ANÁLISIS / Trump resucita el eje del mal
El mandatario apunta a Irán, Siria y Corea del Norte. Su concepto de mal se limita al terrorismo y descuida la represión de derechos políticos y civiles
Andrea Rizzi
El País
Donald Trump acaba de resucitar el eje del mal. George Bush hijo acuñó la célebre expresión en su discurso del estado de la unión de 2002, en referencia a Corea del Norte, Irán e Irak. Trump, sin mencionarlo explícitamente, ha reflotado de forma rompedora ese concepto durante su visita en Arabia Saudí. Ante una audiencia de líderes árabes en Riad, el presidente de EE UU sostuvo que en el mundo se libra una batalla “entre bien y mal” y reincorporó sin contemplaciones a Irán en el club maudit después del deshielo impulsado por la Administración Obama. En Riad, Trump calificó a Teherán como un régimen que “ha alimentado durante décadas los fuegos del terror y el conflicto sectario”, que “financia, arma y entrena a terroristas”. El régimen sirio —al que EE UU acaba de bombardear— sustituye a Irak en el tríptico horribilis de Trump.
El “mal” al que se refiere el líder estadounidense es solo el terrorismo islamista. Un concepto filosófico y político unívoco, en el que no tienen cabida otros elementos. No interesa a Trump la represión —a menudo brutal en los países a cuyos mandatarios se dirigía— de los derechos de los opositores, de las minorías, de las mujeres, de los homosexuales. “No estamos aquí para dar lecciones”, zanjó el magnate ante el gotha árabe. “Buscamos socios, no perfección; aliados que compartan nuestros objetivos” (y no, elocuentemente, valores), señaló el presidente en otro pasaje. Significativamente, en primera fila del acto no estaban ni el democrático Túnez, ni el Líbano que desde hace décadas intenta con dificultad avanzar en la senda del pluralismo político, sino regímenes autoritarios más lejanos en valores pero más útiles en objetivos.
Así, el concepto de mal que elabora Trump (en mayúsculas en la transcripción del discurso facilitada por la Casa Blanca) parece una conjugación ética y geopolítica de su gran mantra: America First. El único mal que interesa es el que preocupa a Estados Unidos. Los otros no entran en el ángulo visual. Y si bien es cierto que Trump, correctamente, menciona que los propios musulmanes son los más mueren por el terrorismo perpetrado por sus correligionarios, el contexto general de su propuesta política parece reducir esa mención a un elemento instrumental para convencer a los socios a cooperar en la dirección deseada.
El discurso de Riad por tanto declina en política exterior el verbo ganador de Trump, y acomete una profunda ruptura con la tradición de las Administraciones estadounidenses previas quienes, de forma más o menos vocal, han defendido la expansión universal de derechos civiles y políticos liberales, en nombre de la visión de EE UU como país con vocación de liderazgo moral global. Según las etapas y los observadores, ese esfuerzo ha sido considerado un velo hipócrita sobre descarnados intereses o un loable intento de promover el progreso. Fuera lo uno u lo otro, Trump acaba de hacer un viraje de 180 grados. Para algunos tendrá, al menos, la virtud de la franqueza; para otros, el espanto de la definitiva abdicación del universo de valores que es la espina dorsal de Occidente en paulatino desarrollo desde el humanismo, el renacimiento, la ilustración, el advenimiento de las democracias liberales.
Andrea Rizzi
El País
Donald Trump acaba de resucitar el eje del mal. George Bush hijo acuñó la célebre expresión en su discurso del estado de la unión de 2002, en referencia a Corea del Norte, Irán e Irak. Trump, sin mencionarlo explícitamente, ha reflotado de forma rompedora ese concepto durante su visita en Arabia Saudí. Ante una audiencia de líderes árabes en Riad, el presidente de EE UU sostuvo que en el mundo se libra una batalla “entre bien y mal” y reincorporó sin contemplaciones a Irán en el club maudit después del deshielo impulsado por la Administración Obama. En Riad, Trump calificó a Teherán como un régimen que “ha alimentado durante décadas los fuegos del terror y el conflicto sectario”, que “financia, arma y entrena a terroristas”. El régimen sirio —al que EE UU acaba de bombardear— sustituye a Irak en el tríptico horribilis de Trump.
El “mal” al que se refiere el líder estadounidense es solo el terrorismo islamista. Un concepto filosófico y político unívoco, en el que no tienen cabida otros elementos. No interesa a Trump la represión —a menudo brutal en los países a cuyos mandatarios se dirigía— de los derechos de los opositores, de las minorías, de las mujeres, de los homosexuales. “No estamos aquí para dar lecciones”, zanjó el magnate ante el gotha árabe. “Buscamos socios, no perfección; aliados que compartan nuestros objetivos” (y no, elocuentemente, valores), señaló el presidente en otro pasaje. Significativamente, en primera fila del acto no estaban ni el democrático Túnez, ni el Líbano que desde hace décadas intenta con dificultad avanzar en la senda del pluralismo político, sino regímenes autoritarios más lejanos en valores pero más útiles en objetivos.
Así, el concepto de mal que elabora Trump (en mayúsculas en la transcripción del discurso facilitada por la Casa Blanca) parece una conjugación ética y geopolítica de su gran mantra: America First. El único mal que interesa es el que preocupa a Estados Unidos. Los otros no entran en el ángulo visual. Y si bien es cierto que Trump, correctamente, menciona que los propios musulmanes son los más mueren por el terrorismo perpetrado por sus correligionarios, el contexto general de su propuesta política parece reducir esa mención a un elemento instrumental para convencer a los socios a cooperar en la dirección deseada.
El discurso de Riad por tanto declina en política exterior el verbo ganador de Trump, y acomete una profunda ruptura con la tradición de las Administraciones estadounidenses previas quienes, de forma más o menos vocal, han defendido la expansión universal de derechos civiles y políticos liberales, en nombre de la visión de EE UU como país con vocación de liderazgo moral global. Según las etapas y los observadores, ese esfuerzo ha sido considerado un velo hipócrita sobre descarnados intereses o un loable intento de promover el progreso. Fuera lo uno u lo otro, Trump acaba de hacer un viraje de 180 grados. Para algunos tendrá, al menos, la virtud de la franqueza; para otros, el espanto de la definitiva abdicación del universo de valores que es la espina dorsal de Occidente en paulatino desarrollo desde el humanismo, el renacimiento, la ilustración, el advenimiento de las democracias liberales.