Badía, vecina de Alepo: “Hoy no hay bombas, pero tampoco comida”
La tregua en Siria cumple su primer día entre la desconfianza de los civiles
Natalia Sancha
Beirut, El País
“He dejado a mis hijos con mi madre, por si acaso”, relata al teléfono Badía, de 39 años y madre de dos críos, desde la Alepo oriental e insurgente. Hace cuatro años que su marido desapareció un día del primer año de guerra. Desde entonces, habita con sus padres en el barrio de Fardus. En la mañana del martes, y aunque vacilante, Badía acudió al mercado para hacerse con los alimentos que iba a preparar para la cena de Eid el Adha, la fiesta del sacrificio, que se prolonga durante tres días en el mundo musulmán. La carne quedará desterrada esta noche de su mesa para sus dos hijos, de siete y de seis años de edad. “Hoy no hay bombas, pero tampoco comida”, espeta haciéndose eco de la situación en la que viven los 250.000 civiles de la Alepo este que han quedado cercados tras que el Ejército regular cortara la última ruta de avituallamiento el pasado julio. Un cerco del que tampoco es ajena la parte occidental de la ciudad y bajo control del régimen, donde habitan medio millón de civiles.
Con el kilo de carne por encima de las 10.000 libras sirias (unos 19 euros, comparado a los tres que vale en Damasco) en una región donde el afortunado que tiene trabajo apenas suma los 50 euros mensuales, alimentar a la familia se ha convertido en una prioridad. Para algunos incluso más importante que los bombardeos . “Inshalá (Si dios quiere, en árabe) durará la tregua. Todo depende de que ellos quieran que dure”, deja caer al aparato y sin especificar a quién se refiere con ellos: los rusos, los norteamericanos, las facciones rebeldes o las tropas de Bachar el Asad. “Ha habido un intercambio de morteros en Alepo hoy, pero no ha habido bombardeos”, espeta Awad, vecino de Badía. En la treintena, el joven asegura que son pocos los que se aventuraron este martes en las calles o las mezquitas de la Alepo bajo control rebelde.Y los que lo hicieron, miraban compulsivamente hacia el cielo en busca de la sombra de algún avión.
“Es pronto todavía para saber si funcionará”, espeta el vecino de Badía. Los vecinos saben que la tregua pende de un hilo con Ahrar el Sham, una de las principales facciones islamistas insurgentes, insatisfecha con el acuerdo fraguado entre Moscú y Washington. A ello se suman las reticencias de más de una veintena de grupos insurrectos que ven con disgusto la exclusión del acuerdo de la antigua rama local de Al Qaeda y hoy rebautizada como Frente Fatah Al-Sham.
Otros vecinos del barrio desafían desde hace horas al colapso de las líneas telefónicas para felicitar o saber de sus allegados en otras regiones del país. Como la de Badíe, muchas familias de Alepo han quedado divididas entre la campiña y la ciudad. Algunas, incluso entre las dos mitades: rebelde y leal, que parten hoy en dos la antigua capital económica del país.
“Nos separa un kilómetro, uno, de donde habitan nuestros familiares en la zona leal. Pero para llegar allí la única ruta más o menos segura lleva entre 150 y 200 kilómetros atravesando toda la periferia hasta Hama, para luego entrar a la Alepo oriental”, explica Awad. Un costoso y peligroso recorrido que, en el último lustro que dura la guerra, tan sólo recorren aquellos que tienen la certeza de ir a dar el último adiós a un ser querido.
Natalia Sancha
Beirut, El País
“He dejado a mis hijos con mi madre, por si acaso”, relata al teléfono Badía, de 39 años y madre de dos críos, desde la Alepo oriental e insurgente. Hace cuatro años que su marido desapareció un día del primer año de guerra. Desde entonces, habita con sus padres en el barrio de Fardus. En la mañana del martes, y aunque vacilante, Badía acudió al mercado para hacerse con los alimentos que iba a preparar para la cena de Eid el Adha, la fiesta del sacrificio, que se prolonga durante tres días en el mundo musulmán. La carne quedará desterrada esta noche de su mesa para sus dos hijos, de siete y de seis años de edad. “Hoy no hay bombas, pero tampoco comida”, espeta haciéndose eco de la situación en la que viven los 250.000 civiles de la Alepo este que han quedado cercados tras que el Ejército regular cortara la última ruta de avituallamiento el pasado julio. Un cerco del que tampoco es ajena la parte occidental de la ciudad y bajo control del régimen, donde habitan medio millón de civiles.
Con el kilo de carne por encima de las 10.000 libras sirias (unos 19 euros, comparado a los tres que vale en Damasco) en una región donde el afortunado que tiene trabajo apenas suma los 50 euros mensuales, alimentar a la familia se ha convertido en una prioridad. Para algunos incluso más importante que los bombardeos . “Inshalá (Si dios quiere, en árabe) durará la tregua. Todo depende de que ellos quieran que dure”, deja caer al aparato y sin especificar a quién se refiere con ellos: los rusos, los norteamericanos, las facciones rebeldes o las tropas de Bachar el Asad. “Ha habido un intercambio de morteros en Alepo hoy, pero no ha habido bombardeos”, espeta Awad, vecino de Badía. En la treintena, el joven asegura que son pocos los que se aventuraron este martes en las calles o las mezquitas de la Alepo bajo control rebelde.Y los que lo hicieron, miraban compulsivamente hacia el cielo en busca de la sombra de algún avión.
“Es pronto todavía para saber si funcionará”, espeta el vecino de Badía. Los vecinos saben que la tregua pende de un hilo con Ahrar el Sham, una de las principales facciones islamistas insurgentes, insatisfecha con el acuerdo fraguado entre Moscú y Washington. A ello se suman las reticencias de más de una veintena de grupos insurrectos que ven con disgusto la exclusión del acuerdo de la antigua rama local de Al Qaeda y hoy rebautizada como Frente Fatah Al-Sham.
Otros vecinos del barrio desafían desde hace horas al colapso de las líneas telefónicas para felicitar o saber de sus allegados en otras regiones del país. Como la de Badíe, muchas familias de Alepo han quedado divididas entre la campiña y la ciudad. Algunas, incluso entre las dos mitades: rebelde y leal, que parten hoy en dos la antigua capital económica del país.
“Nos separa un kilómetro, uno, de donde habitan nuestros familiares en la zona leal. Pero para llegar allí la única ruta más o menos segura lleva entre 150 y 200 kilómetros atravesando toda la periferia hasta Hama, para luego entrar a la Alepo oriental”, explica Awad. Un costoso y peligroso recorrido que, en el último lustro que dura la guerra, tan sólo recorren aquellos que tienen la certeza de ir a dar el último adiós a un ser querido.