El BCE y el FMI presionan para que se alivie la deuda griega

El Fondo apunta a que la deuda, que ya roza el 180% del PIB, es “insostenible"

Claudi Pérez
Bruselas, El País
Grecia está, una vez más, en el disparadero. El Fondo Monetario Internacional (FMI) publicó anoche un informe sobre las negociaciones relativas a su participación en el tercer rescate, cada vez más difusa. El FMI apunta que la deuda pública roza el 180% del PIB y es “insostenible”. La mayor parte del directorio del Fondo considera que es imprescindible una reestructuración (un jubileo de la deuda) más ambiciosa que las medidas cosméticas aprobadas hace poco por el Eurogrupo. El BCE presiona cada vez más en esa misma línea, según las fuentes consultadas. La deuda griega, en fin, es impagable. Los europeos han negado esa evidencia desde 2010 con una triple inyección de fondos (que suman más de 300.000 millones) y un mantra grabado en bronce: prolongar y fingir; patada hacia adelante cada vez que hay problemas y simular que todo está perfecto.


Pero la realidad es tozuda y la crisis griega reaparece como un Guadiana balcánico. Hay desacuerdo sobre los objetivos fiscales, aunque los economistas de la institución con sede en Washington creen que un superávit primario (sin contar el pago de intereses) del 3,5% del PIB a medio plazo es inviable. Europa, de nuevo, niega la mayor: se niega a relajar esa cifra, al igual que se niega a aprobar un alivio de la deuda más ambicioso hasta que acabe el actual rescate (en 2018); en la práctica, Alemania se niega en redondo a discutir nada hasta que pasen sus elecciones. El tercer rescate, en fin, está en la senda de los dos anteriores: camino del fracaso. Si el FMI no arrima el hombro el fiasco está asegurado: el tercer rescate debería tirarse al cubo de la basura y votar un cuarto programa, ya sin el FMI a bordo; es difícil que en esas condiciones el Parlamento alemán lo apruebe. Grecia tendrá que sobrevivir en ese limbo no se sabe hasta cuándo, con el Gobierno cada vez más débil, nuevas protestas en la calle por la enésima oleada de reformas que se acerca –en especial, una nueva reforma laboral— y el agitador Yanis Varoufakis, exministro de Finanzas heleno, clamando por una moneda paralela que abriría las puertas del Grexit: una salida del euro con consecuencias imprevisibles.

La Comisión Europea se ha puesto hoy la ya tradicional venda en los ojos y ha mostrado “confianza” en que la revisión del tercer programa se cierre sin problemas. El brazo ejecutivo de la UE cree que sus números siguen siendo válidos. Pero Atenas desmiente a Bruselas: un informe interno explica que solo se han aprobado un tercio de las reformas necesarias para cerrar con éxito la revisión del rescate, lo que deja taponadas las líneas de liquidez europeas a Grecia. Esa revisión del rescate (un realidad, un préstamo que exige al país cumplir las condiciones exigidas, con sucesivas oleadas de recortes y reformas) es importante: por un lado, permitiría al BCE comprar deuda griega dentro de su programa de adquisición de activos; por otra, eliminaría de un plumazo los riesgos de que la Hacienda griega se quede sin blanca este verano. Una vez más, esa incertidumbre vuelve a estar sobre la mesa.

Grecia acabó 2016 con un ligero crecimiento, del 0,4%. El FMI espera que el PIB acelere el 2,7% en 2017. El paro sigue siendo elevadísimo, pero a la baja: pasará del 23,2% al 21,3% este año. Y las cuentas públicas empiezan a salir de los números rojos: tras un déficit del 2,3% en 2016, el superávit primario rondará el 1% del PIB en 2017. Las cifras macroeconómicas, en fin, mejoran, pero esa deuda del 180% del PIB sigue siendo una formidable losa. Europa insiste en las reformas en Grecia, a pesar de que esa pócima no termina de dar los resultados esperados. Y saca pecho por la recuperación cada vez más consistente en la eurozona, que a pesar del Brexit, de Trump y de todos los riesgos que acechan sigue mostrando una resistencia tremenda. Bajo la superficie, sin embargo, hay varios problemas sobresalientes.

Grecia es solo uno de ellos. Italia es el elefante en la habitación, con un estancamiento que dura tres lustros, enormes problemas en sus bancos y un debate cada vez más audible sobre la posibilidad de salir del euro a la espera de soluciones más radicales, de esas que Europa solo concede al borde del abismo. Portugal debate la posibilidad de pedir un segundo rescate, esta vez solo para sus bancos (controlados en más de un 40% por la banca española, por cierto). La canciller Angela Merkel habló en la última cumbre de Malta de la posibilidad de poner en marcha una Europa de dos velocidades, con Alemania y sus satélites al mando de la primera velocidad –se supone— y un pelotón de los torpes en el que nadie quiere estar pero para el que hay numerosos candidatos en la periferia. No está claro qué quiso decir Merkel con sus dos velocidades: lo único que a estas alturas parece indudable es que Europa no ha cerrado una sola de sus crisis y que todas ellas tienen visos de volver. La nueva Administración de EE UU es menos favorable a Europa: a que el FMI arrime el hombro en Grecia. El superciclo electoral dejará un aumento de los populismos, y está por ver si los extremistas alcanzan esta vez el poder, pero Grecia no puede esperar una sola ayuda hasta que pasen los comicios alemanes. Eso será en otoño. Hasta entonces, el objetivo es rebajar las nuevas dosis de drama que esperan en la próxima curva del camino.

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