Alepo, la batalla que nadie parece poder ganar
En un nuevo vuelco, los rebeldes han roto el cerco que las fuerzas del régimen les impusieron
Juan Carlos Sanz
Jerusalén, El País
La batalla que libran desde hace cuatro años el régimen de Damasco y las fuerzas opositoras en Alepo, la principal ciudad del norte de Siria y nudo estratégico de comunicaciones, da continuos vuelcos sin que ningún bando parezca poder cantar victoria. Después del efímero alto el fuego del pasado febrero, ambas partes se han adjudicado avances y sufrido retrocesos, como los experimentados en apenas un mes. El día 17 del pasado mes de julio, el Ejército leal al presidente Bachar el Asad cercó a los insurgentes –junto a más de 250.000 civiles– en los distritos orientales de la ciudad– tras apoderarse de la carrera Castello, su eje vital de suministros. Tres semanas después, las milicias rebeldes devolvieron el golpe en el corredor de Ramusa, dejando semiaisladas a las fuerzas gubernamentales en los barrios del oeste, habitados por 1,2 millones de personas.
El régimen cuenta con el apoyo aéreo de su aliado ruso, que hace un año le evitó una anunciada derrota con un despliegue de aviación, misiles y asesores militares decisivo para dar un giro completo al conflicto. En este mismo bando pelean también las milicias libanesas de Hezbolá, unidades de élite de la Guardia Republicana iraní y combatientes iraquíes y afganos chiíes.
Sin apenas presencia de las llamadas fuerzas opositoras moderadas, como el Ejército Libre Sirio, el principal bloque rebelde lo integran milicias suníes agrupadas en el llamado Ejército de la Conquista, una coalición formada por una docena de grupos y encabezada por el Frente de la Conquista de Levante, que hasta hace poco se denominaba Frente Al Nusra. Tras haber declarado a finales de julio su ruptura con el yihadismo de Al Qaeda –en un intento de escapar de la exclusión internacional–, estos insurgentes islamistas se han mostrado en los últimos enfrentamientos librados en Alepo como las fuerzas mejor preparadas para hacer frente al régimen y sus aliados. Mientras Estados Unidos apoya a los opositores menos radicales, Arabia Saudí, Turquía y las monarquías del Golfo, apuestan por grupos de inspiración salafista.
Ambas partes están, sin embargo, emparedadas entre el territorio nororiental dominado aún por el Estado Islámico (ISIS), contra el que combaten en mayor o menos medida los restantes bandos en liza y que no deja de retroceder, y la franja septentrional bajo control de la milicias kurdas de las Unidades de Protección del Pueblo (YPG). Las fuerzas kurdas, que fueron adiestradas por la guerrilla separatista turca del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), se han transformado en la principal fuerza de choque contra los yihadistas del Daesh (acrónimo en árabe del ISIS) gracias al apoyo aéreo —y recientemente de unidades especiales sobre el terreno– estadounidenses. Para escapara de las presiones de Turquía la milicia YPG se ha integrado en la Alianza Democrática Siria, junto con grupos árabes suníes y turcomanos.
Juan Carlos Sanz
Jerusalén, El País
La batalla que libran desde hace cuatro años el régimen de Damasco y las fuerzas opositoras en Alepo, la principal ciudad del norte de Siria y nudo estratégico de comunicaciones, da continuos vuelcos sin que ningún bando parezca poder cantar victoria. Después del efímero alto el fuego del pasado febrero, ambas partes se han adjudicado avances y sufrido retrocesos, como los experimentados en apenas un mes. El día 17 del pasado mes de julio, el Ejército leal al presidente Bachar el Asad cercó a los insurgentes –junto a más de 250.000 civiles– en los distritos orientales de la ciudad– tras apoderarse de la carrera Castello, su eje vital de suministros. Tres semanas después, las milicias rebeldes devolvieron el golpe en el corredor de Ramusa, dejando semiaisladas a las fuerzas gubernamentales en los barrios del oeste, habitados por 1,2 millones de personas.
El régimen cuenta con el apoyo aéreo de su aliado ruso, que hace un año le evitó una anunciada derrota con un despliegue de aviación, misiles y asesores militares decisivo para dar un giro completo al conflicto. En este mismo bando pelean también las milicias libanesas de Hezbolá, unidades de élite de la Guardia Republicana iraní y combatientes iraquíes y afganos chiíes.
Sin apenas presencia de las llamadas fuerzas opositoras moderadas, como el Ejército Libre Sirio, el principal bloque rebelde lo integran milicias suníes agrupadas en el llamado Ejército de la Conquista, una coalición formada por una docena de grupos y encabezada por el Frente de la Conquista de Levante, que hasta hace poco se denominaba Frente Al Nusra. Tras haber declarado a finales de julio su ruptura con el yihadismo de Al Qaeda –en un intento de escapar de la exclusión internacional–, estos insurgentes islamistas se han mostrado en los últimos enfrentamientos librados en Alepo como las fuerzas mejor preparadas para hacer frente al régimen y sus aliados. Mientras Estados Unidos apoya a los opositores menos radicales, Arabia Saudí, Turquía y las monarquías del Golfo, apuestan por grupos de inspiración salafista.
Ambas partes están, sin embargo, emparedadas entre el territorio nororiental dominado aún por el Estado Islámico (ISIS), contra el que combaten en mayor o menos medida los restantes bandos en liza y que no deja de retroceder, y la franja septentrional bajo control de la milicias kurdas de las Unidades de Protección del Pueblo (YPG). Las fuerzas kurdas, que fueron adiestradas por la guerrilla separatista turca del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), se han transformado en la principal fuerza de choque contra los yihadistas del Daesh (acrónimo en árabe del ISIS) gracias al apoyo aéreo —y recientemente de unidades especiales sobre el terreno– estadounidenses. Para escapara de las presiones de Turquía la milicia YPG se ha integrado en la Alianza Democrática Siria, junto con grupos árabes suníes y turcomanos.