La lucha china contra lo que antes era mera niebla

Por tercer año consecutivo, el mayor consumidor de carbón del mundo ha reducido su uso

Macarena Vidal Liy
Pekín, El País
La piedra con la que están construidas las casas tradicionales de la aldea de Qianjuntai, en las montañas al noreste de Pekín, tiene vetas negruzcas. Es un recordatorio de que, durante mucho tiempo, esta fue una zona hullera y la compañía de carbón municipal de la capital, uno de sus grandes creadores de empleo. Pero esas minas, ineficientes, han anunciado su cierre. “Aún no he decidido qué haré. Seguramente irme a la ciudad, a Pekín. Ya buscaré algo allí, quizá de mensajero”, se encoge de hombros Li, de 32 años, uno de los trabajadores que se quedará pronto sin empleo.


A 80 kilómetros al sur, en su cómoda casa de dos pisos en Hekou, una aldea en los suburbios de la capital, la granjera He Zhulan no deja de sonreír mientras muestra su nuevo tesoro: la reluciente caldera a gas natural le ha permitido decir adiós al carbón. “Y completamente gratis, gracias a los subsidios del gobierno municipal”, explica, durante una visita a su localidad organizada por las autoridades pekinesas para la prensa.

En apenas 8 años, China, el país que más emisiones produce en el planeta, “ha dado un drástico giro de 180 grados a su política hacia el cambio climático”, apunta Li Shuo, asesor de Política Global de Greenpeace East Asia: impulsado por la crispación ciudadana, la mala imagen internacional y el agotamiento de su modelo económico, pasó de negar la existencia de la contaminación —era mera “niebla”— a convertirse en uno de los protagonistas de la lucha contra el problema. Un protagonismo que puede cobrar aún más relevancia si EE UU, como apunta su Gobierno, da un paso atrás. Y una de las claves en este giro, explica Li, ha sido el carbón.

Durante años, para China el carbón ha sido vital: es su principal fuente de energía y acapara cerca de la mitad del consumo mundial. Junto al acero, emplea a cerca de 12 millones de personas. Pero también está en la raíz de muchos de sus problemas: es la causa de un 70% de su contaminación más peligrosa —la de partículas inferiores a 2,5 micras de diámetro— y de un 80% de sus emisiones de dióxido de carbono.

Pero por tercer año consecutivo, China ha reducido su consumo de ese mineral. Al 2,9% de 2014 y el 3,7% de 2015, se sumó un 4,7% en 2016, según anunció la semana pasada la Oficina Nacional de Estadísticas (Greenpeace calcula que, en unidades de energía liberadas por la quema de carbón, la caída fue menor, de un 1,3%).

Con estos recortes, la proporción de este combustible fósil en la cesta energética china se ha reducido del 64 al 62%.

Los datos suponen que China, que se ha comprometido a empezar a reducir sus emisiones a partir de 2030, se encuentra en camino de cumplir sus objetivos de mantener su consumo de carbón por debajo de los 4.100 millones de toneladas y reducir al 58% para 2020 el peso de este combustible en sus necesidades energéticas.

Es una tendencia, considera Li, que va a mantenerse en el futuro: “es un declive sistemático. Puede que haya algún que otro pequeño salto, pero no volveremos a verlo aumentar como en el pasado”.

La reducción es consecuencia del cambio de modelo económico, de uno basado en la manufactura y la industria pesada a otro basado en el sector servicios y la tecnología. El cambio de modelo ha llevado a una mayor eficiencia energética: aunque el año pasado la economía creció oficialmente un 6,9%, el consumo de energía solo lo hizo un 1,4%, según la Administración Nacional de Energía.

El propio primer ministro chino, Li Keqiang, lo reiteraba el domingo en su discurso de apertura de la sesión legislativa: "trabajaremos más rápido para atajar la contaminación causada por la quema de carbón". Tres millones de viviendas en el norte del país verán reemplazadas sus calderas de carbón por otras a electricidad o gas natural. Se eliminarán más de 50 gigavatios de capacidad en las plantas eléctricas alimentadas por carbón, y más de 150 millones de toneladas de capacidad de producción de carbón. El año pasado ya se recortaron 290 millones de toneladas.

En toda China, según los datos de Lauri Myllyvirta, responsable de la campaña contra el carbón de Greenpeace East Asia, el número de proyectos de plantas eléctricas de carbón cayó un 85%. A comienzos de este año, el Gobierno suspendió 103 proyectos planeados o ya en construcción, con una capacidad conjunta de 120 gigavatios.

Una capacidad de producción excesiva

Aunque el panorama no es perfecto y harán falta más medidas. Continúa la construcción de nuevas plantas, que suman 140 gigavatios de capacidad, mucho más de lo que China necesita: el año pasado, el país solo utilizó la mitad de su capacidad existente. Para 2020 cuenta con mantener su capacidad por debajo de los 1.100 gigavatios, un 15% más que en 2015.

Una de las principales preocupaciones es la concentración de las nuevas plantas en áreas con problemas de agua: la mitad de la capacidad aprobada en 2016, 11 gigavatios, se encuentra en esas zonas.

Y, desde un punto de vista político, Pekín tiene que andar con cuidado: el recorte de capacidad, el cierre de minas supone la pérdida de decenas de miles de puestos de trabajo como el de Li. El miércoles, el ministro de Empleo, Yin Weimin, predijo la pérdida de medio millón de puestos de trabajo en los sectores del acero y el carbón este año. En 2016, los recortes de cerca de 725.000 empleos suscitaron diversas protestas: tan solo en enero de ese año los mineros protagonizaron 37 incidentes, según la ONG hongkonesa China Labour Bulletin.

Son problemas que quedan muy lejanos para la granjera He. “Me alegro de no usar ya carbón. El gas es muy cómodo. Y muy limpio”.

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