Crónicas del derrumbe
Una retahíla de ensayos dibuja el mapa emocional de EE UU en vísperas de las presidenciales. Un país fracturado por el individualismo, el poder desbocado de las élites, la desigualdad y el populismo
Marc Bassets
El País
La nostalgia es un arma política cargada de futuro. Quienes la agitan, se trate de los promotores del Brexit en Europa o de Donald Trump en Estados Unidos, recogen éxitos electorales. Y no es exclusiva de un campo ideológico. La izquierda añora los tiempos, más igualitarios, en los que el Estado de bienestar era más robusto. La derecha suspira por los tiempos de mayor cohesión cultural y nacional. La melancolía por la pérdida de la soberanía ante las fuerzas ciegas de la globalización, la construcción europea o fantasmas como Washington o Bruselas es un dato central en esta época convulsa.
Una particularidad de las elecciones de Estados Unidos el 8 de noviembre es que el ruido de fondo —la frustración de la clase trabajadora blanca, los miedos a la inmigración, las desigualdades crecientes, la desconfianza en las élites— es común en ambas orillas del Atlántico. Es posible que el republicano Trump sea un personaje inconfundiblemente estadounidense, pero lo que se juega en estas elecciones, las discusiones de los candidatos y la patologías sociales que revelan, no son tan distintas.
Hace trece años, cuando Estados Unidos invadió Irak con la oposición de buena parte de lo que Donald Rumsfeld, entonces secretario de Defensa de la Administración Bush, llamó la vieja Europa, el libro del momento era Poder y debilidad: Europa y Estados Unidos en el nuevo orden mundial, de Robert Kagan. El ensayo de Kagan ahondaba en las diferencias abismales entre europeos y estadounidenses. La lectura de algunos libros del momento actual —ensayos publicados en los últimos meses, escritos por periodistas, politólogos e intelectuales de derechas e izquierdas, americanos y europeos— deja la impresión de que el abismo se ha cerrado. A una y otra orilla, hablamos de algo parecido.
“Como tanto los demócratas como los republicanos tienden a ver el mundo a través del velo de la nostalgia, ambos caracterizan nuestra economía americana contemporánea como si estuviese desplomándose desde un pasado glorioso, o al menos desviándose de un camino de éxito”, escribe Yuval Levin, uno de los intelectuales más escuchados de la nueva derecha de Estados Unidos, en The Fractured Republic. Renewing America’s Social Contract in the Age of Individualism (La república fracturada. Renovar el contrato social de América en la era del individualismo).
Levin, director que la revista National Affairs, toma como punto de partida mediados de siglo, cuando Estados Unidos salió de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial como un país “unificado y cohesionado”. Comenzó entonces un proceso de disgregación. Por un lado, económica: más desregulación, menos intervención estatal, pérdida de peso de los sindicatos (y este es el lamento de la izquierda, que mira con nostalgia a los años cincuenta y sesenta, a la era del new deal de Franklin Roosevelt y la great society de Lyndon Johnson). Por otro, cultural o social: caída de la tasa de matrimonios, desestructuración familiar, descenso de la religiosidad, conquistas de derechos individuales por las minorías, la mujeres, los homosexuales… (y esta parte es la que provoca urticaria en una porción de la derecha).
Levin ve los Estados Unidos de hoy como un país en tensión por dos tendencias opuestas: la supercentralización y el refuerzo de instituciones como el Gobierno federal, y el hiperindividualismo. Las instancias intermedias —la familia, la escuela, la iglesia, la identidad nacional: los verdaderos pegamentos sociales, en su opinión— han quedado desdibujadas. Según Levin, el antídoto de la fractura republicana es una mayor subsidiaridad —una cesión de poder a los ámbitos más próximos al ciudadano— y un refuerzo de estas instituciones que median entre el Estado y el individuo atrapado en “una soledad profunda y ansiosa”.
El reportero Sebastian Junger, autor de La tormenta perfecta y de varios reportajes y documentales sobre la guerra y sus secuelas, describe una sociedad desestructurada parecida a la de Levin en Tribe. On Homecoming and Belonging (Tribu. Del regreso a casa y de la pertenencia). Junger parte de un hecho histórico y de una observación empírica. El primero es el caso de los europeos cautivos de nativos americanos que, en las colonias británicas de América del Norte, no querían regresar a la sociedad. La segunda es la experiencia de los soldados que regresan de Afganistán e Irak y echan de menos las guerras.
Junger sostiene que el homo sapiens sapiens está formateado para vivir en tribu, en contacto permanente e íntimo con la comunidad, todos juntos ante el peligro inminente. De ahí que se sienta desubicado en las sociedades modernas. Es un argumento antropológico, pero también político. Nunca en una sociedad tribal, escribe Junger, se habría permitido que los jefes —el 1% de Wall Street, diríamos ahora— acaparasen una cantidad desproporcionada de riqueza solo porque tenían el poder para hacerlo. No lo habrían permitido porque habrían puesto en peligro la cohesión del grupo y su supervivencia.
Para continuar con el argumento político: el trauma de los soldados que regresan de Afganistán e Irak no es la guerra en sí, sino el país que encuentran al volver. La nostalgia de la guerra es la nostalgia de la tribu. “Regresan de guerras que son más seguras que aquellas en las que combatieron sus padres y abuelos, y sin embargo muchos más acaban alienados y deprimidos. Esto es así incluso para los que no experimentaron el combate. En otras palabras, el problema no parece ser tanto el trauma en el campo de batalla como el reingreso en la sociedad”, escribe Junger. “Un soldado moderno que regresa del combate, o un superviviente de Sarajevo, pasa del grupo muy unido para el que los humanos evolucionaron, a una sociedad en la que la mayoría de personas trabaja fuera de casa, los niños son educados por extraños, las familias están aisladas de las comunidades más amplias, y el beneficio personal eclipsa casi completamente el bien colectivo”.
Así es el país que visita el periodista Andy Robinson en Off the road. Miedo, asco y esperanza en América, un mezcla de crónica de viajes con el reportaje y la opinión. El autor, con quien trabajé en La Vanguardia, es un periodista en perpetuo movimiento, en busca del reverso de la historia oficial, un reportero sin pretensiones de objetividad que asume sin complejos un punto de vista, y lo hace con humor y autoironía. Su visión de Obama no es amable. Escribe que esta ha sido “una presidencia decepcionante”. Y no por excesivamente progresista. Al contrario.
Robinson se pasea por las inacabables urbanizaciones en las afueras de Las Vegas en busca de pilotos de drones que, desde bases áreas en medio del desierto americano, bombardean regiones remotas a miles de kilómetros de distancia en Asia Central. Explora el mito de Las Vegas y descubre que es la ciudad del futuro, la precursora de los simulacros de cartón piedra en los que se están convirtiendo algunos centros turísticos de Europa. Visita los restos de civilizaciones precolombinas que sucumbieron ante los desajustes climáticos y la desigualdad rampante, y allí vislumbra el futuro. Describe, por medio de las diferencias de precios en los restaurantes de hamburguesas y el trato a sus empleados, cómo Nueva York es la capital de las desigualdades, con unos niveles comparables a la Sudáfrica del apartheid.
Robinson, un periodista de Liverpool que escribe en castellano para un diario de Barcelona, es un ejemplo de la mirada transatlántica sobre las patologías comunes en Estados Unidos y Europa. Los argumentos de Off the road no son tan distintos a los de su libro anterior, Un reportero en la montaña mágica. Cómo la élite económica de Davos hundió el mundo. Ambos ayudan a entender el porqué del auge populista en ambas orillas, un populismo que, en sus versiones izquierdista y conservadora, tiene en común la crítica a la globalización. “Más que el racismo, lo que atrae a los votantes de Trump es su oposición al libre comercio”, le cuenta a Robinson otro periodista, Thomas Frank, hacia el final de Off the road.
Frank, autor de¿Qué pasa con Kansas? Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos, ha publicado este año Listen, Liberal. What Ever Happened to the Party of the People? (Escucha, progre. ¿Qué ocurrió con el partido del pueblo?). El libro, un buen complemento teórico a los reportajes a pie de calle de Robinson, es una invectiva contra los demócratas por haberse convertido en el partido la clase educada, profesional, cosmopolita y tecnocrática, y haber dado la espalda a sus votantes tradicionales, la clase trabajadora. Listen, liberal es el libro de un izquierdista furioso contra los suyos. Un libro de tesis que soslaya los detalles que no encajan con el argumento, impregnado por la nostalgia a la que se refería Levin. En este caso, la nostalgia por los Estados Unidos de Franklin Roosevelt.
Pero el diagnóstico es certero. El olvido por parte del Partido Demócrata de los de la clase trabajadora blanca —y su conversión en un partido de minorías y élites universitarias— ayuda a explicar el fenómeno Trump, el misterio de su empatía con estos votantes. Si Hillary Clinton pierde, deberá releer a Frank, porque allí se encontrará muchas de las claves.
Una clave del fenómeno, ya mencionada, es el populismo, que el politólogo alemán de Princeton Jan-Werner Müller disecciona en What is populism? (¿Qué es el populismo?), un ensayo clarificador que salta de Chávez en Venezuela a Orban en Hungría, pasando por Trump. Müller define el populismo como un movimiento contrario a las élites y, a la vez, antipluralista, en el sentido de que, siendo solo una parte del pueblo, los populistas se erigen en representantes de todo el pueblo. El peligro del populismo para la democracia es precisamente su mensaje ultrademocrático, “una forma degradada de democracia”, escribe Müller. El error, según este, consiste en menospreciar a los votantes populistas como “casos patológicos de hombres y mujeres guiados por la frustración, la irritación y el resentimiento”.
Estos libros sirven para entender esta frustración. Esta es su virtud, y su límite. Me doy cuenta de que los cinco están escritos por hombres blancos. ¿Influye esto en su visión? El boom de la minoría hispana tiene un papel secundario para la mayoría de autores, y, sin embargo, la transformación demográfica por el aumento de la población de origen latinoamericano seguramente sea la noticia de la última década en Estados Unidos. El pesimismo que reflejan y ayudan a entender estos libros es el de un sector de la mayoría blanca que ve cómo el país se le escapa de las manos.
No es poco, pero este no es todo el país. Existe un país nostálgico, y existe otro que mira al futuro. Como escribe Yuval Levin al inicio de The Fractured Republic, “la vida en América siempre está empeorando y mejorando al mismo tiempo”. “Esto significa”, añade, “que no hay historias sencillas para contar sobre el estado de nuestro país, y los análisis alentadores y sombríos sólo son descripciones parciales de un todo complejo”.
Marc Bassets
El País
La nostalgia es un arma política cargada de futuro. Quienes la agitan, se trate de los promotores del Brexit en Europa o de Donald Trump en Estados Unidos, recogen éxitos electorales. Y no es exclusiva de un campo ideológico. La izquierda añora los tiempos, más igualitarios, en los que el Estado de bienestar era más robusto. La derecha suspira por los tiempos de mayor cohesión cultural y nacional. La melancolía por la pérdida de la soberanía ante las fuerzas ciegas de la globalización, la construcción europea o fantasmas como Washington o Bruselas es un dato central en esta época convulsa.
Una particularidad de las elecciones de Estados Unidos el 8 de noviembre es que el ruido de fondo —la frustración de la clase trabajadora blanca, los miedos a la inmigración, las desigualdades crecientes, la desconfianza en las élites— es común en ambas orillas del Atlántico. Es posible que el republicano Trump sea un personaje inconfundiblemente estadounidense, pero lo que se juega en estas elecciones, las discusiones de los candidatos y la patologías sociales que revelan, no son tan distintas.
Hace trece años, cuando Estados Unidos invadió Irak con la oposición de buena parte de lo que Donald Rumsfeld, entonces secretario de Defensa de la Administración Bush, llamó la vieja Europa, el libro del momento era Poder y debilidad: Europa y Estados Unidos en el nuevo orden mundial, de Robert Kagan. El ensayo de Kagan ahondaba en las diferencias abismales entre europeos y estadounidenses. La lectura de algunos libros del momento actual —ensayos publicados en los últimos meses, escritos por periodistas, politólogos e intelectuales de derechas e izquierdas, americanos y europeos— deja la impresión de que el abismo se ha cerrado. A una y otra orilla, hablamos de algo parecido.
“Como tanto los demócratas como los republicanos tienden a ver el mundo a través del velo de la nostalgia, ambos caracterizan nuestra economía americana contemporánea como si estuviese desplomándose desde un pasado glorioso, o al menos desviándose de un camino de éxito”, escribe Yuval Levin, uno de los intelectuales más escuchados de la nueva derecha de Estados Unidos, en The Fractured Republic. Renewing America’s Social Contract in the Age of Individualism (La república fracturada. Renovar el contrato social de América en la era del individualismo).
Levin, director que la revista National Affairs, toma como punto de partida mediados de siglo, cuando Estados Unidos salió de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial como un país “unificado y cohesionado”. Comenzó entonces un proceso de disgregación. Por un lado, económica: más desregulación, menos intervención estatal, pérdida de peso de los sindicatos (y este es el lamento de la izquierda, que mira con nostalgia a los años cincuenta y sesenta, a la era del new deal de Franklin Roosevelt y la great society de Lyndon Johnson). Por otro, cultural o social: caída de la tasa de matrimonios, desestructuración familiar, descenso de la religiosidad, conquistas de derechos individuales por las minorías, la mujeres, los homosexuales… (y esta parte es la que provoca urticaria en una porción de la derecha).
Levin ve los Estados Unidos de hoy como un país en tensión por dos tendencias opuestas: la supercentralización y el refuerzo de instituciones como el Gobierno federal, y el hiperindividualismo. Las instancias intermedias —la familia, la escuela, la iglesia, la identidad nacional: los verdaderos pegamentos sociales, en su opinión— han quedado desdibujadas. Según Levin, el antídoto de la fractura republicana es una mayor subsidiaridad —una cesión de poder a los ámbitos más próximos al ciudadano— y un refuerzo de estas instituciones que median entre el Estado y el individuo atrapado en “una soledad profunda y ansiosa”.
El reportero Sebastian Junger, autor de La tormenta perfecta y de varios reportajes y documentales sobre la guerra y sus secuelas, describe una sociedad desestructurada parecida a la de Levin en Tribe. On Homecoming and Belonging (Tribu. Del regreso a casa y de la pertenencia). Junger parte de un hecho histórico y de una observación empírica. El primero es el caso de los europeos cautivos de nativos americanos que, en las colonias británicas de América del Norte, no querían regresar a la sociedad. La segunda es la experiencia de los soldados que regresan de Afganistán e Irak y echan de menos las guerras.
Junger sostiene que el homo sapiens sapiens está formateado para vivir en tribu, en contacto permanente e íntimo con la comunidad, todos juntos ante el peligro inminente. De ahí que se sienta desubicado en las sociedades modernas. Es un argumento antropológico, pero también político. Nunca en una sociedad tribal, escribe Junger, se habría permitido que los jefes —el 1% de Wall Street, diríamos ahora— acaparasen una cantidad desproporcionada de riqueza solo porque tenían el poder para hacerlo. No lo habrían permitido porque habrían puesto en peligro la cohesión del grupo y su supervivencia.
Para continuar con el argumento político: el trauma de los soldados que regresan de Afganistán e Irak no es la guerra en sí, sino el país que encuentran al volver. La nostalgia de la guerra es la nostalgia de la tribu. “Regresan de guerras que son más seguras que aquellas en las que combatieron sus padres y abuelos, y sin embargo muchos más acaban alienados y deprimidos. Esto es así incluso para los que no experimentaron el combate. En otras palabras, el problema no parece ser tanto el trauma en el campo de batalla como el reingreso en la sociedad”, escribe Junger. “Un soldado moderno que regresa del combate, o un superviviente de Sarajevo, pasa del grupo muy unido para el que los humanos evolucionaron, a una sociedad en la que la mayoría de personas trabaja fuera de casa, los niños son educados por extraños, las familias están aisladas de las comunidades más amplias, y el beneficio personal eclipsa casi completamente el bien colectivo”.
Así es el país que visita el periodista Andy Robinson en Off the road. Miedo, asco y esperanza en América, un mezcla de crónica de viajes con el reportaje y la opinión. El autor, con quien trabajé en La Vanguardia, es un periodista en perpetuo movimiento, en busca del reverso de la historia oficial, un reportero sin pretensiones de objetividad que asume sin complejos un punto de vista, y lo hace con humor y autoironía. Su visión de Obama no es amable. Escribe que esta ha sido “una presidencia decepcionante”. Y no por excesivamente progresista. Al contrario.
Robinson se pasea por las inacabables urbanizaciones en las afueras de Las Vegas en busca de pilotos de drones que, desde bases áreas en medio del desierto americano, bombardean regiones remotas a miles de kilómetros de distancia en Asia Central. Explora el mito de Las Vegas y descubre que es la ciudad del futuro, la precursora de los simulacros de cartón piedra en los que se están convirtiendo algunos centros turísticos de Europa. Visita los restos de civilizaciones precolombinas que sucumbieron ante los desajustes climáticos y la desigualdad rampante, y allí vislumbra el futuro. Describe, por medio de las diferencias de precios en los restaurantes de hamburguesas y el trato a sus empleados, cómo Nueva York es la capital de las desigualdades, con unos niveles comparables a la Sudáfrica del apartheid.
Robinson, un periodista de Liverpool que escribe en castellano para un diario de Barcelona, es un ejemplo de la mirada transatlántica sobre las patologías comunes en Estados Unidos y Europa. Los argumentos de Off the road no son tan distintos a los de su libro anterior, Un reportero en la montaña mágica. Cómo la élite económica de Davos hundió el mundo. Ambos ayudan a entender el porqué del auge populista en ambas orillas, un populismo que, en sus versiones izquierdista y conservadora, tiene en común la crítica a la globalización. “Más que el racismo, lo que atrae a los votantes de Trump es su oposición al libre comercio”, le cuenta a Robinson otro periodista, Thomas Frank, hacia el final de Off the road.
Frank, autor de¿Qué pasa con Kansas? Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos, ha publicado este año Listen, Liberal. What Ever Happened to the Party of the People? (Escucha, progre. ¿Qué ocurrió con el partido del pueblo?). El libro, un buen complemento teórico a los reportajes a pie de calle de Robinson, es una invectiva contra los demócratas por haberse convertido en el partido la clase educada, profesional, cosmopolita y tecnocrática, y haber dado la espalda a sus votantes tradicionales, la clase trabajadora. Listen, liberal es el libro de un izquierdista furioso contra los suyos. Un libro de tesis que soslaya los detalles que no encajan con el argumento, impregnado por la nostalgia a la que se refería Levin. En este caso, la nostalgia por los Estados Unidos de Franklin Roosevelt.
Pero el diagnóstico es certero. El olvido por parte del Partido Demócrata de los de la clase trabajadora blanca —y su conversión en un partido de minorías y élites universitarias— ayuda a explicar el fenómeno Trump, el misterio de su empatía con estos votantes. Si Hillary Clinton pierde, deberá releer a Frank, porque allí se encontrará muchas de las claves.
Una clave del fenómeno, ya mencionada, es el populismo, que el politólogo alemán de Princeton Jan-Werner Müller disecciona en What is populism? (¿Qué es el populismo?), un ensayo clarificador que salta de Chávez en Venezuela a Orban en Hungría, pasando por Trump. Müller define el populismo como un movimiento contrario a las élites y, a la vez, antipluralista, en el sentido de que, siendo solo una parte del pueblo, los populistas se erigen en representantes de todo el pueblo. El peligro del populismo para la democracia es precisamente su mensaje ultrademocrático, “una forma degradada de democracia”, escribe Müller. El error, según este, consiste en menospreciar a los votantes populistas como “casos patológicos de hombres y mujeres guiados por la frustración, la irritación y el resentimiento”.
Estos libros sirven para entender esta frustración. Esta es su virtud, y su límite. Me doy cuenta de que los cinco están escritos por hombres blancos. ¿Influye esto en su visión? El boom de la minoría hispana tiene un papel secundario para la mayoría de autores, y, sin embargo, la transformación demográfica por el aumento de la población de origen latinoamericano seguramente sea la noticia de la última década en Estados Unidos. El pesimismo que reflejan y ayudan a entender estos libros es el de un sector de la mayoría blanca que ve cómo el país se le escapa de las manos.
No es poco, pero este no es todo el país. Existe un país nostálgico, y existe otro que mira al futuro. Como escribe Yuval Levin al inicio de The Fractured Republic, “la vida en América siempre está empeorando y mejorando al mismo tiempo”. “Esto significa”, añade, “que no hay historias sencillas para contar sobre el estado de nuestro país, y los análisis alentadores y sombríos sólo son descripciones parciales de un todo complejo”.