Vargas Llosa cuenta “los estragos de la ocupación”
El premio Nobel relata la experiencia de su encuentro con la realidad de los territorios ocupados por Israel en Cisjordania.
Madrid
El País
Gideon Levy, uno de los grandes periodistas israelíes, saludó a Mario Vargas Llosa, cuando lo vio con la libreta en la mano, entrando en Hebrón, este lugar que la ocupación israelí ha convertido en una luz apagada.
—Pero, ¿qué haces tú aquí?
Luego los dos pasearon por Hebrón hasta llegar a un promontorio en el que un club cultural palestino recibió al Nobel y a sus acompañantes en torno a un olivo viejo abrazado por una pancarta de tela: “Free Palestine”. El Nobel agarró su libreta, siguió con la gorra que lo protegió del sol y tomó nota de lo que escuchaba. No se separó de la libreta nunca. Tomaba nota con la voluntad y la constancia de un reportero perdido en un hueco del mundo. Quería saber qué ocurre para poder contarlo a una sociedad que, como le dijeron, sólo sabe de Israel y de Palestina cuando hay atentados, intifadas o peleas que comienzan con pedradas o navajas y acaban en reyertas que luego son primera plana de diarios o informativos en todo el mundo.
Allí le contaron esa parte del problema. Cuando ya se relajó la conversación y eran las siete de la tarde en Hebrón, los palestinos, los israelíes que acompañaban a Vargas Llosa y los periodistas de EL PAÍS que le seguimos en este viaje, vimos, en el ordenador de uno de los palestinos, el final del partido Chequia-España, el del gol de Piqué.
Todos, Gideon también, aunque al principio creía que Chequia era España (“Qué mal juega España”, dijo), aplaudieron el gol del catalán. Cuando regresaban a Jerusalén, a seguir el viaje, el Nobel Vargas Llosa recibió otro saludo de Gideon Levy, despidiéndose:
—Gracias, Mario, por venir a contarlo.
Se lo dijeron otras veces. Pero esa vez se lo decía un periodista que conoce muy de cerca tanto lo que el Gobierno israelí ha hecho en los territorios ocupados (él trabajó muy cerca de Simon Peres, expresidente de Israel) como lo que piensa la sociedad civil (intelectuales, escritores) de uno y de otro lado (israelíes, palestinos) sobre esta dualidad de odio de un lado y odio del otro que se ha ido edificando durante más de medio siglo en esta parte difícil de Oriente Medio, como un muro que algunos quieren romper. Entre ellos, los que invitaron a Vargas Llosa a este viaje, que quieren mitigar un odio que ya parece eterno.
“Hoyos oscuros”
El premio Nobel peruano había estado varias veces en Israel, y en Palestina, como estuvo en Irak o en Afganistán, o en el Congo, buscando “en esos hoyos oscuros del mundo”, como dice Carlos Granés, uno de sus antólogos, “las raíces de los conflictos, para intentar ayudar a que se comprendan fuera de esos pozos difíciles”.
Hace diez años el Nobel peruano conoció a Yehuda Shaul, que entonces era un joven exsargento israelí de veintitrés años que había contribuido a fundar Breaking the silence (Rompiendo el silencio), una organización insólita en este país en guerra: sargento en Hebrón, precisamente, Yehuda había anotado en su mente las atrocidades que imponían las autoridades civiles israelíes a los militares de servicio en los territorios ocupados y quiso juntar a compañeros que sintieron el mismo horror ante las ignominias que vieron.
En su Piedra de toque de este último domingo, Vargas Llosa contó en EL PAÍS ese encuentro y lo que prosiguió hasta culminar con esta visita que a partir de mañana contará aquí.
Sus crónicas se titulan Estragos de la ocupación y se publicarán el 1, el 2 y el 3 de julio, en dobles páginas en las que los lectores seguirán sus encuentros en los territorios ocupados y también en las fronteras interiores (checkpoints) de este territorio tan complejo... Además, www.elpais.com ofrecerá desde esta noche un documental realizado por un equipo de EL PAISTV en el que se recogen estas vivencias del Nobel. Él dijo a cámara que un escritor no tiene más poder que su palabra, y si esa le sirve para dar a conocer lo que sucede en los lugares que visitó, cumple con su compromiso moral.
El periodista y novelista peruano Alonso Cueto (a quien Vargas dedicó su última novela, Cinco esquinas) decía ayer sobre el periodismo del Nobel: “Hace periodismo apasionadamente, como sus novelas: él sigue creyendo que las palabras son actos, y escribir para él es una afirmación moral. Y va a sitios peligrosos, como Irak, como Afganistán, como estos territorios a los que ha viajado ahora, porque las personas que viven cerca del peligro representan la humanidad en el sentido moral”. Granés añade: “Va a sitios en conflicto de cuya solución depende en buena medida el futuro del mundo”.
Eso es lo que le agradecía Gideon Levy, que fuera allí para contarlo.
Madrid
El País
Gideon Levy, uno de los grandes periodistas israelíes, saludó a Mario Vargas Llosa, cuando lo vio con la libreta en la mano, entrando en Hebrón, este lugar que la ocupación israelí ha convertido en una luz apagada.
—Pero, ¿qué haces tú aquí?
Luego los dos pasearon por Hebrón hasta llegar a un promontorio en el que un club cultural palestino recibió al Nobel y a sus acompañantes en torno a un olivo viejo abrazado por una pancarta de tela: “Free Palestine”. El Nobel agarró su libreta, siguió con la gorra que lo protegió del sol y tomó nota de lo que escuchaba. No se separó de la libreta nunca. Tomaba nota con la voluntad y la constancia de un reportero perdido en un hueco del mundo. Quería saber qué ocurre para poder contarlo a una sociedad que, como le dijeron, sólo sabe de Israel y de Palestina cuando hay atentados, intifadas o peleas que comienzan con pedradas o navajas y acaban en reyertas que luego son primera plana de diarios o informativos en todo el mundo.
Allí le contaron esa parte del problema. Cuando ya se relajó la conversación y eran las siete de la tarde en Hebrón, los palestinos, los israelíes que acompañaban a Vargas Llosa y los periodistas de EL PAÍS que le seguimos en este viaje, vimos, en el ordenador de uno de los palestinos, el final del partido Chequia-España, el del gol de Piqué.
Todos, Gideon también, aunque al principio creía que Chequia era España (“Qué mal juega España”, dijo), aplaudieron el gol del catalán. Cuando regresaban a Jerusalén, a seguir el viaje, el Nobel Vargas Llosa recibió otro saludo de Gideon Levy, despidiéndose:
—Gracias, Mario, por venir a contarlo.
Se lo dijeron otras veces. Pero esa vez se lo decía un periodista que conoce muy de cerca tanto lo que el Gobierno israelí ha hecho en los territorios ocupados (él trabajó muy cerca de Simon Peres, expresidente de Israel) como lo que piensa la sociedad civil (intelectuales, escritores) de uno y de otro lado (israelíes, palestinos) sobre esta dualidad de odio de un lado y odio del otro que se ha ido edificando durante más de medio siglo en esta parte difícil de Oriente Medio, como un muro que algunos quieren romper. Entre ellos, los que invitaron a Vargas Llosa a este viaje, que quieren mitigar un odio que ya parece eterno.
“Hoyos oscuros”
El premio Nobel peruano había estado varias veces en Israel, y en Palestina, como estuvo en Irak o en Afganistán, o en el Congo, buscando “en esos hoyos oscuros del mundo”, como dice Carlos Granés, uno de sus antólogos, “las raíces de los conflictos, para intentar ayudar a que se comprendan fuera de esos pozos difíciles”.
Hace diez años el Nobel peruano conoció a Yehuda Shaul, que entonces era un joven exsargento israelí de veintitrés años que había contribuido a fundar Breaking the silence (Rompiendo el silencio), una organización insólita en este país en guerra: sargento en Hebrón, precisamente, Yehuda había anotado en su mente las atrocidades que imponían las autoridades civiles israelíes a los militares de servicio en los territorios ocupados y quiso juntar a compañeros que sintieron el mismo horror ante las ignominias que vieron.
En su Piedra de toque de este último domingo, Vargas Llosa contó en EL PAÍS ese encuentro y lo que prosiguió hasta culminar con esta visita que a partir de mañana contará aquí.
Sus crónicas se titulan Estragos de la ocupación y se publicarán el 1, el 2 y el 3 de julio, en dobles páginas en las que los lectores seguirán sus encuentros en los territorios ocupados y también en las fronteras interiores (checkpoints) de este territorio tan complejo... Además, www.elpais.com ofrecerá desde esta noche un documental realizado por un equipo de EL PAISTV en el que se recogen estas vivencias del Nobel. Él dijo a cámara que un escritor no tiene más poder que su palabra, y si esa le sirve para dar a conocer lo que sucede en los lugares que visitó, cumple con su compromiso moral.
El periodista y novelista peruano Alonso Cueto (a quien Vargas dedicó su última novela, Cinco esquinas) decía ayer sobre el periodismo del Nobel: “Hace periodismo apasionadamente, como sus novelas: él sigue creyendo que las palabras son actos, y escribir para él es una afirmación moral. Y va a sitios peligrosos, como Irak, como Afganistán, como estos territorios a los que ha viajado ahora, porque las personas que viven cerca del peligro representan la humanidad en el sentido moral”. Granés añade: “Va a sitios en conflicto de cuya solución depende en buena medida el futuro del mundo”.
Eso es lo que le agradecía Gideon Levy, que fuera allí para contarlo.