El campo griego abandera las protestas contra las reformas del Gobierno y la troika

Los agricultores (el 6% de la fuerza laboral del país) rechazan la subida fiscal y el fin de las subvenciones al gasóleo

María Antonia Sánchez-Vallejo
Atenas, El País
Visto desde fuera, el campo griego parece el decorado de una égloga: apacible, amable, una miniatura doméstica en su naturaleza de paleta cromática perfecta. Pero en la práctica la tierra está en pie de guerra, plantando cara al Gobierno por las reformas que impone el tercer rescate (86.000 millones, tres años). Desde 2016, miles de tractores han bloqueado autopistas y cortado pasos fronterizos, sobre todo en el norte, donde las protestas alcanzan su mayor beligerancia. Los tractores también se han plantado en el centro de Atenas, a bocinazo limpio frente al Parlamento. La maquinaria agraria amenaza con rugir de nuevo.


Pero el campo griego, escenario estos días de primavera de un baile de tractores y trilladoras con coreografía de autómatas; de pickups desvencijadas y alguna yunta esporádica atrapada entre surcos, es mucho más que la avanzadilla de las movilizaciones contra el Gobierno de Alexis Tsipras. Como si de un microcosmos se tratara, refleja también muchos de los factores que han llevado a Grecia al abismo de una crisis funcional, sistémica: el arraigado clientelismo, o la falta de competitividad por razones que vienen de antaño.

Desde la entrada de Grecia en la Comunidad Económica Europea (CEE), en 1981, que abrió la competencia y a la vez el generoso grifo de las subvenciones, y hasta el rescate actual, no se producía una revolución semejante en el sector. El campo se opone a la subida de impuestos (que se homologarán al régimen general), el precio del gasóleo (hasta ahora generosamente subvencionado) y las cotizaciones a la seguridad social mediante una nueva tasa unificada, el Efka, con un aumento medio de 87 euros al mes por agricultor. Los representantes del sector avisan de que estas reformas pueden costarle votos al Gobierno, cuando los sondeos pronostican la derrota en las urnas de Syriza frente a la conservadora Nueva Democracia (ND), entre 10 y 15 puntos por delante.

“El campo es tradicionalmente conservador”, explica Vasilis Koliás, ingeniero agrónomo, dueño de una finca de 60 hectáreas —el promedio es de 4,1 hectáreas, un tamaño irrisorio en la UE— cerca de Thiva (centro), donde cultiva unas verduras de exposición que luego vende directamente en mercadillos de Atenas. “Pero existe la tendencia a votar a última hora, ante la urna, al primer partido en las encuestas, lo que explica el apoyo a Syriza en 2015”. Antiguo representante sectorial, Koliás milita en el Pasok, la formación que, con ND, se ha repartido los votos del campo —y del resto de la sociedad— durante las últimas cuatro décadas. “Tradicionalmente, la mitad de los agricultores han votado a ND, un 40% al Pasok, y el resto a los comunistas. Pero últimamente se aprecia un incremento de los ultras [Aurora Dorada, neonazis], que pueden llegar hasta el 12-14% de apoyos en algunas zonas, es una incógnita preocupante… Muy nacionalistas, se dicen, pero luego contratan, y explotan, a paquistaníes porque son más baratos”, afirma Koliás.

Llueve sobre mojado en el campo griego, mucho más endeble ante las reformas que el español o el portugués. Su fragilidad estructural (la compleja titularidad de la tierra, por falta de un catastro; el hecho de que más del 50% sea de propiedad pública; la fragmentación de las explotaciones, diminutas) quedó de manifiesto con la entrada de Grecia en la CEE, cuando la agricultura empleaba al 31% de la fuerza laboral del país (el 5,6% en 2013, según Eurostat). La incorporación al club europeo, con su política agraria común (PAC) y la apertura a mercados vecinos, redujo, junto con el tsunami de la globalización, el peso del campo en la economía griega, además de volver el país fuertemente dependiente de la importación de alimentos, lo que proyecta un panorama sombrío en el caso de una hipotética salida del euro.

Por eso Koliás no apoya los bloqueos de carreteras, “sólo son un desahogo, el campo necesita perspectiva, soluciones a largo plazo. Para eso necesitamos replantearnos la PAC. ¿Por qué compra Alemania tomates turcos y no griegos? Porque invierte en el sector en Turquía…”, plantea el agricultor, quien denuncia que, en 2016, “cambió tres veces la fiscalidad… y tuve que pagar 5.000 euros más que el año anterior”.
Venta directa al consumidor

Entre sus lechugas, tomates y coles, y unos ramos de brécol gigantescos, Vasilis Koliás, de 43 años, se siente feliz. Es agricultor por tradición familiar y también por elección. Tres veces por semana vende su mercancía —sin asomo de precintos ni de plásticos— en varios mercadillos de Atenas, lo que revela otro dato muy reseñable del campo griego hoy: la crisis ha intensificado la relación directa entre productores y consumidores, con movimientos cívicos organizados por todo el país y en detrimento del poder casi omnímodo de los intermediarios y las grandes cadenas de consumo.

Remediar déficits congénitos de la economía es una reivindicación vigente, y puede que la única que el Gobierno de Syriza comparta —en el fondo sólo— con sus acreedores. Y el clientelismo es uno de los principales lastres, también en el campo. Por eso no pocos urbanitas restan importancia a las actuales movilizaciones, recordando cómo, en los días de vacas gordas, se inflaba la declaración de hectáreas o de olivos para acceder a mayores subvenciones europeas. “Con los primeros Gobiernos del Pasok, en la década de los ochenta, hubo un carnaval de ayudas: la ratio de subsidios, que representaban el 6,7% en 1980, llegó al 44,7% en 1990”, explica en un trabajo sobre la crisis del campo el experto Jaris Kostatinidis. Los más viejos del lugar tal vez recuerden, en 1990, la regañina a Atenas de Jacques Delors, entonces responsable de la CEE, por vender maíz yugoslavo (más barato) como si fuera griego para engordar la ayuda.
Falta de créditos

“Me gustaría tener que preocuparme sólo por el tiempo, como ha pasado toda la vida a los agricultores. Pero ahora también me preocupa nuestro Gobierno, y esas medidas que van a arruinarnos definitivamente. Sólo hemos tenido contactos esporádicos con el ministerio, pero no un diálogo franco. Deberían recordar que es el ministerio de todos nosotros, no el de un partido”, dice Thodorís Vasilópulos, responsable de la Unión Panhelénica de Jóvenes Agricultores y también militante del Pasok. “Los rescates tienen algún efecto positivo, por ejemplo la reducción de la burocracia. Pero necesitamos créditos, en el campo llevamos casi un lustro con el grifo de los bancos cerrado por culpa de la crisis, y por la incertidumbre ante el futuro. Pero si nos dejaran, la agricultura puede contribuir a la recuperación económica de Grecia. Basta con que nos dejen producir en igualdad de condiciones”, concluye Vasilópulos, sobre la competencia de países vecinos.

“El Ministerio reconoce los problemas por los que protestan los agricultores”, explica un portavoz oficial. “Pero la situación es mucho más compleja, con factores tales como el alto coste de producción, el envejecimiento de la población rural; la excesiva fragmentación de la tierra y el alto porcentaje en manos públicas. Tampoco ayuda el exceso de dependencia de productos extranjeros”, subraya esta fuente. En reuniones infructuosas hasta ahora, el Gobierno ha planteado como ayuda la posibilidad de recalificar tierra pública para uso privado, o un apoyo expreso a los jóvenes agricultores. “Pero nada —se queja Vasilópulos—. El Gobierno nos trata como si fuéramos la oposición”.

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