El Papa abre Castel Gandolfo

Bergoglio decide convertir en museo la lujosa residencia veraniega de los pontífices


Pablo Ordaz
Castel Gandolfo, El País
Inocencio X, aquel Giovanni Battista Pamphili cuya intrigante mirada captó Velázquez para los restos, jamás pasó una noche en Castel Gandolfo. El lujoso palacio, situado a las afueras de Roma, con hermosas vistas sobre el lago Albano e infinitos jardines diseñados en parte por Bernini, había sido inaugurado en 1626 por su antecesor, el papa Urbano VIII, a cuya familia, los Barberini, acusó Inocencio X de apropiarse de los bienes de la Iglesia. El papa Pamphili se convirtió por tanto en el primero de los 15 pontífices que desde hace cuatro siglos hasta hoy han renunciado a veranear en Castel Gandolfo. El último ha sido Jorge Mario Bergoglio.


El papa Francisco ha tomado además una decisión que puede determinar de forma definitiva el futuro del palacio: desde hoy, y de lunes a sábado, cualquiera que pague 18 euros podrá pasear por las estancias más privadas, incluido el dormitorio en el que murieron Pío XII y Pablo VI, pernoctó Benedicto XVI la noche que dejó de ser papa o nacieron, durante la II Guerra Mundial, 40 niños que fueron llamados los hijos del papa. También se podrá acceder a la biblioteca en la que, el 22 de marzo de 2013, Joseph Ratzinger entregó a Jorge Mario Bergoglio, elegido nueve días antes, un par de sobres y una caja blanca con el diagnóstico de una Iglesia herida.

Aquel fue el primer y último día que Francisco pisó Castel Gandolfo, y enseguida se intuyó que el papa argentino -que ya había renunciado al apartamento pontificio del Vaticano y se había instalado en la residencia de Santa Marta- no tenía intención de regresar. Aquellas 55 hectáreas de huertos, jardines, caballerizas y mármol no se antojaban del gusto de quien, en sus tiempos de arzobispo, recorría en metro Buenos Aires o de aquel que, en su primera comparecencia pública bajo el sencillo nombre de Francisco, hizo votos por "una Iglesia pobre y para los pobres".

Por si no fuese suficiente, la por entonces tan reciente guerra de poder en la curia -tan virulenta que precipitó la caída de Benedicto XVI- desaconsejaban ausentarse del Vaticano más de lo necesario.

La cuestión ahora es averiguar si la decisión de Bergoglio, que ya abrió los jardines al público hace un año, clausura para siempre las vacaciones de los papas en Castel Gandolfo. Sandro Barbagallo, director de las colecciones históricas de los Museos Vaticanos, no despejó la incógnita: "El palacio permanecerá así [convertido en museo] hasta que el Papa decida que sea así".

Barbagallo, no obstante, quitó trascendencia histórica a la decisión de Francisco al recordar que, de los 33 papas que han reinado en la Iglesia desde 1626 hasta ahora, otros 15 tampoco usaron el palacio. Inocencio II, por ejemplo, apareció por aquí la noche del 27 de abril de 1697, pero había tanta niebla y hacía tanto frío que el sitio le pareció horrible y no volvió jamás. De los 18 que sí vinieron, algunos fueron asiduos, como Juan Pablo II, Juan XXIII -quien se escapaba en cuanto podía a alternar con los vecinos de los pueblos de los alrededores- o Benedicto XVI, quien se hizo instalar un piano y aprovechaba los veraneos de tres meses para escribir sus libros y encíclicas. La noche del 13 de marzo de 2013, Ratzinger y sus colaboradores vieron por televisión la salida al balcón de la plaza de San Pedro de su sucesor con una cruz de plata al cuello. Tal vez nunca se sepa cuál fue su primera impresión, si su gesto fue de contrariedad o de complacencia. Como advirtió ayer Antonio Paolucci, el director de los Museos Vaticanos, "quien traspase la puerta del palacio sentirá el murmullo de la historia, la emoción y el asombro".

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