Trump, con los sondeos en contra, agita el bulo del fraude electoral
El republicano, criticado por líderes de su partido, conecta con una amplia desconfianza en el sistema
Marc Bassets
Washington, El País
Donald Trump, que ha roto tantos precedentes en la política de Estados Unidos, se adentra en otro terreno desconocido. A falta de tres semanas para las elecciones presidenciales, y con los sondeos en contra, el candidato republicano afirma que habrá un fraude electoral masivo para hurtarle la victoria. El bulo, reprobado por varios líderes republicanos, cuestiona algunos fundamentos de la democracia de este país: las elecciones libres y el traspaso sin incidentes del poder. Un 41% de votantes cree que podría haber fraude en favor de la candidata demócrata, Hillary Clinton, según un sondeo.
“Está claro que se ha puesto en marcha un amplio fraude en el voto antes y durante la elección. ¿Por qué los líderes republicanos niegan lo que ocurre? ¡Qué ingenuos!”
El mensaje de Trump en la red social Twitter, el lunes por la mañana, culmina un fin de la semana en el que ha redoblado la retórica conspirativa. Además de poner en duda la legitimidad de las elecciones, Trump ha repetido la petición de que Clinton vaya a la cárcel por crímenes no demostrados, y ha insinuado que esta toma drogas y debería someterse a un control antidopaje antes del tercer y último debate de esta campaña, el miércoles en Las Vegas (Nevada).
“Nuestra democracia se sostiene en la confianza en los resultados electorales, y el speaker confía plenamente en que los estados organizarán esta elección con integridad”, dijo una portavoz del ‘speaker’ o presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, líder de los republicanos en Washington. El gobernador de Indiana y candidato a la vicepresidencia con Trump, el republicano Mark Pence, también se distanció el domingo de su jefe y dijo que este aceptaría el resultado electoral.
En EE UU son los estados, mayoritariamente controlados por el Partido Republicano, y las instituciones locales los encargados de organizar las elecciones. Un fraude masivo sólo podría producirse con su cooperación. La teoría conspirativa de Trump implicaría que los republicanos participarán en un fraude en contra de su candidato y en favor de Clinton.
No existen demasiados precedentes de candidatos de un gran partido que de forma explícita, e incluso antes de la jornada electoral, socave la confianza en el mismo proceso que debe llevarle a la Casa Blanca. Los candidatos Richard Nixon y Al Gore perdieron por márgenes muy estrechos en 1960 y 2000, pero aceptaron el resultado y permitieron que la sucesión se desarrollase sin incidentes. Si se hace caso de las palabras de Trump, no es seguro de que esto vaya a ocurrir si el 8 de noviembre gana Clinton.
El temor es que algunos seguidores del republicano puedan tomarse en serio sus palabras y, primero, provoquen incidentes en la jornada electoral y, después, se nieguen a aceptar el resultado.
La primera consecuencia de las palabras de Trump podría ser una reducción de la participación electoral entre los propios republicanos. Pero el mensaje de Trump también tiene atractivo entre quienes creen que las élites han amañado el sistema en su contra y en favor del establishment representado por los Clinton y el propio Partido Republicano de Trump.
Como muchas de las teorías conspirativas de Trump, la del fraude electoral es una versión exagerada de mensajes que el Partido Republicano ha alentado en el pasado. En los últimos años los republicanos han impulsado leyes que endurecen las condiciones para votar con el argumento de que servirían para atajar el fraude electoral. De la misma manera, la promesa de investigar, y eventualmente encarcelar a Clinton, no es un invento de Trump. Los primeros en entonar el canto de “¡enciérrenla, enciérrenla!” fueron los delegados republicanos en la convención de Cleveland, el pasado julio.
La huida hacia adelante de Trump —con denuncias de un complot internacional, la insistencia en el fraude electoral y los ataques personales a las mujeres que le acusan de agresión sexual— vulnera todos los manuales de la política electoral estadounidense.
En vez de moderar su mensaje para atraer a los votantes centristas e indecisos, lo radicaliza. Así entusiasma a su base más fiel, con el riesgo de espantar a los moderados. Esto es lo que dice la teoría, pero Trump ya ha roto muchas teorías desde que en junio de 2015 presentó su candidatura sin que nadie apostase por él.
El magnate neoyorquino ha entendido que la desconfianza en las instituciones es un fenómeno extendido y piensa que la idea de que las elecciones están amañadas puede calar. Suele citar el precedente del Brexit, el voto, en contra de los pronósticos, a favor de la salida de Reino Unido de la Unión Europea.
Según un sondeo del diario Politico, un 41% de votantes —y un 73% de republicanos— cree en las teorías de un posible fraude electoral. Otro sondeo, del Pew Research Center, revela que el 78% de votantes de Trump cree que es importante que perdedor reconozca la derrota. Pese a la amplia desconfianza, los deseo de romper el orden parece escaso.
Marc Bassets
Washington, El País
Donald Trump, que ha roto tantos precedentes en la política de Estados Unidos, se adentra en otro terreno desconocido. A falta de tres semanas para las elecciones presidenciales, y con los sondeos en contra, el candidato republicano afirma que habrá un fraude electoral masivo para hurtarle la victoria. El bulo, reprobado por varios líderes republicanos, cuestiona algunos fundamentos de la democracia de este país: las elecciones libres y el traspaso sin incidentes del poder. Un 41% de votantes cree que podría haber fraude en favor de la candidata demócrata, Hillary Clinton, según un sondeo.
“Está claro que se ha puesto en marcha un amplio fraude en el voto antes y durante la elección. ¿Por qué los líderes republicanos niegan lo que ocurre? ¡Qué ingenuos!”
El mensaje de Trump en la red social Twitter, el lunes por la mañana, culmina un fin de la semana en el que ha redoblado la retórica conspirativa. Además de poner en duda la legitimidad de las elecciones, Trump ha repetido la petición de que Clinton vaya a la cárcel por crímenes no demostrados, y ha insinuado que esta toma drogas y debería someterse a un control antidopaje antes del tercer y último debate de esta campaña, el miércoles en Las Vegas (Nevada).
“Nuestra democracia se sostiene en la confianza en los resultados electorales, y el speaker confía plenamente en que los estados organizarán esta elección con integridad”, dijo una portavoz del ‘speaker’ o presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, líder de los republicanos en Washington. El gobernador de Indiana y candidato a la vicepresidencia con Trump, el republicano Mark Pence, también se distanció el domingo de su jefe y dijo que este aceptaría el resultado electoral.
En EE UU son los estados, mayoritariamente controlados por el Partido Republicano, y las instituciones locales los encargados de organizar las elecciones. Un fraude masivo sólo podría producirse con su cooperación. La teoría conspirativa de Trump implicaría que los republicanos participarán en un fraude en contra de su candidato y en favor de Clinton.
No existen demasiados precedentes de candidatos de un gran partido que de forma explícita, e incluso antes de la jornada electoral, socave la confianza en el mismo proceso que debe llevarle a la Casa Blanca. Los candidatos Richard Nixon y Al Gore perdieron por márgenes muy estrechos en 1960 y 2000, pero aceptaron el resultado y permitieron que la sucesión se desarrollase sin incidentes. Si se hace caso de las palabras de Trump, no es seguro de que esto vaya a ocurrir si el 8 de noviembre gana Clinton.
El temor es que algunos seguidores del republicano puedan tomarse en serio sus palabras y, primero, provoquen incidentes en la jornada electoral y, después, se nieguen a aceptar el resultado.
La primera consecuencia de las palabras de Trump podría ser una reducción de la participación electoral entre los propios republicanos. Pero el mensaje de Trump también tiene atractivo entre quienes creen que las élites han amañado el sistema en su contra y en favor del establishment representado por los Clinton y el propio Partido Republicano de Trump.
Como muchas de las teorías conspirativas de Trump, la del fraude electoral es una versión exagerada de mensajes que el Partido Republicano ha alentado en el pasado. En los últimos años los republicanos han impulsado leyes que endurecen las condiciones para votar con el argumento de que servirían para atajar el fraude electoral. De la misma manera, la promesa de investigar, y eventualmente encarcelar a Clinton, no es un invento de Trump. Los primeros en entonar el canto de “¡enciérrenla, enciérrenla!” fueron los delegados republicanos en la convención de Cleveland, el pasado julio.
La huida hacia adelante de Trump —con denuncias de un complot internacional, la insistencia en el fraude electoral y los ataques personales a las mujeres que le acusan de agresión sexual— vulnera todos los manuales de la política electoral estadounidense.
En vez de moderar su mensaje para atraer a los votantes centristas e indecisos, lo radicaliza. Así entusiasma a su base más fiel, con el riesgo de espantar a los moderados. Esto es lo que dice la teoría, pero Trump ya ha roto muchas teorías desde que en junio de 2015 presentó su candidatura sin que nadie apostase por él.
El magnate neoyorquino ha entendido que la desconfianza en las instituciones es un fenómeno extendido y piensa que la idea de que las elecciones están amañadas puede calar. Suele citar el precedente del Brexit, el voto, en contra de los pronósticos, a favor de la salida de Reino Unido de la Unión Europea.
Según un sondeo del diario Politico, un 41% de votantes —y un 73% de republicanos— cree en las teorías de un posible fraude electoral. Otro sondeo, del Pew Research Center, revela que el 78% de votantes de Trump cree que es importante que perdedor reconozca la derrota. Pese a la amplia desconfianza, los deseo de romper el orden parece escaso.