Noticias alarmantes desde el frente de Corea del Norte
Hay un racimo de cuestiones que han mutado y que colocan en el centro del desastre a la extravagante dictadura dinástica de Pyongyang. Desde la irrupción de Donald Trump hasta el impeachment a la presidenta sudcoreana.
Marcelo Cantelmi
Clarín
Corea del Norte esta en un plano inclinado, en el peor momento, posiblemente, de una crisis que suma décadas y cuyo destino hoy es al menos reservado. Hay una razón básica que explica el ritmo súbito que adquieren estos procesos. Su dinámica depende de la alteración de las condiciones que los han regido. Y, ciertamente, hay un racimo de cuestiones que han mutado y que colocan en el centro del desastre a la extravagante dictadura dinástica de Pyongyang. Esta galería arranca con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Sigue con el ominoso aluvión de ensayos misilísticos del régimen y continúa con el impeachment contra la presidente conservadora de Corea del Sur, Park Geun-hye que acaba de producirse. A esto se añade el asesinato de Kim Jong-nam, hermanastro del tirano Kim Jong-un, envenenado en Malasia, y el lugar limitado pero crucial del coloso chino en esta crisis.
Estos jugadores y situaciones están superpuestas como en un tejido. El vínculo entre Corea del Norte y China siempre ha sido complejo, de similar mutua dependencia y recíproco desprecio. Kim Jong-un, como su padre Kim Jong-il, a quien, con los modos de un reino, relevó tras su muerte en 2011, descuidaron la relación con Bejing llegando al extremo de evitar informar al aliado chino sobre los ensayos nucleares o los experimentos con misiles. El agotamiento de la paciencia del gigantesco vecino se notó especialmente durante los últimos años en los cuales el Imperio del Centro se consolidó como la segunda potencia global y la primera comercial. Los papers del Partido Comunista de China se ajustaban a un nuevo escenario global en el cual se diluía el valor estratégico de Corea del Norte como un buffer frente a los apetitos occidentales.
China se veía a si misma como una potencia global con otros intereses y obligaciones y una alianza económica central con esta parte del mundo. Sus problemas no debía ser Corea del Norte.
En abril de 2014 la ahora destituida ex mandataria planteó en un celebrado discurso en Dresden que su gobierno comenzaba a imaginar la posibilidad de repetir la experiencia alemana para la unificación nacional, aun con el costo espectacular que semejante experiencia implicaría. Seúl y Beijing mantenían por entonces una relación estrecha que incomodaba a Japón, pero que contemplaba pacientemente ese posible destino de diluir el muro del Paralelo 38 y todo lo que existía detrás. Si una evocación similar en marzo del 2000 expuesta también en Alemania, en Berlín, por el entonces presidente Kim Dae-jung dio paso a un par de ambiciosas cumbres bilaterales entre las dos Coreas, esta vez la reacción de Pyongyang fue de un fulminante desprecio.
Existe una teoría que sostiene que la escalada de ensayos nucleares y misilísticos de la dictadura, que se exacerbaron desde que Kim Jong-un llegó al poder, pretenden petardear ese camino, así como el intento de control chino sobre el pequeño país.En cualquier caso, profundización el esquema de extorsión que ha regido las políticas de Corea del Norte desde la fundación de la dinastía por Kim Il-sung a mitad del siglo pasado.
El dogma del régimen traduce la alianza con China, de la que depende el 70% de sus importaciones de energía y alimentos, como una herramienta de uso pero sin otras lealtades. La repulsa nació en plena guerra de Corea, a comienzos de los '50. Académicos como Wang Jin señalan que cuando las tropas del Ejército del Pueblo liderado por el general Peng Dehuai entraron a Corea para colaborar en la guerra contra EE.UU., Kim Il-sung, reclamó que Peng y las multitudinarias fuerzas chinas quedaran bajo su mando. Debió intervenir el dictador José Stalin para disciplinar en los tonos imaginables al abuelo del actual hombre fuerte norcoreano.
Estos antagonismos nunca se aliviaron. Hoy como antes Pyongyang no parece dispuesto a aceptar ningún fantaseo unificador que elimine al régimen y menos aún presiones, incluso de China, que coarten su desarrollo nuclear y balístico. La ejecución en 2013 de Jan Song-thaek, el influyente tío de Kim Jong-un y el mas importante funcionario pro chino de la extravagante nomenclatura, marco una baza. Ese crimen es equiparado por los historiadores con la purga de los años 50 que eliminó la facción Yan'an ligada profundamente a Beijing. El último golpe de esa construcción ha sido el espectacular asesinato del hermanastro del dictador, Kim Jong-nam, un protegido íntimo de China que según el periodista japones Yoji Gomi que lo entrevistó extensamente, Beijing reservaba como una “carta política” para el futuro.
En febrero, China anunció que suspendía la importación de carbón norcoreano como reacción al ensayo del misil balístico Pukugksong 2 que cayó al mar tras recorrer 500 km. El carbón es una fuente central de ingresos de la dictadura. El gesto era un reproche hacia los desbordes del gobierno de Kim, pero también una señal nítida hacia Occidente que se sumaba a decisiones previas como, por ejemplo, acompañar en la ONU las sanciones contra Norcorea. El nuevo gobierno de Trump en EE.UU., que puso tempranamente a China en el blanco, no lo leyó de ese modo o no lo quiso leer necesitado de un alto enemigo allá lejos que pudiera inyectar nacionalismo y disipar el efecto de los sonoros fracasos domésticos de su flamante y desordenada administración. Después de la provocación del ensayo de otros cuatro proyectiles este mes, Washington desplegó en Corea del Sur una batería misilística Thaad, en sus siglas en ingles, de altísimo nivel que tanto chinos como rusos consideran que por sus características descompone el equilibrio estratégico en la región.
Esa decisión fue una buena noticia para Pyongyang. La relación entre Beijing y Seúl se deterioró de un modo significativo. Bajo los escombros de cualquier noción de unificación se replanteó la necesidad de mantener a la dictadura como aquel buffer de la Guerra Fría. A este menú se sumó el impeachment de la hija del célebre dictador Park. La mandataria fue la última de una serie de presidentes conservadores que impulsaron el ahogo de sus incómodos vecinos al otro lado del Paralelo. ¿Cuál es la apuesta? En dos meses habrá elecciones en Corea del Sur y se descuenta la victoria de la oposición progresista. Una figura que centraliza es Moon Jae-in del partido Minjoo, duro crítico de la depuesta Park y del despliegue de misiles. Corea del Norte supone que ese cambio eventual revivirá la política Sunshine que rigió la relación ente las dos Coreas desde 1998, con un fuerte aliento de Occidente que incluyó la visita a Pyongyang dos años después de Madeleine Albright, la canciller de Bill Clinton.
Esa iniciativa registró grandes altibajos. Consistía en una combinación de incentivos, envíos de alimentos, energía, apertura de acuerdos comerciales, sanciones limitadas y del otro lado, retracción militar. Los altibajos fueron porque esa segunda parte nunca se acabó de cumplir hasta que el programa fue cancelado, a despecho de las extorsiones, en 2008. Ese año se inició una oleada de presidentes conservadores en Corea del Sur. La presión del norte por cierto no se aplacó: en 2010 hundió una fragata militar y mató a 50 oficiales navales sudcoreanos. Ese hecho cerró toda las puertas. Un año después nació el actual tercer capítulo de la tiranía renuente a cualquier retroceso en sus desafíos.
El problema, como siempre, es la anchura de la cornisa donde se juega esta disputa. The Wall Street Journal anticipó que Washington analiza ya acciones militares contra la dictadura que idealmente provoquen el cambio de régimen. Puede ser un paso peligroso si se carece de una coordinación entre las potencias, y sobre todo si no la hay porque las ambiciones pintan otro mapa. Las maniobras encabezadas por Estados Unidos, de dos meses de duración en la región, son parte de esa arquitectura. Pero el escenario puede ser aún peor. Funcionarios de la Casa Blanca le informaron a The New York Times que se considera reponer en Corea del Sur, al lado de China precisamente, armas nucleares tácticas, que fueron retiradas de allí hace un cuarto de siglo.
Como se ve, cornisa y estupidez suelen compartir una parecida vibración: cuanto más hay de una necesariamente menos habrá de la otra.
Marcelo Cantelmi
Clarín
Corea del Norte esta en un plano inclinado, en el peor momento, posiblemente, de una crisis que suma décadas y cuyo destino hoy es al menos reservado. Hay una razón básica que explica el ritmo súbito que adquieren estos procesos. Su dinámica depende de la alteración de las condiciones que los han regido. Y, ciertamente, hay un racimo de cuestiones que han mutado y que colocan en el centro del desastre a la extravagante dictadura dinástica de Pyongyang. Esta galería arranca con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Sigue con el ominoso aluvión de ensayos misilísticos del régimen y continúa con el impeachment contra la presidente conservadora de Corea del Sur, Park Geun-hye que acaba de producirse. A esto se añade el asesinato de Kim Jong-nam, hermanastro del tirano Kim Jong-un, envenenado en Malasia, y el lugar limitado pero crucial del coloso chino en esta crisis.
Estos jugadores y situaciones están superpuestas como en un tejido. El vínculo entre Corea del Norte y China siempre ha sido complejo, de similar mutua dependencia y recíproco desprecio. Kim Jong-un, como su padre Kim Jong-il, a quien, con los modos de un reino, relevó tras su muerte en 2011, descuidaron la relación con Bejing llegando al extremo de evitar informar al aliado chino sobre los ensayos nucleares o los experimentos con misiles. El agotamiento de la paciencia del gigantesco vecino se notó especialmente durante los últimos años en los cuales el Imperio del Centro se consolidó como la segunda potencia global y la primera comercial. Los papers del Partido Comunista de China se ajustaban a un nuevo escenario global en el cual se diluía el valor estratégico de Corea del Norte como un buffer frente a los apetitos occidentales.
China se veía a si misma como una potencia global con otros intereses y obligaciones y una alianza económica central con esta parte del mundo. Sus problemas no debía ser Corea del Norte.
En abril de 2014 la ahora destituida ex mandataria planteó en un celebrado discurso en Dresden que su gobierno comenzaba a imaginar la posibilidad de repetir la experiencia alemana para la unificación nacional, aun con el costo espectacular que semejante experiencia implicaría. Seúl y Beijing mantenían por entonces una relación estrecha que incomodaba a Japón, pero que contemplaba pacientemente ese posible destino de diluir el muro del Paralelo 38 y todo lo que existía detrás. Si una evocación similar en marzo del 2000 expuesta también en Alemania, en Berlín, por el entonces presidente Kim Dae-jung dio paso a un par de ambiciosas cumbres bilaterales entre las dos Coreas, esta vez la reacción de Pyongyang fue de un fulminante desprecio.
Existe una teoría que sostiene que la escalada de ensayos nucleares y misilísticos de la dictadura, que se exacerbaron desde que Kim Jong-un llegó al poder, pretenden petardear ese camino, así como el intento de control chino sobre el pequeño país.En cualquier caso, profundización el esquema de extorsión que ha regido las políticas de Corea del Norte desde la fundación de la dinastía por Kim Il-sung a mitad del siglo pasado.
El dogma del régimen traduce la alianza con China, de la que depende el 70% de sus importaciones de energía y alimentos, como una herramienta de uso pero sin otras lealtades. La repulsa nació en plena guerra de Corea, a comienzos de los '50. Académicos como Wang Jin señalan que cuando las tropas del Ejército del Pueblo liderado por el general Peng Dehuai entraron a Corea para colaborar en la guerra contra EE.UU., Kim Il-sung, reclamó que Peng y las multitudinarias fuerzas chinas quedaran bajo su mando. Debió intervenir el dictador José Stalin para disciplinar en los tonos imaginables al abuelo del actual hombre fuerte norcoreano.
Estos antagonismos nunca se aliviaron. Hoy como antes Pyongyang no parece dispuesto a aceptar ningún fantaseo unificador que elimine al régimen y menos aún presiones, incluso de China, que coarten su desarrollo nuclear y balístico. La ejecución en 2013 de Jan Song-thaek, el influyente tío de Kim Jong-un y el mas importante funcionario pro chino de la extravagante nomenclatura, marco una baza. Ese crimen es equiparado por los historiadores con la purga de los años 50 que eliminó la facción Yan'an ligada profundamente a Beijing. El último golpe de esa construcción ha sido el espectacular asesinato del hermanastro del dictador, Kim Jong-nam, un protegido íntimo de China que según el periodista japones Yoji Gomi que lo entrevistó extensamente, Beijing reservaba como una “carta política” para el futuro.
En febrero, China anunció que suspendía la importación de carbón norcoreano como reacción al ensayo del misil balístico Pukugksong 2 que cayó al mar tras recorrer 500 km. El carbón es una fuente central de ingresos de la dictadura. El gesto era un reproche hacia los desbordes del gobierno de Kim, pero también una señal nítida hacia Occidente que se sumaba a decisiones previas como, por ejemplo, acompañar en la ONU las sanciones contra Norcorea. El nuevo gobierno de Trump en EE.UU., que puso tempranamente a China en el blanco, no lo leyó de ese modo o no lo quiso leer necesitado de un alto enemigo allá lejos que pudiera inyectar nacionalismo y disipar el efecto de los sonoros fracasos domésticos de su flamante y desordenada administración. Después de la provocación del ensayo de otros cuatro proyectiles este mes, Washington desplegó en Corea del Sur una batería misilística Thaad, en sus siglas en ingles, de altísimo nivel que tanto chinos como rusos consideran que por sus características descompone el equilibrio estratégico en la región.
Esa decisión fue una buena noticia para Pyongyang. La relación entre Beijing y Seúl se deterioró de un modo significativo. Bajo los escombros de cualquier noción de unificación se replanteó la necesidad de mantener a la dictadura como aquel buffer de la Guerra Fría. A este menú se sumó el impeachment de la hija del célebre dictador Park. La mandataria fue la última de una serie de presidentes conservadores que impulsaron el ahogo de sus incómodos vecinos al otro lado del Paralelo. ¿Cuál es la apuesta? En dos meses habrá elecciones en Corea del Sur y se descuenta la victoria de la oposición progresista. Una figura que centraliza es Moon Jae-in del partido Minjoo, duro crítico de la depuesta Park y del despliegue de misiles. Corea del Norte supone que ese cambio eventual revivirá la política Sunshine que rigió la relación ente las dos Coreas desde 1998, con un fuerte aliento de Occidente que incluyó la visita a Pyongyang dos años después de Madeleine Albright, la canciller de Bill Clinton.
Esa iniciativa registró grandes altibajos. Consistía en una combinación de incentivos, envíos de alimentos, energía, apertura de acuerdos comerciales, sanciones limitadas y del otro lado, retracción militar. Los altibajos fueron porque esa segunda parte nunca se acabó de cumplir hasta que el programa fue cancelado, a despecho de las extorsiones, en 2008. Ese año se inició una oleada de presidentes conservadores en Corea del Sur. La presión del norte por cierto no se aplacó: en 2010 hundió una fragata militar y mató a 50 oficiales navales sudcoreanos. Ese hecho cerró toda las puertas. Un año después nació el actual tercer capítulo de la tiranía renuente a cualquier retroceso en sus desafíos.
El problema, como siempre, es la anchura de la cornisa donde se juega esta disputa. The Wall Street Journal anticipó que Washington analiza ya acciones militares contra la dictadura que idealmente provoquen el cambio de régimen. Puede ser un paso peligroso si se carece de una coordinación entre las potencias, y sobre todo si no la hay porque las ambiciones pintan otro mapa. Las maniobras encabezadas por Estados Unidos, de dos meses de duración en la región, son parte de esa arquitectura. Pero el escenario puede ser aún peor. Funcionarios de la Casa Blanca le informaron a The New York Times que se considera reponer en Corea del Sur, al lado de China precisamente, armas nucleares tácticas, que fueron retiradas de allí hace un cuarto de siglo.
Como se ve, cornisa y estupidez suelen compartir una parecida vibración: cuanto más hay de una necesariamente menos habrá de la otra.