Los soldados de élite iraquíes entrenados por EE UU acechan al califato
Las fuerzas especiales iraquíes, junto a combatientes kurdos, cercan al ISIS en Qaraqosh en su avance para conquistar Mosul
Juan Diego Quesada (Enviado Especial)
Shejamir (Irak), El País
Por la carretera hacia Qaraqosh avanza un escuadrón que obliga al resto de conductores y a los pastores de cabras a apartarse si no quieren ser arrollados. Impresiona ver llegar por el retrovisor a estos combatientes. Las fuerzas especiales iraquíes, una fiera unidad entrenada por Estados Unidos, se dirigen a toda velocidad hacia Qaraqosh, la ciudad cristiana de poco más de 32.000 habitantes en la que cercan al Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) desde primera hora de la mañana del miércoles. En sus camiones ondea una bandera con un lema, “Dios es grande”, que parece advertir a sus enemigos de que ha llegado el momento de huir.
El capitán Sermat, un iraquí enjuto y enigmático, hace un alto y la caravana de vehículos militares Humvees se echa a un lado. En el horizonte las columnas de humo, fruto de los enfrentamientos, señalan dónde está Qaraqosh, uno de los obstáculos más importantes antes de llegar a Mosul, donde se librará la madre de todas las batallas contra el ISIS. “Los vamos a sacar de ahí, no se preocupe. Son ratas”, dice Sermat en referencia a los militantes del Estado Islámico mientras se atusa el bigote.
Sabe de lo que habla. Las tres estrellas que tiene cosidas en la hombrera del uniforme no son baladí. La unidad de Sermat participó en la liberación hace cuatro meses de Faluya, ciudad próxima a Bagdad en la que los yihadistas impusieron también el califato. Cazaron como conejos a los que trataban de escapar. “Aquí hacemos lo mismo: luchar, matar, morir. Es lo que sabemos hacer”, explica Sermat. Sus hombres asienten. En estos tres días de ofensiva ha perdido a dos soldados, pero calcula que han matado a 25 enemigos.
El avance de los dos primeros días liberó unas cuantas villas alrededor de esta región de Nínive, al oeste de Mosul. O más bien las destruyó. Tras 12 horas de asedio muchos de estos pequeños pueblos de agricultores, muy diversos étnicamente, han quedado reducidos a escombros. Shejamir es —o más bien era— una población donde vivían más de 1.000 vecinos. Ahora no es más que un cúmulo de cascotes y polvo con algunas fachadas todavía en pie pero vacías por dentro, como el decorado de una película.
Una contienda larga
Sin embargo, Thanun Jamil Ismail, desde una loma, se ve a sí mismo correteando por las calles del pueblo. Se ve a lomos de un burro cuando era adolescente. Se ve con su mujer cuando comenzaba a cortejarla y se acuerda de cuando se casaron y tuvieron hijos. Recuerda en qué parte del pueblo estaba cuando le dijeron que había muerto su padre. Sus 60 años de vida los ha pasado aquí y se niega a creer que toda esa memoria ha desaparecido tras las bombas. No se atreve a adentrarse en el pueblo porque los yihadistas, cuando huyen, dejan explosivos a sus espaldas, pero en cuanto pueda volverá a instalarse con su familia. “Sí, sí, volveremos sin duda”, asegura con una convicción que raya en la locura: ante sus ojos no hay nada, solo los fantasmas del pasado.
Mientras, los peshmergas (fuerzas militares kurdas) han comenzado a desminar la zona. La tarea es rústica. Primero queman el suelo con gasolina y después lanzan la rueda de un coche para comprobar si hay explosivos. El juego les divierte. Los combatientes kurdos están exaltados, las esposas les preparan arroz con pollo y ellos cantan y bailan. “Vamos ganando y demostramos que ellos [el ISIS] no son el verdadero islam, solo lo prostituyen. Ellos son la ruina, el pasado, nosotros el futuro”, dice Hemm Nasir, un combatiente de 35 años.
El coronel iraquí Kamaran Ismael Yid, sentado en el sofá de su despacho, una base militar desde la que se han coordinado los avances de estos días, no lanza las campanas al vuelo. El presidente de EE UU, Barack Obama, ha dicho que la batalla contra los yihadistas será más larga de lo que la gente piensa y Kamaran coincide con él: “Hay que ir una por una haciéndonos con todas las poblaciones. La idea es conquistarlas todas, rodear Mosul, y así, preparar la batalla final”, cuenta.
En un iPad, el coronel señala el desarrollo de los diferentes frentes abiertos. Los iraquíes ejecutan el asalto a los feudos del ISIS y los kurdos los aseguran. Es una forma de combatir juntos pero no revueltos. Ese acuerdo se repite en todas las ofensivas llevadas a cabo hasta ahora.
Al caer la tarde, las fuerzas especiales vuelven a tomar la carretera y se desplazan en masa hacia territorios más avanzados. Los artilleros llevan caretas de la parca y algunos se pintan la cara, como si fueran guerreros antiguos. Este jueves lanzarán una ofensiva que esperan que sea definitiva sobre Qaraqosh, donde los yihadistas parece que se han escondido bajo tierra, y al lado, los kurdos tratarán de hacerse con Bashiqa. “Estos tipos están locos”, dice Ahmed, un vendedor de queso. Por supuesto, se echó a un lado al verlos venir. Nadie quiere ponerse en el camino de la muerte.
Juan Diego Quesada (Enviado Especial)
Shejamir (Irak), El País
Por la carretera hacia Qaraqosh avanza un escuadrón que obliga al resto de conductores y a los pastores de cabras a apartarse si no quieren ser arrollados. Impresiona ver llegar por el retrovisor a estos combatientes. Las fuerzas especiales iraquíes, una fiera unidad entrenada por Estados Unidos, se dirigen a toda velocidad hacia Qaraqosh, la ciudad cristiana de poco más de 32.000 habitantes en la que cercan al Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) desde primera hora de la mañana del miércoles. En sus camiones ondea una bandera con un lema, “Dios es grande”, que parece advertir a sus enemigos de que ha llegado el momento de huir.
El capitán Sermat, un iraquí enjuto y enigmático, hace un alto y la caravana de vehículos militares Humvees se echa a un lado. En el horizonte las columnas de humo, fruto de los enfrentamientos, señalan dónde está Qaraqosh, uno de los obstáculos más importantes antes de llegar a Mosul, donde se librará la madre de todas las batallas contra el ISIS. “Los vamos a sacar de ahí, no se preocupe. Son ratas”, dice Sermat en referencia a los militantes del Estado Islámico mientras se atusa el bigote.
Sabe de lo que habla. Las tres estrellas que tiene cosidas en la hombrera del uniforme no son baladí. La unidad de Sermat participó en la liberación hace cuatro meses de Faluya, ciudad próxima a Bagdad en la que los yihadistas impusieron también el califato. Cazaron como conejos a los que trataban de escapar. “Aquí hacemos lo mismo: luchar, matar, morir. Es lo que sabemos hacer”, explica Sermat. Sus hombres asienten. En estos tres días de ofensiva ha perdido a dos soldados, pero calcula que han matado a 25 enemigos.
El avance de los dos primeros días liberó unas cuantas villas alrededor de esta región de Nínive, al oeste de Mosul. O más bien las destruyó. Tras 12 horas de asedio muchos de estos pequeños pueblos de agricultores, muy diversos étnicamente, han quedado reducidos a escombros. Shejamir es —o más bien era— una población donde vivían más de 1.000 vecinos. Ahora no es más que un cúmulo de cascotes y polvo con algunas fachadas todavía en pie pero vacías por dentro, como el decorado de una película.
Una contienda larga
Sin embargo, Thanun Jamil Ismail, desde una loma, se ve a sí mismo correteando por las calles del pueblo. Se ve a lomos de un burro cuando era adolescente. Se ve con su mujer cuando comenzaba a cortejarla y se acuerda de cuando se casaron y tuvieron hijos. Recuerda en qué parte del pueblo estaba cuando le dijeron que había muerto su padre. Sus 60 años de vida los ha pasado aquí y se niega a creer que toda esa memoria ha desaparecido tras las bombas. No se atreve a adentrarse en el pueblo porque los yihadistas, cuando huyen, dejan explosivos a sus espaldas, pero en cuanto pueda volverá a instalarse con su familia. “Sí, sí, volveremos sin duda”, asegura con una convicción que raya en la locura: ante sus ojos no hay nada, solo los fantasmas del pasado.
Mientras, los peshmergas (fuerzas militares kurdas) han comenzado a desminar la zona. La tarea es rústica. Primero queman el suelo con gasolina y después lanzan la rueda de un coche para comprobar si hay explosivos. El juego les divierte. Los combatientes kurdos están exaltados, las esposas les preparan arroz con pollo y ellos cantan y bailan. “Vamos ganando y demostramos que ellos [el ISIS] no son el verdadero islam, solo lo prostituyen. Ellos son la ruina, el pasado, nosotros el futuro”, dice Hemm Nasir, un combatiente de 35 años.
El coronel iraquí Kamaran Ismael Yid, sentado en el sofá de su despacho, una base militar desde la que se han coordinado los avances de estos días, no lanza las campanas al vuelo. El presidente de EE UU, Barack Obama, ha dicho que la batalla contra los yihadistas será más larga de lo que la gente piensa y Kamaran coincide con él: “Hay que ir una por una haciéndonos con todas las poblaciones. La idea es conquistarlas todas, rodear Mosul, y así, preparar la batalla final”, cuenta.
En un iPad, el coronel señala el desarrollo de los diferentes frentes abiertos. Los iraquíes ejecutan el asalto a los feudos del ISIS y los kurdos los aseguran. Es una forma de combatir juntos pero no revueltos. Ese acuerdo se repite en todas las ofensivas llevadas a cabo hasta ahora.
Al caer la tarde, las fuerzas especiales vuelven a tomar la carretera y se desplazan en masa hacia territorios más avanzados. Los artilleros llevan caretas de la parca y algunos se pintan la cara, como si fueran guerreros antiguos. Este jueves lanzarán una ofensiva que esperan que sea definitiva sobre Qaraqosh, donde los yihadistas parece que se han escondido bajo tierra, y al lado, los kurdos tratarán de hacerse con Bashiqa. “Estos tipos están locos”, dice Ahmed, un vendedor de queso. Por supuesto, se echó a un lado al verlos venir. Nadie quiere ponerse en el camino de la muerte.