Tony Blair lanza una “misión” contra el ‘Brexit’
El ex primer ministro británico pide a la población que "se levante" frente a la salida del país de la UE
Patricia Tubella
Londres, El País
Tony Blair ha regresado a la palestra pública para anunciar una cruzada contra el Brexit, contra la noción de que la salida del Reino Unido de Europa es inevitable y contra la rendición de su propio Partido Laborista aunque el Gobierno conservador pretenda acometerla “a cualquier precio”. Duro en el fondo e incendiario en la forma, el ex primer ministro británico hizo este viernes un llamamiento a levantarse en defensa de los que creen y reivindicando “el derecho a cambiar de opinión” cuando los “desinformados” ciudadanos conozcan las verdaderas condiciones del desanclaje de la UE. Convencer al país es la “misión” que se ha trazado uno de los políticos más controvertidos de la historia reciente británica.
La primera intervención de Blair desde el referéndum del 23 de junio —auspiciada por Open Britain en la sede londinense de la agencia Bloomberg— ha colisionado con el discurso imperante de que cualquier cuestionamiento del Brexit significa un ataque a “la voluntad de los británicos” expresada en las urnas. Esa es la baza que juega la primera ministra, Theresa May, y que ha ganado calado con el apoyo de un importante sector de la prensa. “Ya sé que en estos momentos no hay un gran deseo de reflexión, pero los votantes apoyaron abandonar la Unión Europea sin conocer el verdadero coste y deberían tener la oportunidad de cambiar de opinión”, rebatió el ex dirigente laborista alegando que un debate a fondo no sólo no es antidemocratico sino necesario para “apartar al país del borde del precipicio”.
Blair no acepta que el resultado del plebiscito (51,9% a favor del Brexit, frente al 48,1% en contra) resulte inapelable para el grueso de sus correligionarios laboristas, que hace una semana y con la excepción de un grupo de disidentes contribuyeron en el Parlamento a la vía libre para la inminente activación del artículo 50 del tratado de la UE. El Labour de Jeremy Corbyn —él mismo un europeísta tibio— afronta una tremenda disfunción: dos tercios de sus diputados son favorables a permanecer en la UE, pero también dos tercios de las circunscripciones laboristas se pronunciaron en contra en el referéndum del pasado verano. Al actual liderazgo le aterroriza ser acusado de intentar revertir la voluntad popular.
“El Partido Laborista ha facilitado el Brexit, odio decirlo pero es cierto”, manifestó ayer el antiguo jefe de filas, en su defensa de un movimiento que traspase las líneas partidistas para explicar todas las verdades de la salida de la UE. Que busque aliados incluso en el bando de los conservadores con dudas, como ya hizo Blair duante la campaña del plebiscito, reclutando al también ex primer ministro John Major para alertar sobre las consecuencias que puede tener el Brexit en la integridad territorial del Reino Unido. Ayer volvió a repetirlo, al constatar que la cuestión de la independencia de Escocia (territorio que votó mayoritariamente a favor de la UE) “vuelve a estar sobre la mesa”.
El principal blanco de quien fuera inquilino del número 10 de Downing Street entre 1997 y 2007 será la estrategia abrazada por May (“incluso la etiqueta de Brexit duro precisa enmienda: se trata de un Brexit a cualquier precio”), y la denuncia de que “la primera ministra y su Gobierno ni son los dueños de la situación ni conducen el taxi, son otros quienes lo hacen”. Esta aseveración coincide con el diagnóstico de aquellos analistas que consideran a May una política sin grandes convicciones que ha acabado rehén del sector duro de los tories euroscépticos y de las consignas del ultranacionalista UKIP.
La grieta entre los partidarios de un Brexit duro y los pragmáticos, que en palabras de su antecesor ahora se oculta bajo ese “manto de patriotismo” del que abusa May, amenaza con ahondarse a medida que las negociaciones con Bruselas vayan confirmando con nitidez la incompatibilidad entre la imposición de férreos controles fronterizos y al tiempo la libertad de comerciar sin trabas. En esa contradicción quiere incidir la campaña que sella el regreso a primera línea de Tony Blair, tildado de “arrogante” y de “completamente ajeno a la realidad, al igual que sus amigos de la élite”, por el furibundo brexiter Iain Duncan Smith.
Esa caracterización carga contra el flanco más débil de Blair, la percepción que muchos británicos tienen hoy del personaje como demasiado afecto a los contactos millonarios de altos vuelos, y a quien las bases laboristas nunca perdonarán su amistad con George Bush y las consecuentes mentiras de la guerra de Irak de 2003. Frente a esa imagen, el gran protagonista de la jornada de este viernes contrapuso otro plano, el del político que en su tiempo fue capaz de seducir a los británicos y ahora quiere intentarlo de nuevo, apelando al “interés nacional” para cantar las bondades de la relación con Europa. En su mejor versión, este viernes se ha mostrado humilde aunque determinado: “No sé si tendré éxito, pero lo que sí sé es que sufriremos el rencor de las futuras generaciones si al menos no lo intentamos”.
Patricia Tubella
Londres, El País
Tony Blair ha regresado a la palestra pública para anunciar una cruzada contra el Brexit, contra la noción de que la salida del Reino Unido de Europa es inevitable y contra la rendición de su propio Partido Laborista aunque el Gobierno conservador pretenda acometerla “a cualquier precio”. Duro en el fondo e incendiario en la forma, el ex primer ministro británico hizo este viernes un llamamiento a levantarse en defensa de los que creen y reivindicando “el derecho a cambiar de opinión” cuando los “desinformados” ciudadanos conozcan las verdaderas condiciones del desanclaje de la UE. Convencer al país es la “misión” que se ha trazado uno de los políticos más controvertidos de la historia reciente británica.
La primera intervención de Blair desde el referéndum del 23 de junio —auspiciada por Open Britain en la sede londinense de la agencia Bloomberg— ha colisionado con el discurso imperante de que cualquier cuestionamiento del Brexit significa un ataque a “la voluntad de los británicos” expresada en las urnas. Esa es la baza que juega la primera ministra, Theresa May, y que ha ganado calado con el apoyo de un importante sector de la prensa. “Ya sé que en estos momentos no hay un gran deseo de reflexión, pero los votantes apoyaron abandonar la Unión Europea sin conocer el verdadero coste y deberían tener la oportunidad de cambiar de opinión”, rebatió el ex dirigente laborista alegando que un debate a fondo no sólo no es antidemocratico sino necesario para “apartar al país del borde del precipicio”.
Blair no acepta que el resultado del plebiscito (51,9% a favor del Brexit, frente al 48,1% en contra) resulte inapelable para el grueso de sus correligionarios laboristas, que hace una semana y con la excepción de un grupo de disidentes contribuyeron en el Parlamento a la vía libre para la inminente activación del artículo 50 del tratado de la UE. El Labour de Jeremy Corbyn —él mismo un europeísta tibio— afronta una tremenda disfunción: dos tercios de sus diputados son favorables a permanecer en la UE, pero también dos tercios de las circunscripciones laboristas se pronunciaron en contra en el referéndum del pasado verano. Al actual liderazgo le aterroriza ser acusado de intentar revertir la voluntad popular.
“El Partido Laborista ha facilitado el Brexit, odio decirlo pero es cierto”, manifestó ayer el antiguo jefe de filas, en su defensa de un movimiento que traspase las líneas partidistas para explicar todas las verdades de la salida de la UE. Que busque aliados incluso en el bando de los conservadores con dudas, como ya hizo Blair duante la campaña del plebiscito, reclutando al también ex primer ministro John Major para alertar sobre las consecuencias que puede tener el Brexit en la integridad territorial del Reino Unido. Ayer volvió a repetirlo, al constatar que la cuestión de la independencia de Escocia (territorio que votó mayoritariamente a favor de la UE) “vuelve a estar sobre la mesa”.
El principal blanco de quien fuera inquilino del número 10 de Downing Street entre 1997 y 2007 será la estrategia abrazada por May (“incluso la etiqueta de Brexit duro precisa enmienda: se trata de un Brexit a cualquier precio”), y la denuncia de que “la primera ministra y su Gobierno ni son los dueños de la situación ni conducen el taxi, son otros quienes lo hacen”. Esta aseveración coincide con el diagnóstico de aquellos analistas que consideran a May una política sin grandes convicciones que ha acabado rehén del sector duro de los tories euroscépticos y de las consignas del ultranacionalista UKIP.
La grieta entre los partidarios de un Brexit duro y los pragmáticos, que en palabras de su antecesor ahora se oculta bajo ese “manto de patriotismo” del que abusa May, amenaza con ahondarse a medida que las negociaciones con Bruselas vayan confirmando con nitidez la incompatibilidad entre la imposición de férreos controles fronterizos y al tiempo la libertad de comerciar sin trabas. En esa contradicción quiere incidir la campaña que sella el regreso a primera línea de Tony Blair, tildado de “arrogante” y de “completamente ajeno a la realidad, al igual que sus amigos de la élite”, por el furibundo brexiter Iain Duncan Smith.
Esa caracterización carga contra el flanco más débil de Blair, la percepción que muchos británicos tienen hoy del personaje como demasiado afecto a los contactos millonarios de altos vuelos, y a quien las bases laboristas nunca perdonarán su amistad con George Bush y las consecuentes mentiras de la guerra de Irak de 2003. Frente a esa imagen, el gran protagonista de la jornada de este viernes contrapuso otro plano, el del político que en su tiempo fue capaz de seducir a los británicos y ahora quiere intentarlo de nuevo, apelando al “interés nacional” para cantar las bondades de la relación con Europa. En su mejor versión, este viernes se ha mostrado humilde aunque determinado: “No sé si tendré éxito, pero lo que sí sé es que sufriremos el rencor de las futuras generaciones si al menos no lo intentamos”.