Polonia o la democracia caníbal
El Gobierno del PiS, en su deriva autoritaria, ha maleado o ignorado la ley para concentrar el poder
María R. Sahuquillo
Varsovia (Enviada especial), El País
Podkowa Lesna, a las afueras de Varsovia, se ha convertido en una suerte de última aldea gala. Como en las historietas de Astérix y Obélix. Los habitantes de la conocida como Ciudad Jardín, por sus zonas verdes, bromean sobre ello. Son el único de los 33 municipios de la periferia de la capital polaca en el que el ultraconservador Ley y Justicia (PiS) —en el Gobierno— no tiene mayoría. También es la única población que no pasará a formar parte de la Gran Varsovia, uno de los proyectos de reordenación del mapa local, y por tanto electoral, del Ejecutivo. “Si no fuera tan triste decir que somos el último bastión libre sería gracioso”, ironiza Katarzyna Malowska, consultora publicitaria de 47 años, que lleva una década viviendo en la localidad. “Lo que está pasando es terrorífico, es otra de las maniobras del Gobierno para concentrar en sus manos todo el poder”, añade mientras esconde sus rizos rubios bajo el gorro que la protege del gélido viento de febrero. En el nuevo mapa, Varsovia —ahora en manos de Plataforma Cívica— pasaría a ser una enorme metrópolis de 1.500 kilómetros cuadrados con 2,5 millones de habitantes en la que el PiS tendría mayoría.
Por primera vez desde la caída de la dictadura, en 1989, un solo partido concentra todo el poder en Polonia. Desde su inesperada victoria en las elecciones de diciembre de 2015 (con un 37,5% de los votos), el euroescéptico y nacionalista Ley y Justicia ha ido maleando, sorteando o estirando la ley para fortalecerse. Desde su mayoría en el Parlamento, y aprovechando la debilidad y fragmentación de la oposición, el Gobierno presidido por Beata Szydlo —y dirigido políticamente desde la sombra por Jaroslaw Kaczynski— ha emprendido una cruzada en la que ha pasado a controlar también el Servicio Civil —el cuerpo profesional de funcionarios—, la Fiscalía General —que ahora depende del ministro de Justicia—, las empresas estatales y los medios de comunicación públicos. Además, ha neutralizando al Tribunal Constitucional, teóricamente el garante de la preservación de la democracia.
Ahora va a reformar también la Administración local con un nuevo diseño de las circunscripciones y con una ley para que los alcaldes y presidentes no puedan estar más de dos mandatos; una medida que desalojaría a decenas de regidores de la oposición; sobre todo de grandes ciudades, como Varsovia, o medias y también ricas como Cracovia o Wroclaw; también más ricas. “Polonia se ha transformado en una democratura, una mezcla de democracia y dictadura”, sostiene Jacek Kucharczyk, presidente del think tank Instituto de Asuntos Públicos, que alerta de la incesante deriva autoritaria del país.
En dos años, la gran potencia del Este y sexta economía de la UE, con 38,5 millones de habitantes, ha caído del puesto 40 al 52, según el Índice de Democracia de la Unidad de Inteligencia de The Economist, que analiza el estado de 165 países. Bruselas abrió un procedimiento contra Polonia por sus continuas violaciones del Estado de derecho. “Ya no existe una ley que garantice la independencia y la profesionalidad de la justicia. Y la Constitución tampoco es ya punto de referencia: si este tribunal toma alguna decisión lo hace guiado por el Gobierno”, afirma Andrzej Rzeplinski, presidente de este órgano judicial hasta diciembre y uno de los símbolos de la resistencia al Ejecutivo.
El Gobierno polaco, que rehúsa comentar sus reformas, ha hecho caso omiso a las advertencias de la UE, recuerda Rzeplinski, ahora profesor en la Universidad de Varsovia. Quien fue el alumno aventajado tras su entrada en la UE en 2004, y uno de los pocos a los que no tocó la crisis, se ha convertido en un socio muy incómodo. “Tenemos en el Gobierno un partido que es el representante de la democracia de los caníbales. Es decir, ha habido elecciones democráticas, pero tras la victoria los vencedores quieren comerse a sus oponentes”, apunta Adam Michnik, de 70 años, director del diario Gazeta Wyborzca y uno de los intelectuales más relevantes de la transición. “Ahora estamos viviendo un proceso, paso a paso, de transformación de un sistema democrático hacia uno autoritario en una especie de golpe de Estado que se va arrastrando”, comenta en su despacho del diario, inundado de libros, papeles y recortes.
A las leyes para empoderarse, se suman otras medidas ultraconservadoras que forman la esencia de su agenda cristiana y tradicionalista. Se han prohibido la fecundación in vitro y algunos anticonceptivos —como la píldora del día siguiente—, ya no hay contenidos sobre igualdad en el temario educativo y cada vez hay más trabas para programas culturales vanguardistas. El Gobierno, eso sí, dio marcha atrás a su reforma para endurecer aún más la ley del aborto después de que decenas de miles de mujeres salieran a la calle en octubre, en una movilización inédita en una sociedad poco acostumbrada a manifestarse.
Miles de mujeres vestidas de negro claman contra la reforma de la ley del aborto, el 3 de octubre de 2016 en Varsovia.
Miles de mujeres vestidas de negro claman contra la reforma de la ley del aborto, el 3 de octubre de 2016 en Varsovia. AFP
Ya lo dijo el veterano Kaczynski: “Llegó el tiempo de regresar a los valores apreciados por mi madre”. La diputada Joanna Scheuring, del partido liberal Nowoczesna, afirma que el PiS ha destruido gran parte de los avances logrados tras la caída del comunismo. “Quieren controlar la vida de cada uno de los polacos. Cuando llegaron al poder se preveía que harían cambios, pero la Polonia de hoy es completamente distinta de la de hace un año y es un país cada vez más aislado de la UE”, dice. Michal Kaminski, parlamentario de Plataforma Cívica (PO) que antes lo fue de Ley y Justicia, sostiene que el Gobierno del PiS se diferencia de otros del mismo estilo populista, como el de Víktor Orbán en Hungría, en que ha "ocultado" su verdadera cara y la naturaleza radical de su programa electoral y sus vínculos con los sectores más reaccionarios de la Iglesia católica. "Hoy se han quitado la máscara", dice. "Nunca la intervención en la base de la democracia fue tan abierta y evidente. Estamos ante un cambio total del carácter del Estado", añade.
Pese a todo, el Gobierno mantiene el apoyo. Un 37% de los ciudadanos votaría por el PiS, según la última encuesta de la consultora CBOS. El Gobierno ha sabido explotar muy bien su paquete de medidas sociales: un subsidio de 120 euros al mes por hijo (a partir del segundo), un programa de pisos asequibles para jóvenes o el adelanto de la edad de jubilación. “Quienes apoyan al Gobierno no lo hacen por su agenda política, sino por este tipo de medidas tangibles”, apunta el analista Kucharczyk. Con su discurso populista, Ley y Justicia también ha sabido sacar grandes réditos de la inestabilidad global, el aumento de la xenofobia y el hastío con las clases dirigentes.
Piotr Patek es uno de esos ciudadanos convencidos con el PiS. “El Gobierno quiere una Polonia para los polacos y eso me parece bien, por qué habría de ser algo malo”, se cuestiona. Este abogado de 42 años sostiene que la Administración anterior fue “un nido de corrupción” que se aprovechó de los ciudadanos.
Mientras, en la rica y bucólica Podkowa Lesna, el matrimonio formado por Ola y Adrian Krzywicki, profesora e informático, ironiza con que su ciudad podría pasar a convertirse en el “refugio” de quienes huyen de la agenda radical del PiS. En la Ciudad Jardín (Plataforma Cívica) hay programas de presupuestos comunitarios, de teatro abierto, un proyecto de reciclaje, otro de igualdad de oportunidades... “Esta es una ciudad abierta, como lo sería Polonia sin las medidas del Gobierno y su propaganda para apagar las mentes de los ciudadanos”, dice él. Y bromea: “Exiliados, bienvenidos”.
María R. Sahuquillo
Varsovia (Enviada especial), El País
Podkowa Lesna, a las afueras de Varsovia, se ha convertido en una suerte de última aldea gala. Como en las historietas de Astérix y Obélix. Los habitantes de la conocida como Ciudad Jardín, por sus zonas verdes, bromean sobre ello. Son el único de los 33 municipios de la periferia de la capital polaca en el que el ultraconservador Ley y Justicia (PiS) —en el Gobierno— no tiene mayoría. También es la única población que no pasará a formar parte de la Gran Varsovia, uno de los proyectos de reordenación del mapa local, y por tanto electoral, del Ejecutivo. “Si no fuera tan triste decir que somos el último bastión libre sería gracioso”, ironiza Katarzyna Malowska, consultora publicitaria de 47 años, que lleva una década viviendo en la localidad. “Lo que está pasando es terrorífico, es otra de las maniobras del Gobierno para concentrar en sus manos todo el poder”, añade mientras esconde sus rizos rubios bajo el gorro que la protege del gélido viento de febrero. En el nuevo mapa, Varsovia —ahora en manos de Plataforma Cívica— pasaría a ser una enorme metrópolis de 1.500 kilómetros cuadrados con 2,5 millones de habitantes en la que el PiS tendría mayoría.
Por primera vez desde la caída de la dictadura, en 1989, un solo partido concentra todo el poder en Polonia. Desde su inesperada victoria en las elecciones de diciembre de 2015 (con un 37,5% de los votos), el euroescéptico y nacionalista Ley y Justicia ha ido maleando, sorteando o estirando la ley para fortalecerse. Desde su mayoría en el Parlamento, y aprovechando la debilidad y fragmentación de la oposición, el Gobierno presidido por Beata Szydlo —y dirigido políticamente desde la sombra por Jaroslaw Kaczynski— ha emprendido una cruzada en la que ha pasado a controlar también el Servicio Civil —el cuerpo profesional de funcionarios—, la Fiscalía General —que ahora depende del ministro de Justicia—, las empresas estatales y los medios de comunicación públicos. Además, ha neutralizando al Tribunal Constitucional, teóricamente el garante de la preservación de la democracia.
Ahora va a reformar también la Administración local con un nuevo diseño de las circunscripciones y con una ley para que los alcaldes y presidentes no puedan estar más de dos mandatos; una medida que desalojaría a decenas de regidores de la oposición; sobre todo de grandes ciudades, como Varsovia, o medias y también ricas como Cracovia o Wroclaw; también más ricas. “Polonia se ha transformado en una democratura, una mezcla de democracia y dictadura”, sostiene Jacek Kucharczyk, presidente del think tank Instituto de Asuntos Públicos, que alerta de la incesante deriva autoritaria del país.
En dos años, la gran potencia del Este y sexta economía de la UE, con 38,5 millones de habitantes, ha caído del puesto 40 al 52, según el Índice de Democracia de la Unidad de Inteligencia de The Economist, que analiza el estado de 165 países. Bruselas abrió un procedimiento contra Polonia por sus continuas violaciones del Estado de derecho. “Ya no existe una ley que garantice la independencia y la profesionalidad de la justicia. Y la Constitución tampoco es ya punto de referencia: si este tribunal toma alguna decisión lo hace guiado por el Gobierno”, afirma Andrzej Rzeplinski, presidente de este órgano judicial hasta diciembre y uno de los símbolos de la resistencia al Ejecutivo.
El Gobierno polaco, que rehúsa comentar sus reformas, ha hecho caso omiso a las advertencias de la UE, recuerda Rzeplinski, ahora profesor en la Universidad de Varsovia. Quien fue el alumno aventajado tras su entrada en la UE en 2004, y uno de los pocos a los que no tocó la crisis, se ha convertido en un socio muy incómodo. “Tenemos en el Gobierno un partido que es el representante de la democracia de los caníbales. Es decir, ha habido elecciones democráticas, pero tras la victoria los vencedores quieren comerse a sus oponentes”, apunta Adam Michnik, de 70 años, director del diario Gazeta Wyborzca y uno de los intelectuales más relevantes de la transición. “Ahora estamos viviendo un proceso, paso a paso, de transformación de un sistema democrático hacia uno autoritario en una especie de golpe de Estado que se va arrastrando”, comenta en su despacho del diario, inundado de libros, papeles y recortes.
A las leyes para empoderarse, se suman otras medidas ultraconservadoras que forman la esencia de su agenda cristiana y tradicionalista. Se han prohibido la fecundación in vitro y algunos anticonceptivos —como la píldora del día siguiente—, ya no hay contenidos sobre igualdad en el temario educativo y cada vez hay más trabas para programas culturales vanguardistas. El Gobierno, eso sí, dio marcha atrás a su reforma para endurecer aún más la ley del aborto después de que decenas de miles de mujeres salieran a la calle en octubre, en una movilización inédita en una sociedad poco acostumbrada a manifestarse.
Miles de mujeres vestidas de negro claman contra la reforma de la ley del aborto, el 3 de octubre de 2016 en Varsovia.
Miles de mujeres vestidas de negro claman contra la reforma de la ley del aborto, el 3 de octubre de 2016 en Varsovia. AFP
Ya lo dijo el veterano Kaczynski: “Llegó el tiempo de regresar a los valores apreciados por mi madre”. La diputada Joanna Scheuring, del partido liberal Nowoczesna, afirma que el PiS ha destruido gran parte de los avances logrados tras la caída del comunismo. “Quieren controlar la vida de cada uno de los polacos. Cuando llegaron al poder se preveía que harían cambios, pero la Polonia de hoy es completamente distinta de la de hace un año y es un país cada vez más aislado de la UE”, dice. Michal Kaminski, parlamentario de Plataforma Cívica (PO) que antes lo fue de Ley y Justicia, sostiene que el Gobierno del PiS se diferencia de otros del mismo estilo populista, como el de Víktor Orbán en Hungría, en que ha "ocultado" su verdadera cara y la naturaleza radical de su programa electoral y sus vínculos con los sectores más reaccionarios de la Iglesia católica. "Hoy se han quitado la máscara", dice. "Nunca la intervención en la base de la democracia fue tan abierta y evidente. Estamos ante un cambio total del carácter del Estado", añade.
Pese a todo, el Gobierno mantiene el apoyo. Un 37% de los ciudadanos votaría por el PiS, según la última encuesta de la consultora CBOS. El Gobierno ha sabido explotar muy bien su paquete de medidas sociales: un subsidio de 120 euros al mes por hijo (a partir del segundo), un programa de pisos asequibles para jóvenes o el adelanto de la edad de jubilación. “Quienes apoyan al Gobierno no lo hacen por su agenda política, sino por este tipo de medidas tangibles”, apunta el analista Kucharczyk. Con su discurso populista, Ley y Justicia también ha sabido sacar grandes réditos de la inestabilidad global, el aumento de la xenofobia y el hastío con las clases dirigentes.
Piotr Patek es uno de esos ciudadanos convencidos con el PiS. “El Gobierno quiere una Polonia para los polacos y eso me parece bien, por qué habría de ser algo malo”, se cuestiona. Este abogado de 42 años sostiene que la Administración anterior fue “un nido de corrupción” que se aprovechó de los ciudadanos.
Mientras, en la rica y bucólica Podkowa Lesna, el matrimonio formado por Ola y Adrian Krzywicki, profesora e informático, ironiza con que su ciudad podría pasar a convertirse en el “refugio” de quienes huyen de la agenda radical del PiS. En la Ciudad Jardín (Plataforma Cívica) hay programas de presupuestos comunitarios, de teatro abierto, un proyecto de reciclaje, otro de igualdad de oportunidades... “Esta es una ciudad abierta, como lo sería Polonia sin las medidas del Gobierno y su propaganda para apagar las mentes de los ciudadanos”, dice él. Y bromea: “Exiliados, bienvenidos”.