Clinton y Trump descargan la artillería final en los Estados clave
De Florida a Ohio y de Pensilvania a Nevada, los candidatos se lanzan este fin de semana a una gira frenética en la que la demócrata intentará preservar su estrecha ventaja sobre el republicano
Marc Bassets
Erie (Pensilvania), El País
A cuatro días de las elecciones, con signos de nerviosismo en ambos campos y confusión en las encuestas, los candidatos a la Casa Blanca, la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump, descargan toda la munición en la media docena de estados donde se decidirá el próximo presidente de Estados Unidos. Ya no se trata sólo de persuadir a nuevos votantes sino sobre todo de movilizar a los propios. De Florida a Ohio y de Pensilvania a Nevada, los candidatos se lanzan este fin de semana a una gira frenética en la que Clinton intentará preservar su estrecha ventaja sobre Trump.
Los itinerarios de los candidatos reflejan sus cálculos sobre dónde creen que pueden ganar. Trump viajó este viernes a New Hampshire, Ohio y Pensilvania. Entre el sábado y el lunes, será el turno de Florida, Carolina del Norte, Nevada, Colorado, Iowa, Wisconsin y de nuevo New Hampshire, donde celebrará su acto final de campaña. Clinton está este viernes en Pensilvania, Michigan y Ohio, y el sábado viajará a Florida. El lunes, los matrimonios Clinton y Obama cerrarán la campaña en Filadelfia.
Trump cuenta con un reducido grupo de colaboradores: su familia y el aspirante a vicepresidente, Mike Pence. Clinton ha contado estas semanas con su marido, el expresidente Bill, con el actual comandante en jefe, Barack Obama, con el vicepresidente Joe Biden, con el senador socialista y exrival en las primarias Bernie Sanders, con la primera dama Michelle Obama… Un dream team que pocos habrían podido soñar. Además de los mítines por los Estados clave, puede influir en el resultado la capacidad de cada candidato para sacar a miles de voluntarios a la calle este fin de semana y llamar puerta a puerta para movilizar a sus potenciales votantes.
Pero raramente unas elecciones se deciden en los últimos metros. Lo habitual es que las tendencias que se han consolidado en los meses anteriores se vean confirmadas en las urnas. En este caso significaría que Clinton derrotaría a Trump. Nunca, desde que en julio consiguieron la nominación de sus respectivos partidos, ha visto peligrar su ventaja —ventaja leve pero confirmada por sondeo tras sondeo— ni la otra ventaja, la de la demografía. Este es un país que cada vez se parece más al electorado demócrata —más multicultural, más hispano— y menos al republicano, cuya base más sólida son los varones de raza blanca y origen europeo.
Campaña sin precedentes
Pero la antipatía que provoca Clinton en amplios sectores de la población, incluso progresistas, el hartazgo con unas élites a las que la candidata demócrata está irremediablemente asociada, y la novedad del fenómeno Trump desaconsejan cualquier vaticinio. No hay precedentes que permitan comparar: esta elección es un experimento sobre qué ocurre cuando un ente extraño a la política irrumpe en la campaña del país más poderoso del planeta.
Las noticias de la última semana han modificado los cálculos. Lo que parecía que iba a ser un final de campaña en forma de paseo triunfal de la demócrata hace diez días, se ha convertido en una cuenta atrás agónica. La injerencia en la campaña de la Oficina Federal de Investigaciones, el FBI, una institución que debería quedar al margen de los partidos, ha puesto el tablero patas arriba.
Desde que hace una semana el director del FBI, James Comey, informó al Congreso por carta de que sus agentes examinarían unos correos electrónicos asociados a Clinton, nada ha sido igual. A la carta de Comey se han sucedido filtraciones desde el FBI y otros organismos para dañar a los candidatos.
Lo que parecía que iba a ser un final de campaña en forma de paseo triunfal de la demócrata hace diez días, se ha convertido en una cuenta atrás agónica
Es dudoso que estos correos aporten información nueva sobre un caso que Comey había dado por cerrado: el del uso indebido por Clinton de un servidor privado cuando era secretario de Estado. Tampoco está claro su efecto real en los sondeos. Pero el caso ha puesto a la candidata demócrata a la defensiva y ha servido a los republicanos para resucitar el fantasma de los escándalos de los Clinton: el psicodrama de casos reales e inventados en que se convirtió la presidencia de Bill Clinton en los años noventa.
Trump advierte de que el caso de los emails impedirá a Hillary Clinton gobernar con tranquilidad desde el primer día. Clinton, que se ha esforzado durante meses para colocar el foco sobre las flaquezas políticas y personales de Trump, se encuentra ahora en el papel de ser ella la que debe dar explicaciones.
Clinton confía en que su muro de contención —los Estados fieles al Partido Demócrata, que tienen mayor peso en las elecciones— frene la posible recuperación de Trump que detectan las encuestas. Y confía en el muro de contención demográfico: las minorías. Trump confía en que su mensaje nacionalpopulista —el afinado radar que le ha permitido conectar con las ansiedades de un sector de la población blanca que se siente menospreciado por la élites— y la imagen de Clinton como una política que no es de fiar le permitan dar la sorpresa. Al final ganará quien mejor haya interpretado y entendido las inquietudes y los sueños del país.
Marc Bassets
Erie (Pensilvania), El País
A cuatro días de las elecciones, con signos de nerviosismo en ambos campos y confusión en las encuestas, los candidatos a la Casa Blanca, la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump, descargan toda la munición en la media docena de estados donde se decidirá el próximo presidente de Estados Unidos. Ya no se trata sólo de persuadir a nuevos votantes sino sobre todo de movilizar a los propios. De Florida a Ohio y de Pensilvania a Nevada, los candidatos se lanzan este fin de semana a una gira frenética en la que Clinton intentará preservar su estrecha ventaja sobre Trump.
Los itinerarios de los candidatos reflejan sus cálculos sobre dónde creen que pueden ganar. Trump viajó este viernes a New Hampshire, Ohio y Pensilvania. Entre el sábado y el lunes, será el turno de Florida, Carolina del Norte, Nevada, Colorado, Iowa, Wisconsin y de nuevo New Hampshire, donde celebrará su acto final de campaña. Clinton está este viernes en Pensilvania, Michigan y Ohio, y el sábado viajará a Florida. El lunes, los matrimonios Clinton y Obama cerrarán la campaña en Filadelfia.
Trump cuenta con un reducido grupo de colaboradores: su familia y el aspirante a vicepresidente, Mike Pence. Clinton ha contado estas semanas con su marido, el expresidente Bill, con el actual comandante en jefe, Barack Obama, con el vicepresidente Joe Biden, con el senador socialista y exrival en las primarias Bernie Sanders, con la primera dama Michelle Obama… Un dream team que pocos habrían podido soñar. Además de los mítines por los Estados clave, puede influir en el resultado la capacidad de cada candidato para sacar a miles de voluntarios a la calle este fin de semana y llamar puerta a puerta para movilizar a sus potenciales votantes.
Pero raramente unas elecciones se deciden en los últimos metros. Lo habitual es que las tendencias que se han consolidado en los meses anteriores se vean confirmadas en las urnas. En este caso significaría que Clinton derrotaría a Trump. Nunca, desde que en julio consiguieron la nominación de sus respectivos partidos, ha visto peligrar su ventaja —ventaja leve pero confirmada por sondeo tras sondeo— ni la otra ventaja, la de la demografía. Este es un país que cada vez se parece más al electorado demócrata —más multicultural, más hispano— y menos al republicano, cuya base más sólida son los varones de raza blanca y origen europeo.
Campaña sin precedentes
Pero la antipatía que provoca Clinton en amplios sectores de la población, incluso progresistas, el hartazgo con unas élites a las que la candidata demócrata está irremediablemente asociada, y la novedad del fenómeno Trump desaconsejan cualquier vaticinio. No hay precedentes que permitan comparar: esta elección es un experimento sobre qué ocurre cuando un ente extraño a la política irrumpe en la campaña del país más poderoso del planeta.
Las noticias de la última semana han modificado los cálculos. Lo que parecía que iba a ser un final de campaña en forma de paseo triunfal de la demócrata hace diez días, se ha convertido en una cuenta atrás agónica. La injerencia en la campaña de la Oficina Federal de Investigaciones, el FBI, una institución que debería quedar al margen de los partidos, ha puesto el tablero patas arriba.
Desde que hace una semana el director del FBI, James Comey, informó al Congreso por carta de que sus agentes examinarían unos correos electrónicos asociados a Clinton, nada ha sido igual. A la carta de Comey se han sucedido filtraciones desde el FBI y otros organismos para dañar a los candidatos.
Lo que parecía que iba a ser un final de campaña en forma de paseo triunfal de la demócrata hace diez días, se ha convertido en una cuenta atrás agónica
Es dudoso que estos correos aporten información nueva sobre un caso que Comey había dado por cerrado: el del uso indebido por Clinton de un servidor privado cuando era secretario de Estado. Tampoco está claro su efecto real en los sondeos. Pero el caso ha puesto a la candidata demócrata a la defensiva y ha servido a los republicanos para resucitar el fantasma de los escándalos de los Clinton: el psicodrama de casos reales e inventados en que se convirtió la presidencia de Bill Clinton en los años noventa.
Trump advierte de que el caso de los emails impedirá a Hillary Clinton gobernar con tranquilidad desde el primer día. Clinton, que se ha esforzado durante meses para colocar el foco sobre las flaquezas políticas y personales de Trump, se encuentra ahora en el papel de ser ella la que debe dar explicaciones.
Clinton confía en que su muro de contención —los Estados fieles al Partido Demócrata, que tienen mayor peso en las elecciones— frene la posible recuperación de Trump que detectan las encuestas. Y confía en el muro de contención demográfico: las minorías. Trump confía en que su mensaje nacionalpopulista —el afinado radar que le ha permitido conectar con las ansiedades de un sector de la población blanca que se siente menospreciado por la élites— y la imagen de Clinton como una política que no es de fiar le permitan dar la sorpresa. Al final ganará quien mejor haya interpretado y entendido las inquietudes y los sueños del país.