China y EEUU, una rivalidad que va a continuar

El 45% de los chinos ve a Estados Unidos como la principal amenaza, según el Centro Pew de investigación

Macarena Vidal Liy
Pekín, El País
Gane quien gane, el presidente estadounidense que salga de las elecciones del próximo martes probablemente endurezca la postura de su país hacia China, la segunda potencia mundial. Hillary Clinton está considerada una “halcón” con respecto a Barack Obama; y Donald Trump se ha mostrado siempre muy agresivo hacia Pekín en sus declaraciones durante la campaña electoral.


El gigante asiático no encontrará un interlocutor sumiso. El presidente Xi Jinping acumula más poder que ningún otro líder chino en décadas y acaba de salir reforzado de una reunión clave del Partido Comunista. Durante su mandato, China se ha esforzado en presentarse como un modelo alternativo al de Washington en la gobernanza global; y la desastrosa campaña electoral estadounidense ha servido para darle argumentos sobre la superioridad de su sistema ante un público interno que ve a EEUU con intensa suspicacia. Un 45% de los chinos ve a EE. UU como una amenaza; un 29% cree que Washington quiere impedir el auge de su país, según una reciente encuesta del centro de investigación Pew.

La relación bilateral entre las dos potencias no cambiará mucho, en opinión del profesor Xie Tao, de la Universidad de Estudios Extranjeros de Pekín. “Estados Unidos no dejará de buscar la hegemonía en el mundo. China cree, por su parte, que debe tener su esfera de influencia, y defenderá esos derechos a través de su proyecto de la Nueva Ruta de la Seda o insistiendo en su soberanía en el mar del Sur de China. Las fricciones van a continuar”.

Uno de los principales asuntos por resolver en la relación bilateral es la situación en el mar del sur de China. Esta zona estratégica, cuyas rutas marítimas transportan cada año un volumen comercial de cinco trillones de euros anuales, es el punto del mapamundi donde son más evidentes las tensiones entre los dos países. China se atribuye la soberanía sobre la mayor parte de sus aguas, en reclamaciones territoriales que se solapan con las de Vietnam, Malasia, Filipinas, Taiwán y Brunéi. Y Estados Unidos ha llevado a cabo varias patrullas para defender la libertad de navegación.

Cambios en la región

Pero Washington ha sufrido ahora un importante revés. Rodrigo Duterte, el nuevo presidente de Filipinas —el país hasta ahora mejor aliado de EE. UU en la región—, ha anunciado un giro de su país hacia China. Un giro que podría verse emulado a su vez por el primer ministro malasio, Nayib Razak, airado por la apertura de una investigación en su contra en Estados Unidos sobre posible corrupción.

Los dos países viven también momentos de tensión en el norte del continente. Washington desplegará en Corea del Sur un escudo de defensa antimisiles, el THAAD, que Pekín considera una amenaza para su propio territorio. Estados Unidos quiere que China presione a Corea del Norte para que se deshaga de su armamento nuclear, pero el Gobierno de Xi Jinping no ha ido más allá de pasos simbólicos.

Las relaciones económicas también ocuparán un lugar importante. Estados Unidos quiere mayor acceso al mercado chino de 1.370 millones de potenciales clientes, mientras que China está concentrada en fortalecer sus propias empresas.

Queda en interrogante el futuro del TPP, el ambicioso tratado comercial para Asia Pacífico con el que Barack Obama ha querido reforzar el pilar económico de su giro estratégico hacia la región. El Congreso estadounidense arrastra los pies para ratificarlo, mientras China mueve los hilos para revivir su propuesta de un pacto rival, el FTAAP.

No todo son roces en la relación bilateral. Ambas potencias han logrado avances en cuestión de ciberseguridad, y cooperan satisfactoriamente en áreas como el cambio climático o la lucha contra el terrorismo global. Pero el principal problema es aún la desconfianza mutua.

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