La mutilación genital femenina se resiste a morir
Aunque cada vez más países se suman a la prohibición de la ablación del clítoris las activistas advierten del fuerte anclaje cultural de esta práctica
José Naranjo
Banyul (Gambia), El País
“No estoy enfadada con mi madre. Lo hizo para protegerme, pensaba que era lo mejor para mí. Pero sí estoy enfadada con los hombres que quieren seguir dominando a las mujeres. Y la mutilación genital está pensada para eso, es un sistema de control de la sexualidad femenina. La rechazo, me gustaría tener mi clítoris, preferiría no haber sido cortada”. En el patio de su casa familiar de Banyul, la capital de Gambia, Isatou Jeng, de 29 años, transmite firmeza y seguridad. No se esconde. No siente vergüenza. Ya no teme. Como mujer que fue mutilada, pero también como activista de género, se enfrenta desde hace años a un complejo entramado de discriminación, costumbre, desconocimiento y religión que permite que la ablación genital femenina se resista a morir.
Para luchar contra la ablación, Touray fundó hace treinta años la ONG Gamcotrap, que desde entonces lleva a cabo un enorme trabajo de sensibilización en las comunidades, que luego se pone en escena en las ceremonias colectivas de Abandono del cuchillo. Como ocurrió con el famoso juramento de Malicounda de 1997 (un pueblo senegalés donde mujeres y hombres prometieron no volver a mutilar a sus hijas), las ceremonias gambianas han contribuido a un cierto cambio de mentalidad. No sólo en Gambia o Senegal. Está pasando en toda la región. De hecho, entre 2010 y la actualidad, la prevalencia de la mutilación genital femenina ha caído un 4%, del 41% al 37% de las niñas, según Unicef. Aunque cada país y cada etnia son un mundo.
Bajo la presión de organismos internacionales y gracias al trabajo de las ONG, Gambia prohibió hace casi un año la ablación. Las penas por este delito van desde tres años de cárcel o una multa de 1.000 euros hasta cadena perpetua, si como consecuencia de ello la niña muere. Pero, ¿es esto suficiente? “Aprobar una ley es importante, pero aún lo es más que las comunidades, tanto hombres como mujeres, estén convencidas de que esto es un crimen, un atentado contra los derechos de las niñas y las mujeres de África. De lo contrario, las prácticas tradicionales nocivas se mantendrán en la clandestinidad. Seguimos encontrando una enorme resistencia, sobre todo asociada a la religión”, asegura Touray.
La ablación no depende de la religión y la llevan a cabo tanto comunidades musulmanas como cristianas o animistas. Sin embargo, la creencia falsa de que es una práctica dictada por el Corán se extiende por todo el Sahel y sirve a algunos para justificarla. Por eso, que 34 imanes de Mauritania dictaron una fatua en 2010 prohibiendo la mutilación genital fue una noticia esperanzadora en este combate, aunque la extensión por el norte del continente de una visión radical del Islam que lleva asociada una supuesta pureza de la mujer mutilada está suponiendo dar pasos atrás.
La mutilación genital femenina, que consiste en la amputación total o parcial del clítoris y otros procedimientos que lesionan los órganos genitales femeninos, todavía se practica a niñas en una treintena de países (además de aquellos a los que ha llegado fruto de la emigración), de los que 27 son africanos y afecta a unos 200 millones de mujeres en todo el mundo. Al igual que Gambia, Nigeria votó una normativa en 2015 contra esta práctica ancestral, mientras que el Parlamento de la Unión Africana aprobó en agosto pasado un plan de acción para erradicarla del continente, prohibida ya en un total de 23 países. Sin embargo, en la mayoría de ellos se sigue practicando. En países como Egipto, Somalia, Guinea o Sudán la tasa de mujeres mutiladas supera el 90%.
Isatou Jeng, este año en Banyul. ampliar foto
Isatou Jeng, este año en Banyul. Alhagie Manka
“No me acuerdo cuando me cortaron, tenía sólo seis meses. De hecho, mi primer recuerdo de la mutilación genital es positivo, de cuando tenía ocho o nueve años. Me llevaron a una ceremonia y toda era festivo, me trenzaron el pelo, había comida, ropas bonitas, música, baile”, asegura. Hasta que un día, una señora llamada Isatou Touray pasó por su colegio y puso un vídeo a las niñas mostrándoles las consecuencias reales de la ablación. Les dio respuestas sobre su propio cuerpo. “Nunca hablé con mi madre de esto, pero ella también es una víctima. Muchas veces se dice que las mujeres son las que transfieren esta costumbre, pero los hombres son los grandes impulsores, los propagandistas de la ablación”, explica Jeng, quien hoy trabaja como sensibilizadora en una red de ONG contra la violencia de género.
"No sólo se pone en peligro la vida de la niña, sino que, si sobrevive, le acompañará negativamente todo su desarrollo"
Touray le mostró la realidad, pero para ella hubo un tiempo en que también era lo normal. “Soy de etnia malinké y crecí en un entorno en que aquello era lo que tenía que ocurrir”, explica. Sin embargo, pronto se dio cuenta de las terribles consecuencias de la mutilación genital, especialmente cuando dio sus primeros pasos como maestra rural. “Aquello cambió para siempre mi percepción. El impacto es enorme. No sólo se pone en peligro la vida de la niña, sino que, si sobrevive, le acompañará negativamente todo su desarrollo. Su vida sexual, por ejemplo, se puede convertir en un infierno o los riesgos asociados cuando vaya a tener hijos”.
Fatou Sarr, socióloga senegalesa directora del Laboratorio de Género e Investigación Científica del IFAN de Dakar, asegura que “en Senegal está prohibida desde 1999 y las últimas estadísticas hablan de entre un 26 y un 28 por ciento de prevalencia. Se sabe que se sigue llevando a cabo a escondidas, sobre todo entre algunas etnias. Desde luego que la ley es positiva, porque da cobijo a quienes no quieren seguir con la práctica, pero hay creencias culturales muy fuertes que generan mecanismos de resistencia que llevará mucho tiempo cambiar. Hace falta más sensibilización y más educación, no podemos bajar la guardia porque no vemos a los estados implicados como debieran”, añade Sarr.
José Naranjo
Banyul (Gambia), El País
“No estoy enfadada con mi madre. Lo hizo para protegerme, pensaba que era lo mejor para mí. Pero sí estoy enfadada con los hombres que quieren seguir dominando a las mujeres. Y la mutilación genital está pensada para eso, es un sistema de control de la sexualidad femenina. La rechazo, me gustaría tener mi clítoris, preferiría no haber sido cortada”. En el patio de su casa familiar de Banyul, la capital de Gambia, Isatou Jeng, de 29 años, transmite firmeza y seguridad. No se esconde. No siente vergüenza. Ya no teme. Como mujer que fue mutilada, pero también como activista de género, se enfrenta desde hace años a un complejo entramado de discriminación, costumbre, desconocimiento y religión que permite que la ablación genital femenina se resista a morir.
Para luchar contra la ablación, Touray fundó hace treinta años la ONG Gamcotrap, que desde entonces lleva a cabo un enorme trabajo de sensibilización en las comunidades, que luego se pone en escena en las ceremonias colectivas de Abandono del cuchillo. Como ocurrió con el famoso juramento de Malicounda de 1997 (un pueblo senegalés donde mujeres y hombres prometieron no volver a mutilar a sus hijas), las ceremonias gambianas han contribuido a un cierto cambio de mentalidad. No sólo en Gambia o Senegal. Está pasando en toda la región. De hecho, entre 2010 y la actualidad, la prevalencia de la mutilación genital femenina ha caído un 4%, del 41% al 37% de las niñas, según Unicef. Aunque cada país y cada etnia son un mundo.
Bajo la presión de organismos internacionales y gracias al trabajo de las ONG, Gambia prohibió hace casi un año la ablación. Las penas por este delito van desde tres años de cárcel o una multa de 1.000 euros hasta cadena perpetua, si como consecuencia de ello la niña muere. Pero, ¿es esto suficiente? “Aprobar una ley es importante, pero aún lo es más que las comunidades, tanto hombres como mujeres, estén convencidas de que esto es un crimen, un atentado contra los derechos de las niñas y las mujeres de África. De lo contrario, las prácticas tradicionales nocivas se mantendrán en la clandestinidad. Seguimos encontrando una enorme resistencia, sobre todo asociada a la religión”, asegura Touray.
La ablación no depende de la religión y la llevan a cabo tanto comunidades musulmanas como cristianas o animistas. Sin embargo, la creencia falsa de que es una práctica dictada por el Corán se extiende por todo el Sahel y sirve a algunos para justificarla. Por eso, que 34 imanes de Mauritania dictaron una fatua en 2010 prohibiendo la mutilación genital fue una noticia esperanzadora en este combate, aunque la extensión por el norte del continente de una visión radical del Islam que lleva asociada una supuesta pureza de la mujer mutilada está suponiendo dar pasos atrás.
La mutilación genital femenina, que consiste en la amputación total o parcial del clítoris y otros procedimientos que lesionan los órganos genitales femeninos, todavía se practica a niñas en una treintena de países (además de aquellos a los que ha llegado fruto de la emigración), de los que 27 son africanos y afecta a unos 200 millones de mujeres en todo el mundo. Al igual que Gambia, Nigeria votó una normativa en 2015 contra esta práctica ancestral, mientras que el Parlamento de la Unión Africana aprobó en agosto pasado un plan de acción para erradicarla del continente, prohibida ya en un total de 23 países. Sin embargo, en la mayoría de ellos se sigue practicando. En países como Egipto, Somalia, Guinea o Sudán la tasa de mujeres mutiladas supera el 90%.
Isatou Jeng, este año en Banyul. ampliar foto
Isatou Jeng, este año en Banyul. Alhagie Manka
“No me acuerdo cuando me cortaron, tenía sólo seis meses. De hecho, mi primer recuerdo de la mutilación genital es positivo, de cuando tenía ocho o nueve años. Me llevaron a una ceremonia y toda era festivo, me trenzaron el pelo, había comida, ropas bonitas, música, baile”, asegura. Hasta que un día, una señora llamada Isatou Touray pasó por su colegio y puso un vídeo a las niñas mostrándoles las consecuencias reales de la ablación. Les dio respuestas sobre su propio cuerpo. “Nunca hablé con mi madre de esto, pero ella también es una víctima. Muchas veces se dice que las mujeres son las que transfieren esta costumbre, pero los hombres son los grandes impulsores, los propagandistas de la ablación”, explica Jeng, quien hoy trabaja como sensibilizadora en una red de ONG contra la violencia de género.
"No sólo se pone en peligro la vida de la niña, sino que, si sobrevive, le acompañará negativamente todo su desarrollo"
Touray le mostró la realidad, pero para ella hubo un tiempo en que también era lo normal. “Soy de etnia malinké y crecí en un entorno en que aquello era lo que tenía que ocurrir”, explica. Sin embargo, pronto se dio cuenta de las terribles consecuencias de la mutilación genital, especialmente cuando dio sus primeros pasos como maestra rural. “Aquello cambió para siempre mi percepción. El impacto es enorme. No sólo se pone en peligro la vida de la niña, sino que, si sobrevive, le acompañará negativamente todo su desarrollo. Su vida sexual, por ejemplo, se puede convertir en un infierno o los riesgos asociados cuando vaya a tener hijos”.
Fatou Sarr, socióloga senegalesa directora del Laboratorio de Género e Investigación Científica del IFAN de Dakar, asegura que “en Senegal está prohibida desde 1999 y las últimas estadísticas hablan de entre un 26 y un 28 por ciento de prevalencia. Se sabe que se sigue llevando a cabo a escondidas, sobre todo entre algunas etnias. Desde luego que la ley es positiva, porque da cobijo a quienes no quieren seguir con la práctica, pero hay creencias culturales muy fuertes que generan mecanismos de resistencia que llevará mucho tiempo cambiar. Hace falta más sensibilización y más educación, no podemos bajar la guardia porque no vemos a los estados implicados como debieran”, añade Sarr.