Los acreedores exigen nuevos ajustes a Grecia a cambio de relajar las metas fiscales
Claudi Pérez
Bruselas, El País
Grecia vuelve a territorio crisis. Y no es una crisis más: la llegada de Donald Trump impide a Europa volver a fallar por tercera vez. Las instituciones europeas y el FMI olvidaron el viernes viejas y nuevas rencillas y rehicieron su frente común para proponer un trato a Grecia: Europa y el Fondo exigen a Atenas que se comprometa a hacer nuevos ajustes de forma automática si incumple los objetivos fiscales. A cambio, habrá concesiones: metas fiscales más relajadas, compras de deuda del BCE y una futura reestructuración que no termina de llegar.
Con Grecia nunca se sabe si una crisis es una tormenta en un vaso de agua o el primer paso hacia el apocalipsis. Pero los mercados han subido el fuego: el bono a dos años griego paga de nuevo intereses superiores al 10% ante el temor a que el tercer rescate descarrile como los anteriores, y esta vez sin el respaldo del FMI, que es como decir de EE UU. El Eurogrupo y el FMI convocaron de urgencia al ministro griego, Euclides Tsakalotos, con la enésima oferta sobre la mesa: los acreedores quieren que Grecia cumpla a rajatabla lo pactado y se comprometa a activar una nueva ronda de futuros ajustes —si son necesarios— a cambio de concesiones.
El jefe del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, explicó al final de la reunión que las instituciones volverán a Atenas la semana próxima. “Ha habido grandes progresos”, dijo el holandés sin concretar, “y hay entendimiento en que habría que acabar a tiempo el segundo examen del rescate”. El Eurogrupo se reúne el próximo 20 de febrero, aunque varias fuentes europeas apuntan a que ese examen podría alargarse hasta mediados de marzo, una vez pasen las elecciones holandesas.
Nadie se fía aún de Grecia a juzgar por las exigencias planteadas. Para empezar, los acreedores quieren que el Gobierno haga los deberes ya pactados. Reclaman una rebaja del umbral a partir del cual las familias no pagan a Hacienda, para elevar las bases imponibles. Solicitan una mayor liberalización energética. Y exigen más recortes de pensiones y una vuelta de tuerca a la reforma laboral, pese a que en solo cuatro años Atenas ha rebajado en 12 ocasiones las pensiones y los sueldos públicos. El Ejecutivo griego se niega a aprobar un nuevo tijeretazo en las pensiones y apunta que no acepta “demandas irracionales”.
Pero Europa y el FMI quieren garantías adicionales: pretenden que Tsakalotos se comprometa por adelantado a activar ajustes automáticos, por ley, si incumple las metas fiscales. Los acreedores, según las fuentes consultadas, apuntan a un recorte del 1% del PIB al final del programa, y otro 1% más adelante. En total, 3.600 millones más en un país cuya depresión recuerda a alguno de los libros de John Steinbeck.
A cambio, Europa liberará fondos, imprescindibles para que Grecia no corra el riesgo de suspender pagos tan pronto como en julio. El BCE incluirá los bonos griegos en su programa de compra de activos. Y Dijsselbloem apuntó que también está sobre la mesa una posible relajación de los objetivos fiscales, calificados como poco realistas por el FMI. El programa prevé que Grecia consiga un superávit fiscal primario (sin contar el pago de intereses) del 3,5% del PIB en 2018, y siga en ese listón a medio plazo. “Eso es algo que probablemente ningún país ha logrado jamás”, admiten fuentes europeas. Bruselas aboga por metas en torno al 2%.
Esa relajación fiscal esconde la madre de todas las batallas: la mil veces prometida reestructuración de deuda. La rebaja de las metas fiscales provocaría automáticamente un deterioro de los niveles de endeudamiento. El Eurogrupo aprobó hace unas semanas un tímido alivio; el FMI pide más —y avisa de que sin una ambición mayor no pondrá un solo euro adicional—, pero esa es una línea roja para los europeos. La solución podría ser pactar ya ese jubileo de la deuda que se activará a partir de 2018, cuando acabe el rescate. Pero Berlín se niega.
El capítulo actual de la crisis griega se parece sospechosamente a los anteriores: presión por el lado europeo, amago de crisis política en Atenas y, una vez más, una posible salida del euro en la recámara. Pero las fuentes consultadas destacan la emergencia de un nuevo factor: con Trump en el Despacho Oval, Europa no puede permitirse un nuevo fiasco ni que las cuentas de la deuda no le salgan al FMI y el directorio de la institución no arrime el hombro. Trump dijo en campaña que Grecia estaría mejor fuera del euro. Y su favorito para ocupar la embajada ante la UE, Ted Malloch, asegura que sería un error que el FMI siguiera en Grecia sin una quita de deuda sustancial. Europa, en fin, se juega mucho en Atenas.
Claudi Pérez
Bruselas, El País
Grecia vuelve a territorio crisis. Y no es una crisis más: la llegada de Donald Trump impide a Europa volver a fallar por tercera vez. Las instituciones europeas y el FMI olvidaron el viernes viejas y nuevas rencillas y rehicieron su frente común para proponer un trato a Grecia: Europa y el Fondo exigen a Atenas que se comprometa a hacer nuevos ajustes de forma automática si incumple los objetivos fiscales. A cambio, habrá concesiones: metas fiscales más relajadas, compras de deuda del BCE y una futura reestructuración que no termina de llegar.
Con Grecia nunca se sabe si una crisis es una tormenta en un vaso de agua o el primer paso hacia el apocalipsis. Pero los mercados han subido el fuego: el bono a dos años griego paga de nuevo intereses superiores al 10% ante el temor a que el tercer rescate descarrile como los anteriores, y esta vez sin el respaldo del FMI, que es como decir de EE UU. El Eurogrupo y el FMI convocaron de urgencia al ministro griego, Euclides Tsakalotos, con la enésima oferta sobre la mesa: los acreedores quieren que Grecia cumpla a rajatabla lo pactado y se comprometa a activar una nueva ronda de futuros ajustes —si son necesarios— a cambio de concesiones.
El jefe del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, explicó al final de la reunión que las instituciones volverán a Atenas la semana próxima. “Ha habido grandes progresos”, dijo el holandés sin concretar, “y hay entendimiento en que habría que acabar a tiempo el segundo examen del rescate”. El Eurogrupo se reúne el próximo 20 de febrero, aunque varias fuentes europeas apuntan a que ese examen podría alargarse hasta mediados de marzo, una vez pasen las elecciones holandesas.
Nadie se fía aún de Grecia a juzgar por las exigencias planteadas. Para empezar, los acreedores quieren que el Gobierno haga los deberes ya pactados. Reclaman una rebaja del umbral a partir del cual las familias no pagan a Hacienda, para elevar las bases imponibles. Solicitan una mayor liberalización energética. Y exigen más recortes de pensiones y una vuelta de tuerca a la reforma laboral, pese a que en solo cuatro años Atenas ha rebajado en 12 ocasiones las pensiones y los sueldos públicos. El Ejecutivo griego se niega a aprobar un nuevo tijeretazo en las pensiones y apunta que no acepta “demandas irracionales”.
Pero Europa y el FMI quieren garantías adicionales: pretenden que Tsakalotos se comprometa por adelantado a activar ajustes automáticos, por ley, si incumple las metas fiscales. Los acreedores, según las fuentes consultadas, apuntan a un recorte del 1% del PIB al final del programa, y otro 1% más adelante. En total, 3.600 millones más en un país cuya depresión recuerda a alguno de los libros de John Steinbeck.
A cambio, Europa liberará fondos, imprescindibles para que Grecia no corra el riesgo de suspender pagos tan pronto como en julio. El BCE incluirá los bonos griegos en su programa de compra de activos. Y Dijsselbloem apuntó que también está sobre la mesa una posible relajación de los objetivos fiscales, calificados como poco realistas por el FMI. El programa prevé que Grecia consiga un superávit fiscal primario (sin contar el pago de intereses) del 3,5% del PIB en 2018, y siga en ese listón a medio plazo. “Eso es algo que probablemente ningún país ha logrado jamás”, admiten fuentes europeas. Bruselas aboga por metas en torno al 2%.
Esa relajación fiscal esconde la madre de todas las batallas: la mil veces prometida reestructuración de deuda. La rebaja de las metas fiscales provocaría automáticamente un deterioro de los niveles de endeudamiento. El Eurogrupo aprobó hace unas semanas un tímido alivio; el FMI pide más —y avisa de que sin una ambición mayor no pondrá un solo euro adicional—, pero esa es una línea roja para los europeos. La solución podría ser pactar ya ese jubileo de la deuda que se activará a partir de 2018, cuando acabe el rescate. Pero Berlín se niega.
El capítulo actual de la crisis griega se parece sospechosamente a los anteriores: presión por el lado europeo, amago de crisis política en Atenas y, una vez más, una posible salida del euro en la recámara. Pero las fuentes consultadas destacan la emergencia de un nuevo factor: con Trump en el Despacho Oval, Europa no puede permitirse un nuevo fiasco ni que las cuentas de la deuda no le salgan al FMI y el directorio de la institución no arrime el hombro. Trump dijo en campaña que Grecia estaría mejor fuera del euro. Y su favorito para ocupar la embajada ante la UE, Ted Malloch, asegura que sería un error que el FMI siguiera en Grecia sin una quita de deuda sustancial. Europa, en fin, se juega mucho en Atenas.