Relato de la noche del ataque a través del testimonio de supervivientes
Los testigos de la explosión en el Manchester Arena cuentan las escenas de pánico tras la explosión
Pablo Guimón
Mánchester, El País
Para Caitlin Haywood la noche iba a ser muy especial. Su padre había decidido hacerla muy feliz por su 17º cumpleaños. La llevaría, con su mejor amiga, al concierto de Ariana Grande en Manchester. Son más de dos horas en coche desde Notingham, que pasaron escuchando las canciones de su idolatrada cantante. Al llegar al Manchester Arena, Nick, el padre, se despidió de su hija con un beso en la mejilla. “Tened cuidado”, les dijo. Nick se quedó fuera. Él es más de Guns’n’Roses, como atestigua su roída camiseta noventera. Quedaron en encontrarse al final del concierto en las mismas escaleras donde se despidieron.
Caitlin y su amiga vieron el espectáculo desde el centro del recinto. Más de 20.000 personas a su alrededor. Fue, le dijo en un mensaje a su padre, un concierto increíble.
Nick aprovechó para darse una vuelta por la ciudad y, poco antes de las diez y media de la noche, volvió a las escaleras del Arena donde había quedado con su hija. “Entonces lo escuché y lo sentí”, recuerda. “Más que una vibración, fue como cuando un bajo fuerte lanzado por un altavoz te golpea en el pecho. Tuve claro que era una bomba o algo parecido. En un momento así puedes entrar en pánico o decidir seguir con el plan. Yo traté de hacer lo segundo”.
En el interior las luces se acaban de encender. Ariana Grande terminaba su extravagante espectáculo de tres horas con un bis de su último single, titulado “mujer peligrosa”. Pero el peligro no estaba en la estrella que abandonaba el escenario con un “Adiós, Manchester”. Estaba al otro lado del recinto, en el vestíbulo que da a la salida hacia la estación de Victoria. Allí, a las 22.33, un hombre detonaba la bomba casera que tenía consigo y provocaba una masacre.
Laura Eames y su hija de once años, Isabel, acababan de levantarse para irse. “De pronto escuchamos una explosión tremenda”, explica la madre. “No tuve claro en el momento que era una bomba. Escuchamos a unos que gritaban ‘¡bomba, al suelo!’, pero no comprendía o no quería comprender. Solo agarré fuerte a Isabel y corrí. Casi le arranco un brazo, todavía lo tiene morado. Todo el mundo se volvió loco, había gritos, chillidos, gente tirando a gente al suelo. Yo acabé con dos adolescentes que habían perdido a sus padres, estaban fuera de sí, las trataba de alejar todo lo que podía. Era realmente difícil salir del recinto”.
Enseguida el desconcierto se convirtió en caos. Quienes estaban más cerca hablan de una densa humareda y de un infierno de gritos y sangre. Aquellos atrapados junto a la salida donde se produjo la explosión empezaron a correr hacia las otras salidas, llevándose por delante a otras personas, según el relato de los supervivientes.
Gemma Cardwell había venido con su hija Harriet, de 10 años, desde Blackpool, al oeste de Inglaterra. Habían comparado sus entradas hace ocho meses. Era el primer concierto al que asistía la pequeña, cuya sudadera negra con las orejitas de conejo de Ariana Grande, le llegaba hasta las rodillas. “Estábamos cerca”, explica la madre. “Oímos una explosión tremenda y todo el mundo se puso a gritar. Vimos gente ensangrentada. Fue horrible. Pasamos mucho miedo y no sabíamos qué hacer”.
A Elisse Wylde y Bethany Keeling, dos amigas de 19 y 21 años que había venido de Brighouse, en el Yorkshire occidental, les salvó la fidelidad de Bethany a su idolatrada Ariana. “Antes de la última canción, le dije que nos marcháramos, para evitar las multitudes, pero ella se negó. Teníamos que irnos por esa salida, así que si llegamos a habernos ido cuando yo dije, nos habría pillado de lleno”, asegura Elisse.
Escucharon la explosión y de pronto todo el mundo se puso a correr y a gritar, explican. “Yo me agobié y grité: ‘¡Quieto todo el mundo, es una bomba!”, explica Bethany. Le dio la mano a Elisse y no se movieron. “Teníamos mucho miedo, ni siquiera sabíamos cómo reaccionar. A medida que nos acercábamos a la salida empezábamos a ver gente herida, era horrible. Cuando salimos a la calle los agentes de seguridad gritaban: ‘¡Poneos a salvo!’. Fue terrorífico, no hemos podido dormir en toda la noche”.
La policía fue alertada de la explosión a las 22.33. Docenas de ambulancias y furgones policiales llegaron enseguida al lugar. Un helicóptero sobrevolaba el recinto. La policía confirmaba en Twitter, poco antes de las 23.00, que se encontraban respondiendo a un “incidente”. Media hora después lo calificaron de “grave”. Nerea López, mallorquina de 25 años, vive justo enfrente del recinto. “Oímos el estallido desde mi casa”, recuerda. “Miramos por la ventana y vimos a niños corriendo por todos lados. Bajamos a la calle y en muy poco tiempo se empezó a llenar todo de policía”.
En el exterior, Nick Haywood seguía en la escalera donde había quedado con su hija. Trataba de mantener la calma, pero los latidos de corazón sacudían su camiseta de Guns’n’Roses. Lo que al principio era un goteo de gente era ahora una multitud que bajaba por la escalera entre gritos y lloros.
Había intentado llamar a su hija al móvil pero no lograba conectar con ella. “Sabía que la red podía estar colapsada porque todo el mundo estaría tratando de llamar a la vez, y así estuvo durante cinco agónicos minutos”, recuerda. De repente, contestó. “No se puede imaginar mi alivio al oír su voz”, concluye Nick.
De la catedral a la calle
P. G (Manchester)
Muchas de las calles de Manchester, al noroeste de Inglaterra, permanecen este martes cortadas al público tras el atentado de la pasada noche en un concierto en el que murieron al menos 22 personas y casi 60 resultaron heridas.
A pocos metros de la catedral, el Deán de la catedral, Rogers Govender, habla: “Teníamos previsto rezar a las nueve de la mañana (las 10.00 en la España peninsular), pero no podemos entrar en la iglesia, de modo que rezaremos en la calle”, ha dicho en voz alta. "Necesitamos cerrar las heridas de esta ciudad. En medio de la rabia hay que dejar sitio para la curación. La gente esta devastada al comprobar que una atrocidad así puede suceder en Mánchester. Pero estoy convencido de que este incidente no dividirá nuestras comunidades y seguiremos construyendo cohesión", ha dicho el religioso.
Pablo Guimón
Mánchester, El País
Para Caitlin Haywood la noche iba a ser muy especial. Su padre había decidido hacerla muy feliz por su 17º cumpleaños. La llevaría, con su mejor amiga, al concierto de Ariana Grande en Manchester. Son más de dos horas en coche desde Notingham, que pasaron escuchando las canciones de su idolatrada cantante. Al llegar al Manchester Arena, Nick, el padre, se despidió de su hija con un beso en la mejilla. “Tened cuidado”, les dijo. Nick se quedó fuera. Él es más de Guns’n’Roses, como atestigua su roída camiseta noventera. Quedaron en encontrarse al final del concierto en las mismas escaleras donde se despidieron.
Caitlin y su amiga vieron el espectáculo desde el centro del recinto. Más de 20.000 personas a su alrededor. Fue, le dijo en un mensaje a su padre, un concierto increíble.
Nick aprovechó para darse una vuelta por la ciudad y, poco antes de las diez y media de la noche, volvió a las escaleras del Arena donde había quedado con su hija. “Entonces lo escuché y lo sentí”, recuerda. “Más que una vibración, fue como cuando un bajo fuerte lanzado por un altavoz te golpea en el pecho. Tuve claro que era una bomba o algo parecido. En un momento así puedes entrar en pánico o decidir seguir con el plan. Yo traté de hacer lo segundo”.
En el interior las luces se acaban de encender. Ariana Grande terminaba su extravagante espectáculo de tres horas con un bis de su último single, titulado “mujer peligrosa”. Pero el peligro no estaba en la estrella que abandonaba el escenario con un “Adiós, Manchester”. Estaba al otro lado del recinto, en el vestíbulo que da a la salida hacia la estación de Victoria. Allí, a las 22.33, un hombre detonaba la bomba casera que tenía consigo y provocaba una masacre.
Laura Eames y su hija de once años, Isabel, acababan de levantarse para irse. “De pronto escuchamos una explosión tremenda”, explica la madre. “No tuve claro en el momento que era una bomba. Escuchamos a unos que gritaban ‘¡bomba, al suelo!’, pero no comprendía o no quería comprender. Solo agarré fuerte a Isabel y corrí. Casi le arranco un brazo, todavía lo tiene morado. Todo el mundo se volvió loco, había gritos, chillidos, gente tirando a gente al suelo. Yo acabé con dos adolescentes que habían perdido a sus padres, estaban fuera de sí, las trataba de alejar todo lo que podía. Era realmente difícil salir del recinto”.
Enseguida el desconcierto se convirtió en caos. Quienes estaban más cerca hablan de una densa humareda y de un infierno de gritos y sangre. Aquellos atrapados junto a la salida donde se produjo la explosión empezaron a correr hacia las otras salidas, llevándose por delante a otras personas, según el relato de los supervivientes.
Gemma Cardwell había venido con su hija Harriet, de 10 años, desde Blackpool, al oeste de Inglaterra. Habían comparado sus entradas hace ocho meses. Era el primer concierto al que asistía la pequeña, cuya sudadera negra con las orejitas de conejo de Ariana Grande, le llegaba hasta las rodillas. “Estábamos cerca”, explica la madre. “Oímos una explosión tremenda y todo el mundo se puso a gritar. Vimos gente ensangrentada. Fue horrible. Pasamos mucho miedo y no sabíamos qué hacer”.
A Elisse Wylde y Bethany Keeling, dos amigas de 19 y 21 años que había venido de Brighouse, en el Yorkshire occidental, les salvó la fidelidad de Bethany a su idolatrada Ariana. “Antes de la última canción, le dije que nos marcháramos, para evitar las multitudes, pero ella se negó. Teníamos que irnos por esa salida, así que si llegamos a habernos ido cuando yo dije, nos habría pillado de lleno”, asegura Elisse.
Escucharon la explosión y de pronto todo el mundo se puso a correr y a gritar, explican. “Yo me agobié y grité: ‘¡Quieto todo el mundo, es una bomba!”, explica Bethany. Le dio la mano a Elisse y no se movieron. “Teníamos mucho miedo, ni siquiera sabíamos cómo reaccionar. A medida que nos acercábamos a la salida empezábamos a ver gente herida, era horrible. Cuando salimos a la calle los agentes de seguridad gritaban: ‘¡Poneos a salvo!’. Fue terrorífico, no hemos podido dormir en toda la noche”.
La policía fue alertada de la explosión a las 22.33. Docenas de ambulancias y furgones policiales llegaron enseguida al lugar. Un helicóptero sobrevolaba el recinto. La policía confirmaba en Twitter, poco antes de las 23.00, que se encontraban respondiendo a un “incidente”. Media hora después lo calificaron de “grave”. Nerea López, mallorquina de 25 años, vive justo enfrente del recinto. “Oímos el estallido desde mi casa”, recuerda. “Miramos por la ventana y vimos a niños corriendo por todos lados. Bajamos a la calle y en muy poco tiempo se empezó a llenar todo de policía”.
En el exterior, Nick Haywood seguía en la escalera donde había quedado con su hija. Trataba de mantener la calma, pero los latidos de corazón sacudían su camiseta de Guns’n’Roses. Lo que al principio era un goteo de gente era ahora una multitud que bajaba por la escalera entre gritos y lloros.
Había intentado llamar a su hija al móvil pero no lograba conectar con ella. “Sabía que la red podía estar colapsada porque todo el mundo estaría tratando de llamar a la vez, y así estuvo durante cinco agónicos minutos”, recuerda. De repente, contestó. “No se puede imaginar mi alivio al oír su voz”, concluye Nick.
De la catedral a la calle
P. G (Manchester)
Muchas de las calles de Manchester, al noroeste de Inglaterra, permanecen este martes cortadas al público tras el atentado de la pasada noche en un concierto en el que murieron al menos 22 personas y casi 60 resultaron heridas.
A pocos metros de la catedral, el Deán de la catedral, Rogers Govender, habla: “Teníamos previsto rezar a las nueve de la mañana (las 10.00 en la España peninsular), pero no podemos entrar en la iglesia, de modo que rezaremos en la calle”, ha dicho en voz alta. "Necesitamos cerrar las heridas de esta ciudad. En medio de la rabia hay que dejar sitio para la curación. La gente esta devastada al comprobar que una atrocidad así puede suceder en Mánchester. Pero estoy convencido de que este incidente no dividirá nuestras comunidades y seguiremos construyendo cohesión", ha dicho el religioso.