte a su sucesora, Theresa May.
Michel Barnier, negociador jefe de la Unión, recibe en su despacho a varios diarios europeos —entre ellos, EL PAÍS— en plena resaca de las elecciones británicas, que han generado una sacudida política formidable. May convocó elecciones con el objetivo de lograr un mandato rotundo para negociar el Brexit, pero lo único que ha conseguido es una dosis extra de incertidumbre. En su primera entrevista en el cargo, Barnier zarandea a los británicos con un discurso cargado de dureza que va soltando a ráfagas: “Estamos perdiendo el tiempo”, dice sobre la ausencia de un interlocutor al otro lado de la mesa tres meses después de haber activado la separación. “No vamos a conceder retrasos en las fechas para llegar al acuerdo de divorcio”.
El reloj está en marcha: los tratados fijan un máximo de dos años —que vencen en marzo de 2019— para establecer las condiciones de la separación. “Cualquier aplazamiento provocaría incertidumbre, es una fuente adicional de inestabilidad”, añade rebelándose contra un retraso que muchos dan por seguro. Antes de las elecciones parecía claro que Londres y Bruselas iban camino de un Brexit duro: Theresa May aseguró que no le importa perder el acceso al mercado único (“un no acuerdo es mejor que un mal acuerdo”, llegó a decir), y los Veintisiete han dado sobradas muestras de que no son partidarios de hacer concesiones, al menos inicialmente.
Barnier ha optado por un tono conciliador en las últimas semanas, y en medio de la charla se lanza a por una taza que lleva grabado el lema Mantén la calma y negocia. Pero sorprende la aspereza de su discurso, tanto en los tiempos como en el contenido de la futura negociación: “Reino Unido ha subestimado las consecuencias del Brexit. No ha explicado las consecuencias del divorcio. Fueron los británicos quienes decidieron irse de la UE: ahora tienen que asumir las consecuencias”. “El Brexit tendrá consecuencias jurídicas, técnicas y también económicas, sociales y humanas. Es hora de explicarlas”, remacha.
¿Duro, blando, sin acuerdo? Bruselas “se está preparando para todas las opciones, incluida la de un no acuerdo”, asegura. “No llegar a un acuerdo de divorcio sería particularmente grave para Reino Unido, pero también para la UE. Francamente, no es la opción que más nos conviene a ambos. Pero estamos preparados para todo”, avisa, consciente de que todo es posible a tenor del grado de incertidumbre política en Londres. Incluso el aplazamiento al que se opone tajante: queda una semana para la fecha teórica del inicio de las conversaciones y nadie en Bruselas sabe a qué atenerse. “No puedo negociar conmigo mismo”, ironiza el excomisario francés, que vuelve una y otra vez sobre ese asunto.
Barnier se reunió este lunes con dos técnicos del Ejecutivo británico para empezar a establecer las condiciones de la negociación. Pero dada la “gravedad” del Brexit y el “desafío” que supone por sus múltiples efectos potenciales, defiende que hay que empezar a negociar “lo antes posible”, y se queja de no tener todavía un interlocutor al otro lado, pero sobre todo de la falta de claridad de los británicos. “El Gobierno británico publicó un Libro Blanco y la carta del divorcio enviada al Consejo Europeo en marzo, pero carece de una delegación con un mandato que pueda detallar y especificar su posición”. “Necesitamos empezar a conversar cuanto antes, pero para ello necesitamos una delegación británica, con un jefe negociador estable, que pueda rendir cuentas y que disponga de un mandato para negociar. Esa es mi preocupación después de las elecciones”.
Fronteras irlandesas. Pero no hay nada de eso en el lado británico. Al contrario: May empieza a tener auténticos problemas con su propio partido, y ha tenido que echar mano del DUP, el partido unionista norirlandés, para tratar de formar gobierno. El DUP puede ser un socio de lo más incómodo para Londres, pero también para Bruselas: “La decisión de Reino Unido de abandonar la UE ha provocado enormes incertidumbres. Nuestras prioridades son los derechos de los ciudadanos —dar claridad a los más de cuatro millones de británicos que viven en la UE y de europeos que habitan en las islas—, y acordar los términos del acuerdo financiero, pero inmediatamente después está el asunto de las fronteras, y en particular la cuestión irlandesa. No vamos a hacer nada que afecte los Acuerdos del Viernes Santo, pero hay que buscar la manera de respetar las reglas del mercado único, de controlar la gente y los bienes y servicios que entran y salen de la UE”.
La clave de las recientes elecciones en las islas es cómo va a afectar al Brexit. Y ahí Barnier no da demasiadas pistas. “No sé qué significa eso de Brexit duro o blando. El Brexit es la salida de Reino Unido de la UE: hay que organizar ese divorcio sin espíritu de venganza, sin castigos y contando la verdad. Pero tampoco seamos naíf: el Brexit tendrá impacto. Ha sido decisión de los británicos, y ahora les toca asumir las consecuencias”.
El negociador jefe europeo se declara abierto a todas las opciones posibles, pero aclara que cada una de esas opciones “comporta derechos y obligaciones”: Londres reitera su voluntad de controlar la inmigración y no le importa abandonar el mercado único, pero no les ha contado a los británicos las consecuencias para sus exportaciones o el impacto del recorte migratorio sobre el sistema educativo o la sanidad pública. “Las cuatro libertades van juntas”, reitera Barnier. “Si Reino Unido decide seguir el modelo noruego, por ejemplo, eso supone estar dentro del mercado único y, por lo tanto, aceptar las cuatro libertades; supone acatar las reglas y, si hay salida de la UE, no poder vetarlas ni negociar”, afirma rotundo.
“Pero mi preocupación es que el tiempo vuela y seguimos sin poder negociar. Hacia octubre o noviembre de 2018 debemos tener listo el acuerdo de divorcio, porque necesitamos medio año para ratificarlo; y algunas de las condiciones de ese pacto serán desagradables, como lo son todos los divorcios. En ese momento habrá un periodo transitorio, cuya naturaleza depende de la futura relación UE-Reino Unido. Cuando conozcamos el marco de esa futura relación podremos discutir los detalles, en el otoño de 2018: para eso habrá más tiempo, pero antes hay que llegar a acuerdos sobre derechos ciudadanos, presupuestos y fronteras”.
Nada de dramas. “No va a haber ningún tipo de drama por mi parte. Reino Unido ha decidido marcharse: conozco la dimensión emocional y política de ese desafío, soy un político. Pero deberíamos gestionar esto de forma seria: los hechos, las cifras, los fundamentos jurídicos, y no perder más tiempo”, destaca. Eso sí, “la secuencia —acuerdo de divorcio sobre derechos de la ciudadanía y presupuesto, marco de la futura relación y acuerdo transitorio— no es negociable para nosotros”.
¿Generosidad de Londres? Londres anuncia que presentará una propuesta “generosa” relativa a los derechos de la ciudadanía, después de flirtear en varias ocasiones con lo contrario. Barnier se revuelve en la silla y da una última muestra de cuán enconadas empiezan las negociaciones: “Realmente no sé qué significa esa generosidad. Nuestro objetivo es preservar los derechos de los británicos en suelo europeo, y de los ciudadanos de los Veintisiete en suelo británico. Con el mismo marco que tenemos hoy. Veremos cuál es la propuesta definitiva, pero más que una oferta generosa espero una propuesta justa. Legal y humanamente”, cierra.
Gibraltar, cuestión bilateral
“Gibraltar dejará la Unión Europea al mismo tiempo que el Reino Unido; eso es todo lo que puedo decir”, afirma Michel Barnier al final de una entrevista en la que prefiere conducirse en un francés salpicado de tecnicismos en inglés. Barnier cierra filas con las directrices del Consejo Europeo sobre la negociación, que dan a España una suerte de derecho de veto —a pesar de la reacción iracunda en los medios e incluso de algún político británico— sobre el acuerdo de divorcio para blindar la cuestión gibraltareña. Y añade que “podrá haber discusiones bilaterales sobre España y Reino Unido” en torno al Peñón, justo antes de repetir el sonsonete que el Gobierno español quiere oír alto y claro, una y otra vez: “Gibraltar abandonará la Unión Europea al mismo tiempo que el Reino Unido”. La UE ha dejado de lado en ese asunto su tradicional equidistancia para abrazar las peticiones del país que se queda, España, en contra de los intereses del socio que se va, Reino Unido. Gibraltar, además, ha provocado una extraña unidad entre los Veintisiete, incluso con aliados tradicionales de Londres como los nórdicos. Esa misma unidad es la tónica en las primeras fases del divorcio, cuando aún no ha empezado la negociación, pero la UE quiere imponer sus líneas rojas. “La unidad no cae del cielo”, afirma Barnier, sabedor de que ese es uno de sus grandes activos, pero consciente de que más adelante saldrán a flote diferencias entre los europeos. “Llevamos seis meses construyendo esa unidad y no ha sido sencillo: mi misión es conservarla y buscar opciones justas para todos”, dice el negociador jefe de la Unión.