1.100 muertos en Yemen por una epidemia de cólera
La representante de Unicef atribuye el contagio al colapso del sistema sanitario por la guerra
Ángeles Espinosa
Dubái, El País
Cuando Lamia, de 14 años, empezó a tener diarreas a mediados de mayo, sus padres se alarmaron. En Wadi Dhahr, el barrio donde viven al noroeste de Saná, se habían registrado cinco caos de cólera y un niño de 4 años había muerto. Un mes después, Yemen sufre una epidemia de cólera y los fallecidos por la enfermedad se elevan a 1.100, en proporción, más que los 10.000 que han dejado los dos años de guerra. Pero la emergencia sanitaria es también consecuencia de ese enfrentamiento que ha destruido las frágiles infraestructuras del país más pobre del mundo árabe.
“Dos años de conflicto empiezan a hacer mella de forma más evidente que los combates propiamente dichos”, declara Meritxell Relaño, la representante de Unicef en Yemen. “Desde octubre de 2016 no cobran su sueldo ni los profesionales de la salud, ni los encargados de aguas y saneamiento, ni quienes recogen las basuras. Algunos han seguido trabajando a pesar de todo, pero la mayoría ni siquiera puede pagarse el transporte para hacerlo. Eso y la falta de fondos para operar unos sistemas que ya estaban al borde del colapso antes de la guerra, han creado la tormenta perfecta en la que ha surgido la epidemia de cólera”, explica por teléfono desde Saná.
Unicef, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, encabeza junto a la Organización Mundial de la Salud (OMS) el esfuerzo internacional para contener la extensión de la epidemia que ya alcanza a 20 de las 22 provincias. “Las zonas más afectadas están en el noroeste del país, bajo control de los Huthi, que es donde se concentra el 80% de la población”, precisa Relaño. Hasta el momento han registrado 158.960 casos, la mitad de ellos niños, aunque empieza a frenarse después de que la semana pasada aumentaran a un ritmo de 5.000 al día, según el Comité Internacional de la Cruz Roja.
El resultado ha sido devastador. Hospitales desbordados, con enfermos en el suelo y secciones de triaje en carpas instaladas a la entrada de los centros. “Después de dos días en un hospital público, decidimos trasladar a Lamia a uno privado porque no mejoraba ni le hacían caso”, explica el padre de la chica, que se gastó los últimos ahorros familiares, 96.000 ríales (unos 230 euros), para pagar los cinco días que estuvo internada y los medicamentos. “Es muy caro, pero la atención ha sido mejor y hemos salvado a Lamia”, resume aliviado.
“No hay servicios sociales más allá de los que financia la ONU; el sistema está sobrepasado y por mucho que hagamos no podemos llegar a todo el mundo”, concede la representante de Unicef.
La OMS ha abierto 75 áreas de tratamiento de diarrea dentro de centros hospitalarios ya existentes y, en los lugares donde eso no ha sido posible por falta de espacio, Médicos sin Fronteras (MSF) incluso ha utilizado escuelas para prestar esa atención de emergencia. Unicef, por su parte, se está ocupando de establecer centros de rehidratación oral para atender los casos menos graves y evitar la saturación de los hospitales.
“Ya hemos abierto 500, pero el objetivo es llegar a 1.200”, señala Relaño. Los equipos de Unicef también enseñan a las familias a fabricar sales de rehidratación caseras con miel, azúcar y sal, y cómo potabilizar el agua que almacenan en depósitos y contenedores ante la falta de abastecimiento regular. A pesar de que prosiguen con su programa de nutrición para 500.000 niños severamente malnutridos, los recursos humanos se han volcado en frenar el cólera.
Esta española, que lleva desde 2015 en Yemen, primero como adjunta al representante y desde el pasado enero como representante, subraya que las necesidades son enormes. La ONU solo ha conseguido el 29% de los fondos que necesita para su programa de asistencia al país, aunque en el caso de Unicef asegura que la situación es algo mejor. “Solo para la respuesta del cólera necesitamos 76 millones dólares tenemos 13 millones y otros 25 millones están por llegar”, resume sin perder la esperanza.
Ángeles Espinosa
Dubái, El País
Cuando Lamia, de 14 años, empezó a tener diarreas a mediados de mayo, sus padres se alarmaron. En Wadi Dhahr, el barrio donde viven al noroeste de Saná, se habían registrado cinco caos de cólera y un niño de 4 años había muerto. Un mes después, Yemen sufre una epidemia de cólera y los fallecidos por la enfermedad se elevan a 1.100, en proporción, más que los 10.000 que han dejado los dos años de guerra. Pero la emergencia sanitaria es también consecuencia de ese enfrentamiento que ha destruido las frágiles infraestructuras del país más pobre del mundo árabe.
“Dos años de conflicto empiezan a hacer mella de forma más evidente que los combates propiamente dichos”, declara Meritxell Relaño, la representante de Unicef en Yemen. “Desde octubre de 2016 no cobran su sueldo ni los profesionales de la salud, ni los encargados de aguas y saneamiento, ni quienes recogen las basuras. Algunos han seguido trabajando a pesar de todo, pero la mayoría ni siquiera puede pagarse el transporte para hacerlo. Eso y la falta de fondos para operar unos sistemas que ya estaban al borde del colapso antes de la guerra, han creado la tormenta perfecta en la que ha surgido la epidemia de cólera”, explica por teléfono desde Saná.
Unicef, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, encabeza junto a la Organización Mundial de la Salud (OMS) el esfuerzo internacional para contener la extensión de la epidemia que ya alcanza a 20 de las 22 provincias. “Las zonas más afectadas están en el noroeste del país, bajo control de los Huthi, que es donde se concentra el 80% de la población”, precisa Relaño. Hasta el momento han registrado 158.960 casos, la mitad de ellos niños, aunque empieza a frenarse después de que la semana pasada aumentaran a un ritmo de 5.000 al día, según el Comité Internacional de la Cruz Roja.
El resultado ha sido devastador. Hospitales desbordados, con enfermos en el suelo y secciones de triaje en carpas instaladas a la entrada de los centros. “Después de dos días en un hospital público, decidimos trasladar a Lamia a uno privado porque no mejoraba ni le hacían caso”, explica el padre de la chica, que se gastó los últimos ahorros familiares, 96.000 ríales (unos 230 euros), para pagar los cinco días que estuvo internada y los medicamentos. “Es muy caro, pero la atención ha sido mejor y hemos salvado a Lamia”, resume aliviado.
“No hay servicios sociales más allá de los que financia la ONU; el sistema está sobrepasado y por mucho que hagamos no podemos llegar a todo el mundo”, concede la representante de Unicef.
La OMS ha abierto 75 áreas de tratamiento de diarrea dentro de centros hospitalarios ya existentes y, en los lugares donde eso no ha sido posible por falta de espacio, Médicos sin Fronteras (MSF) incluso ha utilizado escuelas para prestar esa atención de emergencia. Unicef, por su parte, se está ocupando de establecer centros de rehidratación oral para atender los casos menos graves y evitar la saturación de los hospitales.
“Ya hemos abierto 500, pero el objetivo es llegar a 1.200”, señala Relaño. Los equipos de Unicef también enseñan a las familias a fabricar sales de rehidratación caseras con miel, azúcar y sal, y cómo potabilizar el agua que almacenan en depósitos y contenedores ante la falta de abastecimiento regular. A pesar de que prosiguen con su programa de nutrición para 500.000 niños severamente malnutridos, los recursos humanos se han volcado en frenar el cólera.
Esta española, que lleva desde 2015 en Yemen, primero como adjunta al representante y desde el pasado enero como representante, subraya que las necesidades son enormes. La ONU solo ha conseguido el 29% de los fondos que necesita para su programa de asistencia al país, aunque en el caso de Unicef asegura que la situación es algo mejor. “Solo para la respuesta del cólera necesitamos 76 millones dólares tenemos 13 millones y otros 25 millones están por llegar”, resume sin perder la esperanza.