Europa teme una oleada migratoria ante la fragilidad del acuerdo con Turquía
Crece el rechazo a la adhesión turca entre los Estados miembros mientras Ankara critica a Bruselas su tibia condena al golpe de Estado
Álvaro Sánchez
Andrés Mourenza
Bruselas / Estambul, El País
Las relaciones entre Turquía y la Unión Europea viven uno de sus momentos más delicados desde que se iniciaran las negociaciones de adhesión hace más de una década. Los discursos a favor de la reintroducción de la pena de muerte, la purga tras el fallido golpe de estado y la negativa de Erdogan a suavizar una represiva ley antiterrorista amenazan el acuerdo migratorio con la UE, hacen temer la llegada de nuevas oleadas de refugiados y comprometen el futuro de las conversaciones sobre su entrada en el bloque comunitario. Mientras, en Ankara se extiende la frustración por la tibia condena europea a la asonada militar. La cumbre europea de Bratislava del próximo 16 de septiembre, en un principio concebida para tratar el futuro de la UE tras el Brexit, será también el foro en el que los Estados miembros confrontarán sus posiciones sobre el futuro de la relación con Turquía.
Las fricciones entre Turquía y la UE han reavivado los temores sobre la llegada de una nueva oleada de refugiados si el pacto se da por acabado. "No hay duda de que si Turquía abriese las puertas sería devastador para el conjunto de Europa", ha alertado el ministro de Interior italiano, Angelino Alfano. En el país euroasiático viven más de 2,5 millones de refugiados sirios y un cuarto de millón de iraquíes y su número no deja de crecer.El titular de Migración griego, Ioannis Mouzalas, también se ha mostrado seriamente alarmado por el futuro del acuerdo, que establece que por cada sirio devuelto a Turquía otro que ya esté allí será enviado a territorio comunitario. "Es importante cuidar las relaciones para no provocar una ola de refugiados", ha advertido, por su parte, el primer ministro búlgaro, Boïko Borissov.
El acuerdo firmado el pasado marzo ha reducido el número de migrantes que llegan a las islas griegas de 1.700 diarios a una media de solo 89, por lo que la pregunta de si el Mediterráneo volverá a convertirse en el escenario de una nueva crisis en caso de ruptura planea sobre Europa. Grecia vive un tímido aumento de llegadas tras el golpe fallido en Turquía, pero con los centros de acogida griegos colapsados —en ellos viven 10.000 inmigrantes y refugiados para una capacidad máxima de 7.000— el margen de acogida es mínimo.
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, admite que el pacto peligra, pero Bruselas no ha esbozado públicamente ninguna alternativa si fracasa. "La Comisión tiene un plan A, que es hacer que el acuerdo funcione", insisten.
El vínculo entre Turquía y los Veintiocho ha estado alimentado en los últimos meses por el interés europeo en frenar el flujo de refugiados desde Siria e Irak. La relación ha avanzado siguiendo un complejo juego de equilibrios: Turquía aceptó recibir refugiados llegados a las costas griegas a cambio de una ayuda de 3.000 millones de euros en dos años y el compromiso europeo de permitir a sus casi 80 millones de ciudadanos circular sin visado por la UE.
Para facilitar la libre circulación, Bruselas exige el cumplimiento de 72 requisitos de los que Turquía aún no garantiza siete. El principal punto de desacuerdo es la relajación de la dura ley antiterrorista, muy criticada por las organizaciones de derechos humanos por amparar la detención de jueces, periodistas o académicos. Turquía amenaza con romper el acuerdo si en octubre no se permite a sus ciudadanos circular libremente por la Unión. “Si Turquía quiere la liberalización de visados en octubre deberá cumplir con los requisitos pendientes”, responde Bruselas. "En ningún caso, ni Alemania ni Europa pueden dejarse chantajear", sostiene Sigmar Gabriel, vicecanciller alemán.
Una adhesión incierta
Si el acuerdo migratorio está más en el aire que nunca, el anuncio de la posible reintroducción de la pena de muerte en Turquía ha abierto un nuevo frente de discordia que pone en juego las negociaciones de adhesión. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha avisado de que la aprobará si el Parlamento así lo decide, y Bruselas advierte de que eso sería el fin de las conversaciones para la entrada del país en la UE. Fuentes cercanas al mandatario turco han explicado que probablemente esta medida no salga adelante, pero estos discursos ya han provocado reacciones: el Partido Liberal que gobierna Dinamarca ha exigido que se cierre la puerta a Turquía si reinstaura la pena capital.
El tono ha subido en los últimos días. Viena, que nunca vio con buenos ojos el comienzo de las negociaciones de adhesión, amenaza con vetar la apertura de nuevos capítulos. "Tengo voz y voto en el Consejo de Ministros de Exteriores. Ahí se decidirá si se abren nuevos capítulos con Turquía. Y yo estoy en contra", avisa el ministro de Exteriores austriaco, Sebastian Kurz. El jefe de la diplomacia cuenta con el respaldo del canciller austriaco, Christian Kern, que ha calificado de “ficción diplomática” la continuidad de las negociaciones.
En medio de ese coro de voces cada vez más amplio que claman por un alejamiento de Turquía ha mediado Juncker, que considera un grave error hacer pensar a Turquía que haga lo que haga nunca podrá ser miembro de la UE, aunque reconoce que la pena de muerte es una línea roja y llevaría a romper la negociación.
El malestar es mutuo. Ankara reprocha a la UE su tímida condena tras un hecho tan traumático para la sociedad turca como el intento de golpe de Estado. "La gente siente frustración por la débil respuesta de la UE. Todas las condenas han sido con la boca pequeña y acompañadas de peros", lamenta un representante del Ejecutivo turco consultada por este diario: "La cuestión no es si les gusta más o menos nuestro presidente, sino condenar sin ambages el intento de derrocar a un Gobierno electo".
Uno de los primeros líderes mundiales en telefonear a Erdogan para ofrecerle su apoyo tras la asonada del 15 de julio fue el presidente ruso, Vladimir Putin, y, desde entonces, representantes de China, EEUU y el Consejo de Europa (institución no vinculada a la UE) han acudido a Turquía para mostrar su solidaridad con el país. Aunque también han acudido cargos ministeriales de Alemania y Reino Unido, Ankara se queja de que ningún mandatario de la propia Unión Europea haya viajado a Turquía ni tenga previsto hacerlo. Las comparaciones con la actitud europea ante otros golpes ya han aparecido: "Catherine Ashton —antigua jefa de la diplomacia europea— no tardó ni dos semanas en visitar Egipto tras el golpe de Estado de Sisi, pese a que el golpe triunfó. En cambio a nosotros no nos visita. Y no somos Egipto, ¡somos un país candidato a entrar en la UE!", se queja la fuente gubernamental turca.
¿Cambio de eje?
La desconfianza mutua ha llevado a Turquía a girar hacia el Este el eje de su política diplomática e iniciar la reconciliación con el presidente Putin, con el que Erdogan se entrevistó este martes en San Petersburgo. Ankara sostiene que la visita no es un mensaje a Occidente, pero el ministro de Exteriores turco, Mevlüt Çavusoglu, sostuvo el miércoles que si Europa pierde a Turquía "será por sus errores". "La UE adoptó una postura favorable al golpe", afirmó el jefe de la diplomacia turca. Otras fuentes del Ejecutivo, en cambio, llaman a calmar los ánimos y aseguran que Ankara no tiene previsto romper con la UE ni con la OTAN y que este pacto con Rusia se inscribe dentro de su política multilateral.
Si bien las negociaciones para convertirse en miembro de la UE no comenzaron hasta 2005, Turquía lleva desde 1960 llamando a las puertas de la comunidad europea, en un proceso que ha sufrido sucesivos altibajos. De hecho, el entusiasmo de Ankara por la UE ha corrido siempre en paralelo a las declaraciones de apoyo o rechazo de los diversos líderes europeos a su adhesión, pues no hay que olvidar que la sociedad turca es muy nacionalista y orgullosa. Actualmente el apoyo de los turcos al proceso, antaño mayoritario, se ha desplomado a un exiguo 20%, mientras en Alemania, el 52% de los ciudadanos se opone a la entrada de Turquía, según una encuesta del diario Bild.
"No parecen dispuestos a tratar a Turquía de igual a igual. No se dan cuenta de que en los últimos diez años se ha desmoronado el sistema de bloques mundial y regional que rigió durante el último siglo y que Turquía ya no es el país de antes, sino un estado dispuesto a defender sus intereses nacionales", escribía recientemente el columnista turco Özcan Tikit en el diario Habertürk.
Álvaro Sánchez
Andrés Mourenza
Bruselas / Estambul, El País
Las relaciones entre Turquía y la Unión Europea viven uno de sus momentos más delicados desde que se iniciaran las negociaciones de adhesión hace más de una década. Los discursos a favor de la reintroducción de la pena de muerte, la purga tras el fallido golpe de estado y la negativa de Erdogan a suavizar una represiva ley antiterrorista amenazan el acuerdo migratorio con la UE, hacen temer la llegada de nuevas oleadas de refugiados y comprometen el futuro de las conversaciones sobre su entrada en el bloque comunitario. Mientras, en Ankara se extiende la frustración por la tibia condena europea a la asonada militar. La cumbre europea de Bratislava del próximo 16 de septiembre, en un principio concebida para tratar el futuro de la UE tras el Brexit, será también el foro en el que los Estados miembros confrontarán sus posiciones sobre el futuro de la relación con Turquía.
Las fricciones entre Turquía y la UE han reavivado los temores sobre la llegada de una nueva oleada de refugiados si el pacto se da por acabado. "No hay duda de que si Turquía abriese las puertas sería devastador para el conjunto de Europa", ha alertado el ministro de Interior italiano, Angelino Alfano. En el país euroasiático viven más de 2,5 millones de refugiados sirios y un cuarto de millón de iraquíes y su número no deja de crecer.El titular de Migración griego, Ioannis Mouzalas, también se ha mostrado seriamente alarmado por el futuro del acuerdo, que establece que por cada sirio devuelto a Turquía otro que ya esté allí será enviado a territorio comunitario. "Es importante cuidar las relaciones para no provocar una ola de refugiados", ha advertido, por su parte, el primer ministro búlgaro, Boïko Borissov.
El acuerdo firmado el pasado marzo ha reducido el número de migrantes que llegan a las islas griegas de 1.700 diarios a una media de solo 89, por lo que la pregunta de si el Mediterráneo volverá a convertirse en el escenario de una nueva crisis en caso de ruptura planea sobre Europa. Grecia vive un tímido aumento de llegadas tras el golpe fallido en Turquía, pero con los centros de acogida griegos colapsados —en ellos viven 10.000 inmigrantes y refugiados para una capacidad máxima de 7.000— el margen de acogida es mínimo.
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, admite que el pacto peligra, pero Bruselas no ha esbozado públicamente ninguna alternativa si fracasa. "La Comisión tiene un plan A, que es hacer que el acuerdo funcione", insisten.
El vínculo entre Turquía y los Veintiocho ha estado alimentado en los últimos meses por el interés europeo en frenar el flujo de refugiados desde Siria e Irak. La relación ha avanzado siguiendo un complejo juego de equilibrios: Turquía aceptó recibir refugiados llegados a las costas griegas a cambio de una ayuda de 3.000 millones de euros en dos años y el compromiso europeo de permitir a sus casi 80 millones de ciudadanos circular sin visado por la UE.
Para facilitar la libre circulación, Bruselas exige el cumplimiento de 72 requisitos de los que Turquía aún no garantiza siete. El principal punto de desacuerdo es la relajación de la dura ley antiterrorista, muy criticada por las organizaciones de derechos humanos por amparar la detención de jueces, periodistas o académicos. Turquía amenaza con romper el acuerdo si en octubre no se permite a sus ciudadanos circular libremente por la Unión. “Si Turquía quiere la liberalización de visados en octubre deberá cumplir con los requisitos pendientes”, responde Bruselas. "En ningún caso, ni Alemania ni Europa pueden dejarse chantajear", sostiene Sigmar Gabriel, vicecanciller alemán.
Una adhesión incierta
Si el acuerdo migratorio está más en el aire que nunca, el anuncio de la posible reintroducción de la pena de muerte en Turquía ha abierto un nuevo frente de discordia que pone en juego las negociaciones de adhesión. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha avisado de que la aprobará si el Parlamento así lo decide, y Bruselas advierte de que eso sería el fin de las conversaciones para la entrada del país en la UE. Fuentes cercanas al mandatario turco han explicado que probablemente esta medida no salga adelante, pero estos discursos ya han provocado reacciones: el Partido Liberal que gobierna Dinamarca ha exigido que se cierre la puerta a Turquía si reinstaura la pena capital.
El tono ha subido en los últimos días. Viena, que nunca vio con buenos ojos el comienzo de las negociaciones de adhesión, amenaza con vetar la apertura de nuevos capítulos. "Tengo voz y voto en el Consejo de Ministros de Exteriores. Ahí se decidirá si se abren nuevos capítulos con Turquía. Y yo estoy en contra", avisa el ministro de Exteriores austriaco, Sebastian Kurz. El jefe de la diplomacia cuenta con el respaldo del canciller austriaco, Christian Kern, que ha calificado de “ficción diplomática” la continuidad de las negociaciones.
En medio de ese coro de voces cada vez más amplio que claman por un alejamiento de Turquía ha mediado Juncker, que considera un grave error hacer pensar a Turquía que haga lo que haga nunca podrá ser miembro de la UE, aunque reconoce que la pena de muerte es una línea roja y llevaría a romper la negociación.
El malestar es mutuo. Ankara reprocha a la UE su tímida condena tras un hecho tan traumático para la sociedad turca como el intento de golpe de Estado. "La gente siente frustración por la débil respuesta de la UE. Todas las condenas han sido con la boca pequeña y acompañadas de peros", lamenta un representante del Ejecutivo turco consultada por este diario: "La cuestión no es si les gusta más o menos nuestro presidente, sino condenar sin ambages el intento de derrocar a un Gobierno electo".
Uno de los primeros líderes mundiales en telefonear a Erdogan para ofrecerle su apoyo tras la asonada del 15 de julio fue el presidente ruso, Vladimir Putin, y, desde entonces, representantes de China, EEUU y el Consejo de Europa (institución no vinculada a la UE) han acudido a Turquía para mostrar su solidaridad con el país. Aunque también han acudido cargos ministeriales de Alemania y Reino Unido, Ankara se queja de que ningún mandatario de la propia Unión Europea haya viajado a Turquía ni tenga previsto hacerlo. Las comparaciones con la actitud europea ante otros golpes ya han aparecido: "Catherine Ashton —antigua jefa de la diplomacia europea— no tardó ni dos semanas en visitar Egipto tras el golpe de Estado de Sisi, pese a que el golpe triunfó. En cambio a nosotros no nos visita. Y no somos Egipto, ¡somos un país candidato a entrar en la UE!", se queja la fuente gubernamental turca.
¿Cambio de eje?
La desconfianza mutua ha llevado a Turquía a girar hacia el Este el eje de su política diplomática e iniciar la reconciliación con el presidente Putin, con el que Erdogan se entrevistó este martes en San Petersburgo. Ankara sostiene que la visita no es un mensaje a Occidente, pero el ministro de Exteriores turco, Mevlüt Çavusoglu, sostuvo el miércoles que si Europa pierde a Turquía "será por sus errores". "La UE adoptó una postura favorable al golpe", afirmó el jefe de la diplomacia turca. Otras fuentes del Ejecutivo, en cambio, llaman a calmar los ánimos y aseguran que Ankara no tiene previsto romper con la UE ni con la OTAN y que este pacto con Rusia se inscribe dentro de su política multilateral.
Si bien las negociaciones para convertirse en miembro de la UE no comenzaron hasta 2005, Turquía lleva desde 1960 llamando a las puertas de la comunidad europea, en un proceso que ha sufrido sucesivos altibajos. De hecho, el entusiasmo de Ankara por la UE ha corrido siempre en paralelo a las declaraciones de apoyo o rechazo de los diversos líderes europeos a su adhesión, pues no hay que olvidar que la sociedad turca es muy nacionalista y orgullosa. Actualmente el apoyo de los turcos al proceso, antaño mayoritario, se ha desplomado a un exiguo 20%, mientras en Alemania, el 52% de los ciudadanos se opone a la entrada de Turquía, según una encuesta del diario Bild.
"No parecen dispuestos a tratar a Turquía de igual a igual. No se dan cuenta de que en los últimos diez años se ha desmoronado el sistema de bloques mundial y regional que rigió durante el último siglo y que Turquía ya no es el país de antes, sino un estado dispuesto a defender sus intereses nacionales", escribía recientemente el columnista turco Özcan Tikit en el diario Habertürk.