La tarde en que se paró el corazón de Londres
El centro político y administrativo de la capital es también el destino de hordas de turistas que tras el ataque quedaron atrapados en sus calles y atracciones durante horas
Pablo Guimón
Londres, El País
A media tarde, todo paró en el epicentro turístico de Londres. Tres profesores irrumpieron corriendo en la clase de Ciencias del colegio Grey Coat Hospital, junto al palacio de Westminster, y pidieron a todos los alumnos que permanecieran en el interior del centro hasta nueva orden. “Daba mucho miedo”, explica Martha Bryant, de 16 años. “Poco a poco nos íbamos enterando de lo que había pasado, y era horrible. Había pasado ahí mismo, podía habernos ocurrido a nosotros”.
Enseguida, los mensajes de los familiares y las alertas en los móviles ofrecían preocupantes pistas, aún confusas, sobre la situación. La información llegaba con cuentagotas. A última hora de la tarde, se contaban al menos cuatro muertos y unos 20 heridos. “Cuando nos dejaron salir, la vuelta a casa fue una odisea”, explica Martha. “Nada se movía. Salí para ir andando y me encontraba con todas las calles cortadas”.
Parado en medio de la calzada, quedó el autobús turístico en el que viajaban Sandra e Igor, dos jóvenes italianos que habían llegado esa misma mañana de Bérgamo. No hablan inglés y pasaron un mal rato hasta que recibieron una llamada de sus padres, “casi en lágrimas”.
Anna, brasileña, embarazada de seis meses, tampoco podía contener las suyas. De turismo en Londres con su marido, André, estaba subida en el London Eye cuando sucedió el ataque. La noria de 135 metros de diámetro a orillas del Támesis, a la que suben tres millones de turistas cada año, quedó detenida. Los pasajeros obtuvieron, por el mismo precio, una vista bien distinta a la que buscaban. Desde arriba, algunos relataban los hechos en Twitter con selfies en riguroso directo. André consolaba a Anna, rodeados por las cámaras, a la salida de lo que se convirtió en un siniestro viaje de más de dos horas.
El encierro de Melle, profesor de un colegio de La Haya, fue dentro de un túnel del acuario. A su cargo, una veintena de alumnos de 16 años. Estaban en su cuarto día de viaje de estudios en Londres. Les pidieron que se quedaran donde estaban y esperaran. Poco a poco fueron llegando los mensajes a los móviles. Dos horas después, ya lejos de las criaturas marinas, llamaban a sus familias para tranquilizarlas. Habían estado cerca: pasaron por el puente de Westminster pocas horas antes de que el Hyundai gris dejara su rastro de sangre. Pero podían contarlo, y lo contaban a gritos por sus móviles.
El Big Ben, la abadía de Westminster, el London Eye, el cambio de guardia a caballo, Downing Street, Trafalgar Square. El centro político y administrativo de Londres es también el destino de hordas de turistas cada día. La irrupción del terror lo convirtió este miércoles en un laberinto de calles cortadas, coches de policía a toda velocidad, familias desconcertadas, jóvenes tranquilizando a sus padres y periodistas a la caza de historias. Escenas que quedarán grabadas, con un zumbido de los helicópteros y sirenas, en los móviles y las memorias de los turistas que visitaban este miércoles Westminster.
La zona es también el lugar de trabajo de muchas otras personas, que vieron este miércoles sus rutinas inesperadamente interrumpidas por las sirenas. Es el caso de Jorge Garriz, arquitecto navarro que trabaja en el estudio de David Chipperfield, en Waterloo. Había salido a hacer un recado cuando una compañera le alertó de lo ocurrido. Volvió rápido al estudio y se lo contó a los jefes. Todas las reuniones canceladas. “Primero fueron unas pocas sirenas, pero a los 10 minutos era un no parar. Por las ventanas veíamos cómo varios edificios contiguos eran desalojados. La calle se llenó de trabajadores que salían de las oficinas. Los helicópteros, las ambulancias, la policía, al poco tiempo el ruido era ensordecedor”.
Andrew Woodcock, editor de la agencia británica Press Association, vio la escena desde la ventana de su oficina. “Escuché algo que sonó como disparos —creo que tres— y lo siguiente que sé es que había dos personas tumbadas en el suelo y otras corriendo para ayudarlas". “Carnicería en Westminster”, titulaba a pocas horas de conocerse los hechos el tabloide británico London Evening Standard. En la portada, la imagen del vehículo Hyundai que atropelló a los peatones antes de empotrarse contra la verja del Parlamento.
Pablo Guimón
Londres, El País
A media tarde, todo paró en el epicentro turístico de Londres. Tres profesores irrumpieron corriendo en la clase de Ciencias del colegio Grey Coat Hospital, junto al palacio de Westminster, y pidieron a todos los alumnos que permanecieran en el interior del centro hasta nueva orden. “Daba mucho miedo”, explica Martha Bryant, de 16 años. “Poco a poco nos íbamos enterando de lo que había pasado, y era horrible. Había pasado ahí mismo, podía habernos ocurrido a nosotros”.
Enseguida, los mensajes de los familiares y las alertas en los móviles ofrecían preocupantes pistas, aún confusas, sobre la situación. La información llegaba con cuentagotas. A última hora de la tarde, se contaban al menos cuatro muertos y unos 20 heridos. “Cuando nos dejaron salir, la vuelta a casa fue una odisea”, explica Martha. “Nada se movía. Salí para ir andando y me encontraba con todas las calles cortadas”.
Parado en medio de la calzada, quedó el autobús turístico en el que viajaban Sandra e Igor, dos jóvenes italianos que habían llegado esa misma mañana de Bérgamo. No hablan inglés y pasaron un mal rato hasta que recibieron una llamada de sus padres, “casi en lágrimas”.
Anna, brasileña, embarazada de seis meses, tampoco podía contener las suyas. De turismo en Londres con su marido, André, estaba subida en el London Eye cuando sucedió el ataque. La noria de 135 metros de diámetro a orillas del Támesis, a la que suben tres millones de turistas cada año, quedó detenida. Los pasajeros obtuvieron, por el mismo precio, una vista bien distinta a la que buscaban. Desde arriba, algunos relataban los hechos en Twitter con selfies en riguroso directo. André consolaba a Anna, rodeados por las cámaras, a la salida de lo que se convirtió en un siniestro viaje de más de dos horas.
El encierro de Melle, profesor de un colegio de La Haya, fue dentro de un túnel del acuario. A su cargo, una veintena de alumnos de 16 años. Estaban en su cuarto día de viaje de estudios en Londres. Les pidieron que se quedaran donde estaban y esperaran. Poco a poco fueron llegando los mensajes a los móviles. Dos horas después, ya lejos de las criaturas marinas, llamaban a sus familias para tranquilizarlas. Habían estado cerca: pasaron por el puente de Westminster pocas horas antes de que el Hyundai gris dejara su rastro de sangre. Pero podían contarlo, y lo contaban a gritos por sus móviles.
El Big Ben, la abadía de Westminster, el London Eye, el cambio de guardia a caballo, Downing Street, Trafalgar Square. El centro político y administrativo de Londres es también el destino de hordas de turistas cada día. La irrupción del terror lo convirtió este miércoles en un laberinto de calles cortadas, coches de policía a toda velocidad, familias desconcertadas, jóvenes tranquilizando a sus padres y periodistas a la caza de historias. Escenas que quedarán grabadas, con un zumbido de los helicópteros y sirenas, en los móviles y las memorias de los turistas que visitaban este miércoles Westminster.
La zona es también el lugar de trabajo de muchas otras personas, que vieron este miércoles sus rutinas inesperadamente interrumpidas por las sirenas. Es el caso de Jorge Garriz, arquitecto navarro que trabaja en el estudio de David Chipperfield, en Waterloo. Había salido a hacer un recado cuando una compañera le alertó de lo ocurrido. Volvió rápido al estudio y se lo contó a los jefes. Todas las reuniones canceladas. “Primero fueron unas pocas sirenas, pero a los 10 minutos era un no parar. Por las ventanas veíamos cómo varios edificios contiguos eran desalojados. La calle se llenó de trabajadores que salían de las oficinas. Los helicópteros, las ambulancias, la policía, al poco tiempo el ruido era ensordecedor”.
Andrew Woodcock, editor de la agencia británica Press Association, vio la escena desde la ventana de su oficina. “Escuché algo que sonó como disparos —creo que tres— y lo siguiente que sé es que había dos personas tumbadas en el suelo y otras corriendo para ayudarlas". “Carnicería en Westminster”, titulaba a pocas horas de conocerse los hechos el tabloide británico London Evening Standard. En la portada, la imagen del vehículo Hyundai que atropelló a los peatones antes de empotrarse contra la verja del Parlamento.