Siria abre el primer frente entre Trump y Moscú
La nueva Casa Blanca se había caracterizado por una inusitada cercanía con su viejo enemigo de la Guerra Fría. El jefe de la diplomacia viaja a Rusia en medio de la tensión
Amanda Mars
Washington, El País
El jueves por la noche Donald Trump dio un volantazo respecto a la que había sido su filosofía respecto a la política exterior (e interior): pensar en América primero y no embarcarse en guerras que no le atañen. Pero este giro, materializado en un bombardeo con misiles al régimen de sirio, trae consigo otro cambio de tercio: la presidencia nacida bajo la sospecha de vínculos ladinos con Rusia ha abierto su primer frente contra Moscú, que apoya a El Assad. A los 78 días de su llegada a la Casa Blanca, Trump cogió el fusil.
“Felicidades a nuestros grandes hombres y mujeres del Ejército por representar tan bien a Estados Unidos y el mundo en el ataque de Siria”, dijo este sábado Trump, confirmando esa idea de que sus soldados vuelven a ser los soldados del mundo. Pero el respaldo que ha recibido de los aliados tradicionales de la EE UU contrasta con el rechazo en Rusia.
Las simpatías que Trump mostró por Vladímir Putin durante la campaña electoral, algo inusitado en un candidato estadounidense -casi extravagante si además es republicano- ya crearon las primeras suspicacias. Y la formación de su nuevo gobierno alimentó las sospechas de conchabanza. Nombró como jefe de la diplomacia a Rex Tillerson, el primer ejecutivo a la petrolera Exxon, un hombre cercano al mandatario ruso, que en 2013 le entregó la Orden de la Amistad.
“Ha tenido más tiempo de interacción con Vladímir Putin que probablemente ningún otro americano con excepción de Henry Kissinger”, dijo entonces en The Wall Street Journal John Hamre, presidente del Centro para los Estudios Estratégicos e Internacionales, de cuyo consejo formaba parte Tillerson.Y al frente del Consejo de Seguridad Nacional puso al general Michael Flynn, que ya entonces se sabía de su cercanía a Putin (pero que todos los vínculos posteriores y no revelados entonces acabaron en su dimisión).
Por si faltaban elementos, los servicios de Inteligencia de Estados Unidos concluyeron en diciembre que Moscú había orquestado una campaña de ciberataques durante las elecciones presidenciales que pretendían dañar la candidatura de la demócrata Hillary Clinton y favorecer la llegada a la presidencia de Trump, con quien tenían mucho mejor sintonía.
Y la sombra rusa sobre Washington no ha dejado de alargarse desde entonces: las noticias de reuniones opacas y vínculos económicos entre miembros del círculo de Trump y Rusia -tanto durante la campaña como después de las elecciones- no han dado tregua.
Trump acabó moderado sus elogios hacia Moscú, que habían llegado a levantar ampollas. Cuando Barack Obama, al final de su mandato, en diciembre, expulsó a diplomáticos rusos como respuesta a la citada campaña de ciberataques, Putin negó los cargos pero rehusó tomar represalias equivalentes a la espera de iniciar relaciones con Trump, una vez llegado este al cargo.
“Un gran movimiento es de postergar [reacciones] por parte de Putin, ¡siempre supe que era muy inteligente!”, dijo en su cuenta de Twitter. Y en una entrevista a primeros de febrero, preguntado por qué respetaba a Putin, si es “un asesino”. Trump contestó: “Hay muchos asesinos, muchos asesinos… ¿te crees que nuestro país es tan inocente?”.
Viaje de Tillerson a Moscú
Esta suerte de insólito romance entre la nueva Administración estadounidense y su viejo enemigo de la Guerra Fría ha entrado en crisis. Está por ver si se trata solo un tropiezo o el principio de una etapa de frías relaciones, cuando se esperaba algo muy distinto de la nueva era Trump.
Tillerson viaja esta semana por primera vez a Rusia, como secretario de Estado, precisamente en una visita planeada desde antes del bombardeo, y se podrá comprobar si su vieja sintonía con el Kremlin, labrada en su etapa como gestor de un gigante petrolero, se mantiene viva. Este sábado habló por teléfono con su homólogo ruso, Sergei Lavrov, según Sky News.
El Pentágono lanzó un ataque limitado y advirtió a los rusos del mismo con una hora u hora y media de antelación para evitar al máximo los daños, ya que su objetivo era el régimen de Bachar el Asad en respuesta al ataque con armas químicas que mató a 86 personas. Pero Moscú no cree que El Asad, a quien apoya en el conflicto sirio, esté detrás de esa matanza y da por bueno que el arsenal químico se destruyó en 2013. Putin calificó el bombardeo de “agresión a un Estado soberano” bajo lo que considera “un pretexto inventado” y decidió anular un procedimiento de comunicación sobre sus operaciones aéreas que servía para evitar incidentes aéreos.
“Lo veo muy decepcionante pero lamentablemente debo decir que no me sorprende”, dijo Tillerson respecto a la medida adoptada por el Kremlin, a pocos días del que será un viaje difícil a Rusia.
La prensa estadounidense está intentando contar la intrahistoria de por qué Trump ha dado este giro y ha decidido implicarse en Siria. Una versión sentimental del proceso dice que las fotos de niños en dolorosa agonía sacudieron al empresario neoyorquino y le hicieron cambiar su política exterior. Otra, que su equipo de seguridad, que ya no tiene ni a Flynn ni a Steve Bannon, sopesó los riesgos y decidió no actuar como Obama en 2013 (que acabó por renunciar a atacar y confió en el desarme químico de El Asad), sino por dar una respuesta medida, y que la política de Trump no es otra que la flexibilidad ante los acontecimientos.
“Tenemos que empezar a ganar guerras otra vez”, había dicho al fin y al cabo a finales de febrero, cuando anunció la mayor subida de gasto militar de la última década.
Amanda Mars
Washington, El País
El jueves por la noche Donald Trump dio un volantazo respecto a la que había sido su filosofía respecto a la política exterior (e interior): pensar en América primero y no embarcarse en guerras que no le atañen. Pero este giro, materializado en un bombardeo con misiles al régimen de sirio, trae consigo otro cambio de tercio: la presidencia nacida bajo la sospecha de vínculos ladinos con Rusia ha abierto su primer frente contra Moscú, que apoya a El Assad. A los 78 días de su llegada a la Casa Blanca, Trump cogió el fusil.
“Felicidades a nuestros grandes hombres y mujeres del Ejército por representar tan bien a Estados Unidos y el mundo en el ataque de Siria”, dijo este sábado Trump, confirmando esa idea de que sus soldados vuelven a ser los soldados del mundo. Pero el respaldo que ha recibido de los aliados tradicionales de la EE UU contrasta con el rechazo en Rusia.
Las simpatías que Trump mostró por Vladímir Putin durante la campaña electoral, algo inusitado en un candidato estadounidense -casi extravagante si además es republicano- ya crearon las primeras suspicacias. Y la formación de su nuevo gobierno alimentó las sospechas de conchabanza. Nombró como jefe de la diplomacia a Rex Tillerson, el primer ejecutivo a la petrolera Exxon, un hombre cercano al mandatario ruso, que en 2013 le entregó la Orden de la Amistad.
“Ha tenido más tiempo de interacción con Vladímir Putin que probablemente ningún otro americano con excepción de Henry Kissinger”, dijo entonces en The Wall Street Journal John Hamre, presidente del Centro para los Estudios Estratégicos e Internacionales, de cuyo consejo formaba parte Tillerson.Y al frente del Consejo de Seguridad Nacional puso al general Michael Flynn, que ya entonces se sabía de su cercanía a Putin (pero que todos los vínculos posteriores y no revelados entonces acabaron en su dimisión).
Por si faltaban elementos, los servicios de Inteligencia de Estados Unidos concluyeron en diciembre que Moscú había orquestado una campaña de ciberataques durante las elecciones presidenciales que pretendían dañar la candidatura de la demócrata Hillary Clinton y favorecer la llegada a la presidencia de Trump, con quien tenían mucho mejor sintonía.
Y la sombra rusa sobre Washington no ha dejado de alargarse desde entonces: las noticias de reuniones opacas y vínculos económicos entre miembros del círculo de Trump y Rusia -tanto durante la campaña como después de las elecciones- no han dado tregua.
Trump acabó moderado sus elogios hacia Moscú, que habían llegado a levantar ampollas. Cuando Barack Obama, al final de su mandato, en diciembre, expulsó a diplomáticos rusos como respuesta a la citada campaña de ciberataques, Putin negó los cargos pero rehusó tomar represalias equivalentes a la espera de iniciar relaciones con Trump, una vez llegado este al cargo.
“Un gran movimiento es de postergar [reacciones] por parte de Putin, ¡siempre supe que era muy inteligente!”, dijo en su cuenta de Twitter. Y en una entrevista a primeros de febrero, preguntado por qué respetaba a Putin, si es “un asesino”. Trump contestó: “Hay muchos asesinos, muchos asesinos… ¿te crees que nuestro país es tan inocente?”.
Viaje de Tillerson a Moscú
Esta suerte de insólito romance entre la nueva Administración estadounidense y su viejo enemigo de la Guerra Fría ha entrado en crisis. Está por ver si se trata solo un tropiezo o el principio de una etapa de frías relaciones, cuando se esperaba algo muy distinto de la nueva era Trump.
Tillerson viaja esta semana por primera vez a Rusia, como secretario de Estado, precisamente en una visita planeada desde antes del bombardeo, y se podrá comprobar si su vieja sintonía con el Kremlin, labrada en su etapa como gestor de un gigante petrolero, se mantiene viva. Este sábado habló por teléfono con su homólogo ruso, Sergei Lavrov, según Sky News.
El Pentágono lanzó un ataque limitado y advirtió a los rusos del mismo con una hora u hora y media de antelación para evitar al máximo los daños, ya que su objetivo era el régimen de Bachar el Asad en respuesta al ataque con armas químicas que mató a 86 personas. Pero Moscú no cree que El Asad, a quien apoya en el conflicto sirio, esté detrás de esa matanza y da por bueno que el arsenal químico se destruyó en 2013. Putin calificó el bombardeo de “agresión a un Estado soberano” bajo lo que considera “un pretexto inventado” y decidió anular un procedimiento de comunicación sobre sus operaciones aéreas que servía para evitar incidentes aéreos.
“Lo veo muy decepcionante pero lamentablemente debo decir que no me sorprende”, dijo Tillerson respecto a la medida adoptada por el Kremlin, a pocos días del que será un viaje difícil a Rusia.
La prensa estadounidense está intentando contar la intrahistoria de por qué Trump ha dado este giro y ha decidido implicarse en Siria. Una versión sentimental del proceso dice que las fotos de niños en dolorosa agonía sacudieron al empresario neoyorquino y le hicieron cambiar su política exterior. Otra, que su equipo de seguridad, que ya no tiene ni a Flynn ni a Steve Bannon, sopesó los riesgos y decidió no actuar como Obama en 2013 (que acabó por renunciar a atacar y confió en el desarme químico de El Asad), sino por dar una respuesta medida, y que la política de Trump no es otra que la flexibilidad ante los acontecimientos.
“Tenemos que empezar a ganar guerras otra vez”, había dicho al fin y al cabo a finales de febrero, cuando anunció la mayor subida de gasto militar de la última década.