Donald Trump: “Aceptaré totalmente los resultados… si gano”
El republicano amaga con prolongar la batalla más allá de las elecciones del 8 de noviembre
Marc Bassets
Washington, El País
El republicano Donald Trump, un magnate inmobiliario y estrella de la telerrealidad que ha puesto patas arriba la política estadounidense, amaga con prolongar la batalla por la Casa Blanca más allá de las elecciones del 8 de noviembre. “Aceptaré totalmente los resultados de esta gran e histórica elección presidencial… si gano”, dijo ayer en Ohio. Trump se niega a comprometerse con la regla básica del juego democrático: el reconocimiento del resultado electoral. Con los sondeos en contra y aislado en su partido, lo fía todo en el mensaje antisistema y en el hartazgo de los votantes con las élites.
Las palabras de Trump en un mitin de Delaware (Ohio) llegaron horas después de que, en el tercer y último debate con su rival demócrata, Hillary Clinton, en Las Vegas (Nevada), se negase a decir si aceptará el resultado. El gesto rompe con una historia de siglos.
“Héroes y filósofos, hombres valientes y viles, desde Roma y Atenas han intentado […] que el traspaso de poder funcionase de forma efectiva. Ningún pueblo ha tenido más éxito en ello […] que el americano”, escribió hace más de medio siglo Theodore White, el gran cronista de la campaña de 1960, que llevó a John F. Kennedy al poder. Kennedy venció por poco más de 100.000 votos al republicano Richard Nixon, que aceptó la derrota.
Hoy, un candidato del Grand Old Party, el viejo y gran partido de Lincoln, Reagan y Nixon, pone en duda esta idea de EE UU como país excepcional y democracia modélica para el resto del mundo. Como siempre ocurre con Trump, se hace difícil saber hasta qué punto se trata de una bravuconada o una broma de mal gusto —y, en caso de derrota ante Clinton, se retirará a sus cuarteles— o si, al contrario, planteará alguna forma de resistencia. Esto pondría en jaque una tradición de más de dos siglos, sólo interrumpida por la Guerra Civil. Según esta tradición, el perdedor de las elecciones concede la derrota y promete su lealtad al vencedor, y el presidente saliente facilita la transición y la continuidad del Estado en los casi tres meses de potencial vacío de poder entre una Administración y otra.
“Cuando llegue el momento, lo miraré”, respondió Trump en el debate cuando el moderador, el periodista de la cadena conservadora Fox News, Chris Wallace, le preguntó si aceptaría el resultado. Después añadió: “Lo veré en su momento. Voy a mantenerle en suspense”.
El argumento de Trump, uno de sus mensajes centrales en la última semana, es que se prepara un fraude a gran escala para robarle la victoria. No ha presentado ninguna prueba de ello. Es más, este fraude, logísticamente muy difícil de ejecutar, requeriría la cooperación de su propio partido, el republicano, que controla la mayoría de los Estados, responsables, en un país federal y descentralizado como EE UU, de la organización de los comicios.
Pocos precedentes
Los intentos de desacreditar las elecciones por parte de un candidato con posibilidades de llegar a la Casa Blanca tienen pocos precedentes recientes en las democracias modernas. Pero los seguidores de Trump podrían tomar sus palabras en serio, tanto el día de la votación —Trump les ha llamado a vigilar que no se cometa un fraude— como después.
“Es horroroso”, dijo Clinton en el debate. “Está denigrando nuestra democracia y me asombra que alguien que es el nominado de uno de nuestros dos grandes partidos adopte esta posición”.
La mayoría de líderes republicanos no compran la idea de que haya un fraude. “No me gustó el resultado de la elección de 2008”, dijo el senador John McCain, candidato republicano en las elecciones de aquel año. “Pero mi deber era admitirlo, y lo hice sin reticencias. Una concesión no es solo un ejercicio de cortesía. Es un acto de respeto a la voluntad del pueblo americano, un respeto que es la primera responsabilidad de todo líder americano”.
El entorno de Trump le defendió aludiendo al precedente de las elecciones del 2000, cuando el demócrata Al Gore cuestionó el resultado favorable al republicano George W. Bush. El caso llegó al Tribunal Supremo. Gore, por lo ajustado del resultado, pedía un recuento de las papeletas, y admitió la victoria de Bush.
En el mitin de Ohio, Trump insinuó que podría seguir la vía de Gore, que en todo caso jamás cuestionó los resultados de antemano y siempre siguió, como Bush, el proceso legal. “Aceptaré un resultado claro de la elección”, dijo, “pero me reservo el derecho de contestarlo y lanzar un proceso judicial en caso de un resultado cuestionable”.
Marc Bassets
Washington, El País
El republicano Donald Trump, un magnate inmobiliario y estrella de la telerrealidad que ha puesto patas arriba la política estadounidense, amaga con prolongar la batalla por la Casa Blanca más allá de las elecciones del 8 de noviembre. “Aceptaré totalmente los resultados de esta gran e histórica elección presidencial… si gano”, dijo ayer en Ohio. Trump se niega a comprometerse con la regla básica del juego democrático: el reconocimiento del resultado electoral. Con los sondeos en contra y aislado en su partido, lo fía todo en el mensaje antisistema y en el hartazgo de los votantes con las élites.
Las palabras de Trump en un mitin de Delaware (Ohio) llegaron horas después de que, en el tercer y último debate con su rival demócrata, Hillary Clinton, en Las Vegas (Nevada), se negase a decir si aceptará el resultado. El gesto rompe con una historia de siglos.
“Héroes y filósofos, hombres valientes y viles, desde Roma y Atenas han intentado […] que el traspaso de poder funcionase de forma efectiva. Ningún pueblo ha tenido más éxito en ello […] que el americano”, escribió hace más de medio siglo Theodore White, el gran cronista de la campaña de 1960, que llevó a John F. Kennedy al poder. Kennedy venció por poco más de 100.000 votos al republicano Richard Nixon, que aceptó la derrota.
Hoy, un candidato del Grand Old Party, el viejo y gran partido de Lincoln, Reagan y Nixon, pone en duda esta idea de EE UU como país excepcional y democracia modélica para el resto del mundo. Como siempre ocurre con Trump, se hace difícil saber hasta qué punto se trata de una bravuconada o una broma de mal gusto —y, en caso de derrota ante Clinton, se retirará a sus cuarteles— o si, al contrario, planteará alguna forma de resistencia. Esto pondría en jaque una tradición de más de dos siglos, sólo interrumpida por la Guerra Civil. Según esta tradición, el perdedor de las elecciones concede la derrota y promete su lealtad al vencedor, y el presidente saliente facilita la transición y la continuidad del Estado en los casi tres meses de potencial vacío de poder entre una Administración y otra.
“Cuando llegue el momento, lo miraré”, respondió Trump en el debate cuando el moderador, el periodista de la cadena conservadora Fox News, Chris Wallace, le preguntó si aceptaría el resultado. Después añadió: “Lo veré en su momento. Voy a mantenerle en suspense”.
El argumento de Trump, uno de sus mensajes centrales en la última semana, es que se prepara un fraude a gran escala para robarle la victoria. No ha presentado ninguna prueba de ello. Es más, este fraude, logísticamente muy difícil de ejecutar, requeriría la cooperación de su propio partido, el republicano, que controla la mayoría de los Estados, responsables, en un país federal y descentralizado como EE UU, de la organización de los comicios.
Pocos precedentes
Los intentos de desacreditar las elecciones por parte de un candidato con posibilidades de llegar a la Casa Blanca tienen pocos precedentes recientes en las democracias modernas. Pero los seguidores de Trump podrían tomar sus palabras en serio, tanto el día de la votación —Trump les ha llamado a vigilar que no se cometa un fraude— como después.
“Es horroroso”, dijo Clinton en el debate. “Está denigrando nuestra democracia y me asombra que alguien que es el nominado de uno de nuestros dos grandes partidos adopte esta posición”.
La mayoría de líderes republicanos no compran la idea de que haya un fraude. “No me gustó el resultado de la elección de 2008”, dijo el senador John McCain, candidato republicano en las elecciones de aquel año. “Pero mi deber era admitirlo, y lo hice sin reticencias. Una concesión no es solo un ejercicio de cortesía. Es un acto de respeto a la voluntad del pueblo americano, un respeto que es la primera responsabilidad de todo líder americano”.
El entorno de Trump le defendió aludiendo al precedente de las elecciones del 2000, cuando el demócrata Al Gore cuestionó el resultado favorable al republicano George W. Bush. El caso llegó al Tribunal Supremo. Gore, por lo ajustado del resultado, pedía un recuento de las papeletas, y admitió la victoria de Bush.
En el mitin de Ohio, Trump insinuó que podría seguir la vía de Gore, que en todo caso jamás cuestionó los resultados de antemano y siempre siguió, como Bush, el proceso legal. “Aceptaré un resultado claro de la elección”, dijo, “pero me reservo el derecho de contestarlo y lanzar un proceso judicial en caso de un resultado cuestionable”.