La batalla perdida de Amona
Miles de policías y soldados israelíes se despliegan para desalojar a 42 familias ocupantes de tierras palestinas
Juan Carlos Sanz
Amona, El País
No fue una batalla bíblica sino una gresca con hoolligans de la ocupación. El escenario parecía propicio para reeditar los enfrentamientos entre policías israelíes y colonos radicales de 2006, que causaron más de 200 heridos. Las barricadas de tablones y alambre de espino, las hogueras con neumáticos y muebles ardiendo y la brea derramada sobre la calzada hacían presagiar a primera hora de la mañana del miércoles otro choque brutal en el asentamiento pirata de Amona, colonia judía en territorio ocupado de Cisjordania, situada al noreste de Ramala. El Tribunal Supremo de Israel ordenó el desalojo hace más de dos años tras reconocer la propiedad de los terrenos a sus legítimos dueños palestinos.
Pero la ejecución final del desahucio de 42 familias judías atrincheradas desde hace dos décadas en un poblado de barracones prefabricados sobre un cerro de Cisjordania se saldó con apenas una docena de agentes contusionados y cuatro jóvenes ultranacionalistas detenidos. El primer ministro Benjamín Netanyahu se había ocupado la víspera de aplacar los ánimos de la protesta con la autorización de 3.000 nuevas viviendas en otras colonias de Cisjordania. En un comunicado difundido tras la operación policial, Netanyahu ordenó la creación de una comisión para realojar a los desahuciados de Amona.
“El Gobierno nos ha traicionado”, clamaba Zevt Zukott, de 26 años, dirigente de los 2.000 jóvenes procedentes de otras colonias que, según aseguró, habían acudido a bloquear el paso de las excavadoras. Con la kipá calada y haciendo ondear sus trenzas ante el avance de las brigadas policiales en formación de centuria romana, los colonos llamados a la defensa de Amona retrocedían paso a paso mientras varios de ellos lanzaban piedras a los agentes. “Un judío no echa otro judío de su casa. Hoy soy yo, mañana puedes ser tú”, coreaban los radicales en medio de la trifulca.
Las fuerzas de seguridad ganaron la batalla —que los colonos parecían dar por perdida de antemano– por abrumadora mayoría. “Hemos movilizado a unos 3.000 efectivos entre distintos cuerpos policiales y militares frente a unos 600 manifestantes”, reconocía en primera línea el portavoz de la policía, Micky Rosenfeld, mientras decenas de colonos hacían sonar sus tambores en una estridente batucada. Poco a poco, los agentes desplazaron a los revoltosos, que acabaron retirándose de Amona, rodearon a los cerca de 300 residentes en el outpost (asentamiento no autorizado por Israel) casa por casa. Los niños y numerosas mujeres ya habían sido evacuados antes del despliegue de las fuerzas de seguridad. Una veintena de familias habían abandonado ya sus viviendas al caer la tarde.
Amona forma parte de los 97 asentamientos “ilegales”, según la ley israelí, en los que se han levantado unas 4.000 viviendas para colonos judíos en Cisjordania. En los otros 131 enclaves “autorizados” en el mismo territorio palestino ocupado viven otros 400.000 israelíes. El Gobierno de Netanyahu impulsa ahora en la Knesset (Parlamento) la aprobación de una ley para regularizar con efectos retroactivos más de medio centenar de outpost.
Colonos judíos protestan por el desalojo del asentamiento de Amona, en Cisjordania, el 1 de febrero de 2017. THOMAS COEX (AFP) / ATLAS
La comunidad internacional niega legitimidad a todos los asentamientos judíos sin excepciones, tal y como confirmó el pasado diciembre el Consejo de Seguridad de la ONU en una resolución de condena a la colonización emprendida por los israelíes tras la guerra de 1967. Desde la llegada del republicano Donald Trump a la Casa Blanca, Israel ha aprobado en apenas 11 días la construcción de 6.000 casas en asentamientos en Jerusalén Este y Cisjordania, sin que Estados Unidos se haya pronunciado sobre esta ola expansiva, que ha sido condenada por la ONU y la Unión Europea.
Entre los gritos de los exaltados y las oraciones de los ultrarreligiosos frente al masivo despliegue policial en el cerro batido por el gélido viento de febrero, Shiloh Adler, director del Consejo que agrupa a los colonos en Cisjordania, advertía de que más de dos décadas después de los Acuerdos de Oslo “el autogobierno de los palestinos no ha servido para nada y la violencia sigue presente en Jerusalén y Tel Aviv”. “Es hora de plantear ya la anexión de esta tierra a Israel”, proclamaba entre los humeantes restos de la batalla de Amona.
Juan Carlos Sanz
Amona, El País
No fue una batalla bíblica sino una gresca con hoolligans de la ocupación. El escenario parecía propicio para reeditar los enfrentamientos entre policías israelíes y colonos radicales de 2006, que causaron más de 200 heridos. Las barricadas de tablones y alambre de espino, las hogueras con neumáticos y muebles ardiendo y la brea derramada sobre la calzada hacían presagiar a primera hora de la mañana del miércoles otro choque brutal en el asentamiento pirata de Amona, colonia judía en territorio ocupado de Cisjordania, situada al noreste de Ramala. El Tribunal Supremo de Israel ordenó el desalojo hace más de dos años tras reconocer la propiedad de los terrenos a sus legítimos dueños palestinos.
Pero la ejecución final del desahucio de 42 familias judías atrincheradas desde hace dos décadas en un poblado de barracones prefabricados sobre un cerro de Cisjordania se saldó con apenas una docena de agentes contusionados y cuatro jóvenes ultranacionalistas detenidos. El primer ministro Benjamín Netanyahu se había ocupado la víspera de aplacar los ánimos de la protesta con la autorización de 3.000 nuevas viviendas en otras colonias de Cisjordania. En un comunicado difundido tras la operación policial, Netanyahu ordenó la creación de una comisión para realojar a los desahuciados de Amona.
“El Gobierno nos ha traicionado”, clamaba Zevt Zukott, de 26 años, dirigente de los 2.000 jóvenes procedentes de otras colonias que, según aseguró, habían acudido a bloquear el paso de las excavadoras. Con la kipá calada y haciendo ondear sus trenzas ante el avance de las brigadas policiales en formación de centuria romana, los colonos llamados a la defensa de Amona retrocedían paso a paso mientras varios de ellos lanzaban piedras a los agentes. “Un judío no echa otro judío de su casa. Hoy soy yo, mañana puedes ser tú”, coreaban los radicales en medio de la trifulca.
Las fuerzas de seguridad ganaron la batalla —que los colonos parecían dar por perdida de antemano– por abrumadora mayoría. “Hemos movilizado a unos 3.000 efectivos entre distintos cuerpos policiales y militares frente a unos 600 manifestantes”, reconocía en primera línea el portavoz de la policía, Micky Rosenfeld, mientras decenas de colonos hacían sonar sus tambores en una estridente batucada. Poco a poco, los agentes desplazaron a los revoltosos, que acabaron retirándose de Amona, rodearon a los cerca de 300 residentes en el outpost (asentamiento no autorizado por Israel) casa por casa. Los niños y numerosas mujeres ya habían sido evacuados antes del despliegue de las fuerzas de seguridad. Una veintena de familias habían abandonado ya sus viviendas al caer la tarde.
Amona forma parte de los 97 asentamientos “ilegales”, según la ley israelí, en los que se han levantado unas 4.000 viviendas para colonos judíos en Cisjordania. En los otros 131 enclaves “autorizados” en el mismo territorio palestino ocupado viven otros 400.000 israelíes. El Gobierno de Netanyahu impulsa ahora en la Knesset (Parlamento) la aprobación de una ley para regularizar con efectos retroactivos más de medio centenar de outpost.
Colonos judíos protestan por el desalojo del asentamiento de Amona, en Cisjordania, el 1 de febrero de 2017. THOMAS COEX (AFP) / ATLAS
La comunidad internacional niega legitimidad a todos los asentamientos judíos sin excepciones, tal y como confirmó el pasado diciembre el Consejo de Seguridad de la ONU en una resolución de condena a la colonización emprendida por los israelíes tras la guerra de 1967. Desde la llegada del republicano Donald Trump a la Casa Blanca, Israel ha aprobado en apenas 11 días la construcción de 6.000 casas en asentamientos en Jerusalén Este y Cisjordania, sin que Estados Unidos se haya pronunciado sobre esta ola expansiva, que ha sido condenada por la ONU y la Unión Europea.
Entre los gritos de los exaltados y las oraciones de los ultrarreligiosos frente al masivo despliegue policial en el cerro batido por el gélido viento de febrero, Shiloh Adler, director del Consejo que agrupa a los colonos en Cisjordania, advertía de que más de dos décadas después de los Acuerdos de Oslo “el autogobierno de los palestinos no ha servido para nada y la violencia sigue presente en Jerusalén y Tel Aviv”. “Es hora de plantear ya la anexión de esta tierra a Israel”, proclamaba entre los humeantes restos de la batalla de Amona.